Vox Populi

Nadar de muertito

2014-08-17

Y con el alivio de las pantallas a todo color y en alta definición de los televisores...

León García Soler, La Jornada

Cada 25 horas y media es asesinado un periodista en México, gritaba una cabeza de un diario escrito, de los de papel, cuya desaparición festinan los que no saben leer o no quieren perder su tiempo en busca de conocimiento. Se conforman con información a la mano, por vías electrónicas. Y con el alivio de las pantallas a todo color y en alta definición de los televisores devenidos vehículo del poder político, arma del poder económico, consuelo para la estulticia de la democracia sin adjetivos en el ágora electrónica.

Un periodista asesinado cada día. Y la inmensidad del recuento de los muertos en la guerra que Calderón dice ahora que nunca le declaró al narcotráfico, así como el deslumbramiento con las fiestas del PAN en Puerto Vallarta y el intencionado olvido de los beneficiarios del reparto alegre de casinos, con permiso de reproducirlos en actos asexuados, clonarlos, multiplicarlos en progresión geométrica; la siempre bien recibida filtración de videos a través de Internet y, desde luego, la televisión y la prensa escrita, silenciaron el grito de la cabeza de aquellos diarios. ¡Que vergüenza! Tanta como la del acto sacramental de la guardia nacional enviada a la frontera por el gobernador de Texas y la respuesta mexicana revestida de valor diplomático.

El nuevo órgano electoral del centralismo anuncia la inminente publicación de las reglas del reparto de espacios para la propaganda de los partidos de la pluralidad, a los que ya formalmente se añadieron otros tres. Seguramente se trata de una programación detallada con espots y proclamas incoloras, libres de ataques, de toda combatividad electoral, ya no digamos de la lucha de clases, o de algún eco del intercambio de acusaciones de traición a la patria que se dieron en las últimas fases de las reformas a las leyes secundarias de la reforma energética. Distribución minuciosa con estilo y detalles de actuarios ajenos a la acción política. Todos o casi todos, espacios para los medios de las telecomunicaciones cuyas reformas fueron ya también aprobadas. De la tradicional participación de la prensa escrita en los procesos electorales, nada.

Alguna vez y en otras partes, los periódicos no sólo incluían propaganda, sino se declaraban abierta y formalmente en favor de alguno de los partidos y sus candidatos. A nombre de la democracia y como ruboroso velo que pretenda ocultar toda suerte de intimidad, ya no digamos compromiso, el INE, regresión centralista de la única institución surgida en el largo proceso de la transición en presente continuo, del IFE, prácticamente veda cualquier presencia partidista, de candidato o de sus programas, de aspirante a gobernar o de sus proyectos, de la reproducción en papel. En papel periódico, para colmo de ironía. Y las fuerzas centrípetas sirven al anticipado funeral de los medios impresos en papel.

O a la concentración de su propiedad en menos manos; conversión en simple añadido de conglomerados dueños de televisión abierta, radio, cable, telefonía y un diario impreso como adorno social y, con suerte, generador de opinión que convierta el flujo informativo en movilización de ideas, capaz de multiplicar la visión expresada en negro sobre blanco. No hay en este apresurado recuento de la centralización y resurgimiento de la intención de controlar a los medios y someter a los mensajeros, ninguna búsqueda de arreglos. No los hay, salvo con el valor de la palabra escrita, la libre expresión de las ideas y el compromiso político que conlleva.

Pero la muerte cotidiana de un periodista y la lenta muerte anticipada de los periódicos obligan a recordar el experimento de las ranas en un recipiente lleno de agua y puesto al fuego: los batracios nadan tranquilamente mientras sube la temperatura, hierve el agua y las cocina. Si las arrojan al agua caliente, saltan de inmediato; si las ponen en agua fría y calientan ésta, nadan tranquilamente hasta ser ranas hervidas: cadáveres que flotan.

Atrás del espejo, los administradores de las instituciones del capitalismo financiero aplauden la incuestionable habilidad política con la que Enrique Peña Nieto prolongó sus primeros cien días, gracias al pacto con el que logró el concurso y acuerdo de los principales partidos de oposición, a un extenso, intenso e incierto programa de reformas constitucionales. Madame Lafarge, del Fondo Monetario Internacional; Gurría, el ángel de la dependencia, en la OCDE, manifiestan su reconocimiento y alientan el cambio de rumbo. El Presidente en función de jefe de Estado, conmemora en Teoloyucan la derrota de Victoriano Huerta, la disolución del Ejercito federal y la instauración del Ejercito de la Revolución Mexicana. Ahí, al pie de una estatua de Álvaro Obregón, la difusión del acto y el mensaje del secretario de la Defensa disolvieron la sombra del caudillo.

Aunque nadie enalteciera las victorias militares del sonorense invicto; aunque nadie mencionara la convicción y talento con la que sus correligionarios supieron imponerse en Querétaro y sumar los derechos sociales a los derechos individuales de la Constitución de 1857. Los opositores a las reformas estructurales son los mismos, o sucesores de los que Carlos Salinas y sus validos llamaban burlonamente nostálgicos del nacionalismo revolucionario. Peña Nieto rompió el molde, el paradigma del cardenismo, de la política social que perduró a lo largo del siglo XX, impronta de identidad de México y lo mexicano. Una efemérides le ofreció la posibilidad de distanciarse de la derecha, no de alianzas coyunturales, sino de objetivos y convicciones coincidentes con los dogmas económicos de la austeridad fiscal al borde de la recesión.

En Veracruz, en el puerto heroico, jarocho y trovador de veras, tuvo la fortuna de conmemorar la resistencia del pueblo y de los cadetes de la Naval que dieron la vida en el combate a la intervención de la Marina de Estados Unidos. Tan lejos y tan cerca del río Bravo y la frontera con Texas. En plena campaña electoral, Peña Nieto desplegó el arte del contacto personal; con optimismo desbordante agradeció a los diputados y senadores de todos los partidos, cualquiera que haya sido su voto, la tarea de legislar y aprobar las reformas constitucionales. Y la sorpresa retórica de Agustín Carstens: inusitadas expresiones de apoyo y halagos a la política del Presidente, a los cambios y el bienestar que auguró, antes de manifestar su inquietud por el crecimiento del PIB que se reduce paso a paso.

Ya en su papel de guardián de la estabilidad a toda costa, Carstens frunció el ceño y condenó la intención de aumentar el salario mínimo; tanto el proyecto de Miguel Mancera, jefe de Gobierno del Distrito Federal, como las variantes de apoyo que se multiplicaron. Desde luego, los poderosos señores del uno por ciento, o sus representantes en los organismos patronales y empresariales, habían condenado el proyecto de quien fue candidato del PRD sin haber militado en partido político alguno. Cambiar lo mínimo del salario desataría una inflación monstruosa, dijeron. Ni una palabra sobre la pérdida del valor adquisitivo del miserable salario.

En vísperas del proceso electoral de medio sexenio, el PAN se hunde en el fango. El PRD se aferra a las posiciones de poder alcanzadas al pactar con Peña Nieto, pero confrontado con Andrés Manuel López Obrador, recurre a la autoridad moral de Cuauhtémoc Cárdenas. Todos contra todos, pero coincidieron en nadar de muertito mientras hervía el perol. Y así esperar la consulta popular y lo que decida la Suprema Corte.



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