Reportajes

Jesucristo: horas de terror, sufrimiento y angustia

2009-04-10

Esto sucedió hace casi 2,000 años. Después de tanto tiempo el mundo no...

Enrique Cases

La historia se repite hoy con otros personajes…
Se va una generación y viene otra, pero la tierra permanece siempre.
Antes, como hoy: "todo es absurdo…"
Lo que fue volverá a hacer… Lo que es, ya fue.
 
(Salomón)

Introducción

Con todas las revelaciones, milagros, predicación y ejemplo de amor y bondad que dio durante el transcurso de su vida; termina denigrado, maltratado, aborrecido y crucificado por el hombre al que vino a salvar.

Esto sucedió hace casi 2,000 años. Después de tanto tiempo el mundo no cambió y el recuerdo de Jesucristo se ha echado al olvido. Cada día se repiten miles de historias parecidas por crueles, violentas e injustas como la de Él; y los actores de aquella época siguen viviendo en nuevos personajes actuales.

Aprehensión de Jesús

El traidor les había dado esta señal: Aquel a quien yo bese, ése es: prendedlo. Y al momento se acercó a Jesús y dijo: Salve, Rabí; y le besó. Pero Jesús le dijo: Amigo ¡a lo que has venido!"

Un error lleva a otro error, una mala elección a otra, a un pecado sigue otro. Eso es lo que le sucedió a Judas. Quizá pensaba que bastaba con la delación para finalizar sus planes de entregar al Maestro; pero no era así. Cuando manifestó a los reunidos el lugar idóneo para prender a Jesús sin alboroto quedó prendido en una red, y, una vez atrapado, le será imposible la escapatoria.

Primero le comprometerán para que conduzca a los soldados y criados que acudirán aquella noche a prender a Jesús y le ordenarán que les señale exactamente quién es, para que no pueda escaparse en el tumulto, y ¿qué mejor saludo que un beso para que el perseguido quede señalado? Los hijos de las tinieblas son astutos y despiertos para sus maldades, más que los hijos de la luz.

Mientras ocurrían estos hechos en el Sanedrín, Jesús concluía la Cena Pascual -la última Cena- donde se da plenamente, hasta que calla, y en silencio comienza la Pasión cruenta.

Judas también está activo, pero para acabar su obra perversa. Los que le pagan su sacrílega venta le exigen que acuda al huerto. Juntan los soldados, se une un grupo heterogéneo de soldados y gentes armadas con palos que descienden también por el torrente del Cedrón, por donde poco antes pasó el Señor; suben al huerto guiados por Judas que conoce bien el lugar. Ahora toca el turno de encararse con Jesús y los demás.

Judas dijo: "prendedlo con cuidado"(Mc), e iba "al frente de ellos"(Lc) de los soldados del Templo. de algunos soldados romanos y de algunos voluntarios que se arman de palos. No hay precipitación, sino actividad clarividente, aunque nerviosa, pues es inevitable pensar que en un momento dado Jesús pueda hacer un milagro poderoso y justo. Por otra parte es imposible acallar del todo la conciencia, aunque la actividad intensa lo facilite.

Entonces se produce la escena del beso de Judas. La iniciativa del encuentro partió de Jesús que se dirigió a él sin ocultarse. Jesús camina hacia el beso traidor con decisión, casi con prisa. El Jesús derrumbado de unos momentos antes en el sudor de sangre se rehace, retoma, de pronto, las riendas de su alma, se levanta y va hacia la muerte con una serenidad que ha sacado de su oración y de su entrega total. Parece que tiene prisa. Debía quedar claro que iba hacia la muerte cuando él quería. Libremente. Con plena conciencia. La hora tan esperada había sonado.

Judas se sorprende, pero trata de aparentar una cierta naturalidad y con un temor contenido, saluda: "Salve, Maestro". Es probable también que dijese el saludo tradicional y cotidiano "Shalom", paz. "Y le besó". Parece que le prendieron enseguida (Mc), aunque antes se da la defensa violenta de los discípulos prontamente detenida por el Señor. También se produce un extraño diálogo en el que Jesús pregunta a quién buscan, y al responderles "Yo soy" -expresión que recuerda el "Yo soy" del nombre Yavé Dios-, caen todos al suelo(Jn). Jesús tiene una respuesta ante Judas que estremece, y le dice: "Amigo, ¡a lo que has venido!...¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?"(Mt).

Todo es mentira en los labios de Judas. Miente cuando saluda deseando "paz" a Jesús y sólo le lleva guerra y muerte. Miente cuando le llama Maestro y no ha aprendido ninguna lección, y, menos aún, la del amor, predicada con mil acentos por el divino pedagogo. Miente cuando besa -más bien mancha- a Cristo con la señal para prender al que no quiere defenderse. Y el beso queda como una marca de fuego en la mejilla de Jesús. Realmente Judas es el hijo de la mentira.

Jesús sólo dice verdad en sus palabras llenas de mansedumbre. Le llama amigo, no sólo para que Judas pueda conservar esa palabra y vuelva cuando quiera si se arrepiente, sino porque realmente le quiere como ha querido y quiere a todos los pecadores que han sido y son. Le invita a la reflexión sobre el saludo y el motivo de la visita. Sólo un íntimo podía delatar la intimidad, y la traición del ser querido es más dura que la del extraño. Se queja del beso, pero lo acepta para que Judas nunca pueda pensar que ha sido rechazado y pueda acusar al Redentor de no haberlo sido para él. Pero de nada sirvió la mansedumbre del Señor, y, tras el prendimiento, Judas se quedó solo en el sentido más estricto. Solo frente a Dios. Lejos de los apóstoles a los que él ha abandonado, y solo -no podía ser de otro modo- por el desprecio de aquellos que le habían comprado con halagos y dinero.

Y lo que suele ser señal de amor, se convierte en signo de traición y de engaño. "Entonces, acercándose, echaron mano a Jesús y le prendieron"(Mt). "Uno de los que estaban con Jesús sacó la espada e hirió al criado del Sumo Sacerdote cortándole la oreja.

Entonces le dijo Jesús: Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que emplean espada a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre y al instante pondría a mi disposición más de doce legiones de ángeles? ¿Cómo entonces se cumplirían las Escrituras, según las cuales tiene que suceder así?"(Mt). Con sorpresa de todos se dirige Jesús al herido que grita en su dolor, "cogió la oreja y se la curó"(Lc). Cura al indigno, y detiene al violento que pretende defenderse, pero Jesús renuncia hasta a la legítima defensa. Y, recordándoles el poder de Dios y sus ángeles, prefiere manifestarse en la debilidad que en la fuerza.

"En aquel momento dijo Jesús a las turbas: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos a prenderme? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y no me prendisteis. Todo esto sucedió para que se cumplieran las escrituras de los Profetas"(Mt). Era de noche, muy entrada la madrugada. No quieren los conspiradores la luz del día, quieren la sorpresa, como si pudiesen sorprender a Jesús, que les espera consciente del peligro y entregándose a él.

"Entonces todos los discípulos, abandonándole, huyeron"(Mt). De poco les han servido sus promesas de dar la vida. Eran capaces de morir matando, pero no de sufrir la injusticia con paciencia y humildad. Permanecía oculto a sus ojos que se trataba de un sacrificio, del sacrificio de la nueva Ley, esa que han aprendido en teoría y ahora están aprendiendo en la práctica. Es la lógica del amor sin limites, del amor puro, y ellos no la entienden. Jesús está solo. Judas huye.

Los apóstoles se dispersan cuando prenden a Jesús. La comitiva se aleja: el preso será llevado ante el Sanedrín -o al menos parte de él- durante la noche, y, por la mañana, temprano, lo llevarán ante el gobernador romano. Judas se queda solo en el lugar viendo alejarse a sus acompañantes, que golpean a Jesús y lo maltratan; también ve como huyen sus antiguos amigos y compañeros, casi hermanos en otros tiempos.

Judas Iscariote está solo. Providencia de Dios es que no se encuentre con sus antiguos amigos, los discípulos de Cristo, pues quizá no hubiesen podido contenerse, y entonces no es impensable que corriese su sangre. Pero un extraño miedo les ha dispersado a todos. No conocían las tinieblas y la fuerza de la tentación diabólica que ahora muestra todo su poder -limitado, pero terrible-. Sus nuevos amigos también le abandonan. Lo han usado, les ha servido, y le abandonan. Es lógico, pues ¿quién va a confiar en un traidor? Conocido es que quien traiciona una vez, ciento puede reincidir. Las alianzas de los perversos duran el tiempo que les atan sus intereses; después se desatan incluso con odios antes inexistentes. Y Judas está solo.

Solo, pero con la voz de la conciencia que parecía acallada por la intensa actividad de las últimas jornadas y las justificaciones que ha ido elaborando en los tiempos de su vocación malvivida. Ahora, en el silencio de la noche nada puede acallar el grito potente de la voz de Dios que grita desde lo hondo: "Has entregado al Inocente". Con fuerza vendrían a su memoria las delicadezas de Jesús con él, el perdón repetido, los milagros, la sabiduría, su mirada fuerte y amorosa. Además... incluso al final le dijo "Amigo". "Sí, es cierto, en toda su vida Jesús ha sido el único Amigo, el que más le ha querido de verdad"; "y, ¿con qué moneda le he pagado? con la traición". Y el horror de su acción se hace evidente a sus ojos.

En estas idas y venidas siente el dinero -las treinta monedas de plata- en su cinto. Y se desvela más aún su conciencia: "Has entregado y vendido al Inocente". Su culpa se le presenta ahora clara ante los ojos, pero unida a la desesperación.

"Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían condenado, Arrepentido, devolvió a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos las treinta monedas de plata, diciendo: He pecado entregando sangre inocente"(Mt). La verdad está en las palabras de Judas. Y recuerda, que le engañaron diciéndole que juzgarían a Jesús con equidad y quizá se desvelaría si realmente era el Mesías o no. Se puede deducir esto ya que el precio de la traición es simbólico. Quizá Judas se engañaba a sí mismo diciéndose que estaba colaborando a aclarar de una vez por todas la mesianidad de Jesús. Pero al ver al Señor condenado la misma madrugada contra toda justicia en una parodia de juicio amañando, se le quita toda venda de los ojos.

Y se arrepintió... pero sin esperanza. La respuesta de los que debían ser los religiosos en Israel debió ser como un puñal en su alma: "¿Qué nos importa a nosotros? Tú veras". Y vio la mirada torva, sonriente, de engaño triunfante, y se sintió duramente humillado. Entonces "él arrojó las monedas al templo y se ahorcó"(Mt).

Duro es seguir a Judas hasta el campo situado fuera de la ciudad. Era aquel un lugar cercano al valle llamado Gehenna, valle de las basuras, lugar utilizado por Jesús para mostrar gráficamente lo que era el Infierno donde sufren los condenados: "el lugar de las basuras que se consumen con un fuego que no se acaba". Entonces:"Adquirió un campo con el precio de su pecado, cayó de cabeza, reventó por medio, y se desparramaron sus entrañas. Y el hecho fue conocido por todos los habitantes de Jerusalén, de modo que aquel campo se llamó en su lengua Hacéldama, es decir, campo de sangre"(Act). Más tarde fue adquirido por los sanedritas con ese dinero ya que en su hipocresía se dijeron: "No es lícito echarlas en el tesoro, porque es precio de sangre"(Act).

Al considerar estos hechos viene a la memoria lo dicho por Jesús sobre el traidor:"¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre es entregado! más le valiera no haber nacido". No se puede deducir de estas palabras la declaración de la condenación eterna, pero desde luego sí la destrucción de una vida de un modo horrible, y quizá la pena eterna. Judas se convierte en el antimodelo de seguidor de Cristo.

Los juicios de Jesús

El Inocente comparece ante diversas personas. Anás, Caifás, el Sanedrín, Pilatos, Herodes y las masas representan otras tantas actitudes que condenarán -y serán condenadas- por el verdadero Juez que se presenta despojado de todo poder externo, pero con la verdad y la justicia. Jesús se presenta ahora inerme, sin armas; pero armado sólo con la fuerza de un amor que no va a detenerse ante la injusticia, el odio o la debilidad. Los juicios van a mostrar la verdad de cada uno. Jesús será quien conduzca los diálogos. Calla cuando conviene y habla cuando es necesario. En cada juicio queda claro un aspecto de su identidad y de su misión. Y, por contraste, quedan en evidencia la ambición y la utilización del poder y la avaricia y personales de Anás, o la verdad religiosa de Jesús ante Caifás, la debilidad de Pilatos, la corrupción de Herodes y la furia de las masas.

Ante Anás

Después del prendimiento desandan el camino. Bajan al Cedrón, suben las escala hasta el barrio situado en el Monte Sión. La casa del Sumo Sacerdote estaba situada muy cerca del Cenáculo.

Allí, en partes separadas, pero unidas, vivían Anás y Caifás, suegro y yerno respectivamente. Caifás era el Sumo Sacerdote aquel año, pero Anás tenía el prestigio y la autoridad. De hecho, fue Sumo Sacerdote doce años y había conseguido que cinco de sus hijos también lo fueran, y Caifás era yerno suyo lo que revela su influencia. El puesto de Sumo Sacerdote se había convertido en patrimonio familiar, con todas las ventajas de honores y de dinero que llevaba consigo. Anás era como el padrino de un clan que se aprovechaba de lo religioso para medrar. Ambos eran saduceos, es decir, de religiosidad muy aguada. Eran muy criticados por el beneficio que extraían de los sacrificios del Templo. Sabían moverse en las intrigas de la política y eso era lo que les interesaba de verdad.

Al llegar a la casa de los sumos sacerdotes, se reúnen los conspiradores. En primer lugar Jesús es llevado en presencia de Anás quien le preguntó sobre "sus discípulos y su doctrina" (Jn). Lo primero es lo que más le interesaba: saber quién entre los importantes estaba comprometido con Jesús y era seguidor suyo. Sabía algo de Nicodemo, de José de Arimatea, de Lázaro, de Simón el leproso y sospechaba de otros. Quería cortar las cabezas de una posible conspiración. No le importan tanto aquellos pescadores de Galilea que poco pueden hacer, sino los que eran influyentes por dinero y posición en el Sanedrín. Se comporta como un zorro político y sólo ve en Jesús un rebelde que anuncia un nuevo reino, un fanático religioso que le hará perder las suculentas ganancias que obtiene del poder.

Jesús no nombra a ninguno de sus discípulos, les protege de las iras de aquél hombre sin conciencia. Pero sí responde a la cuestión doctrinal. "Jesús le respondió: Yo he hablado abiertamente al mundo, he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde todos los judíos se reúnen, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me oyeron de qué les he hablado: ellos saben lo que he dicho"(Jn). Por otra parte Anás no tiene ninguna autoridad para interrogar a Jesús, y el Señor se lo hace ver.

"Al decir esto, uno de los servidores que estaba allí dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así respondes al Pontífice?" Es un acto violento preludio de los que vendrán y contra toda justicia. La bofetada -o puñetazo- golpea el rostro del Señor y le hace tambalearse. Es el argumento de los que carecen de razón. Jesús le contestó: "Si he hablado mal, declara ese mal; pero si bien, ¿por qué me pegas?"(Jn). No reacciona con ira; pero defiende la verdad y la justicia de sus palabras. La situación es tensa, pero todos se dan cuenta que no han conseguido atemorizar al Señor, ni que se doblegue ante los que detentan el poder y sus honores. La actitud del siervo revela la vileza servil de quien quiere contentar a sus superiores, quizá más allá de sus mandatos. "Entonces Anás le envió atado a Caifás, el Sumo Pontífice". Y atraviesan el patio que separa las casas de Anás y de Caifás.

