Huesped

Yo soy Malala

2013-10-28

Malala Yousafzai, joven pakistaní que hace poco más de un año recibió...

Malala Yousafzai

Cuando nací, los habitantes de nuestra aldea se compadecieron de mi madre y nadie felicitó a mi padre. Llegué al alba, cuando se apaga la última estrella, lo que los pashtunes consideramos un buen augurio. Mi padre no tenía dinero para pagar un hospital o una comadrona, así que una vecina ayudó a mi madre. El primer hijo que mis padres habían tenido nació muerto, pero yo nací llorando y dando patadas. Era una niña en una tierra en la que se disparan rifles al aire para celebrar la llegada de un hijo varón, mientras que a las hijas se las oculta tras una cortina y su función en la vida no es más que preparar la comida y procrear.

Para la mayoría de los pashtunes, cuando nace una niña es un día triste. El primo de mi padre Jehan Sher Khan Yousafzai fue uno de los pocos allegados que vino a celebrar mi nacimiento e incluso hizo un generoso regalo de dinero. No obstante, trajo un gran árbol genealógico de nuestro clan, el Dalokhel Yousafzai, que se remontaba hasta mi tatarabuelo y que sólo mostraba la línea masculina. Mi padre, Ziauddin, es distinto de la mayoría delos hombres pashtunes. Cogió el árbol y trazó una línea que bajaba desde su nombre como una piruleta y en el extremo escribió Malalaa Su primo se rio asombrado.

A mi padre no le importó. Cuenta que, cuando nací, me miró alos ojos y se enamoró. Decía a la gente: Sé que esta niña es distinta. Incluso pidió a los amigos que echaran frutas secas, dulces y monedas en mi cuna, algo que normalmente sólo se hace con los niños varones.

Me pusieron el nombre de Malalai de Maiwand, la mayor heroína de Afganistán. Los pashtunes somos un pueblo orgulloso compuesto de muchas tribus repartidas entre Pakistán yAfganistán. Vivimos como lo hemos hecho durante siglos, de acuerdo con el código pas/Jtunu/ali, que nos obliga a ser hospitalarios con todo el mundo y cuyo valor más importante es el nung u honor. Lo peor que le puede ocurrir a un pashtún es quedar en ridiculo. La vergüenza es algo terrible para un hombre pashtún. Tenemos un dicho: Sin honor, el mundo no vale nada. Luchamos y disputamos tanto entre nosotros que la palabra para primo -tarbur- también significa enemigo. Pero siempre nos unimos contra los extraños que intentan conquistar nuestras tierras. Todos los niños pashtunes conocen la historia de cómo Malalai exhortó al ejército afgano a derrotar a las tropas británicas en 1880 en una de las mayores batallas de la Segunda Guerra Anglo-Afgana.

Malalai era hija de un pastor de Maiwand, un pueblo en las polvorientas llanuras al oeste de Kandahar. Cuando era muy joven, tanto su padre como el hombre con el que estaba prometida se encontraban con los miles de afganos que estaban luchando contra la ocupación británica de su país. Malalai fue al campo de batalla con otras mujeres de la aldea para atender a los heridos y darles agua. Vio que sus hombres estaban perdiendo y cuando cayó el que llevabala bandera, ella levantó su velo blanco mientras dirigía a las tropas al campo de batalla.

¡Joven amor! Si no caes en la batalla de Maiwand, entonces, por Dios, alguien te ha destinado a ser un símbolo de la vergüenza.

Malalai murió bajo el fuego, pero sus palabras y su valentía incitaron a los hombres a dar un vuelco a la batalla. Aniquilaron a una brigada entera enemiga: una de las peores derrotas del ejército británico. Los afganos estaban tan orgullosos que el último rey afgano construyó un monumento a la victoria de Maiwand en el centro de Kabul. En el instituto leí algunas historias de Sherlock Holmes y me reí cuando vi que era la misma batalla en la que el doctor Watson había resultado herido, antes de convertirse en compañero del gran detective. Malalai era para los pashtunes nuestra de Arco. En Afganistán muchas escuelas de niñas llevan el nombre de Malalai. Pero a mi abuelo, que era un erudito religioso y clérigo de la aldea, no le gustó que mi padre me llamara así. "Es un nombre triste –dijo. Significa ‘afligida'".

