Religión

Una mochila llena de Dios

2013-08-12

Porque aunque pidan y sobrevivan de la caridad y digan que no llevan nada en las mochilas, las...

Nicolás de Cárdenas

La Iglesia de san Cristóbal en Comillas tiene una gran vitalidad durante el verano. Prueba de ello es la gran afluencia de fieles, por ejemplo, cada jueves por la tarde a la exposición del Santísimo. Ayer estuve allí y cuando terminó el rato de adoración, al girarme, vi la imagen de un sacerdote (luego supe que se llama Miguel Ángel) abrazado a un peregrino como si el mundo se hubiera parado para ellos y estuvieran experimentando una intimísima unión con Dios.

Ese abrazo me llenó de paz, como figuro que colmó al joven peregrino que lo recibía. Mi sorpresa fue en aumento cuando descubrí que en ese mismo grupo estaba un antiguo amigo, Jaime, sacerdote, al que hacía varios años que no veía.

Tras los saludos de rigor, me narra cómo han aparecido en este trocito de la provincia de Santander.

"Somos peregrinos de la Providencia. Vamos desde Javier hasta Covadonga confiados en el Señor. Donde nos dan de comer, comemos. Donde nos alojan para dormir y asearnos, lo hacemos. Recogemos peticiones de las personas que vamos conociendo para presentar a la Santina. Al que quiere, le bendecimos".

Y una oferta así es irrechazable. Bien digo, una oferta. Porque aunque pidan y sobrevivan de la caridad y digan que no llevan nada en las mochilas, las llevan repletas de Dios. Y el "cargamento" está para repartirlo.

Don Antonio, el párroco, les abrió las puertas de su casa para dormir. Yo me los llevé a cenar. Quedamos en vernos a la mañana siguiente para oir misa y llevar a los que no podían andar hasta Unquera.

Al amanecer del viernes rezamos laudes y celebramos juntos la Santa Misa en la capilla del Santísimo de la parroquia. ¿No se suponía que era yo el que les estaba acogiendo? Pues todo lo contrario. Ellos me acogieron a mi, todos rezaron por mis necesidades espirituales y los sacerdotes me impartieron una bendición que no olvidaré. Como tampoco se me escapará de aquí en adelante que todo esto ha ocurrido en el día en que Europa celebra a santa Teresa Benedicta de la Cruz.

Tras un desayuno realmente escaso en la campa custodiada por el Palacio del Marqués de Comillas, con la Universidad en el otro collado de testigo, emprendieron la marcha hacia Unquera.

Mientras, yo acercaría a mi buen amigo (y no menos lesionado) sacerdote hasta allí en coche, para ir "tentando" a la Providencia. Hay que estar muy convencido. "Pedir y se os dará. buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá" (Mt 7, 7). De primeras, no fue fácil.

Llegó la hora de la comida en San Vicente de la Barquera. Al menos la hora de buscar comida, si se la dan. Un frutero muy amable les ofreció lechugas y algunos jugosos manjares. Pero a la salida, estos peregrinos de la Providencia se encontraron con quien lo necesitaba más. Dicho y hecho. Gratis lo recibieron, gratis lo entregaron.

Finalmente lograron algunas viandas más, a repartir. Bendijeron la mesa y compartieron lo que había. Ni un mal gesto, ni una queja, ni una mala intención.

Adelantándonos de nuevo mientras la mayoría de peregrinos reemprendían la marcha, y después de alguna situación, digamos, no muy gratificante y algunas pesquisas, alcanzamos a averiguar la casa del párroco de Unquera en una aldea cercana (por supuesto, atiende a varios pueblos a la vez, multiplicándose).

El encuentro más feliz fue con Rosa. Un Sagrado Corazón de Jesús corona el frontispicio de su humilde casa. Una humildad solo comparable a la hondura de su fe y a la grandeza de su corazón.

Con una sencillez impactante, nos habló de la presencia real de Cristo, Hijo de Dios, humano como nosotros salvo en el pecado "en el cielo y en el sagrario" y de cómo esa humanidad se le hacía especialmente cercana.

El padre Jaime la bendijo con la misma unción con que, horas antes, me había bendecido a mí.

No es casual. Recuerdan uno a uno el nombre de cada persona que se han encontrado en el camino. Hayan sido o no instrumentos de la Providencia en el sentido "práctico" del término, todos son preguntados por sus intenciones para ponerlas a los pies de la Santina.

Y de todos recuerdan sus nombres: Eduardo, Ricardo, Raúl, Memoria, Romualdo, Marisol, Zaira... todos, supongo, menos los de todas las Hermanas Clarisas de Santillana del Mar (aunque nunca olvidarán el desayuno que les ofrecieron. Terminaron a la 1 de la tarde...). De todos ellos te hablan como si los conocieran de toda la vida. Y, en cierta forma es así. Porque se conocen en Cristo. Y Cristo es eternidad.

Queridos peregrinos, Dios os guarde y que la Virgen de Covadonga (Reina de las Montañas que tiene por trono la cuna de España) os abrace y os bendiga de la misma forma que lo habéis hecho vosotros en vuestro caminar.



KC