Testimonios

¡Gracias, Jesús!

2011-02-13

Desde el atrio, Benedicto XVI guió la procesión, dirigiéndose hacia el altar....

Mi conversión del Islam al catolicismo

Fue el día más bello de mi vida. Recibir el don de la fe cristiana el día de la solemnidad de la Resurrección de Cristo, de manos del Santo Padre, es un privilegio inigualable y un bien inestimable. Para mí, a la edad de 56 años, es un hecho histórico, único e inestimable, que sella un giro radical y definitivo con respecto al pasado. En la noche del 22 de marzo de 2008, durante la liturgia de la solemne Vigilia Pascual celebrada en la magnífica basílica de San Pedro, cuna de la catolicidad, fui renacido en Cristo. Después de mucho tiempo de fatiga vivido como musulmán por herencia de mis padres, y con una historia de dudas, laceraciones y tormentos, tuve acceso, por voluntad divina y por elección personal responsable, a la luz de la verdadera fe cristiana. Esta metamorfosis espiritual tuvo lugar a lo largo de tres horas que me parecieron interminables, vividas en una emoción incontrolable, con los nervios a flor de piel, por la radicalidad del proceso existencial que se estaba realizando en mí, y –lo admito– por el frío y la lluvia que me acompañaron durante la ceremonia en el atrio de la basílica.

Dentro de la basílica, las luces estaban apagadas. Yo me encontraba en el exterior, junto a otros seis catecúmenos adultos en espera de recibir los sacramentos de la Iniciación cristiana, sentado en la parte más expuesta al viento. Y justo en medio de aquel frío húmedo comencé a revivir la película de mi vida interior, para al final recomponer la complejidad de mi existencia en un cuadro armonioso y acoger, felizmente, este evento largamente esperado.

Desde el atrio, Benedicto XVI guió la procesión, dirigiéndose hacia el altar. Después de que el diácono cantara, por tercera vez, el Lumen Christi, se encendieron todas las luces de la basílica. Así se inició la fase decisiva de mi conversión al cristianismo, al cual fui llamado por la gracia divina, que me había acompañado desde las más tierna edad. Atravesando la nave central, evoqué el hecho del que partió mi recorrido de espiritualidad interior, a mis cuatro años, y que concluiría medio siglo después en mi conversión a Cristo. Era septiembre de 1956, en El Cairo. Todavía tengo en mente ese día en que mi madre, aconsejada por la familia para la que trabajaba, me consignó a las manos de sor Lavinia, confiándome así a la educación y al afecto de las religiosas combonianas. Posteriormente, estudié con los salesianos del Instituto Don Bosco. Durante catorce años, viví interno en un colegio y estudié en escuelas dirigidas por religiosos católicos. He podido tocar con la mano la realidad de hombres y mujeres que han decidido entregar su vida a Dios en el seno de la Iglesia, sirviendo al prójimo independientemente de su nacionalidad y su religión, y que testimoniaban su fe cristiana a través de obras para el bien común. Con ellos comencé a leer la Biblia, y los evangelios, permaneciendo especialmente fascinado con la figura humana de Jesús. De vez en cuando iba a misa, y una vez me acerqué al altar y recibí la comunión. Desde un punto de vista religioso, este gesto no tenía significado, dado que yo no estaba bautizado, pero evidentemente señalaba mi atracción por el cristianismo y mi deseo de sentirme parte de la comunidad católica.

Todo cambiará

Al final llegó el momento decisivo del Bautismo. Me aproximaba a dar mi primer paso como auténtico cristiano. Me puse en pie y avancé hasta la fuente bautismal, acompañado de mi padrino. Por primera vez, me encontré delante de Benedicto XVI. Era consciente de que justo en ese momento se estaba realizando el destino que la gracia divina me había asignado 56 años antes, desde el día de mi nacimiento. Me incliné con el respeto y la humildad del fiel que cree en el Primado religioso del Papa, como Vicario de Cristo en la tierra. Me acerqué a la fuente, bajé la cabeza y Benedicto XVI derramó sobre mi cabeza el agua bendita: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Viví el momento mismo de mi Bautismo como una liberación. Durante 56 años, me percibí a mí mismo como musulmán, y todos en torno a mí también me percibían así. A los 56 años he renacido como cristiano, cancelando la identidad islámica de la que, consciente y voluntariamente, he renegado. Dentro y fuera de mí, todo cambiará. Nada será como antes. Me siento como un niño que está dando sus primeros pasos en la vida cristiana. ¡Y mi deseo de caminar y de correr como cristiano es tan grande! Gracias, Jesús.



EEM

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