Anuncio de las negaciones de Pedro

Sólo Jesús podrá amar hasta la muerte.

Simón Pedro no puede aceptar las palabras de despedida del Señor. No quiere separarse de Él. Y dice: "Señor, ¿adónde vas? Jesús respondió: A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, me seguirás más tarde"(Jn). Iba a la cruz; se lo ha dicho varias veces, incluso el día anterior, pero es tan dura la revelación que no puede, no quiere, aceptarlo. Quiere seguir al Señor como lo ha hecho tantas veces aquellos tres años, y está dispuesto a todo. "Pedro le dijo: Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti". Es sincero, lo dice de corazón, estaba dispuesto a morir. Pero se conoce poco, confía sólo en sus fuerzas, y así no es posible vivir un amor a lo divino, un amor que se va manifestar en una humillación extrema. Y eso no puede hacerlo ni Pedro, ni ningún otro hombre. Sólo Jesús podrá amar hasta la muerte. "Respondió Jesús: Tú darás la vida por mí? En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo antes de que me niegues tres veces"(Jn). Y efectivamente poco va a durar el valor del Pedro. Necesitará una transformación mayor para poder seguir a Cristo.

Jesús le habla con dulzura y comprensión, pero con claridad: "Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos. El le dijo: Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y hasta la muerte. Pero Jesús le respondió: Te aseguro, Pedro, que no cantará hoy el gallo sin que hayas negado tres veces haberme conocido"(Lc). Todos van a ser cribados como el trigo por Satanás. Y después, sólo después, podrán comprender mejor la intensidad de la lucha de Jesús y la tremenda tentación que no pudo superar Adán. Sólo Cristo va a dar la victoria definitiva.

Y les dijo: "Cuando os envié sin bolsa ni alforjas ni calzado, ¿acaso os faltó algo? Nada, le respondieron. Entonces les dijo: Ahora en cambio, el que tenga bolsa, que la lleve; y del mismo modo alforja; y el que no tenga, que venda su túnica y compre una espada. Pues os aseguro que debe cumplirse en mí lo que está escrito: Y fue contado entre los malhechores. Porque lo que se refiere a mí llega a su fin. Ellos dijeron: Señor, he aquí dos espadas. Y él les dijo: Ya basta"(Lc).

El tono de la conversación se hace más íntimo. Jesús vuelca su vida íntima en sus palabras. Les conforta. Ilumina sus mentes. Les revela el sorprendente plan divino elaborado para salvar a los hombres. No deben temer nada. "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí". Su Padre sigue siendo omnipotente y les ayudará para que su amor venza al odio y a la muerte.

En la madrugada ante Caifás

Hacia las tres de la madrugada se reúnen los conspiradores en casa de Caifás. Han esperado este momento con ansia. Odian a Jesús.

Han intentado todo para desacreditarlo, pero una y otra vez les ha puesto en evidencia y ha denunciado en privado y en público sus falsedades. No lo pueden consentir por más tiempo. Han calculado todo para deshacerse de Jesús; quieren matarle. Pero no lo van a hacer como asesinos vulgares, sino que quieren dar una apariencia de juicio y honorabilidad. No pueden quitarse de encima su modo hipócrita de actuar. Para ello organizan el prendimiento de noche, con el traidor. Estaba prescrito que los juicios se hiciesen de día, pero no pueden esperar, y, en cuanto lo tienen en sus manos, se reúnen y caen sobre Él como aves de presa. Y montan una parodia de juicio que se va a convertir en la ocasión de una manifestación clara de Jesús.

Al principio usan diversos testigos para incriminar a Jesús. Pero las cosas no salen bien a su gusto pues faltan motivos para encausarle, y Jesús calla."Los príncipes de los sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para darle muerte; pero no lo encontraron a pesar de los muchos falsos testigos presentados. Por último, se presentaron dos que declararon: Este dijo: Yo puedo destruir el Templo de Dios y edificarlo de nuevo en tres días" (Mt). La acusación era falsa, manipulan la frase, pues Jesús no había dicho exactamente eso, hacia ya casi tres años, sus palabras habían sido: "Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días". No hablaba de destruir Él sino que Él reconstruiría. Además era un lenguaje simbólico, pues hablaba de su cuerpo y de las asechanzas de muerte. De nada se le puede acusar. Jesús "callaba y no respondía nada"(Mc) como dejando en claro que lo que quieren hacer es una parodia de juicio, que nada es digno de muerte.

Entonces "levantándose, el Sumo Sacerdote le dijo: ¿Nada respondes? ¿Qué es lo que éstos testifican contra ti? Pero Jesús permanecía en silencio". Nada van a avanzar por el camino de los falsos testimonios deformando sus palabras. Entonces el Sumo Sacerdote se levanta y de un modo solemne centra el juicio en la cuestión religiosa, que es la que les ha llevado allí, y la que no querían afrontar cara a cara, y le dijo: "Te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios" (Mt), el "Hijo del bendito" (Mc). Se hace el silencio en la sala. Se trata de un juramento ante Dios, y de una interrogación por parte de la máxima autoridad religiosa de Israel. Puede ser indigno, pero es el representante de Dios en el pueblo. Jesús eleva su mirada, se yergue y respondió: "Yo soy" (Mc), "Tú lo has dicho. Además os digo que en adelante veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo"(Mt). Las palabras de Jesús han caído como un rayo. Todos se agitan, se miran, hablan, murmuran. Ha tomado el nombre de Dios para sí mismo. Se declara el Cristo usando las palabras del Profeta Daniel que lo presenta viniendo de lo alto para juzgar con todo poder. ¡Cómo contrasta esta declaración clarísima con el hecho de ver a Jesús atado, humillado y con el rostro amoratado del puñetazo recibido en casa de Anás!. Es difícil aceptar esa humildad de Dios y de Cristo, pero son los hechos.

"Entonces el Sumo Sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ya lo veis, acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? Ellos respondieron: Reo es de muerte"(Mt). Ni el Sumo Sacerdote, ni ninguno de los presentes creen en Jesús como Hijo ni como Mesías. El odio ha podido más que el amor en ellos, la tiniebla a ocultado a la luz. Al condenar a Jesús como blasfemo se acusan a sí mismo como infieles a Dios.

"Entonces comenzaron a escupirle en la cara y a darle bofetadas; los que le abofeteaban decían: Adivínalo, Cristo, ¿quién te ha pegado?"(Mt). Los golpes caen sobre Jesús que va de un lado a otro. Sufre, voluntariamente, esas vejaciones. Parece un juguete en manos rabiosas. No se defiende.

Cuando se han saciado de golpes, de insultos y de injurias le llevan al calabozo inferior. Allí espera las dos o tres horas que faltan para llegar el nuevo día. Jesús reza con entereza aceptando el sacrificio que tanto el Padre como el Hijo quieren y los hombres necesitan.

El Sanedrín se reúne al despuntar el día

El mínimo exigido para adoptar una decisión importante era de veintitres. No sabemos cuantos estuvieron aquella madrugada, pero serían los suficientes para dar un aspecto legal a la condena preparada por la noche.

Después del encuentro con Caifás, los conjurados piensan que ya han encontrado causa suficiente para matarle: la blasfemia de proclamarse Dios. Rápidamente llaman a los sanedritas a la misma casa de Caifás para no reunirse en la sala del Consejo. Acudirán los confabulados que no han dormido en aquella noche intensa y dura; también los indecisos para los cuales hay que encontrar un buen motivo que haga incluirse su voto; y los partidarios de Jesús como Nicodemo y José de Arimatea, que son pocos en el conjunto, como se verá por el desenlace de los hechos.

La cuestión que se plantea es estrictamente religiosa y en ella todos son puestos a prueba: creer o no creer en Jesús. Esta fe lleva consigo una profundización enorme en el conocimiento de Dios, pues se trata de alcanzar niveles altísimos en la intimidad de Dios como amor. Se trata de ver y creer que el Padre es un verdadero Padre que tiene un Hijo. Además que ese Hijo se ha hecho hombre y está ante ellos. Se trata de aceptar que el Dios de justicia y poder se humilla en vez de manifestarse con un esplendor de rayos y truenos. Es mucho el salto, pero no imposible. Algunos, en el mismo Sanedrín, lo han dado. Todos recibirán la gracia de Dios para poder creer. La suerte del Pueblo elegido está en sus manos, y en su fe. Los signos de aquellos tres años están ante sus ojos. No se puede decir que no conociesen muchísimo de Jesús. Es posible que conociesen todo, desde las bienaventuranzas hasta el sermón del pan de vida y la interpretación de la Ley en clave de interioridad. En el Templo, Jesús había declarado su identidad, y ésta es la cuestión central que se va a tratar. El resto es poco importante ante el hecho de que Jesús se haga igual al Padre. Si esto es cierto representa un salto enorme en la comprensión de Dios y de la salvación. Si no se acepta, la condena por blasfemia es un imperativo. Los juzgadores van a ser juzgados de su fe en Dios y en la palabra de Dios.

"Al hacerse de día se reunieron los ancianos del pueblo, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y le condujeron al Sanedrín". La sesión evita las acusaciones sobre la destrucción del Templo y va al núcleo de la cuestión que ya Caifás ha puesto de relieve. Y le dicen: "Si tú eres el Cristo, dínoslo". Parece una cuestión repetida, pero hay que tener en cuenta que se trata de comprobar, ahora oficialmente, lo que ya se ha dicho en todas partes. Jesús no rehuye la respuesta sino que responde con claridad, pero desvelando las intenciones de los juzgadores. "Y les contestó: Si os lo digo, no creeréis; y si hago una pregunta, no me responderéis". Sigue Jesús hablando y se declara Mesías, el enviado de Dios, el Salvador, el deseado de las naciones, el Príncipe de la paz, el esperado por todos, y vuelve a decirlo utilizando palabras de Daniel. "No obstante, desde ahora estará el Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios" (Lc). "Entonces dijeron todos: Luego ¿tú eres el Hijo de Dios?". Han llegado al centro de la cuestión tantas veces repetida en público. Es cosa clara que al decir Hijo de Dios no lo entienden ya como la condición de todos los hombres que son hijos de Dios, ni siquiera de una filiación extraordinaria, pero, al fin y al cabo, humana. Entienden que Cristo sea el Hijo igual al Padre, uno con el Padre y, por tanto, Dios y hombre verdadero. Esta es la cuestión central. se trata de aceptar que Dios ha entrado en la historia para salvar a la humanidad, se trata de creer en esa locura de amor de Dios. Jesús declara solemnemente la verdad ante los sabios de Israel, ante los que tienen las llaves de la Revelación anterior de Dios que ahora llega a su punto culminante, ante los que tienen el poder religioso del Pueblo como Tribunal supremo. "Les respondió: Vosotros lo decís: yo soy"(Lc). Sus palabras vuelven a caer en la asamblea como un trueno. El nombre de Dios es utilizado por Jesús para señalarse a sí mismo.

Todos los presentes creen en Dios espíritu puro, distinto del mundo, infinito, justo, misericordioso, creador. Pero ahora se trata de aceptar que ese Dios entra en la historia con el fin de salvar a los hombres. En ese caso Jesús es el Señor de la historia, toda la humanidad ha sido regenerada y alcanza en Jesús una perfección suprema. Al que tenga fe se le abren los horizontes hasta niveles insospechados. Realmente están ante Dios con nosotros, ante Dios que salva, éste es el significado del nombre de Jesús. Por la fe pueden entrar en esas realidades inmensas e infinitas. Se renueva la cuestión puesta a Adán y Eva: ser fiel a Dios o no serlo, y para ello superar una idea de Dios pequeña y muy inferior a la realidad. Los que creían se dan cuenta de ello, al menos de lo esencial. Pero la mayoría renovó el pecado de origen de un modo más grave aún, y "dijeron: ¡Qué necesidad tenemos ya de testimonio! Nosotros mismo lo hemos oído de su boca"(Lc). Y le condenan a muerte, aunque en realidad ellos son condenados al negar al mismo Dios que salva.

"Y habiéndole atado, lo llevaron al procurador Pilatos" (Mt). En aquella hora se solía seleccionar al cordero para el sacrificio oficial en el Templo. Tenía que ser sin mancha ni defecto. Se le ataba la pata delantera con la trasera. El animal balaba inocente, entonces el levita de un tajo certero le cortaba el cuello y el cordero moría para implorar el perdón de Dios. Jesús, el Cordero de Dios, es atado para acudir al sacrificio anunciado en la Escritura, que ahora se hacía sacrificio perfecto de la nueva alianza.

Se apresuran y atraviesan la entera ciudad de Jerusalén desde el Monte Sión al monte Moria donde, junto al Templo, estaba la torre Antonia, lugar de residencia del procurador romano. Los conjurados hierven pensando los mejores modos de conseguir que el romano les sirva a sus intereses.

El juicio ante Pilatos

Al acabarse el juicio ante el Sanedrín todo ha quedado claro. Jesús ha manifestado la verdad ante la máxima autoridad de Israel y con todas las garantías de ser escuchado.

Los que creen en él están consternados y no saben que hacer. Los que dudan están más inclinados a la condena, y los conspiradores se alegran del éxito tan fácil que han tenido. Pero conviene explotar el éxito y darse prisa, antes que se provoque un motín en el pueblo, quizá entre los galileos, o entre los poderosos creyentes en Jesús. Por eso "condujeron a Jesús de Caifás al pretorio. Era muy de mañana". Lo tienen todo previsto se trata de comprometer al romano para que condene a Jesús. De este modo, los seguidores de Jesús culparán al extranjero, y Pilatos puede quedar, públicamente, como ejecutor de la decisión.

Los comienzos son desafiantes y despectivos con el procurador "ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder comer la Pascua". No les abandona la mentalidad hipócrita; observan la tradición, mientras mienten, odian, traicionan y buscan la muerte injusta.

"Entonces Pilato salió fuera donde estaban ellos". Es de suponer el malhumor con que atiende Pilatos a los judíos. Había sido elegido procurador en tiempos de antisemitismo, pues lo judíos habían sido expulsados de Roma. Pilato era el típico gobernador de provincias; aunque su matrimonio con Claudia Prócula, de la familia imperial, debió ser uno de los motivos de su nombramiento: duro, expeditivo, pero conocedor del derecho romano. Le molesta el carácter judío, y lo exterioriza despreciando sus costumbres tan puntillosas. Se repone de su estado de ánimo y pregunta: "¿Qué acusación traéis contra este hombre?". Quizás, sorprendido de la calidad de los acusadores, pues muchos son del sanedrín y sus doctores, se da cuenta de que están allí por una cuestión importante. Sin embargo, el primer paso es intentar manipularle como mero ejecutor de las decisiones del Sanedrín. Por eso le respondieron: "Si éste no fuera malhechor no te lo hubiéramos entregado. Les dijo Pilato: Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley.Los judíos le respondieron: A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie"(Jn). El sanedrín tenía jurisdicción religiosa, y Pilato tenía el poder militar y el judicial. En la fortaleza Antonia, situada en la esquina del Templo, había unos seiscientos soldados además de la guardia de Pilato, que se había desplazado allí aquellos días desde Cesarea marítima. Pero Pilato no consiente en ser mero ejecutor, y quiere acceder a un verdadero juicio. Él sabía bien cómo funcionan los juicios. "Así se cumplía la palabra que Jesús había dicho al señalar de qué muerte había de morir".

