Reportajes

Con el agua al cuello

2013-11-23

Las imágenes reflejan el cierre de una época, la de las guerras exteriores...

FRANCISCO G. BASTERRA, El País


El cementerio nacional de Arlington es el lugar más impresionante de Washington, el que provoca una emoción más profunda en el visitante en una ciudad monumental planificada para el asombro.

El miércoles, los presidentes demócratas Obama y Clinton rindieron homenaje a uno de los suyos, el asesinado John Fitzgerald Kennedy, en la verde e impoluta ladera de la principal colina de Arlington donde reposan sus restos bajo una llama nunca apagada desde hace ya 50 años.

Desde ese lugar en Virginia, al otro lado del Potomac, se divisan en el horizonte plano de la capital federal el Capitolio y el mausoleo de Lincoln. Solamente lo que queda de la dinastía Kennedy, encabezada por Ethel, la viuda de Robert, el ex fiscal general, un nieto de JFK, hijo de Carolyne, hoy embajadora en Japón, y otros sobrinos del ex presidente asistieron a la austera ceremonia, cerrada por el toque de silencio y oración de una corneta militar.

Las imágenes reflejan el cierre de una época, la de las guerras exteriores norteamericanas, desde Vietnam a Afganistán, muchas de cuyas víctimas reposan en las praderas de Arlington.

El último interrogante, sin respuesta posible, suscitado al cumplirse medio siglo de los disparos de Dallas es saber si Kennedy, reelegido para un segundo mandato, se hubiera retirado de Vietnam
Curiosamente el último interrogante, sin respuesta posible, suscitado al cumplirse medio siglo de los disparos de Dallas es saber si Kennedy, reelegido para un segundo mandato, se hubiera retirado de Vietnam. Si algo une hoy a los estadounidenses es el profundo cansancio de las intervenciones exteriores. Esta evidencia respalda el intento de Obama de buscar la distensión con Irán, evitando que se dote de la bomba atómica sin utilizar la fuerza. Una cuestión por si sola capaz de hacer o deshacer su presidencia. Desenchufado del recuerdo de JFK, Obama regresó a la Casa Blanca cruzando el río, sabedor de que en estas semanas, justo antes de cumplir el quinto año como presidente, se está jugando su puesto en la historia. Su presidencia pierde pie. Acosado en su propio país por una oposición que le niega el pan y la sal, a lo que se añade su propia inepcia a la hora de gestionar una cuestión tan vital como su polémica reforma sanitaria, y abandonado en el exterior por sus aliados que desconfían del primer presidente negro, que empieza a devolvernos —Alemania es un buen ejemplo tras la crisis del espionaje de la NSA— la imagen que ya se creía desaparecida del "Americano feo". El semanario The Economist muestra con lucidez esta zozobra en la portada de su último número. El mesías que caminaba sobre las aguas, así fue recibido en 2008, aparece con el agua al cuello. Hasta ahora su discurso no se corresponde con lo realizado. ¿Le resta aún tiempo para darle la vuelta a la situación y dejar la presidencia con un legado recordado por lo que hizo y no por lo que era? Va a intentarlo abandonando su modo contemplativo, reflexivo pero distante de dirigir, como si desdeñara arremangarse y sumergirse en el lodo del proceso político.

El incremento de la polarización producida desde su llegada al poder, atizada por un partido republicano irreconocible, abducido por una minoría radical libertaria, ha complicado enormemente el gobierno de EE UU. La minoría republicana consigue paralizar el proceso legislativo negándole funcionalidad al Ejecutivo. Las dudas de Obama, que ha sepultado gran parte de su presidencia en un intento inútil de lograr el consenso, no han ayudado. Ahora es evidente que el presidente accedió a la Casa Blanca ayuno de experiencia y preparación políticas; decidió rodearse de equipos de jóvenes incondicionales que no le ayudaron a romper su aislamiento. Le ha faltado más materia gris entre sus colaboradores y un mejor entendimiento de cómo funciona Washington y lo utópico que resulta cambiarlo desde la presidencia.

Finalmente, ha dado un golpe de mano político, harto de ver sus nombramientos vetados en el Senado por los republicanos ejerciendo un filibusterismo legal. Ya no necesitará la supermayoría de 60 senadores para nombrar a quien quiera, excepto a los jueces del Tribunal Supremo. Obama reconoce que el voto mayoritario que los ciudadanos le dieron en el Senado ya no sirve ni para cumplir las más elementales tareas diarias del Gobierno. Es una decisión excepcional, dictada en nombre del sentido común, que altera el equilibrio del poder en Washington. Sin embargo, para los republicanos el presidente decreta un peligroso estado de excepción, que se volverá contra los demócratas cuando los ciudadanos les concedan a ellos la mayoría. El tiempo de la política en las democracias es el electoral, muy corto, insuficiente para resolver las inquietudes y mejorar la vida de los ciudadanos. Xi Jinping en China ejerce su peculiar socialismo de Estado planificando a 10 años, sin Congreso, sin elecciones que entorpezcan su objetivo de garantizar la estabilidad y el crecimiento sin democracia. Lo tiene más fácil.



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