Religión

La fe pide dar el testimonio de la caridad: Papa Francisco

2014-10-13

« Queridos hermanos y hermanas. En el evangelio de este domingo, Jesús nos habla de la...

CIUDAD DEL VATICANO, 12 de octubre de 2014 (Zenit.org) - Concluida la santa misa en la basílica de San Pedro en agradecimiento por la canonización de dos santos canadienses, el santo padre Francisco rezó el ángelus desde la ventana de su estudio que da a la plaza de San Pedro, delante de miles de peregrinos que allí se habían congregado.

A continuación las palabras del Papa, antes y después de la oración del ángelus.

« Queridos hermanos y hermanas. En el evangelio de este domingo, Jesús nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios --representado por un rey-- a participar a un banquete nupcial.

La invitación tiene tres características fundamentales: la gratuidad, la amplitud, la universalidad. Los invitados son muchos, pero sucede algo sorprendente: ninguno de los elegidos acepta ir a la fiesta, tienen otras cosas que hacer, más aún, algunos muestran indiferencia y hasta fastidio. Dios es bueno hacia nosotros, nos ofrece gratuitamente su amistad, nos ofrece su alegría, la salvación, pero tantas veces no acogemos sus dones, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses.

Algunos invitados incluso maltratan y asesinan a los siervos que llevan la invitación. No obstante la falta de adhesión de los llamados, el proyecto de Dios no se interrumpe. Delante del rechazo de los primeros invitados, él no se desanima, no suspende la fiesta pero repropone la invitación, ampliándola hasta más allá de los límites razonables y manda a sus siervos a las plazas y a los cruces de las rutas para reunir a todos aquellos que encuentren.

Se trata de gente común, pobres, abandonados y desheredados, más aún, 'malos y buenos', incluso los malos son invitados, sin distinción. Y la sala se llena con los 'excluidos'. El Evangelio, rechazado por alguno, encuentra una acogida inesperada en tantos corazones.

La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por esto el banquete de los dones del Señor es universal, universal para todos. A todos le da la posibilidad de responder a su invitación, a su llamado, a su caminata; nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o de revindicar una exclusiva. Todo esto nos induce a vencer la costumbre de colocarnos cómodamente en el centro, como hacían los jefes de los sacerdotes y fariseos.

Esto no se debe hacer, tenemos que abrirnos a las periferias, reconociendo también que quien está en los márgenes, más aún, quien es rechazado y despreciado por la sociedad, es objeto de la generosidad de Dios. Todos estamos llamados a no reducir el Reino de Dios dentro de los límites de nuestra 'iglesita', nuestra 'iglesita pequeñita', esto no sirve, pero a dilatar la Iglesia a las dimensiones del Reino de Dios.

Entretanto hay una condición: vestir el hábito nupcial. O sea dar testimonio concreto de la caridad concreta a Dios y al prójimo.

Confiamos a la intercesión María Santísima los dramas y las esperanzas de tantos hermanos y hermanas nuestros; excluidos, débiles, rechazados, despreciados, incluso aquellos que son perseguidos por motivo de su fe. Invocamos su protección en los trabajos del sínodo de los obispos reunidos estos dias en el Vaticano».

Después de rezar la oración del ángelus:

«Queridos hermanos y hermanas, esta mañana en la ciudad de Sassari, ha sido proclamado beato el padre Francesco Zirano, de la Orden de los frailes menores conventuales: él prefirió ser asesinado antes que renegar a su fe. Demos gracias a Dios por este sacerdote mártir, heroico testimonio del Evangelio. Su fidelidad llena de coraje hacia Cristo ha sido un acto de gran elocuencia, especialmente en el actual contexto de despiadadas persecuciones contra los cristianos.

En este momento, nuestro pensamiento va a la ciudad de Génova, otra vez duramente golpeada por el aluvión. Prometo mi oración por la víctima y por todos los que han sufrido graves daños. La Virgen de la Guardia sostenga a la querida población genovesa en el empeño solidario, para que puedan superar esta dura prueba.

Recemos todos juntos a la Virgen de la Guardia. Ave María... María Madre, de la Guardia proteja a Génova.

Saludo a los peregrinos, especialmente a las familias y a los grupos parroquiales. En particular quiero saludar cordialmente al grupo de peregrinos canadienses, venidos a Roma con motivo de la canonización de san Francisco de Laval y santa María de la Encarnación. Que los nuevos santos susciten en el el corazón de los jóvenes canadienses el fervor apostólico.

Saludo al grupo del «Office Chrétien des personnes handicapées» que ha venido desde Francia; a las familias del Colegio Reinado del Corazón de Jesus, de Madrid; a los fieles de Segovia; a los polacos aquí presentes ;y a quienes han promovido especiales obras de caridad en ocasión de la Jornada del Papa.

Saludo al numeroso grupo de la 'Associazione Amici di San Colombano per l'Europa', que han venido en ocasión de la apertura del del XIV centenario de la muerte de San Colombano, gran evangelizador del Continente europeo.

Saludo a las Hijas de María Auxiliadora, que están participando al capítulo general; a los fieles de la parroquia de Santa María Inmaculada de Carenno; a los representantes de la diócesis de Lodi reunidos en Roma para la ordenación episcopal de su Pastor; y a los fieles de Bergamo y Marne».

