Cuentos

El hombre de las manos atadas

2010-12-07

Un buen día o… un mal día…, un día cualquiera, alguien sorprendió...

Autor: Juan García Inza

Era un hombre como todos los demás. Un hombre normal. Tenía cosas buenas y cosas malas, como cualquiera. No era diferente.

Una noche llamaron a su puerta y, cuando abrió, se encontró con sus enemigos, que habían ido a buscarle. Eran varios y habían ido todos juntos. Sus enemigos le ataron las manos. Después le explicaron que era lo mejor para él, que así, con las manos atadas, no podría hacer nada malo. Pero no quisieron decirle, o tal vez se olvidaron, que tampoco podría hacer nada bueno. Se fueron y dejaron un guardián a la puerta para que nadie le desatara.

A principio se desesperó y, con todas sus fuerzas, trató de romper las ataduras. Pero fue en vano. Más tarde, cuando se convenció de que su esfuerzo era inútil, intentó adaptarse a la nueva situación y, poco a poco, lo consiguió. En un primer momento le costó, pero con el tiempo logró quitarse los zapatos, beber agua, comer, encender la televisión… Y empezó olvidarse de que antes tenía las manos libres. Entre tanto, su guardián le contaba la cantidad de cosas que acallan en el exterior los que tenían las manos libres. Pero no quiso decirle, o tal vez se olvidó, que también hacían muchas cosas buenas.

Pasaron unos días, meses, años… y el hombre se acostumbró totalmente a sus ligaduras. A menudo, su guardián le recordaba que gracias a que tenía las manos atadas no podía hacer nada malo, pero nunca le dijo que por culpa de eso había dejado de hacer un montón de cosas buenas. De todas las formas, ya estaba tan acostumbrado…

Un buen día o… un mal día…, un día cualquiera, alguien sorprendió despistado al guardián, entro por la puerta y rompió las ataduras de las manos del hombre. Ese alguien le dijo: ¡Ya eres libre! Pero era demasiado tarde. Las manos del hombre estaban totalmente atrofiadas.



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