Valores Morales

Apetitos y deseos

2013-12-24

Hay aquí, en lo referente a los deseos del alma, una serie de ideas que conviene aclarar,...

Autor: Juan del Carmelo

Todos sabemos..., que tenemos cuerpo y alma y cuando hablamos, indistintamente empleamos el término deseos, refiriéndonos al cuerpo cuando este resulta que carece de deseos, lo que él emana son necesidades que el alma la convierte en deseos. Los deseos solo nacen del alma, la cual los elabora tal como vamos a explicar, al cuerpo le nacen son necesidades que le generan los apetitos que tiene una absoluta semejanza con los de los animales. Solo es el alma la que tiene deseos, unas veces creados porque acepta las demandas del cuerpo que quiere cubrir sus necesidades, y estas las transforma  en deseos, otras porque es la propia vida espiritual del alma, la que le genera deseos para aumentar más ese nivel de su vida espiritual y amar más al Señor..

Hay aquí, en lo referente a los deseos del alma, una serie de ideas que conviene aclarar, porque muchos piensan que es la mente humana la que crea e impulsa los deseos, y ello no es así. La menta o inteligencia es solo un producto del cerebro, pero es necesario manejar el cerebro en el sentido que se desee para obtener el producto final, que lo elaborará la mente o inteligencia, este producto final puede ser y en la mayoría de los casos lo es el deseo que a su vez es el que impulsa a la voluntad a obtener lo que se desea Pero cabe preguntarse ¿Quién es, el que lo desea? Y la contestación está en el alma. El alma es la impulsora de todo el proceso.

Aclaremos este tema con un ejemplo. Nuestro cerebro es un simple músculo compuesto de neuronas unidas por circuito que genera unos productos inmateriales, que pueden ser por ejemplo datos o circunstancias, que suficientemente elaborados por la mente o inteligencia, se convierten en pensamientos o conclusiones. Es como si se tratase de un ordenador, en el cual, el cerebro es el hard o la parte dura o mecánica del sistema y la mente es la parte software o parte blanda del sistema, es decir los programas. Pero el ordenador para funcionar necesita un operador, sin operador no es nada ni nadie y es aquí, donde entra nuestra alma a funcionar, que es la que lo maneja todo. Pensemos que el cuerpo es materia y ella e un orden de carácter inferior que termina pereciendo, mientras que el alma es espíritu que pertenece a un orden suerior superior que es inmortal, porque todo lo espiritual  nunca fenece. Es lo lógico pues que quien mande y disponga todo sea el alma no el cuerpo.

Tradicionalmente siempre se nos ha dicho acertadamente, que las potencias del alma eran la memoria la inteligencia y la voluntad. Es el alma, nuestra alma la que controla todo, no sólo los deseos positivos o  negativos de la persona, sino también los apetitos del cuerpo a los cuales ella los puede dar vía libre o reprimirlos. No tiene pues nada de extraño, que sea alma a la que Dios premia o reprueba en su conducta en este mundo, no el cuerpo que resta corrompiéndose en este mundo, pues ella y solo ella es la que nunca perecerá por ser inmortal, y la que tiene la responsabilidad de la conducta del ser humano. Al cuerpo Dios nunca le pedirá responsabilidad de sus actos, él perecerá y como materia que es desaparecerá: "19 Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!". (Gn 3,19).

Todo esto está en relación, con las necesidades de nuestro cuerpo de un lado y las de nuestra alma de otro. Nuestro cuerpo nos demanda lo necesario para satisfacer sus apetitos, el necesario para el mantenimiento del mismo, el cual es imprescindible para su subsistencia y lo necesario para satisfacer sus apetitos sexuales, lo cual no es imprescindible para la subsistencia de nuestro cuerpo. En el caso del alma ella que es carente de apetitos, no lo es de deseos y se puede asegurar que el ser humano es un manojo de deseos. No vamos a extendernos aquí, sobre los deseos humanos, tema del que tengo publicado un libro y al cual me remito.

Como sabemos Dios es amor y solo amor (1Jn 4,16) tal como reiteradamente nos lo escribe el evangelista San Juan. Nosotros hemos sido creados por razón de amor y para amar. Es por ello, que el ser humano necesita amar y ser amado, son dos esenciales y fundamentales deseos que todo ser humano tiene. Y cuando el hombre no satisface estas dos necesidades de amar y ser amado, lo que ocurre es que el comienza a amarse a sí mismo, porque cree que satisface así esta necesidad que siente. Nace para él un problema de egocentrismo. Recojo aquí unos párrafos de una antigua glosa ya publicada que vienen a cuento.

