Mensajería

Así es el Reino de los Cielos

2014-07-20

El trigo y la cizaña es realidad de nuestros días. Acostumbramos dividir, hasta la...

Autor: Mons. Enrique Díaz Diaz

Por Mons. Enrique Díaz Diaz

Sabiduría 12, 13. 16-19: "Al pecador le das tiempo para que se arrepienta"

Salmo 85: "Tú, Señor, eres bueno y clemente"

Romanos 8, 26-27: "El Espíritu intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse en palabras"

San Mateo 13, 24-43: "Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha"

¿Cómo hacer entender a una persona que su enemigo también tiene corazón? ¿Cómo romper la escalada de violencia y las agresiones de dos pueblos que tienen fronteras comunes pero enemistades perpetuas? Cuando escucho la versión de una parte, me parece que son limpios e inocentes y que los perversos e injustos son los opositores; pero cuando después al escuchar la otra versión parecería completamente opuesto y como si me hablaran de otras circunstancias y otros pueblos. Todo se mira con odio, todo se juzga con rencor, todas las palabras son tomadas con dobles intenciones y cualquier acción implica agresión al otro. Toda iniciativa se mira con sospecha ¿Dónde está la verdad? Se juzga que todo lo propio es bueno y lo del otro es perverso. Siempre el otro es el injusto, el otro no tiene la razón, el otro es el malo.

El trigo y la cizaña es realidad de nuestros días. Acostumbramos dividir, hasta la ridiculez, el mundo, la historia y las sociedades, en buenos y malos. Los que piensan distinto a nosotros, los que son de otro grupo o religión, los de diferente partido… no solamente son "los otros", con frecuencia son considerados perversos, separados y en extremos opuestos. Han cometido el delito de ser diferentes. Se multiplican las historias de Caín y Abel: atacar al otro simplemente porque es distinto. Las actuales guerras, llámense Israel, Siria o nuestras pequeñas comunidades, los conflictos internacionales, las diferencias políticas, son casi imposibles de resolver porque no aceptamos las razones de los otros, porque los juzgamos incapaces de tener algo bueno y condenamos a priori cualquier propuesta o posible solución que los otros presentan. Cuando se parte de la condenación y la descalificación del otro, es imposible encontrar la paz. La parábola de la cizaña tiene sus grandes enseñanzas: es realidad el mal en nuestra vida, no podemos arrancar al otro simplemente porque a nosotros nos parezca mal, sólo hay un verdadero juez que en el momento justo develará la verdad…

El camino del Reino nos lo presenta Jesús en estas tres pequeñas parábolas. Cada una diferente pero cada una complementaria con la otra. Con la parábola del trigo y la cizaña,  Jesús nos enseña que Dios está en todas partes y que a todos acoge, y lo expresa despertando el respeto por los demás, alentando la paciencia y fortaleciendo la esperanza en que habrá un día en que se puedan alcanzar niveles de justicia, de igualdad y de paz. Pero el camino no es exterminando, destruyendo, sino respetando procesos y diferencias. Una parábola contra la discriminación que el Papa Francisco ha asumido como propia y que nos obliga a la autorreflexión y al reconocimiento de que el mal estáno sólo en nuestro mundo, sino en nuestra propia persona. Tenemos que reconocer que en el corazón de cada uno de nosotros descubrimos grandes riquezas, pero también hay graves errores, tropiezos, egoísmos y equivocaciones.  Nos cuesta mucho discernir los propios sentimientos, los afectos y las acciones. Es fácil reconocer los defectos de los demás pero ¡qué difícil es reconocer nuestras propias deficiencias! También nos ayuda esta parábola a cuestionarnos sobre el bien y el mal. Es tendencia actual disculpar todo y caminar como si cada quien pudiera hacer lo que le venga en gana sin importar si es bueno o malo. Y Jesús nos recuerda que en el mundo también hay el mal y que no lo podemos llamar "bien" por más que se le parezca o se le disfrace.

La segunda parábola la lleva Cristo en el corazón: la semilla de mostaza que llega a ser un gran arbusto, nos enseña en signos lo que Jesús vive en la práctica. Muchos de sus seguidores al mirar lo poco que hace, los pocos éxitos que obtiene, se cuestionan si Jesús será verdaderamente el Mesías. Hoy sucede igual. Muchos cristianos pretenden irse por el camino fácil de la propaganda, más que por el camino de la vida; interesa más la cantidad que la calidad; impresionan más las exhibiciones que la profundidad del Evangelio. Jesús es muy claro y nos lo repite en esta parábola: se necesita profundidad, se necesita apertura para recibir la semilla, se necesita paciencia para dejarla crecer y se necesita constancia para que dé fruto. Es indispensable nuestra entrega, el disolvernos en medio de la masa, el donarnos aunque parezca una pequeñez. San Pablo nos asegura que el Espíritu es quien ayuda nuestra debilidad y Él es quien transformará la masa.  ¿Reconocemos nuestra la Iglesia en esta parábola?

El evangelio no consiste en conquistar, sino en contagiar, nos dice la parábola de la levadura. No vamos a enseñar sino a participar, y, sobre todo, el resultado dependerá no sólo de nuestras acciones, pero también de ellas. La ley de la resonancia también se da en el Evangelio. Una pequeña acción positiva desencadena un sinnúmero de cosas buenas; una omisión, una actitud negativa, afectará gravemente, no sólo a nuestra persona, sino a nuestra comunidad. Ya lo afirma el Papa Francisco que nuestras pequeñas acciones parecen insignificantes pero son necesarias y valiosas a los ojos de Dios. El Reino debe implicar para el discípulo de Jesús una acción transformadora en la vida cotidiana, que llegue hasta lo más profundo de la persona humana. Es un llamado constante y permanente a construir e influir en las estructuras de la sociedad para crear un mundo más justo, más hermano y más  comprensivo. Se trata de cambiarlo desde dentro y entonces cambiarán las estructuras, se necesita un cambio de corazón… pero si nosotros no cambiamos, ¿cómo transformar el mundo?

Tres parábolas, tres pequeños dardos que nos acicatean para vivir el Evangelio.  Conscientes de que en nuestro propio interior encontramos esa dualidad del bien y el mal, ¿somos comprensivos con el hermano diferente y descubrimos sus cualidades? ¿Cuánta paciencia tenemos con los demás y con nosotros mismos? ¿Somos semilla de mostaza, levadura o somos solamente palabrería y llamarada de petate? Son tres parábolas que debemos sembrar en nuestro pensamiento y en nuestro corazón y dejarlas que crezcan arriesgándonos a las consecuencias.

Padre del Amor y la Ternura, Padre de la Paciencia y del Perdón, enséñanos a ser bondadosos con nuestros hermanos, generosos en la entrega y pacientes en la espera de los frutos. Amén.



EEM