Los judíos sienten que se les escapa la primera intentona, y que todos sus propósitos pueden fracasar si Pilatos hace un juicio en toda regla. Se agitan y preparan un acusación: "Y comenzaron a acusarle diciendo: Hemos averiguado que éste perturba a nuestra nación y prohibe pagar los impuestos al César y se llama a sí mismo Mesías rey" (Lc). La mala voluntad y la deformación de la verdad es patente. Jesús no perturba a la nación, sino que anuncia un mensaje de amor hasta el fondo del corazón. En cuanto al tributo sus palabras fueron "dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". Nada de rebelión en este punto. Es impensable que Pilatos no estuviese enterado de estas cosas. Tenía buenos sistemas de información, y no podía pasar inadvertido un personaje tan singular con tantos partidarios. Es posible que en el mismo pretorio algunos soldados o funcionarios fuesen más o menos creyentes en el nuevo profeta, como era el caso del centurión de Cafarnaúm.

Pero quedaba aún la acusación definitiva. El reo se proclamaba rey, y eso debía aclararse. Es cierto que no le constaba ningún movimiento rebelde, pero podía estar incubandose un nuevo levantamiento de los muchos que ocurrían en aquellas tierras. Por eso Pilato aceptó la acusación. Y empieza el proceso al modo romano, "entró de nuevo en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?". Primero había que escuchar al reo: lo imponía la ley romana y el sentido más elemental de justicia, saber la verdad para poder juzgar. Ante el interés por conocer la verdad Jesús no calla y contestó: "¿Dices esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?". Pilato respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los pontífices te han entregado a mí: ¿qué has hecho?". Quiere saber si es un rebelde al poder de Roma, o si es un aspirante a rey; no le importan las ideas judías; las desprecia. Una vez aclarado esto, Jesús respondió algo de una gran importancia: "Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí"(Jn). Si no es de este mundo, ni es de aquí, ¿de dónde es? no puede ser más que espiritual, y dejando los reinos de los hombres a su libre disposición, lo único que pretende es reinar en los corazones y las intenciones. Se trata de un reino religioso. No entra por tanto en el ámbito del juicio de Pilato. Esto coincidía con la información que tenía el gobernador respecto a Jesús. Sin embargo, puede más su curiosidad, y Pilato le dijo: "¿Luego, tú eres Rey?" ¿En qué consiste tu realeza? Jesús contestó: "Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz"(Jn). Hay como un acento amoroso de Jesús hacia Pilato como diciéndole que si ama la verdad podrá acceder a ella, pues esa es la meta de la venida al mundo de quien es el camino, la verdad y la vida. La reacción de Pilato revela lo que lleva dentro: es un escéptico, y le dijo: "¿Qué es la verdad?"(Jn). La única verdad que entendía era la del poder, la del triunfo social, la del dinero y la fama y los honores. ¿La verdad? era una cuestión que interesaba a unos pocos iluminados casi siempre marginales en la sociedad. La única verdad era la suya, que era poderoso.

El juicio había concluido. Ya podía darse sentencia. Pilato ya sabía a qué atenerse. "Y en diciendo esto, salió de nuevo a los judíos y les dijo: Yo no encuentro en él culpa alguna"(Jn). Lo lógico era, pues liberarle; era lo justo, lo que marca el derecho y la conciencia humana. Pero las cosas no eran tan fáciles como deberían ser, y Pilato fue débil ante las presiones de los judíos. "Y aunque lo acusaban los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, nada respondió. Entonces Pilato le dijo: ¿No oyes cuántas cosas alegan contra ti? Y no le respondió a pregunta alguna, de tal manera que el procurador quedó admirado en extremo"(Mt). Jesús calla, pues todo ha quedado claro en el juicio ante Caifás y ante el Sanedrín. Todas las trampas de aquel momento no responden más que a manejos para engañar a Pilato. Él sólo quiere la verdad y entregarse en sacrificio. Pilato se sorprende del griterío que contrasta con la paz de Jesús. Algo nuevo le sorprende; pero en vez de cortar las acusaciones, escucha las presiones, sin fuerza para plantarles cara. Tenía todo el poder judicial y todo el poder militar, pero no tenía el poder del que se sabe en posesión de la verdad, e intenta conciliar lo inconciliable. Y repite su dictamen, pero cada vez con menos fuerza: "Dijo Pilato a los sumos sacerdotes y a la muchedumbre: No encuentro ningún delito en este hombre. Pero ellos insistían diciendo: Subleva al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea, hasta aquí"(Lc). Al oír la palabra Galilea se le hace una luz para solucionar ese enojoso problema: enviará a Jesús a que lo juzgue el rey de Galilea, que es Herodes. Y aquí comienza una nueva serie de injusticias que concluirá de mal modo.

Comparación con Barrabás

En aquella indecisión Pilato advierte una jugada que, en su ingenuidad, le parece maestra: aprovechar la tradición de soltar a un preso por la Pascua, comparando al justo Jesús con el asesino Barrabás.

De este Barrabás poco se sabe. Era un preso que en una sedición había cometido un homicidio. El contraste con Jesús inocente es más que notable. Barrabás va a ser comparado con Cristo, el pueblo podrá elegir al que juzgue mejor de los dos. Aquel hombre, sin proponérselo, se convierte en símbolo de lo que había dicho Jesús: quien no está conmigo, está contra mí.

Y Pilato, en vez de salir en defensa abierta del inocente, como era su deber, y se lo dictaba la conciencia, no quiere enfrentarse con los sanedritas. Pretende una jugada política ingeniosa: que sea el pueblo quien libere a Jesús. Es muy posible que sus medios de información fuesen buenos y le constase que Jesús era bien visto entre la gente del pueblo. Pero Pilato era mal psicólogo, desconocía el corazón humano, ignoraba la hondura de la envidia de los enemigos del Señor, y desconocía también la debilidad del pueblo que, a pesar de sus palabras y de sus milagros, no se ha atrevido a creer decididamente a Jesús.

La multitud se debate en la perplejidad. ¿A quién elegimos? ¿qué dices tú, y tú?, ¿qué dicen los sacerdotes?, ¿y Anás? ¿y Caifás?. Los sacerdotes y los príncipes de los ancianos toman partido contra Jesús, sus seguidores agitarían al pueblo. Pilato se retira; y les deja tiempo para pensar; y es entonces cuando su mujer le comunica que ha tenido un sueño y que debería dejar libre a ese justo. Pilato se inquieta. La muchedumbre se debate de un modo cada vez más apasionado.

Parece ser que el nombre completo de Barrabás es Jesús Barrabás. La palabra Barrabás tiene dos posibles significados, una es "hijo del padre", otra es "hijo de nuestro maestro". Por un lado está Jesús el Hijo de Dios vivo, el Mesías, el Rey que viene a traer la salvación del mundo; y por otro Jesús Barrabás simbolizando lo opuesto a Dios. Plantear la elección como si fuesen iguales es una injusticia, pues es como elegir entre un inocente y un culpable, o, más radicalmente, elegir entre Dios o el hombre. Lo correcto es elegir a Dios y al hombre. Pero la debilidad de Pilatos, y la incredulidad de los judíos, llevaron a una alternativa llena de riesgos y de trampas.

Los minutos pasan, la muchedumbre se va decantando, poco a poco, hacia Barrabás. Hasta que Pilato vuelve al sitial de justicia y pregunta ¿A quién queréis que os suelte?; parece convencido de que su juego político le hará salir bien de aquel embrollo; pero escucha con asombro que ellos dijeron: "A Barrabás". La primera elección está hecha; piden la libertad de un preso, pero en realidad están pidiendo la ejecución de un inocente. Pilato queda desconcertado, no puede creer lo que oye: piden la libertad de un criminal, en lugar de un inocente; el mismo que les hizo tanto bien: entonces lanza la inútil segunda pregunta, manifestación de su debilidad: "¿Qué haré entonces con Jesús, el llamado Cristo?"(Mt). Lo que tenía que hacer estaba claro: dejar a Cristo libre, pero una cuestión mal planteada no tiene fácil arreglo. Y la muchedumbre grita con furor: "Crucifícale, crucifícale".

Pilato no sale de su asombro. Más lógico sería pedir la libertad a los dos; o que siguiese el juicio, o que le arreste, o cualquier otra pena; pero pedir la muerte más ignominiosa es demasiado, no puede creerlo. "Por eso por tercera vez les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ninguna causa de muerte; así que le pondré en libertad después de castigarlo". Pero ellos insistían, pidiendo a grandes voces que fuese crucificado, y sus voces se imponían. Lo que empezó con un indulto sagaz, sigue con gritos de muerte, y continúa con grandes voces que intentan acallar la voz de la conciencia.

Pilato descubrió ya tarde que había cedido demasiado; había transigido contra la justicia, y ahora se encontraba con una masa enfurecida incapaz de entrar en razón. Todavía podía recurrir a la fuerza y actuar según la justicia, pero no lo hace: ha tenido demasiadas debilidades. La multitud lo mismo: empezó con duda y perplejidad, cedió un poco a los agitadores, y una vez hecha la primera cesión siguió la locura de pedir la crucifixión para el Maestro bueno.

Jesús experimenta el desprecio de los suyos. Se desprecia a quien no se ama. Y si antes hubo amor se puede llegar a odiar con una fuerza extraña. El odio que procede del amor es el peor de todos. Jesús sufre el odio de aquellos que antes le amaron, y un dolor agudo entra en su alma. Jesús se ve despreciado por unos hombres a los que ama uno a uno, y también sufre al ver el abismo al que se arrojan aquellos que le rechazan.

La mujer de Pilato defiende a Jesús

Hasta ahora Jesús no ha tenido ni un defensor, ni siquiera de oficio. Los suyos huyen con temor, en la masas no se alza ni una voz, o es acallada rápidamente. El juez ve la inocencia, pero es débil y su sentido de la justicia se tambalea. Y un mujer, la esposa de Pilato va a ser la primera que defienda al reo en aquel juicio.

Así habla Claudia: "No te mezcles en el asunto de ese justo; pues hoy en sueños he sufrido por causa suya"(Mt). La sorpresa de Pilato debió ser grande. Es de suponer que en aquellos momentos, ante el curso que tomaban los acontecimientos, tendría serios problemas de conciencia. A la espera de la voz del pueblo, la voz de la conciencia le avisa que estaba jugando con la vida de un inocente. Entonces llega el mensaje de su mujer.

A cualquier marido le ayuda la palabra de una persona de total confianza, como suele ser su esposa. Pero en el caso de la mujer de Pilato tenía más peso aún por la condición social de la que provenía su mujer, ya que Claudia era de familia imperial. Este detalle es importante, pues sus relaciones familiares le confieren una autoridad mayor que si tuviese otro origen. Durante la República se prohibía que las esposas acudiesen con los gobernadores a los lugares de destino; Tiberio cambió la ley y concedió permiso, por lo que Claudia acude con su esposo Pilato, así crece la importancia de su marido en Roma, y eso es muy valioso para un gobernador designado libremente por el emperador. A Pilato le convenía escuchar las opiniones de su esposa con más atención de lo que era usual para otro gobernador.

Prescindamos ahora de la reacción de Pilato para centrarnos en la intervención de Claudia Prócula, o Procla, como se la suele llamar. Un escrito apócrifo -las Acta Pilati- afirma que pertenecía a las prosélitas de la puerta, es decir, a un grupo de romanas que se adherían a la religión judía, aunque no perteneciesen al pueblo de Israel. Una tradición que se remonta al menos hasta Orígenes asegura que se hizo cristiana. ¿Conocía a Jesús antes del proceso? No lo sabemos, pero es muy posible que sí, pues todo Israel tenía conocimiento de su actividad. Quizá acudieron a ella para pedirle ayuda alguna de las mujeres que eran discípulas del Señor al enterarse del prendimiento de Jesús, o incluso antes cuando las intrigas de los judíos se hicieron más peligrosas para el Maestro. Sea como fuere, sus palabras revelan una actitud humana noble y una inquietud religiosa visible.

Claudia fue la única defensora en el juicio humano de Jesús. Su papel parece pequeño, pero es un indicio del valor de la conciencia humana recta y de la valentía y decisión femenina, así como de una posible intervención divina en sus sueños. Veamos con detalle el mensaje.

Afirma con certeza que Jesús es justo. Luego alega un dolor no despreciable en un sueño. En lo primero vemos actuar un juicio, en lo segundo algo que se sale de lo normal. Claudia actúa con conciencia recta, y se da cuenta que su marido juega con la justicia haciendo estratagemas políticos, y ve que con ello está a punto de actuar contra la verdad en el complot contra Jesús. Su conciencia le hace ver la bondad de Jesús y la injusticia que está a punto de cometer Pilato. Por eso hace lo que está a su alcance, y habla a su esposo.

En el juicio de Jesús queda clara la inocencia del Señor. Acusadores y jueces pasan a ser acusados, pues se juzga su conciencia. Los notables de los judíos no creen porque la fuerza de sus pecados resiste la gracia de Dios y el testimonio de Cristo. Pilato permite la condena de un inocente haciéndose responsable ante la ley y ante su conciencia. Claudia es la voz que refleja la fidelidad a la verdad.

Junto al juicio natural de la conciencia de Claudia se da un aviso que parece exceder el orden natural. Se trata de los sueños que han hecho sufrir a Claudia. "He padecido mucho en sueños por su causa"(Mt) dice. Quizá Pilato recordó del aviso de Calpurnia a Cesar en el idus de marzo para que no acudiese al Senado donde fue asesinado por Bruto; es previsible un cierto sobresalto en este hombre, ciudadano de una sociedad llena de supersticiones; pero no hizo mucho caso. La noche del Jueves Santo nada hacía prever que al día siguiente Jesús estaría en el Pretorio siendo juzgado por el juez romano. Parece poco probable que los sueños de Claudia correspondan a una inquietud por los hechos que estaban sucediendo. Es posible un origen sobrenatural en los sueños de la mujer de Pilato, o una inquietud muy grande que le lleva a un sueño inquieto y sobresaltado. Estos sueños son como un aviso sobrenatural que refuerza la actuación natural de la conciencia. ¿Por qué negar a Claudia una intervención divina en cuestión tan importante como era el que los gentiles tuviesen la máxima ayuda en el juicio de Cristo?. Sea como fuere, lo cierto es que Pilato recibió una ayuda considerable para poder actuar con justicia, y la despreció.

La flagelación

La flagelación era castigo era cruelísimo. Los judíos lo limitaban a cuarenta azotes menos uno. Para los romanos no había límite. Los flagelos era de cuero con huesos o bolas de hierro en la punta. Las carnes se abrían, el dolor era muy intenso, sangraba todo el cuerpo, solían perder el conocimiento y podían morir. La voluntad débil del poderoso, no sujeto a la justicia, va a golpear a Jesús como uno que no tiene derechos.