Existe un amor a si mismo…, ordenado y supeditado al amor a Dios, que denominamos amor propio positivo, en contraposición al amor propio desordenado y egocéntrico que denominamos amor propio negativo.  El egocentrismo es sin duda alguna, un vicio. Y como todo vicio está generado por una conducta de quebrantamiento sucesivo de la voluntad divina, es decir por un continuo pecado. El egocentrismo, es una variedad del egoísmo. En otras palabras, diremos que consiste en la idea de una persona, que desea y piensa que todo debe de girar alrededor de ella, Aunque ella no lo diga, si se manifiesta el egocentrismo, por los actos y palabras, del que es egocentrista, ya que él o ella piensan que lo único importante en el mundo es ella o él.

El obispo norteamericano, Fulton Sheen escribe diciendo: El ego es lo que nosotros pensamos ser; el yo es lo que en realidad somos. El ego es lo que querríamos parecer a los demás; el yo es lo que parecemos ante nuestra honesta conciencia y ante Dios. El ego es la pared que encierra y aprisiona al verdadero yo, y cuanto mayores son sus prejuicios, sus falsos sentimientos y sus ideas erróneas, tanto menos se permite conocer al verdadero yo. La recia cáscara del ego impide a los mejores influjos humanos, desarrollar nuestro carácter, así como obstaculiza el que influjos divinos, tales como la gracia actual, operen en nuestra alma. El ego es el niño malcriado que tenemos dentro, egoísta, petulante, bullicioso y mal criado. Es la creación de nuestros errores en el vivir. ¡El yo es nuestra personalidad hecha a imagen y semejanza de Dios! Mientras el ego, está hecho a imagen y semejanza del espíritu del mundo donde vive, el yo, está hecho a imagen y semejanza de Dios eterno.

San Agustín dice que en la tierra existen, y existirán hasta el fin del mundo, dos grandes reinos. La frontera entre ellos no divide a los hombres, ni tampoco a las sociedades, sino que se encuentra en el interior de cada alma humana. Dos amores crean estos dos reinos: el amor propio llevado hasta el desprecio de Dios (Amor sui usque ad contemptum Dei), y el amor de Dios llevado hasta el desprecio de uno mismo (Amor Dei usque ad contemptum sui).

Pero si amamos y somos objeto del amor de los demás, este problema no existe. Sobre todo si el objeto de nuestro amor es el Señor, en cuyo caso tenemos asegurado el ser nosotros amados. Dios ama a todo los seres creados por Él pero en especial al ser humano y si este le corresponde a Él, Él le corresponderá con mucha más intensidad. El amor que nosotros tenemos a Dios, no es una creación nuestra como el amor que podamos tener a otra criatura humana. Es diferente, porque tenemos que partir del principio de que todo amor nace de Dios y solo de Él, nosotros, pobres criaturas, aunque estemos locamente enamorados de Él, solo seremos capaces de devolverle una ínfima parte del tremendo amor que Él nos tiene. A este respecto escribe San Juan: "Carísimos amémonos los unos a los otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor".  (1Jn 4,16). Esta afirmación la reitera también San Juan en su harto conocida aseveración de que: "Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él". (1Jn 4,16).

Por lo tanto el tema es muy claro. Nosotros no damos lo que no hemos creado, sino lo que hemos recibido y hemos recibido el inmenso amor que Dios nos tiene y que es el soporte que utilizamos, para primeramente amarle a Él, y luego a sus criaturas, que son nuestro prójimo. Se equivoca, aquel que pretende amar a los demás sin pasar primeramente por el amor a Dios. Nosotros solo podemos dar lo que tenemos y ateniéndonos a la conocida frase de San Agustín: ¿Qué es lo que tú puedes dar, que antes no hayas recibido? Nadie puede dar más que el amor que ha recibido previamente de Dios. Lo nuestro es amor humano, y lo del Señor es amor sobrenatural, el amor humano para ser perfecto tiene que emanar del amor sobrenatural, sino aunque le llamemos amor, no es amor.

Es plenamente evidente para aquellas almas que están enamoradas de Dios, que Él tiene un tremendo deseo de que acudamos a Él; por ello, si resulta que un alma tiene el deseo de amor a su Creador, por el mero hecho de desearlo ya lo está amando ya lo está amando y recibiendo el aluvión de divinas gracias que dispensa a sus elegidos. ¡Quizás! alguien pueda pensar: yo deseo amar a Dios pero no veo ese aluvión de gracias, que según lo que leo y me dicen, Dios dispensa. ¡Paciencia! todo se andará, Dios nunca tiene prisa. En el desarrollo de la vida espiritual, es esencial la perseverancia y esta para ponerse de manifiesto, necesita el soporte del tiempo. Todo transcurre con lentitud, poco a poco, ni siquiera nosotros mismos nos damos cuenta de la transformación que vamos teniendo. La gracia divina no es un chaparón de efectos inmediatos, que inicialmente es agua que moja pero que enseguida se seca, es un chirimiri o calabobos, es una constante densa, mansa, pertinaz y fina llovizna, que cuando nos queremos dar cuenta estamos empapados y calados hasta los huesos.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.



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