Cuando era pequeña, mi padre solía cantarme una canción escrita por el famoso poeta Rahmat Shah Sayel de Peshawar. Termina así:

Malala de Maiwana',

Levántate una vez máspam que lospas/otunes comprendan lo canción del honor

Tús poéticas palabras tranforman mundos enteros,

Te lo pido, levántate de nuevo

Mi padre contaba la historia de Malalai a todos los que venían a casa. A mí me encantaba escucharla, lo mismo que las canciones que me cantaba mi padre, y la forma en que mi nombre flotaba en el viento cuando 1a gente me llamaba. Vivíamos en el lugar más hermoso del mundo. Mi valle, el valle de Swat, es un reino celestial de montañas, cascadas y lagos de agua clara.

Bienvenido al paraíso, dicen las señales cuando se llega al valle. Antaño Swat se llamaba Udclyana, que signifìca jardín. Tenemos campos de flores silvestres, huertos de frutas deliciosas, minas de esmeralda y ríos llenos de truchas. Con frecuencia se dice que Swat es la Suiza de Oriente; incluso tuvimos la primera estación de esquí de Pakistán. Los ricos de Pakistán venían de vacaciones para disfrutar de nuestro aire puro y del paisaje, y de nuestras fiestas sufíes de música y baile. También venían muchos extranjeros y a todos los llamabamos angrezan, ingleses, con independencia de su origen. Incluso vino la reina de Inglaterra y se alojó en el Palacio Blanco, construido con el mismo mármol que el Taj Mahal por nuestro rey, el primer valí de Swat.

También tenemos una historia diferenciada. En la actualidad Swat forma parte de la provincia de Jaiber Pashtunjua o KPK, como la llaman muchos pakistaníes para abreviar, pero antes estaba separada del resto de Pakistán. Aunque nuestros gobernantes juraban lealtad a los británicos, junto con las regiones vecinas de Chitral y Dir éramos un principado independiente. Pero cuando la India obtuvo la independencia en 1947 y se dividió, nosotros nos integramos en el recién creado Pakistán, si bien mantuvimos nuestra autonomía. Utilizábamos la rupia pakistaní, pero el gobierno de Pakistán sólo podía intervenir en cuestiones de política exterior. El vali administraba la justicia, mantenía la paz entre las tribus enfrentadas y recaudaba el ushur –un impuesto de diez por ciento de los ingresos–, con e1 que se construían carreteras, hospitales y colegios.

Sólo estábamos a 160 kilómetros de Islamabad, la capital de Pakistán, en línea recta, pero daba la impresión de que era otro país. Por carretera el viaje duraba como mínimo cinco horas por e1 paso de Malakand, una vasta cuenca entre montañas donde hace mucho nuestros antepasados, dirigidos por el mulá Saidullah (un predica dor al que los británicos llamaban el Faquir Loco), lucharon contra las fuerzas británicas entre los escarpaclos picos. Uno de los británicos era Winston Churchill, que escribió un libro sobre ello y todavía llamamos a uno de los picos el Churchill's Picket, aunque no fue muy amable al hablar de nuestra gente. En el extremo del paso hay un santuario con una cúpula verde en el que la gente echa monedas en agradecimiento por haber llegado sana y salva.

Yo no conocía a nadie que hubiera estado en Islamabad. Antes de que empezaran los problemas, la mayoría de los habitantes del valle, como mi madre, nunca había salido de Swat.

Vivíamos en Mingora, la población más grande del valle; de hecho, la única ciudad. Solía ser un lugar pequeño, pero habían llegado muchos emigrantes desde las aldeas próximas y la habían convertido en un lugar sucio y abarrotado. Tiene hoteles, universidad, un campo de golf y un mercado donde se pueden comprar nuestros famosos bordados, piedras preciosas y cualquier cosa que se te ocurra.

Lo atraviesa el río Marghazar, cuyas aguas tienen un color marrón Iechoso por las bolsas de plástico y la basura que la gente arroja. No son cristalinas, como las corrientes de las zonas montañosas o como el gran río Swat, que está fuera de 1a ciudad, donde se pescan truchas y adonde íbamos en vacaciones. Nuestra casa estaba en una zona llamada Gulkada, que significa lugar de flores, pero antes se llamaba Butkara, lugar de las estatuas de Buda.

Malala Yousafzai, joven pakistaní que hace poco más de un año recibió un disparó en la cabeza luego de regresar de la escuela, es actualmente una activista se ha dedicado a defender el derecho de las niñas y jóvenes a la educación. En el libro autobiográfico Yo soy Malala, relata las complicaciones que éstas enfrentan en su país debido a las estrictas costumbres del Islam. La biografía saldrá a la venta en noviembre con el sello Alianza Editorial, que autorizó a La Jornada la reproducción de algunos fragmentos del primer capítulo titulado Antes de los talibanes.



EEM

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