Jesús fue flagelado en el pretorio romano. Pilato es consciente de su inocencia, pero intenta soslayar la responsabilidad de soltarle o de condenarle. Así, dijo:"lo soltaré, por tanto, después de castigarlo"(Mt). Tras los gritos que claman por la crucifixión mandó prender a Jesús "para azotarlo"(Jn).

Sabe que se lo han entregado por envidia, pero desconoce el abismo de odio en que están sumidos los acusadores, y se equivoca doblemente al someterle a la flagelación. Por una parte, no tenía derecho a aplicarle ningún castigo; más bien debería castigar a los que le entregan a un inocente con mentiras y amenazas. Por otro lado, desconoce la ferocidad de las fieras ante la sangre. Intentaba moverles a compasión, o quizá dejar claro que es un intento imposible pretender ser rey después de aquel castigo; pero no lo consigue, más bien les llena de más odio.

Entre los romanos la flagelación se imponía como castigo aislado o como preparación de la crucifixión. Pilato intentaba lo primero, muchos interpretaron lo segundo; por eso, gritarán más fuerte que lo crucificase. El que sufría este suplicio era atado a una columna y dos lictores le golpeaban con los flagelos. En ocasiones se turnaban hasta seis lictores. Los flagelos llenaban el cuerpo de tumefacciones, rasgaban la piel y podían llegar a dejar al descubierto las entrañas. Se solía respetar la parte del corazón para que el flagelado no muriese, pero, de hecho, no era infrecuente que muriesen en aquel tormento. Si seguían vivos quedan desfigurados, y, a menudo, se desmayaban a causa del dolor de los golpes.

No sabemos si los flageladores fueron sádicos o no; quizá se limitaron a cumplir su deber. Es muy posible, sin embargo, que se diese en ellos esa extraña crueldad que se introduce en el hombre cuando entra en la rueda de la sangre. Además, aquel penado no era un cualquiera, era alguien importante, a juzgar por los que le acusaban, y por la misma presencia del gobernador romano; la violencia desencadena una pasión difícilmente controlable por el hombre. Es muy posible que Jesús padeciese ese suplicio en todo su horror, acentuado por la sensibilidad de su piel, de la cual había sudado sangre aquella misma noche.

Cae el primer trallazo. En esa carne blanca y sin mancilla se dibujan manchas de sangre, tantas como los extremos duros del látigo. El cuerpo de Jesús se estremece. No acabamos de darnos cuenta, cuando cae otro golpe y otro...El ritmo de los chasquidos se acelera. El soldado pega cada vez más deprisa, con todas sus fuerzas. Mientras, entra un segundo verdugo en acción. Éste también apresura sus golpes, y después entra otro; así van incorporándose todos. Cada golpe deja marcada la piel con tantas heridas rojas. No es la ejecución impasible de una sentencia. La espalda de Jesús se hacen rápidamente una sola llaga. Son una superficie roja.

La sangre escurre hasta el suelo, comienzan los vértigos. Sus piernas no pueden sostenerle. Y si no estuviese atado tan alto se derrumbaría en el charco de su propia sangre. La ley judía prohibía dar más de cuarenta golpes, en esta ocasión nadie ha contado. El cuerpo debió quedar extendido en el suelo del pretorio. Aún le quedaban muchos tormentos por padecer, pero era el comienzo de la Pasión física de Nuestro Señor, según el modo que el mismo había profetizado diciendo que el Hijo del Hombre "será entregado a los gentiles, quienes le azotarán".

Cristo se solidariza con todos los que han sufrido tormentos de parte de otros hombres; si alguno padece algún dolor de este calibre le consolará saber que Jesucristo padeció algo semejante. Es un paso más en el abajamiento y en la humillación voluntaria de Jesús. Sufre el dolor en una forma intensa. Ese dolor va a ser transformado de algo cruel en algo que tiene sentido. Va a convertirse en modo de amar. El dolor pasa a ser el precio que se paga por la pena de los pecados de otros. Es un cambio tan radical, que la Historia dará un giro si entiende que el dolor deja de ser absurdo y puede convertirse en medio de amar. El dolor pasa a ser mortificación con la que se muere a sí mismo para vivir una vida de amor más puro. El castigo que merecieron nuestros pecados recayó sobre Él y por sus llagas fuimos curados.

El cuerpo de Jesús cae desvanecido, cuando el centurión dice a los lictores que cesen el suplicio. Es todo una llaga, está empapado en sangre, está desvanecido. Le arrojan cubos de agua para que vuelva en sí. Sin embargo, no sale ni una queja de su boca, en su interior la decisión de entrega sigue firme y fuerte.

Los soldados se burlan de Jesús

Entonces algunos soldados que estaban en el Pretorio - 625 formaban la cohorte- aprovechan la debilidad del flagelado y cometen un nuevo escarnio sobre él: "entonces los soldados del Procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la cohorte. Le desnudaron, le pusieron una túnica roja y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, y en su mano derecha una caña; se arrodillaban ante él y se burlaban diciendo: Salve, Rey de los judíos. Le escupían, le quitaron la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de reírse de él, le despojaron de la túnica, le pusieron sus vestidos y le llevaron a crucificar"(Mt). Algunos "le adoraban"(Mc). otros "pusieron sobre su cabeza una corona que tejieron de espinas(...) y le daban bofetadas"(Jn).

En este triste juego se ha intentado ver algunas costumbres de aquellos tiempos, como la del basileus en la que después de nombrar rey a uno y azotarle, se le mataba, o algunos similares; sin embargo el ensañamiento se ha repetido tantas veces en la historia que no es necesario buscarle demasiadas justificaciones. Basta ver a unos hombres acostumbrados a la violencia, para comprender por qué vuelcan su brutalidad sin motivo en quien parece un desgraciado. Jesús quiere padecer burlas, insultos, amarguras sin sentido.

Jesús se convierte en un rey de burlas. Calla. No se resiste. Las burlas son heridas para el alma, humillaciones dirigidas a destacar lo ridículo de una situación. Se cumple lo profetizado por Isaías: "Ofrecí mi espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí mi rostro como pedernal"(Is).

Los más imaginativos acuden a una zarza y elaboran un casquete que colocan en la cabeza de Jesús como una corona de espinas, es una manera de burlarse de lo que ha sido, de ehcho, la primera y principal causa de su condena. Encuentran un manto viejo de púrpura, y se lo colocan en las espaldas. El aspecto es ridículo y humillante. Jesús va a reinar de un modo bien distinto al de los reyes de la tierra; es un rey de humillaciones. Quiere reinar en los corazones de los hombres, por eso acepta arrancar del hombre todo lo que pueda ser amor propio.

Jesús será humillado también con esta vileza moral que es la burla Su silencio y su paciencia son un ejemplo más para aquellos que tengan que sufrir burlas en su vida. Con frecuencia, las burlas suelen venir de aquellos que intentan justificar su mala conducta o sus limitaciones, demasiado evidentes, mediante el ridículo. La envidia y el resentimiento utilizan con frecuencia esas armas innobles. No todos los soldados participan en aquel juego zafio; algunos se apartan con disgusto ante aquella conducta cobarde. Pero otros, los más débiles, ven la oportunidad de destacar. Uno inventa la corona de espinas, otro le coloca un viejo manto de púrpura; otro se arrodilla delante de él como ante el emperador; otro cambia el beso por un escupitajo en la cara; otro le golpea con la caña. La inventiva va creciendo con las risas de los que miran y se ensañan con este Jesús silencioso. Jesús se humilla, los soldados se degradan.

La ceremonia de burlas que Jesús padeció era necesaria para establecer el Reino de Dios que Cristo traía al mundo, porque su reino exige que esté fundado en hombres pacientes, hombres que estén por encima de las glorias humanas y dispuestos a soportar todos los insultos y todas las burlas sin más motivo que la envidia o la malicia de otros. Entra así en el mundo una lógica nueva de amor generoso y humilde. Ni las burlas, ni los insultos, ni las humillaciones podrán conseguir que hombres y mujeres así se plieguen a las presiones de cada momento.

Ecce homo

"Pilato salió de nuevo fuera y les dijo: He aquí que os lo saco fuera para que sepáis que no encuentro en él culpa alguna"(Jn). La insistencia de Pilato en afirmar la inocencia de Jesús contrasta con su resistencia a restituirle la libertad. ¿Por qué no se decide a vivir la justicia como marca el derecho y la justicia? Su debilidad cada vez es más culpable. Y de nuevo hace un gesto que demuestra su poco conocimiento del corazón humano. "Jesús, pues, salió fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: He aquí al hombre"(Jn).

Como antes Caifás, Pilato ha tenido un gesto y unas palabras de contenido profético. Acaba de mostrar a la vista de todos al "varón de dolores", al hombre que lleva sobre sus espaldas todos los pecados de la humanidad. Éste es el estado del hombre bajo el pecado. Humillado, llagado, manchado por todos los insultos humanos. Jesús es el inocente que carga encima suyo la miseria humana.

"Cuando le vieron los pontífices y los servidores, gritaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo!". Ahora menos que nunca pueden aceptar a Jesús como Mesías rey y como Hijo de Dios, cuando sólo ven a un hombre derrotado y se llenan de odio, y quieren su muerte y gritan pidiéndola. "Pilato les respondió: Tomadlo vosotros y crucificadlo pues yo no encuentro culpa en él. Los judíos contestaron: Nosotros tenemos una Ley, y según la Ley debe morir porque se ha hecho Hijo de Dios". Al fin llega el verdadero motivo del juicio. Hasta ahora todo era inexplicable y las mentiras de los judíos ocultaban el verdadero motivo de su envidia y de su odio. Están fuera de sí. Pilato se sorprende del nuevo giro que están tomando los acontecimientos.

Nuevo diálogo de Pilato con Jesús

Pilato entró de nuevo en el pretorio. Allí está Jesús físicamente destruído, pero sin perder un ápice de la dignidad y de la fuerza. Jesús calla. Y Pilato le dice: "¿De dónde eres tú?". Ya sabía su lugar de origen, pero es consciente que hay mucho más. La pregunta es religiosa, ¿qué significa Hijo de Dios? Esta es la pregunta central de la vida de Jesús. Si es Hijo de Dios en una filiación divina única, toda la vida toma un sentido nuevo; es Dios con nosotros. Por otra parte, no parece un impostor, pero ¿por qué se presenta débil e inerme ante los que le persiguen? Pilato se da cuenta algo que hay algo que no entiende. Pero Jesús "no le dio respuesta"(Jn). Jesús nunca habla cuando el motivo de la pregunta no es la búsqueda de la verdad; y Pilato que ya ha sido infiel a su conciencia, parece ahora más movido por el temor y el desconcierto, que por el amor a la verdad.

Pilato ante el silencio de Jesús y le dice:"¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?"(Jn). Como si el poder fuera algo caprichoso; algo que va más allá del derecho y de la ley de Dios. La amenaza sirve para alguien que esté deseoso de ser liberado a toda costa; pero Jesús quiere la verdad cueste lo que cueste, y responde: "no tendrías sobre mí ningún poder si no te hubiera sido dado de arriba"(Jn). Pilato se sobresalta quizás, es posible que piense que lo de arriba fuese el mismo emperador del cual recibe ese poder del que tanto alardea; pero en realidad también los emperadores y los reyes reciben el poder de Dios, que les da la potestad para que rijan la sociedad y la dirijan al bien común. Cuando falta esta conciencia en los que mandan, el poder se ve como algo arbitrario y es fuente continua de injusticias. Pilato se siente culpable y Jesús añade: "por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado"(Jn). Pilato tiene pecado, pero tiene excusa en su ignorancia por la multitud de engaños que ha padecido. Los judíos que han entregado a Jesús tienen mayor culpa porque tienen la luz de la Ley en la conciencia y muchos más datos para reconocer a Jesús como Hijo de Dios; además han mentido y odian, y no pueden ser amigos de Dios con esas faltas. Su pecado iba a ser el de deicidio, el mayor que los hombres pueden cometer en esta tierra. Jesús con serenidad le expone la verdad de lo que está sucediendo.

He aquí a vuestro rey

"Entonces "Pilato buscaba cómo soltarlo". Ya se ha dado cuenta de lo que está sucediendo, aunque no lo sabe todo. Y ese Jesús, tan claramente inocente, tiene una misión religiosa de la que se le escapa todo el sentido, pero que es real. Los judíos se dan cuenta de sus intentos, pero también de su debilidad. Por eso, acuden a los gritos y a la amenaza en lo que más le duele. "Pero los judíos gritaban diciendo: Si sueltas a ése no eres amigo del César, pues todo el que se hace rey va contra el César"(Jn). Quieren que olvide la cuestión religiosa, que le conmueve en lo más íntimo, y vuelven a la cuestión política que ha sido el comienzo de la causa y ya ha quedado resuelta. Pero ahora la plantean poniendo en juego su posición en el imperio. Y eso le asusta. Era la única verdad de su vida: el poder. Todo lo ha planteado para conseguir esa posición, y ahora la puede perder por culpa de un infeliz que no se defiende, acusado por todos los poderosos del pueblo. Es necesaria mucha valentía para defender la verdad a costa de la propia posición. Y cede, no está dispuesto a ser valiente hasta el final. Por ello se agarra a la acusación política olvidando la religiosa, que era la verdadera.

"Pilato, al oír estas palabras, sacó fuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Litóstrotos, en hebreo Gabbatá. Era la Parasceve de la Pascua, hacia la hora sexta, y dijo a los judíos: He aquí a vuestro Rey"(Jn). Es la claudicación de Pilato ante los judíos; su voz contiene un tono triste de ironía. Acepta el motivo por el que le han entregado a Jesús, pero todos saben que no es verdad; la verdad es que se le condena porque es el Hijo de Dios y le rechazan con gritos. Coronado de espinas, condecorado de llagas, empapado de sangre de la cabeza a los pies, con salivazos en la cara, humillado en el alma, Jesús es presentado como rey. Y lo es. Es rey que vence el dominio del pecado en el mundo. Reina sobre el orgullo y lo vence, amando. Reina sobre los pecados de los sentidos, sobre la envidia, sobre la ira que se encrespa, sobre el pecado de las mil caras. Es rey que comienza a reinar en un nuevo reino donde se ama a pesar de todas las tentaciones. Ese es el rey que tienen delante de sus ojos.
"Pero ellos gritaron: Fuera, fuera, crucifícalo. Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey voy a crucificar? Los pontífices respondieron: No tenemos más rey que el César"(Jn). Se ven con la presa en sus manos y nada les va a apartar de su objetivo, poco importa que declaren como rey al odiado romano. Están dispuestos a pagar cualquier precio con tal de verle morir. "Entonces se lo entregó para que fuera crucificado".

