Vuelta al Mundo

Caos en el panorama mundial

2014-08-02

Como lo señala Zbigniew Brzezinski, "estamos ante un mundo desencuadernado y sin...

OLGA PELLICER, Proceso

Pocas veces desde finales de la Segunda Guerra Mundial habían ocurrido al mismo tiempo tantas crisis internacionales como las que se viven hoy: Afganistán, Irak, Siria, Gaza, Ucrania, Centroamérica. Con excepción de las negociaciones sobre el programa nuclear de Irán, no hay mesas de negociación diplomática para encontrar salidas, no existen líderes que hayan tomado a su cargo la búsqueda de soluciones, no hay instituciones regionales o universales que hayan asumido responsabilidad, no hay hoja de ruta que señale el camino, por lejano que sea, para salir del túnel.

La situación anterior ocurre como resultado de diversos factores. El primero, el debilitamiento de la influencia de Estados Unidos en la política internacional. Cierto que su presencia militar, cultural y tecnológica está en todas partes. Pero a diferencia de otros momentos, como durante la Guerra de los Balcanes, cuando su voz definió el rumbo a seguir para terminar el conflicto, la Casa Blanca ha perdido liderazgo. Las declaraciones del presidente Obama son titubeantes, dominadas por la convicción –reflejo del ánimo existente entre los estadunidenses– de que deben evitarse mayores compromisos de Estados Unidos en los problemas mundiales.

Como lo señala atinadamente Zbigniew Brzezinski, exasesor de seguridad nacional del mandatario estadunidense, en entrevista reciente (El País 21/07), "estamos ante un mundo desencuadernado y sin líderes. Estados Unidos tiene que conformarse con intentar reducir, en cooperación con otros países, los riesgos que entrañan los nuevos desequilibrios internacionales".

Ahora bien, aun esos intentos moderados son infructuosos cuando el margen de maniobra es reducido por circunstancias internas y externas. La polarización de la sociedad estadunidense, acelerada desde la llegada al poder de Obama, tiene el efecto de dificultar la política exterior. Desde la negativa del Congreso a proporcionar fondos para hacer frente a la crisis humanitaria producida por los niños migrantes, hasta los ataques constantes a la negociación diplomática para llegar a un acuerdo con Irán, son ejemplos de la hostilidad en medio de la cual se mueve el presidente Obama. La cercanía de las elecciones intermedias, y, pronto, de las presidenciales, subordina las decisiones en materia de política exterior al efecto que puedan tener en el comportamiento electoral; el cortoplacismo y la irracionalidad son la consecuencia inevitable.

En el ámbito externo, los factores que limitan a Estados Unidos provienen de diversos frentes. En Europa, es difícil lograr una posición unificada ante los problemas de Ucrania dada la dependencia que en esa parte del mundo se tiene de los energéticos provenientes de Rusia. A pesar del dramatismo que acompaña el derribo del avión MH17 con 293 pasajeros, el rápido señalamiento de Obama respecto a las responsabilidades rusas no ha sido secundado por los europeos interesados en no profundizar el conflicto con Rusia; aducen, con razón, que antes de establecer acusaciones es necesario esperar los resultados de una investigación imparcial.

En otros flancos, el afianzamiento de China como un poder económico y político indiscutible que extiende su influencia sobre sus vecinos en Asia, los países árabes, África y América Latina es el hecho que mejor ilustra el fin de la hegemonía de Estados Unidos en el siglo XXI. Convivir con China, encontrar la forma de lograr buenas relaciones diplomáticas y económicas conteniendo, al mismo tiempo, los avances que amenacen abiertamente sus intereses, es una de las tareas más importantes y complejas para el gobierno estadunidense durante los próximos años.

A la situación anterior cabe añadir el reto representado por un líder carismático, ambicioso y deseoso de restablecer las antiguas glorias de la Rusia imperial. El papel de Putin es enorme en la recomposición de las zonas de influencia de la OTAN, en las negociaciones en curso para manejar el programa nuclear de Irán, en las decisiones sobre el trato al gobierno de Siria, en la fragmentación de Ucrania, entre otros temas. Las políticas destinadas a su aislamiento internacional encabezadas por Estados Unidos y la Unión Europea han sido poco exitosas. Prueba de ello es la gira efectuada recientemente por América Latina, en donde logró objetivos de tipo económico y político que no son despreciables, en particular en Cuba y Brasil.

El fin de la guerra fría abrió una etapa positiva en que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, generalmente encabezados por Estados Unidos, coincidían en desarrollar acciones para el restablecimiento de la paz que tuvieron éxito en diversas regiones de Asia, África y América Latina. Pero esa etapa duró poco. De hecho entró en crisis desde la invasión de Irak por parte de Estados Unidos. Hoy, el ambiente del Consejo de Seguridad recuerda los años de la Guerra Fría. Los miembros permanentes se encuentran divididos: por un lado, Estados Unidos, Francia y Reino Unido; por el otro, China y Rusia. Los problemas más serios están fuera de su agenda. El secretario general de la ONU se ha retraído, haciendo llamamientos muy tibios, aun en situaciones tan graves como los bombardeos de Israel contra Gaza que han producido la muerte de más de 500 civiles inocentes.

Si a todo lo anterior agregamos el efecto de las nuevas tecnologías de la información sobre las relaciones internacionales, los nuevos peligros y las amenazas a la estabilidad –como pueden ser los ataques cibernéticos, el deterioro del medio ambiente y la cascada de conflictos que se ha precipitado durante los últimos meses– provocan una gran perplejidad. ¿Cómo será el futuro de la paz y la seguridad internacionales dentro de la situación caótica que hoy se vive?



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