Pilato se lava las manos y condena a Jesús

"Al ver Pilato que no adelantaba nada, sino que el tumulto iba a más, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo diciendo: Soy inocente de esta sangre; vosotros veréis"(Mt). Es un gesto llamativo; pero falso. Todo pecador tiende a justificar su conducta. Nadie quiere hacer algo malo diciendo que es malo. Y se declara inocente. Ha pecado contra la justicia y contra la verdad, ha rechazado al Hijo de Dios que se le ha manifestado y al que ha reconocido inocente. No bastan las intenciones para justificar la conducta; son necesarios los hechos a los que conduce nuestra voluntad. En este juicio han actuado parece diversas manifestaciones del pecado que Jesús ha venido a redimir: el odio, la envidia, la lujuria, la debilidad, el afán de poder, la violencia, la brutalidad de la sangre, la despersonalización en la masa. Por eso son los pecados de todos los hombres los que condenan al inocente, no sólo los de los que están presentes en el juicio. Y los pecados de la historia, de cada hombre, se acumulan sobre Jesús golpeándolo y rechazando su liberación. A pesar de todo Jesús sigue amando a los que le odian.
Cuando oyen que el juicio recae en ellos "todo el pueblo gritó: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!"(Mt). Estremece este grito de odio. Asumen la responsabilidad plena de sus actos, y condenan a muerte al inocente, al Salvador, al Hijo de Dios. Son bien conscientes de sus decisiones, no hay inadvertencia. Han pasado siglos desde aquel grito y el pueblo judío, errante hasta ayer, ha sufrido en carne propia aquella maldición: Jerusalén fue arrasada y el pueblo, en diáspora, padeció persecuciones continuas a lo largo de la historia, algunas al límite máximo del horror. Pero no fue sólo el pueblo judío el sujeto de ellas, son propias de todos los pecadores que rechazan la misericordia y se hacen acreedores de la justicia. La muerte y el infierno serán el pago de los que condenen a Cristo y en realidad se condenan a sí mismos. Jesús sufre por el amor rechazado. A cada uno le ofrecerá el perdón y la reconciliación, pero la autoexclusión del amor es el infierno, y Dios no quiere anular la libertad del hombre, libertad amante o libertad errante, pero verdadera libertad con consecuencias. Y un agudo dolor atraviesa el corazón de Jesús al ver el triste destino de aquellos sobre los que cae la sangre con toda la fuerza de la justicia. Dios perdona siempre, pero no puede dejar de ser justo.

Era el mediodía, hacia las doce, el momento en que se cruzan las horas tercia y sexta del modo romano de contar el tiempo. En aquél momento se sacrificaba en el Templo el cordero inmaculado y se separaba el pan fermentado del pan ázimo que se iba a utilizar aquellos días, en recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto. Coincidencia del querer divino que quiere convertir aquel sufrimiento en un verdadero sacrificio de la nueva Alianza. Cristo era el Cordero que quita el pecado del mundo. Gran misterio de la salvación, pero ¡cuánto dolor costó!

Era viernes, el sexto día de la semana. En el inicio de la Historia Dios creó a Adán el primer hombre en ese día y vio que era muy bueno lo que había hecho. Ahora también el día sexto otro hombre -Jesús- va a recomponer lo que el primero había destrozado con su pecado. Más adelante, el primer día de la semana, Dios dará vida nueva al hombre que, como nuevo Adán, recompone a la humanidad creada destrozada por el pecado, si ella quiere. La libertad se mostró pecadora y trajo desastres sin cuento entre los hombres. Cristo con una libertad amorosa va a traer bienes mucho mayores que los primeros, pero, ¡a qué precio!

La cruz

En medio del griterío desbordado, Pilato les entregó a Jesús para que fuese crucificado (Jn). No es una mera condena por rebelión, ni siquiera una condena a muerte sin más, sino la muerte en la cruz. Era tan injuriosa la condena que estaba prohibida para los ciudadanos romanos. A la tortura se añadía la infamia. Era una muerte lenta y exasperante, una tortura cruel, era el peor suplicio que podían encontrar para matar. Se clavaban las manos y los pies en el madero y al colgar, el cuerpo se consumía en la asfixia. Al desangrarse, se padecía gran sed y fiebres, unido a unos dolores intensos al estar colgado el cuerpo de tres hierros. Era una muerte pública, de escarmiento por la gravedad de los delitos.

Jesús va a dar un paso en ese abajamiento y humillación para salvar a los hombres. Podía haber sido de otro modo, pero entonces no se hubiera descubierto el misterio de iniquidad del pecado y su gravedad, ni se hubiera revelado la hondura del amor de Dios. La cruz era el modo de expresar un océano sin límites de verdad y de bondad. Demuestra el amor excedente de Dios, un amor que se da, dispuesto a todo, un amor hasta el vaciamiento total. La cruz muestra el valor del hombre, el gran precio que Dios está dispuesto a pagar por la salvación de cada uno. El mismo Dios se humilla y sufre, y las ideas humanas sobre Dios tiemblan ante la realidad de tanto sufrimiento de un Dios que quiere ser un juguete para los juegos macabros de los hombres perversos. La crueldad y el dolor se hacen medios para expresar el amor misericordioso. Y Jesús como hombre asume su papel con generosidad y convierte la muerte en acto de amor humano con valor infinito, porque también es Dios.

La cruz revela la misericordia, es amor que sale al encuentro del que experimenta el mal. la cruz es la inclinación más profunda de la divinidad hacia el hombre; es como un toque de amor eterno sobre las heridas más dolorosas, es un amor que vence en todos los elegidos las fuentes más profundas del mal. Y ¿por qué es esto así? Porque Jesús ama sobre todo al Padre. Y con ese amor ama a los hombres esclavos del pecado.

"Después de reírse de él, le quitaron la púrpura y le pusieron sus vestidos. Entonces lo sacaron para crucificarlo"(Mc). Lo desnudan de sus indignas vestiduras y quedan en evidencia todas las heridas y los golpes de la flagelación. La heridas, ya infectadas, se reabren y vuelven a sangrar; no hay en Él parecer ni hermosura; es el hombre que lleva marcados los signos de los pecados. Le colocan sus vestidos, y la túnica inconsútil fabricada por manos amorosas, vuelve a cubrir su cuerpo. Todos podrán distinguir bien quién es, pues ha vuelto a recuperar su aspecto. La corona de espinas la dejan, y cada movimiento hace que vuelva a sangrar la cabeza: el rojo de la sangre se confunde con el de la túnica. "Tomaron, pues, a Jesús; y él, con la cruz a cuestas, salió hacia el lugar llamado de la Calavera, en hebreo Gólgota, donde le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y en el centro Jesús. Pilato escribió el título y lo puso sobre la cruz. Estaba escrito: Jesús Nazareno, el Rey de los judíos. Muchos de los judíos leyeron este título, pues el lugar donde Jesús fue crucificado se hallaba cerca de la ciudad. Y estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. Los pontífices de los judíos decían a Pilato: No escribas el Rey de los judíos, sino que él dijo: Yo soy Rey de los judíos. Pilato contestó: Lo que he escrito, escrito está"(Jn). Pilato, sin saberlo, le ha proclamado rey, una vez más y definitivamente. Pero Cristo es rey, desde la cruz, sólo en aquellos corazones que captan el reinado de amor venciendo la tiranía del pecado y del diablo. El título ha quedado escrito en tres idiomas. pero el reino de Cristo será universal, pues por todos derrama su sangre.

El trayecto del pretorio hasta el lugar de la crucifixión no es largo, de un kilómetro, más o menos. Primero recorre unas pocas calles de Jerusalén, después atraviesa la puerta judiciaria, y, a campo abierto, asciende el pequeño montículo de Calvario, bien visible desde las murallas de la ciudad; los caminos pasan cerca del lugar de la ejecución.

Llevaban con Él dos malhechores para ser ejecutados. Forma el centurión con un buen grupo de soldados, y avanza la comitiva con gran dificultad. Las calles se llenan de gente que hay que apartar sin contemplaciones. No todos insultan, lloran algunas mujeres. Jesús puede detenerse ante ellas. "Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que lloraban y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque he aquí que vienen días en que se dirá: dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: caed sobre nosotras; y a los collados: sepultadnos; porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué se hará en el seco?"(Lc).

Estas mujeres son distintas de las galileas que acompañaban a Jesús en su caminar, anunciando el Reino de los cielos. Eran de Jerusalén, convertidas en los diversos viajes de Jesús a la ciudad santa. Lloran porque es grande el dolor. Lloran, pero no huyen. Lloran, pero siguen creyendo. Su amor no les permite dudar de la verdad de lo creído en los momentos de luz. Ahora todo es oscuro, dramático, sangriento, no hay milagros, Dios parece enmudecido. Pero no dudan de Jesús. El amor les lleva a una intensa compasión y hacen lo que pueden: lloran. En la pasión donde pocos discípulos estarán presentes, las mujeres tendrán una parte muy importante. El amor es el fin de la fe, y ellas saben querer, también cuando todo lo externo parece hundirse.

Jesús, entrecortadamente, les explica la gran tragedia del pecado. Si al inocente lo ven tan destrozado, ¿como será la condición de los pecadores? Leña seca para el fuego eterno, que Jesús intenta apagar con las lágrimas de un amor verdadero por los que no pueden, ni a veces quieren, rectificar. Las lágrimas de las mujeres son sinceras y doloridas. Nada puede dar consuelo a su dolor. Jesús lo sabe y se lo agradece, a la vez que les enseña, una vez más, cual es el sentido de su cruz.

Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar su cruz

"Y a uno que pasaba por allí, que venía del campo, a Simón Cireneo, el padre de Alejandro y de Rufo, le forzaron a que llevara la cruz de Jesús"(Mc). Simón pasaba por las cercanías de Jerusalén y se encontró con Jesús cargando con la Cruz salvadora, abrumado por el peso. Simón venía del campo y pasaba por aquel lugar situado fuera ya de las murallas de la ciudad y próximo al montículo del Calvario. El hecho de llamarle cirineo indica que debía proceder de esta región del Norte de África, aunque fuese judío. Cabe que estuviese en Jerusalén de paso, o en peregrinación por la Pascua, o viviese establemente allí después de haber vivido un tiempo fuera. Los nombres de sus hijos, Alejandro y Rufo, revelan procedencia griega y latina respectivamente.

Todo parece casual en aquel encuentro con Cristo y su Cruz. Casual es su presencia en la ciudad, casual es su paso por aquel lugar, casual es que le fuercen a llevar la Cruz del Señor. Pero aquellas circunstancias son ocasión de una transformación profunda en aquel hombre, más llamativa, si cabe, por inesperada.

No estaba ni con los que insultan o gritan contra Jesús, ni con los discípulos. Tampoco parece un espectador curioso, simplemente "venía del campo" (Mc). Y "le obligaron a llevar la cruz"(Mt). "Le cargaron con la cruz para que la llevase detrás de Jesús"(Lc).
No parece difícil imaginar la conmoción de Simón. Andaba tranquilamente por el camino, como se va por los caminos de la vida; oye un tumulto, le llama la atención, se acerca... y de repente los soldados le rodean y a gritos le fuerzan a llevar la cruz de uno a quien van a crucificar. Quizá le dió tiempo para enterarse quién era aquel a quien ayudaba; quizá no pudo preguntar pero leyó la inscripción de la cartela que indicaba el delito: "Jesús Nazareno Rey de los judíos". Al coger la cruz, Jesús, se ha vuelto y le ha mirado; no hay en él hermosura, es un desecho de los hombres...y, sin embargo, aquella mirada conmueve el corazón del cirineo, rudo quizá, pero noble... Aquel hombre quiere la cruz; sabe que va a morir y se dirige –exhausto, pero sereno- a emprender la última ascensión; varias decenas de metros de desnivel, pero empinadas. El condenado –a rastras el último tramo- sigue subiendo hasta la cima del Gólgota, si no es que fue llevado en parte por los mismos soldados.

Al mismo tiempo oye los insultos feroces de una multitud, además, muchos de ellos eran fariseos y escribas, incluso estaban allí ancianos del Sanedrín y Sacerdotes. La sorpresa de Simón debió crecer. Si era un rebelde contra los romanos y por esto condenado, los judíos debían estar tristes y apesadumbrados, pues era de los suyos. Pero los más indignados son los judíos importantes, que le gritan cosas tremendas y blasfemas.

Cuando llegaron al lugar de la crucifixión la sorpresa debió ser mayor. Simón, cansado, deja la cruz en el suelo y, muy probablemente, permanece allí. Entonces contempla la escena tremenda de la crucifixión, tanto la de Jesús como la de los ladrones. Debieron ser muy distintas. La costumbre era darles una bebida que calmase un poco el dolor, los ladrones debieron beber con ansia; Jesús se negó a tomarla, aunque, agradeciendo el gesto, probó un poco. Luego, entre varios hombres, se sujetaban los cuerpos que iban a ser enclavados.

No sabemos si permaneció allí mucho más tiempo, pero aquello bastaba para hacerle reflexionar y buscar enterarse a fondo sobre quien era aquel Rey de los judíos a quien él habían ayudado a llevar su Cruz. Si presenciar cualquier muerte conmueve, mucho más una muerte lenta como la crucifixión, y, más aún, la de uno que perdona a los que le están matando. Aquello no podía tener una explicación natural, y realmente no la tenía. Simón acaba de tener un encuentro con la Cruz de Cristo, una Cruz que era la Salvación del mundo; él no lo sabía, pero aquel encuentro, fastidioso al principio, fue el comienzo de su salvación. La referencia a sus hijos lo muestra como bien conocido entre los primeros cristianos.

Simón de Cirene se encontró con el dolor de Cristo y se convirtió. Bienaventurado el hombre de Cirene llamado Simón, porque él no buscaba a Dios y se lo encontró.

La crucifixión

"Llegaron al lugar llamado Gólgota, esto es, lugar del Calvario". Jesús está exhausto, le queda poca vida por causa de tanto dolor en el cuerpo y en el alma. Pero sigue firme, no se queja. Alrededor suyo hay griterío. Gritan los ladrones en su desesperación. Gritan los soldados en su triste tarea. Gritan los odiadores de Jesús. Todos gritan y el cielo calla sin descargar el castigo a los culpables. Jesús calla y reza. Pronto sabremos el contenido de sus pensamientos y oraciones.

"Y le dieron a beber vino mezclado con hiel; y, una vez probado, no quiso beber"(Mt). Estas bebidas intentaban paliar algo el dolor de los crucificados; eran como un anestésico y un calmante. Los ladrones lo beben a grandes tragos, como intentando acallar el dolor que se les avecina, un dolor absurdo, un dolor terrible, un dolor sin esperanza. Pero Jesús no bebe. No quiere que disminuya en nada el dolor.

Quiere apurar ese cáliz. Para Él sí tiene sentido lo que está ocurriendo. Es un sacrificio de expiación. El dolor y la muerte entraron en el mundo por el primer pecado, ahora pasando por ellos se vence a la causa que es el pecado. Sacrificio doloroso, sacrificio salvador. Dolor convertido en expresión del amor más grande, el que ama a todos sin excepción.

El acto de la crucifixión era terrible. Varios hombres intentaban inmovilizar al reo. Uno en cada brazo y otro en las rodillas. Un cuarto tomaba el clavo lo colocaba sobre las muñecas y con golpes fuertes y diestros atravesaba la carne y todos los tejidos y adhería la mano a la madera. Los pies se colocaban uno sobre otro, y de nuevo con un clavo más largo los atravesaban pegándolos a la cruz. Luego se levantaba la cruz y el cuerpo quedaba pendiente solamente de los tres clavos. Todo el cuerpo se desplomaba. Los gritos de dolor se atenuaban por la dificultad para respirar.

La crucifixión de los dos ladrones fue dura, eficaz, cargada de luchas y de insultos. Cuando llegan a Jesús, los soldados ven con sorpresa que no se defiende. Intentan sujetarle, pero no ofrece resistencia. Se tiende en el madero y extiende sus brazos. Es el Sacerdote eterno que abre sus brazos para abarcar a todos los hombres de todos los tiempos que necesitan misericordia para no incurrir en el castigo. Desde el cielo el Padre eterno observa el amor del justo y une su dolor al dolor del Verbo, al dolor del Hijo. El Espíritu Santo actúa en la voluntad humana de Jesús impulsándole al sacrificio. El tiempo se detiene en el acto más sagrado de la historia de los hombres, aunque esté envuelto por tanta ignominia. Se está mostrando un amor divino y humano que son superiores a todos los dolores imaginables que los hombres puedan nunca seguir. Cuando el primer clavo atraviesa la mano derecha en el lugar preparado en el madero todo el cuerpo se retuerce, y Jesús contiene con dificultad un lamento que sale de su cuerpo atormentado. Después estiran la mano izquierda para que coincida en el agujero del otro lado, y se repite el fuerte martilleo que taladra el cuerpo y el alma de Jesús. Cruzan los pies apoyándose en las rodillas y los atraviesan de un golpe certero. Todo el cuerpo se arquea como la cuerda de un violín. Golpean más, y fijan bien los pies a la cruz. Por fin, lo levantan con gran esfuerzo y el cuerpo queda sujeto por aquellos tres clavos; toda la respiración se hace difícil y asfixiante. La sangre mana de las tres heridas hasta el suelo. Cada respiración, cada palabra, intensifica el dolor. Los músculos se contraen. La mente se nubla por la falta de aire. El calor del mediodía se ceba en los crucificados y las moscas acuden a la sangre sin que nadie pueda apartarlas. Así van a transcurrir aquellas tres interminables horas en las que se consuma el sacrificio perfecto realizado por amor y obediencia.

Echan sus ropas a suertes

"Después de crucificarle, repartieron sus ropas, echándolas a suerte"(Mt). Es una crueldad añadida a todo lo que sucede. Es el dolor de la indiferencia, embrutecimiento más bien, de los soldados ante lo que está ocurriendo. Saben algo de lo que está sucediendo, pero su corazón no responde a los sentimientos de compasión. Cumplen su deber y procuran extraer de él algún provecho personal.

No quieren partir la túnica por que está tejida de arriba abajo de una pieza. Es valiosa. Y la Iglesia que nace está simbolizada en esa túnica que no debe dividirse, porque debe ser una y única, aunque algunos intenten dividirla. "Y sentándose le custodiaban allí. Pusieron escrita sobre su cabeza la causa de su condena: Este es Jesús, el Rey de los Judíos. También crucificaron con él a dos ladrones: uno a la derecha y otro a la izquierda"(Mt).

Padre perdónales

"Y Jesús decía: Padre perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc). Es la primera palabra de Jesús en la cruz. Ahora es posible saber lo que ocurre en su interior. Habla al Padre. Toda su vida ha sido mostrar al Padre que ama, que cuida de los hijos, que escucha en lo secreto. A Él se dirige con el nombre de Abbá, uniéndose a su voluntad que quiere que tome este cáliz de amor y sacrificio. El Padre calla, pero no está lejano o indiferente, sino que padece una verdadera pasión impasible, como un dolor de amor, que decide -desde su paternidad- no utilizar el castigo justo sino el perdón y la misericordia para los que quieran arrepentirse.

Jesús pide al Padre que perdone a los hombres. El perdón es una forma de amor no exigible en justicia, que exige reparación, y castigo. Jesús es el Hijo, el Hijo del hombre que clama perdón porque perdona. Y pide al Padre su amor superior. Ante los ojos de Jesús desfilan todos los pecados de los hombres: asesinatos, violaciones, robos, falsedades, blasfemias que son ofensas al mismo Dios, además de ofensas al hombre. Cada pecado es golpear al mismo Dios, matarlo si fuese posible, ofender su amor. Cristo está perdonando cuando le clavan al madero y su pensamiento es pedir que el Padre también perdone.

Para pedir este perdón busca una excusa: "no saben lo que hacen". Algo saben, porque si no habrían pecado; pero no todo. No saben el horror profundo que significa un pecado. Hay una cierta inconsciencia en esos pecados. El pecado afrenta a Dios, tiene una cierta dimensión infinita y horrible, también los menores, no sólo los más terribles como son la rebeldía lúcida de odiar a Dios. Es la traición al amor que nada niega. Es el desprecio del hijo a un Padre que le ama de un modo pleno, perfecto, total.

Cristo no piensa en su dolor en esta primera palabra; piensa en el perdón, pide la paciencia divina, clama por la misericordia. Ama con plena lucidez perdonando al que ofende. Jesús está dispuesto a cumplir toda justicia y pagará por los que no pueden pagar.

Sólo quien ama puede captar la gravedad del desamor. Cristo encuentra la disculpa de que no saben lo que es un pecado. Sólo Dios puede juzgar el grado de inconsciencia que hay en el hombre. En Satanás la lucidez fue tan grande, y el desprecio de Dios tan libre, que fue imposible la redención. Para el hombre no es igual, un velo impide ver tanto el mal como el bien en toda su hondura.

Jesús no está cerrado en sí mismo concentrado en su propio dolor, sino que está viviendo aún en medio de la angustia de la muerte, y muerte de cruz, esa forma de amar que es el perdón. Se olvida de sí, para concentrarse en la petición de perdón que llenará el mundo en una lluvia de gracia.

La cruz estéril del mal ladrón

Jesús fue condenado a muerte con apresuramiento, y fue crucificado "en medio" de dos ladrones , como para indicar que su delito era el mayor de los tres. Era una humillación más entre las muchas que recibió el Señor. La compañía aumenta la ignominia. Y esa humillación será, sin embargo, una oportunidad preciosa para los ladrones, sólo aprovechada por uno de ellos, a la vez que es un descrédito más de Jesús ante el pueblo. Los comienzos de la crucifixión no pudieron ser peores, pues los ladrones "también le injuriaban"(Mc).

Los hechos debieron ser complejos a lo largo de aquellas horas de extraña compañía. Es de suponer que en un comienzo los dos ladrones injuriasen a todos y a todo. Después se fijan en los insultos que los sanedritas, los sacerdotes y los escribas dirigían a Jesús, y se unen a ellos. Oyen como dicen: "Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo si eres Hijo de Dios y baja de la cruz"(Mt). Esta es la expresión que recoge uno de los ladrones: "¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti y a nosotros"(Lc).

Es comprensible la desesperación del condenado a muerte, aunque no lo es tanto su resistencia a arrepentirse teniendo la muerte tan cerca. Quizá sus pecados anteriores le ciegan de tal modo que le impiden recurrir a Dios en el último trance. Su cruz es una cruz estéril. Muere impenitente, desesperado, blasfemando. Está lleno de odio a todos. No sabemos si al final rectificó como su compañero, aunque es muy posible que los evangelistas lo hubieran transmitido. Aquel hombre no supo morir, no quiso pedir perdón a quien podía concedérselo.

La cruz del mal ladrón es una cruz inútil. Su dolor es un dolor estéril. Su rebeldía es absurda. Vio morir a Jesús. Escuchó el arrepentimiento de su compañero, así como la extraña respuesta de Jesús que le promete el Paraíso. ¿Por qué no reflexionó entonces? No lo sabemos. Después pudo contemplar las tinieblas que llenaron la tierra y oscurecieron totalmente la luz del sol; escucharía con sobresalto el grito de Cristo cuando entregó su vida y expiró. Sentiría bambolearse la cruz con el temblor de tierra que se produjo. Quizá también escuchó al centurión que se convierte al ver morir a Jesús, así como el pánico de los que le enseñaron a insultar a Cristo. Pero nada de esto le hizo reaccionar.

Burlas e insultos al pie de la cruz

La dureza de la condena y el hecho de estar plenamente en el suplicio no acalla a los enemigos de Jesús, sino que se ensañan intentando herir su alma. "Los que pasaban le injuriaban moviendo la cabeza y diciendo: Tú que destruyes el Templo y en tres días lo edificas de nuevo, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. Del mismo modo, los príncipes de los sacerdotes se burlaban a una con los escribas y ancianos, y decían: Salvó a otros, y a sí mismo no puede salvarse; es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él; confió en Dios, que le salve ahora si le quiere de verdad, pues dijo: Soy Hijo de Dios. De la misma manera, también le insultaban los ladrones que habían sido crucificados con él"(Mt). El tema de fondo es el fracaso de su misión.

Aquellos hombres, muchos de ellos importantes, le acusan de nuevo con el grito de "sálvate a ti mismo". ¡Precisamente, la salvación era lo que se estaba realizando ante sus ojos!, pero el demonio ciega aquellas mentes obnubiladas. Una niebla del infierno impide ver lo que Isaías había profetizado como un sacrificio de expiación realizado por el varón de dolores, el siervo de Yavé.

El templo de su cuerpo estaba siendo destruido en aquel momento, pero al tercer día sería reconstruido. Pero ellos no se lo creen. Son muy objetivos: sólo cuentan con el poder y sus artes. Y rechazan un rey que reina desde un madero. Y le echan en cara su confianza en Dios, como si Dios no le escuchase. Es el peor de los insultos, la peor blasfemia. Así estuvieron tiempo hasta que se fueron marchando poco a poco.

La conversión del buen ladrón

No todo fueron insultos y burlas en torno a Jesús. "Uno de los ladrones crucificados le injuriaba diciendo: ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a tí mismo y a nosotros. Pero el otro le respondía: ¿Ni siquiera tú que estás en el mismo suplicio temes a Dios? Nosotros, en verdad, estamos merecidamente, pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno. Y decía: Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino. Y le respondió: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso"(Lc).

Jesús que había callado ante las burlas, los azotes y durante la misma crucifixión. Ante esta palabra de su compañero de suplicio, hablará.

La paciencia y la humildad y el silencio de Cristo a lo largo de la Pasión es patente; ahora se advierte en Él un gozo que brilla como una luz en la noche. Jesús había declarado que la alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente es grande, y había descrito la alegría del padre ante el hijo que vuelve a casa; pero la reacción de Jesucristo es más expresiva en aquellos momentos. Su palabra es tan fuerte que parece como si quisiera desclavarse por un momento de la Cruz para abrazar al hijo que vuelve a la casa del Padre.

Toda conversión es cosa de un instante, pero suele tener una preparación. Y, vemos como Dimas se dirige, en primer lugar, al otro ladrón diciéndole: "¿Ni siquiera estando en el suplicio temes a Dios?"(Mt). El que habla parece sorprendido y es que Dimas conserva en estos momentos la capacidad de mirar la muerte desde la sencillez de un corazón sincero aunque pecador. Y esta sinceridad, esta sencillez, le mantiene despierto el sentido común de entender que, ante la muerte, todo lo que se considera importante deja de serlo. Ilusiones, vanidades, honores, títulos, dineros, goces, todo pierde valor ante la vida que se va. Dimas sabe que la vida de los tres se va de un modo inexorable. Al morir cada hombre queda solo ante Dios. Sólo ante la justicia verdadera y total. El buen ladrón recuerda que la Justicia divina muy superior a la justicia humana, y, como es lógico, le invade el temor. El temor a Dios es un sentimiento de respeto pleno ante quien no puede ser engañado.

Y añade una confesión en toda regla: "nosotros en verdad, justamente recibimos lo merecido por nuestras obras". La memoria agolpaba todas las miserias de su vida ante sus ojos. La conciencia, tantos años acallada, clama. "¡Lo has merecido!" "¡Eres culpable!". Y en lugar de rebelarse, buscar excusas, reconoce sus pecados.

En su arrepentimiento está también la proximidad de la Cruz de Jesús: "éste no hizo mal alguno". Al principio llevado por el dolor, la aflicción y el desespero insulta al Señor. Después miró a Jesús y vio su silencio, su paciencia. Escuchó sus palabras de perdón, que le llegaron a lo más íntimo del alma, serían como un dardo de fuego en su conciencia. ¡Cuanto había deseado el perdón del suplicio de la cruz¡ pero ahora escucha un perdón distinto, aquella primera palabra de Jesús en la Cruz actúa en su mente como una luz que va creciendo en la medida en que está más cerca y Dimas no consiente que se apague. Quizá sabía cosas del Maestro; ¿quién no las conocía en Israel? las conocería con el desinterés del que se sabe muy lejos de un asunto religioso; pero actuarían como la semilla sembrada que actúa sin ser vista y, en un momento dado, ahora, junto a la cruz, da fruto. Jesús no era un ladrón, no era un rebelde político, no era hipócrita como los fariseos; era sencillo, era bueno, se compadecía de los pobres y de los enfermos, era sabio y no aprovechaba su ciencia para medrar quizás. Estas y otras ideas semejantes volarían por su cabeza, y se compararía con Jesús. ¡Qué contraste! ¡Qué injusticia condenar a un inocente! ¡Qué errores lleva la justicia manejada por hombres malos! "Yo sí que tengo culpa" pensaría, y lo reconoce. Con la mirada arrepentida ve más clara la inocencia de Jesús.

Colgados del madero los crucificados podían ver a los que estaban más cerca; y quizás vio a la Madre de Jesús. La ve llorar y, entonces, el recuerdo de su infancia brota en su mente: "¿Qué pensaría mi madre si me viese aquí?". Por fin se atreve a hablar a Cristo: "Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino". Hay muchos modos de expresar el arrepentimiento. Dimas encuentra uno especialmente delicado y claro. Entiende a Jesús. No se trata sólo de un arrepentimiento, se trata de una conversión radical al Reino de Dios. Dimas llama a Jesús por su nombre. Bien sabía él que la palabra Jesús significa "Yavé salva" o "Salvador". Dimas ve al Salvador.

La humildad de las palabras que siguen es conmovedora. No dice "perdóname" palabra dichosa siempre; ni dice "ayúdame"; sino "Acuérdate", "no te olvides de mí". Soy un desecho de los hombres, pero ante Dios mi vida tiene un valor desconocido antes para mí. Es como una petición pequeña, como del que se sabe sin derechos para pedir más. No pide un alivio para el dolor que merece, sino el consuelo del nuevo Reino de ese Jesús, pide aprender a amar como Jesús está amando en la Cruz.

Luego concreta el momento del recuerdo: "cuando llegues a tu Reino". En la raíz de las incomprensiones que sufrió y sufre Cristo está, además del pecado, la ceguera sobre la naturaleza del Reino. No es un reino material, más o menos organizado, no es un reino para esta tierra, no es un reino de este mundo; es el reino de la Verdad -como dijo Jesús a Pilato- es el reino que empieza en esta tierra con la pequeña semilla de la fe y que crece hasta la vida eterna. El reino que pide Dimas es el reino que ofrece Jesús. Y por eso se lo da. Le bastó la luz directa de Dios para comprender lo que los guías ciegos y eruditos no acertaban a comprender porque su corazón estaba endurecido.

Y la respuesta no se hizo esperar, Jesús le contestó con la misma expresión que solía utilizar para las declaraciones solemnes: "En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso"(Mt). Las palabras de Jesús suenan vibrantes y rápidas, como si un despertador le sacase de un sueño silencioso. Y perdona como Dios. Da mucho más de lo que se le ha pedido. Dimas sólo le pidió un recuerdo, Jesús le da el Cielo.

Hay muchos matices en la brevedad de estas palabras. Primero la meta: "el Paraíso". Luego, la compañía: "conmigo". Después, el tiempo de espera: "Hoy". Para el que sufre todas las palabras del médico son preciosas, escuchadas con atención y sopesadas después en la soledad. Dimas las repetiría de un modo incesante en las horas que le quedaban de vida. Y, al repetirlas, su dolor dejaba de ser pena para ser penitencia. Su sufrimiento pasa a ser purificación esperanzada, purgatorio mitigado.

Dimas pudo ver la muerte de Jesús hasta que el gran grito de Jesús y los extraordinarios fenómenos del cielo y la tierra le conmovieron de nuevo. Algo más tarde los soldados aceleran su muerte con el crurifragio. Aquellas horas fueron su purgatorio. Sus dolores fueron sufrimientos consolados por la esperanza y por las palabras del Señor.

Las tinieblas en pleno mediodía

"Era ya alrededor de la hora sexta, y las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora de nona. Se oscureció el sol"(Lc). Era plenilunio y era imposible un eclipse. Los curiosos que contemplaban lo que estaba sucediendo se retiran asustados ante aquella prematura noche. Los que insultan a Jesús también, llenos de temor, como si Jesús fuese a hacer algún prodigio, como tantas veces había hecho. Los soldados se cubren con sus mantos sin saber que decir, asustados, pero permanecen en sus puestos. La noche y la tiniebla inundan aquel mediodía.

Esas tinieblas dejan entrever la acción del señor de las tinieblas, que es el diablo. Satanás había tentado a Jesús en el desierto, pero fue vencido, y esperaba el momento propicio para actuar con todo su poder. Él estaba en el origen de los ataques de parte de aquellos que no creían en Jesús y acabaron odiándole. Su acción es intensa en la noche del jueves y el viernes por la mañana, en los diversos juicios en que se condena a Jesús.

Ahora es la hora del poder de las tinieblas, la hora de la suprema tentación. Va a intentar conseguir poner al Padre en estado de sospecha, de modo que Jesús experimente como un abandono del Padre, que se sienta solo y desolado. Además le hará ver la inutilidad de todos los padecimientos por los hombres ingratos que rechazarán el amor que se les brinda. Jesús va a tener que luchar como hombre contra estas tentaciones. Ahora se va a revelar un amor que permanece.

María al pie de la cruz

En medio de la tiniebla hay un consuelo. Al pie de la cruz está su Madre, alentando y consolando al Hijo como sólo ella puede hacerlo. Es una luz en aquel momento terrible. No sabemos cómo consigue que le dejen acercarse a su Hijo; posiblemente sea a causa de la compasión del centurión. Al principio, llueven también sobre ella los insultos dirigidos a su Hijo; pero no retrocede. La acompaña Juan, el primer discípulo, el apóstol amado, el más fiel, el que más ha sabido rezar y comprender al Maestro.

Tener a Juan es un consuelo para María. Juntos han seguido a la triste comitiva por el camino del Gólgota. Juan guía a María, aunque es él quien se apoya en la firmísima decisión de ella para apoyar en lo que esté en su mano a Jesús en su Sacrificio. En la oscura soledad de la Pasión, María ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de comprensión, de afecto y de fe.

María agradece a Juan su presencia en aquellos momentos y permanecen unidos en ese trance de dolor y de oración. La conversión de uno de los ladrones es un destello de consuelo, y también para María y Juan.

Entonces el Señor dirige su tercera palabra a estos testigos silenciosos, María y Juan, que le observan con dolorosa atención. Jesús mira a la Madre, y dice entrecortadamente: "Mujer, he aquí a tu hijo"(Jn). No la llama Madre, como si fuese el grito de dolor de un hijo, sino que la llama: "Mujer". Jesús piensa en la primera mujer a través de la cual entró el pecado y la muerte en el mundo. María será la mujer nueva portadora de la promesa divina de la victoria en la lucha terrible contra el mal. Jesús le encomienda la nueva misión de extender su maternidad a todos los hombres representados por Juan.

En el momento oportuno, cuando Jesús llega a su máxima entrega, María está a la altura del Amor de su Hijo y se entrega plenamente a la bondadosa voluntad de Dios sobre los hombres, y por eso se le encarga la maternidad de todos los hombres: Esta nueva maternidad de María, engendrada por la fe, es fruto del nuevo amor que maduró en ella definitivamente al pie de la cruz, por medio de su participación en el amor redentor de su Hijo.

Este es el gran legado que Cristo concede desde la Cruz a la humanidad. Es como una segunda Anunciación para María. Hace treinta y tres años un ángel la invitó a entrar en los planes salvadores de Dios. Ahora, no ya un ángel, sino su propio Hijo, le anuncia una tarea nueva: recibir como hijos de su alma a los causantes del asesinato de su primogénito.

Y Ella aceptó, desde el principio, todo lo que Dios quisiese; su entrega era total desde el comienzo. La primera mujer fue infiel a Dios, porque prefirió su juicio a la sabiduría de Dios. Ahora se le va a pedir a María que venza una prueba enorme: se le pide que no se rebele contra el Padre por llamar a la muerte y al sacrificio al Hijo, que también es Hijo suyo. Se le pide que vaya más allá del amor natural y sobrenatural del Hijo para querer como el Padre y el Hijo están queriendo en aquellos momentos. Y, para eso, hace falta mucha fe en Dios y un amor que esté purificado plenamente. María vuelve a estar a la altura del momento.

Entonces se escuchó la palabra dirigida por Jesús a Juan: "He aquí a tu madre"(Jn). Jesús mira al único que ha sabido ser fiel. Es un hijo y se lo entrega a su Madre. Bien sabe el Señor los cuidados que necesita un recién nacido para madurar, y Juan era un primer fruto de la Cruz redentora.

Juan la tomó como suya (Jn), la acogió como madre, se dejó cuidar como hijo. La pena que Juan sentía se alivió algo sabiendo que podía cumplir un deseo del Maestro.

Juan fue elegido porque estaba allí. Jesús no podía ni llamar a nadie, ni señalar a nadie: sólo mirar a quién tenía delante y, mirando, vio al que siempre estaba donde debía; le pidió un favor, algo que tiene mucha más fuerza que un mandato cuando hay amor por medio. Juan acepta el deseo que es un mandato.

María es la Mujer por excelencia, ya que -en ella- la naturaleza humana no ha sido deformada por el pecado. Pero también es la Madre por excelencia.

María Madre de Dios,"Madre de Cristo, Madre de los hombres. Sólo Jesús sabe lo que hay en el corazón de su madre, por eso la llama mujer, no María o mamá. Jesús sabe que comienza una nueva época para la humanidad, pero sabe que el pecado entró por una mujer en el mundo, la madre de los vivientes. Ahora María será la nueva Mujer, la nueva Eva que traerá desde su maternidad la nueva vida al mundo. Su nueva maternidad le agranda el corazón hasta límites insospechados. Jesús entrega a su Madre como Madre de todos los vivientes, especialmente de los que serán hijos de Dios por la gracia.

Las mujeres al pie de la cruz

Las mujeres están en el Calvario. No sólo estaba la Madre de Cristo y la "hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena"(Jn), sino que "había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle" (Mt). Las mujeres se mostraron más fuertes que los Apóstoles; en los momentos de peligro, aquellas que "aman mucho" logran vencer el miedo. Ya antes, en la vía dolorosa, también "se dolían y se lamentaban por él" (Lc).

Quizá hubo un flujo de idas y venidas en el Calvario, y, por eso, los evangelistas no coinciden. La primera es María Santísima, otra es María Magdalena citada expresamente por tres evangelistas, ya que el cuarto sólo habla genéricamente de las mujeres; dos hablan de otra María, la madre del apóstol Santiago y José, luego la madre de los hijos de Zebedeo, que son Juan y el otro Santiago, Marcos habla de Salomé que parece ser el nombre de esta mujer, y Juan nombra a María, mujer de Cleofás, y hermana de María Santísima.

Las mujeres entienden mejor que los hombres, quizá porque saben mejor que el amor y el dolor son inseparables. Aquí esta la raíz de su perseverancia. Son fuertes porque aman más y mejor. El pensamiento no puede dejar de considerar que es muy posible que la femineidad esté mejor dotada para el amor fiel.

Aquellas mujeres ven el Cuerpo destrozado de Jesús, ven los clavos que le atan al madero atravesando sus manos y pies; su respiración angustiosa, por tener el cuerpo suspendido sobre los tres clavos que oprime con fuerza los pulmones, las heridas de los latigazos recibidos pocas horas antes; la corona de espinas cubriendo su rostro de sangre y sudor; el barro unido a la sangre coagulada que oculta aquella mirada misericordiosa que tan bien conocen. Se cumple detalladamente la profecía de Isaías: "Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay en él nada sano. Heridas, hinchazones, llagas podridas, ni curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite".

Sus ojos contemplan un auténtico destrozo que muestra a Jesús como un fracasado. La inteligencia ven ese fracaso como el de otro un rey derrotado, un hombre humillado hasta el extremo. Las esperanzas de un reino de paz, justicia, amor y libertad se presentan lejanas o quiméricas para la pura razón. Pero los ojos del corazón van más lejos, y ven a alguien que ama y sufre de una manera nueva, comprenden que está allí libremente y captan, con más o menos claridad, que se trata de un Sacrificio nuevo. Bien sabían ellas las múltiples maneras Jesús hubiera tenido de eludir la Cruz, o los modos de luchar que suelen usar los guerreros de este mundo, y no quiso usar el Señor; ellas se dan cuenta de su entrega total al Padre y su amor misericordioso. Son fieles en el momento del dolor porque aman mejor.

¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?

"Y al llegar la hora sexta, toda la tierra se cubrió de tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona exclamó Jesús con fuerte voz: Eloí, Eloí, ¿lemá sabacthaní?, que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Y algunos de los que estaban cerca, al oírlo, decían: Mirad, llama a Elías"(Mc).

Las tres primeras palabras manifiestan la caridad infinita que brilla en el centro del mismo dolor. Jesús parece olvidar sus torturas, pide perdón por quien le maltrata, ofrece el paraíso quien se arrepiente, entrega a su Madre y la cuida. Las dos palabras siguientes expresan la intensidad de su dolor. Son gemidos hondos que llegan al Cielo.

Han pasado una o dos horas desde la crucifixión; la mayoría han sido de silencio. Con este grito fuerte se abre una ventana al hondo dolor de Jesús, se manifiesta el escándalo de la cruz hasta lo más profundo. Dios parece inerme, derrotado, distante, pasivo, permitiendo el dolor de su Hijo, queriéndolo. Ahora Jesús experimenta el abandono, y apura el cáliz del dolor. Es el momento de la total desnudez de quien no tiene ya nadie en que apoyarse. Parece como si la prueba fuese excesiva y Jesús estuviera apunto de quebrarse. Es más hondo aún que, cuando en la agonía del huerto, pide al Padre que aleje aquel cáliz, pero acepta en obediencia lo que va a venir. Ahora el cáliz está aquí, ya no es agonía, es muerte, es abandono. Parece que la humanidad de Jesús no experimenta el consuelo de la presencia de Dios, como si no se sintiese Hijo siéndolo realmente.

Es abandono, no desesperación. Jesús sigue hablando con el Padre con el salmo 21, convertido ahora en la oración perfecta y sigue así: "Me rodean como perros, me cercan una nube de malvados, han taladrado mis manos y mis pies y me han acostado en el polvo de la muerte. Cuentan mis huesos uno a uno, me miran, me contemplan. Se reparten mis vestidos, echan a suerte mi túnica. Pero tú, oh Yavé, no te alejes fuerza mía, ven pronto a socorrerme. No despreció a un desdichado, ni rehusó responderle. No apartó de mí su rostro me escuchó cuando le imploraba. Anunciaré tu nombre a mis hermanos".

El sol se había ocultado; estaba todo a oscuras. Es la hora de las tinieblas, La hora de Satanás. Jesús está realmente solo y gritó, no lo hizo en la flagelación, ni durante la crucifixión. Sí, ahora, porque está asumiendo los pecados del mundo, se hace pecado. El dolor del alma es intenso, mayor que el del cuerpo. Así desvela el amor del Hijo, del Padre y del Espíritu Santo que salva la injusticia con la misericordia.

Es el penúltimo escalón del anonadamiento. Jesús baja hasta experimentar como una ausencia de Dios en su alma humana, a pesar de que Él mismo es Dios. Pero como hombre experimenta la soledad infinita de esa ausencia, es casi como el infierno. La angustia de la agonía era poco, al lado de la realidad actual. Pero no se separa de la voluntad del Padre, y sigue pensando en los que serán redimidos del infierno real. Dios se nos revela aquí escandalosamente, sin ninguna manifestación de su poder. Su única potencia es amar con corazón de Padre y con corazón de Hijo a los hombres

Tengo sed

"Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed"(Jn). La cuarta y la quinta palabra hablan de un exceso de sufrimiento. La cuarta, además, habla de congoja interior. La quinta es más humilde y lastimosa todavía; es el grito de la penuria física. Ahora ya no hay más que el grito del suplicio de la sed. Es el gemido extremo, arrancado a Jesús por el dolor físico tomando palabras de un texto mesiánico.

En el grito de la sed del Señor vemos un cuerpo que se ha desangrado gota a gota durante la flagelación y en las horas clavado al madero. Jesús había dicho: "el que beba del agua que yo le diere ya no tendrá sed jamás"(Jn) ¿Por qué tiene sed?

Es una sed verdadera, física, material; la lengua como piedra seca y la garganta como un camino polvoriento. Es la palabra más radicalmente humana. Es la prueba definitiva de que está muriendo una muerte verdadera, de que en la cruz hay un hombre, no un fantasma.

Un soldado tiene piedad, y le ofrece posca, una mezcla de vino, vinagre y agua que apaga la sed. No ha entendido las otras palabras, pero ésta está más a su altura. "Había allí un vaso lleno de vinagre. Sujetaron una esponja empapada en el vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca"(Jn). Y se cumple el salmo 68 "en mi sed me dieron a beber vinagre".Y Jesús tomó el vinagre.

Es humilde hasta en el dejarse ayudar cuando el dolor es supremo. Jesús ahora es el hijo que pide. Tantas veces socorrió las necesidades de los débiles, ahora pide que sean misericordiosos con Él. No se trata de atender solamente a las necesidades espirituales, también lo material que nos lleva a ser más humanos.

Pero, más allá de la sed física, está la sed de almas. El salmo 21 dice:"mi garganta está seca como el barro cocido, y la lengua se me pega al paladar". Siente sed de amor de todas las almas.

Todo está consumado

"Cuando hubo gustado el vinagre dijo: Todo está consumado"(Jn). Próxima ya a la muerte vuelve a aparecer el diálogo con el Padre, y su alma se llena de nuevo de paz.

Sólo Cristo sabe hasta el fondo que esa voluntad del Padre es amor total, amor fontal, amor que engendra hijos, amor misericordioso. Sabe que, paralelo al amor del Hijo, tan palpable en su humanidad, hay un dolor del Padre. La perfección divina, su inmutabilidad, es tan amorosa que sufre un dolor de amor que es perfección afectiva, no limitación. Jesús ve como la sabiduría del Padre respeta la libertad del hombre, y, al verlo hundido por el pecado, incapaz de superar la postración, da al Hijo y se da el Padre mismo. No quiso Dios que Abraham consumase el sacrificio del hijo de la promesa. Pero Él mismo no se ahorra ese dolor.

Y Jesús obedece la voluntad amorosa del Padre. Siempre obedeció Jesús venciendo la desobediencia del pecado, pero ahora su obediencia es más valiosa porque la dificultad es máxima. De ahí la, paz honda de quien ha obedecido, de quien sabe que el Padre está satisfecho, de quien consuela al Padre.

La paz se entreve en la sexta palabra: todo está consumado, he obedecido; he vencido al diablo; la desobediencia del diablo y de Adán está superada: el camino de la nueva vida está ya abierto.

El gran grito

Tras la constatación de la obra acabada llega el final: la muerte. Pero también la muerte es una entrega; "Y Jesús dando un gran grito dijo: Padre en tus manos entrego mi espíritu"(Lc). La gran voz manifiesta que aún tiene muchas fuerzas físicas cuando la muerte por crucifixión era por agotamiento. Jesús muere por que quiere; entrega su vida cuando Él quiere. Pasa por el grado siguiente de anonadamiento: la muerte. Ha dado la misma vida. Y se yergue, estirando manos y pies en un esfuerzo supremo. Llena los pulmones de aire y vuelve a llamar al Padre y se abandona en sus manos. Ha dado su luz, su tiempo, sus energías, su afecto, su querer; pero le queda por dar la vida entera y experimentar la muerte. Esa muerte que entró por el pecado en el mundo, y azota a los hombres. Cristo la va a hacer suya en acto de humildad total y experimenta lo que es no tener vida, morir con muerte real. Tiene que vencer a ese enemigo de los hombres y va a vencer pasando por ella.

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Es una frase llena de sentido, que revela la lucidez y la libertad de la entrega en el sacrificio de Jesucristo. Es fácil suponer que la mirada de Jesús se dirige al cielo, al Padre, con el gozo doloroso de la labor acabada, de la misión cumplida hasta el final. Es lo que más le importa, satisfacer la Justicia y la Misericordia divinas. Excepto la primera palabra, que es "Padre",las demás palabras están sacadas del salmo 30, y reflejan la oración de Jesús en aquellos momentos:

"en tus manos encomiendo mi espíritu;

¡tú me has redimido, Dios de verdad!.
 
Aborrezco los que observan vanidades mentirosas.

Me regocijaré y me alegraré en tu misericordia porque has visto mi aflicción,

has conocido mi alma en las angustias".

Esta era la oración silenciosa de Jesús en aquellos últimos momentos: las ansias redentoras y misericordiosas del Padre y del Hijo unidos al Espíritu Santo.

Y el cuerpo se desploma, despojado ya del alma que lo sostenía con un aliento de vida. Es la ofrenda del sacrificio total, del holocausto. Lo ha dado todo para la salvación de los hombres. Y en la cruz sólo queda el cuerpo colgado de tres clavos y la cabeza caída. Cristo es ya un cadáver entre los hombres.

Muchos de los discípulos de Jerusalén están allí en esos momentos. Han ido acudiendo poco a poco; los enemigos se han marchado. La consternación se une a la fe. Ayudan a la Madre, y miran casi incrédulos, lo que acaba de acontecer. Los corazones están doloridos

Entregó el Espíritu

En la muerte, Jesús da lo más preciado suyo: "entregó el Espíritu"(Jn). Da el Espíritu Santo al mundo. El Padre escucha la petición del Hijo y envía también al Espíritu Santo que hará efectiva y pública su presencia en Pentecostés. Una nueva época en la Historia de la Humanidad ha comenzado. Ya está consumada la reconciliación, satisfecha toda justicia, ahora se da al Dador de vida, al dedo del eterno Padre, al fuego de amor en el mundo. La historia de los hombres es desde ahora la historia de la acción del Espíritu Santo y la de las respuestas libres de los hombres.

Ahora que el Espíritu Santo ya ha sido enviado en su misión conjunta con el Hijo, Jesús ya puede marchar "Y bajó la cabeza y expiró". La Redención se ha consumado y alcanza su plenitud en la Resurrección

El velo del Templo

Al morir Jesús "el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo"(Mc). Era un velo grueso de gran tamaño. Ha acabado la antigua alianza para comenzar una nueva en la sangre del cordero inmaculado que es Jesús. El velo del Templo separaba lo más sagrado del Templo de Dios, el Santo de los santos, del resto de estancias. Allí se veneraba la presencia de Dios. Sólo entraba en aquel recinto el Sumo Sacerdote en los días establecidos.

En el lugar santo estaban los panes de la proposición, el altar de los sacrificios. En lo más interno llamado santo de los santos estaba el incensario de oro, y había estado siglos antes el arca de la Alianza, toda cubierta de oro; en el arca había una urna de oro conteniendo maná con el que Dios había alimentado a los judíos en el desierto, y también la vara de Aarón, la que floreció ante Dios como señal de elección divina. Se conservaban allí las tablas de la Ley que recibió Moisés de parte de Dios.

Sobre el arca, dos querubines de oro que se miraban y cubrían con sus alas la mesa de los panes de la proposición.

El velo rasgado fue la señal para los que estaban en el Templo y guardaban las cosas de Dios. Acababa de empezar un nuevo tiempo, lo antiguo ya estaba acabado. El maná era cambiado por el Pan vivo que es la Eucaristía. La ley era llevada a su plenitud, la elección era en el Hijo amado que se había entregado por los hombres. El sacrificio era cambiado por el sacrificio perfecto de la cruz en la que el Sacerdote es Cristo -hombre perfecto- que ofrece la víctima perfecta -Él mismo- con un amor y una obediencia perfectos. Sacrificio agradable a Dios. La acción más trascendente y más sagrada que los hombres podía realizar en la tierra. Todo lo anterior eran figuras de lo que acababa de suceder, ese era su valor. Ahora ya no eran necesarios. Dios había abierto una alianza perfecta.

La tierra tembló

"Y la tierra tembló y las piedras se partieron; se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de los santos, que habían muerto, resucitaron. Y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos"(Mt).

En medio de la tinieblas la muerte de Jesús tiene como un eco en la tierra que tiembla. Se estremece el infierno y su rechazo de Dios. Se estremecen los diablos que han sido definitivamente vencidos. Se estremece la muerte que ya no tiene poder sobre los hombres. Se estremece la tierra como si la creación no pudiese comprender lo que acababa de ver en su creador que se entrega por los hombres. Así se celebra la victoria sobre la muerte. La muerte absorbida por la vida, así se cumplió lo profetizado: "¡Muerte! ¡Yo seré tu muerte!"(Os)

El centurión se convierte

"Al ver el centurión lo sucedido, dio gloria a Dios dijo: "Este hombre era realmente justo""(Lc). Ha podido ser testigo privilegiado de toda la pasión desde el pretorio hasta el calvario. Han sido tres horas llenas de intensidad que le abren los ojos.

Juzga los sucesos desde su hombría de bien. Ve la injusticia de su jefe Pilato que condena a Jesús inocente ante la presión de los que odiaban al Señor. Ve la ira que como mar en tormenta llena a muchos de los sanedritas. Ve la masa del pueblo que clama contra Jesús cuando poco antes lo alabó como hijo de David. Ve la entereza de Jesús ante tanto dolor y humillación y puede calibrarla. Puede ver hasta que punto llega la paciencia y la caridad. Ve que perdona y consuela al ladrón arrepentido, ve su desolación y escucha el gran grito al Padre. Observa con estupor las tinieblas que oscurecen el sol. Y cuando la tierra se estremece se le hace la luz en la mente, hasta entonces sólo ha visto al justo que es perseguido por los enemigos. Ahora ve al Hijo de Dios.  "El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de gran temor y dijeron: En verdad éste era Hijo de Dios"(Mt). la fe ilumina a un hombre de bien, y el contacto de la cruz de Cristo le descubre el sentido de lo que está sucediendo.

La lanzada

"Como era la Pascua, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, pues aquel día era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitasen. Vinieron los soldados y quebraron las piernas al primero y al otro que había sido crucificado con él. Pero cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante brotó sangre y agua"(Jn).

Fue entonces, cuando un soldado abrió la quinta herida en el cuerpo de Jesús. Con un golpe certero, de mano experta, le atravesó el corazón, y de él manó sangre y agua.

La quinta herida no es una herida de dolor, no busca matar o hacer sufrir. Jesús ya estaba muerto. Tampoco es solamente el deseo de certificar su muerte. Parece, un acto de compasión del soldado hacia el crucificado y hacia su Madre, que estaba al pie de la cruz. La costumbre era certificar la muerte de los condenados, rompiéndoles las piernas. Así se garantizaba la asfixia y se aceleraba la muerte. La escena sería terrible para todos. El centurión se compadece de María y querría ahorrarle un último sufrimiento. Cumple sin saberlo las profecías "no le será quebrado ni uno sólo de sus huesos" y "mirarán al que atravesaron".

Aquel soldado hace posible, al abrirle el costado, que Jesús muerto diga su última palabra sin palabras: "lo he dado todo por vosotros, hasta la última gota de la sangre de mi corazón". ¡Ahora ya sabéis lo que Amor!.

Juan añade su testimonio ocular: "el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad para que también vosotros creáis"(Jn).

La sangre y agua que brota del costado abierto tienen un gran significado, además de ser el certificado de su muerte y de su donación hasta la última gota de su sangre. La sangre muestra el perdón divino que se derrama sobre los hombres en la nueva Alianza. El agua es el medio para acceder a esa nueva vida, muestra el bautismo que borra todos los pecados hasta el pecado original y hace hijos de Dios. Hijos en el Hijo, renacidos de la muerte del pecado para ser miembros de Cristo.

José de Arimatea. Audaz y piadoso entierra a Jesús

Los cuerpos de los crucificados eran arrojados a la fosa común. La infamia continuaba después de la muerte. No sucedió así con Jesús gracias a la audacia y al amor de José de Arimatea.

"Y llegada la tarde, puesto que era la Parasceve, que es el día anterior al sábado, vino José de Arimatea, miembro ilustre del Consejo, que también él esperaba el Reino de Dios y, con audacia, llegó hasta Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto y, llamando al centurión, le preguntó si efectivamente había muerto. Cerciorado por el centurión entregó el cuerpo a José. Entonces éste, habiendo comprado una sábana, lo bajó y lo envolvió en ella, lo depositó en un sepulcro que estaba excavado en una roca e hizo arrimar una piedra a la entrada del sepulcro"(Mc).

El sepulcro era de José de Arimatea, era nuevo y lo había mandado excavar en la roca(Mt). Este José "era un varón bueno y justo, miembro del Sanedrín, el cual no había consentido a su decisión y a sus acciones"(Lc). Le acompaña Nicodemo, ambos junto a Juan ungen el cuerpo de Jesús con aromas una mezcla de mirra y áloe, como de cien libras (Jn).

Los acontecimientos han ocurrido con rapidez en aquel viernes santo. José de Arimatea y Nicodemo nada pueden hacer ante Pilato y el griterío de la masa. Y contemplan el cortejo de la cruz. Pueden ver desde cerca la muerte, las tinieblas, el terremoto, el gran grito, los resucitados. Y un pensamiento se hace claro en su mente: ¿qué sucederá con el cadáver? no puede ser que no reciba una sepultura digna y sea arrojado a la fosa común. Y piensa José en su sepulcro cavado en la roca viva, en la sábana para envolver el cuerpo de Jesús, así como en los ungüentos para preparar el cadáver lo mejor posible. Cuando le llega la noticia de la muerte de Jesús acuden con su autoridad a pedir a Pilato el cuerpo. Pilato, confuso por los acontecimientos, tiene el acierto de certificar la muerte de aquel inocente crucificado, y llama al centurión, éste le asegura que está muerto, y Pilato da el permiso.

José de Arimatea acude con prisa al Calvario junto a Nicodemo, y ayudados por Juan desclavan el cuerpo de Jesús. Uno de ellos abraza el cuerpo junto a la cruz, los otros dos desclavan la mano derecha que cae sobre el que sujeta el cuerpo; después suben de nuevo la escalera para separar el clavo de la mano izquierda, y el cuerpo entero cae sobre el que lo sujeta por la cintura. Con lienzos sujetan por las axilas el cuerpo de Jesús y lo descienden con cuidado, como si pudiesen lastimarlo después de tanto dolor. Después lo entregan a su Madre que lo recibe en su seno como cuando era niño. María llora sobre el cuerpo de su Hijo, sus lágrimas se juntan con la sangre que cubre como un manto real al cuerpo de Jesús. Cuesta separarla del Hijo tan querido. por fin, lo hacen, lavan el cuerpo, separan la corona de espinas que guardan con los clavos y el paño en la cintura que llevaba el crucificado. Le ponen apresuradamente algo de los muchos ungüentos que llevaban, más de treinta kilos, y lo conducen al sepulcro. Allí consuman el acto de piedad del enterramiento. Rodean el rostro de Jesús con un sudario, colocan unas monedas en los ojos, según la costumbre, y lo envuelven en una sabana de lino que rodea todo el cuerpo. Lo depositan sobre una roca en el centro del sepulcro. Salen de la concavidad y, con esfuerzo, colocan la gruesa roca que cierra la sepultura. Se renueva el llanto y el lamento de María. Todos callan y la conducen de nuevo al Cenáculo.

Sin nada vino Jesús al mundo, y sin nada marcha de él, hasta el sepulcro es de otro. Cavado en la roca, sin ser usado de nadie como un nuevo seno virginal. Y al hacerse de noche se retiran para cumplir la legislación del sábado .

José de Arimatea fue prudente al actuar con audacia. Quizá también lo fue cuando era discípulo oculto de Jesús. Es muy posible que su fe en Jesús fuese débil al principio y se uniese el deseo de ayudar desde dentro del Sanedrín con un cierto temor a las consecuencias de declararse de un modo manifiesto seguidor de aquel que se llamaba el Cristo, eso es lo que insinúa Juan en el Evangelio. Lo cierto es que la Cruz le quita cualquier tipo de temor o de perplejidad. Sabe descubrir en la Cruz el Sacrificio de la Nueva Alianza. Una vez iluminada la fe ¿de que sirven las tácticas y cálculos?

José de Arimatea y Nicodemo estaban en los centros de poder de Israel y debían ser prudentes. Su prudencia les llevó a decisiones distintas cuando la situación cambió. Ante Cristo muerto en la Cruz desaparecen todos las estrategias humanas.

El sepulcro vacío se convierte en el primer sagrario material. María Santísima fue el primer sagrario vivo, virginal y lleno de amor. El sepulcro no ha sido usado por nadie. Ahora un sepulcro es el sagrario que contiene por un tiempo el cadáver de Jesús unido a la divinidad, pero separada del alma que desciende a los infiernos a llevar la salvación a los justos del tiempo anterior, tiempo de la paciencia de Dios.



EEM

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