Y el Papa deseó a todos un buen domingo y añadió: "Por favor les pido que recen por mí". Y concluyó con su "Buon pranzo e arrivederci».


Texto completo de la homilía del Papa

El santo padre Francisco presidió este domingo por mañana en la basílica de San Pedro, la santa misa en agradecimiento por la canonización de los santos canadienses san Francisco de Laval, obispo (1623-1708) y santa María de la Encarnación, Guyart Martin, religiosa y fundadora de la congregación de las Ursulinas de la Unión Canadiense. (1599-1672).

Concelebraron con el Santo Padre, diversos obispos y sacerdotes de la arquidiócesis canadiensde de Québec.

A continuación la homilía del Santo Padre después de la proclamación del Evangelio.

«Hemos escuchado la profecía de Isaías: "El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros …". Estas palabras, llenas de la esperanza de Dios, indican el futuro hacia el cual estamos en el camino. En este camino, los santos nos preceden y nos guían. Estas palabras también describen la vocación misionera.

Los misioneros son quienes, obedientes al Espíritu Santo, tienen el valor de vivir el Evangelio. También este Evangelio que acabamos de escuchar: "Salgan a los cruces los caminos", dijo el rey a sus siervos (Mt 22, 9). Los criados salieron y reunieron a todos los que encontraron, "malos y buenos" para llevarlos al banquete de las bodas del rey.

Los misioneros acogieron esta llamada: salieron a llamar a todos, en las encrucijadas del mundo; y así hicieron mucho bien a la Iglesia, ya que si la iglesia se detiene y se cierra, se enferma, se puede corromper, sea por los pecados que con la falsa ciencia separada de Dios, que es el secularismo mundano.

Los misioneros dirigieron su mirada hacia Cristo crucificado, recogieron su gracia y no se la han tenido para ellos. Al igual que San Pablo, hicieron todo para todos; han sido capaces de vivir en la pobreza y en la abundancia, en la saciedad o en el hambre; todo podían en Aquel que da la fuerza. Y con esta fuerza de Dios, tuvieron el coraje de "salir" por las calles del mundo con la confianza en el Señor que llama.

Esta es la vida del misionero o misionera, después puede terminar lejos de casa, lejos de su patria. Tantas veces, muchísimos asesinados, como sucedió en estos días con tantos hermanos y hermanas nuestros.

La misión evangelizadora de la Iglesia es esencialmente el anuncio del amor, de la misericordia y del perdón de Dios, revelado a los hombres en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.

Los misioneros han servido a la misión de la Iglesia, partiendo el pan de la Palabra en favor de los más pequeños y lejanos, llevando a todos el don del amor inagotable que brota del corazón del mismo Salvador. Así eran san Francisco de Laval y santa María de la Encarnación.

Quiero dejarles hoy, queridos peregrinos canadienses, dos consejos tomados de la Carta a los Hebreos, pero que pensando a los misioneros le van a hacer mucho bien a sus comunidades.

El primero es este: "Acuérdense de sus jefes, quienes les anunciaron palabra de Dios. Considerando atentamente el resultado final de su vida, imítenlos en su fe".

El recuerdo de los misioneros nos sostiene cuando sentimos la escasez de los obreros del Evangelio. Sus ejemplos nos atraen, nos empuja a imitar su fe. ¡ Son testimonios fecundos que generan vida!

El segundo es éste: "Traigan a la memoria esos primeros días: después de haber recibido la luz de Cristo, han tenido que soportar una lucha grande y penosa... No abandonen la franqueza a la cual está reservada una gran recompensa. Tienen solamente necesidad de perseverancia". (10, 32,35-36).

Rendir honor a quienes han sufrido para traernos el Evangelio, significa llevarnos hacia adelante en la buena batalla de la fe, con humildad, mansedumbre y misericordia, en la vida de cada día. Y esto trae fruto.

Memoria de quienes nos precedieron, de quienes fundaron nuestra Iglesia, la Iglesia fecunda de Quebec, con tantos misioneros que fueron por todas partes. El mundo fue llenado de misioneros canadienses, como estos dos.

Ahora un consejo, que esta memoria no nos lleve a abandonar ni el coraje ni la franqueza, quizás, no quizás, no, pero seguramente: el diablo que es envidiosos, no tolera que una tierra sea tan fecunda en misioneros. Recemos Señor para que Quebec vuelva en este camino de la fecundidad, de haber dado a tantos misioneros.

Y estos dos, que han por así decir, fundado la Iglesia en Quebec, nos ayuden como intercesores. Que la semilla que ellos sembraron dé frutos, de nuevos hombres y mujeres llenos de coraje, de amplios horizontes, con el corazón abierto a la llamada del Señor. Hoy hay que pedir esto para vuestra patria y ellos desde el cielo serán nuestros intercesores. Que Quebec vuelva a ser esa fuente de buenos y santos misioneros.

Aquí está la alegría y la entrega de vuestra peregrinación: recordar a los testigos, a los misioneros de la fe en vuestra tierra. Esta memoria nos sostiene siempre en el camino hacia el futuro, hacia la meta, cuando "el Señor Dios enjugará las lágrimas de cada rostro...";

"Alegrémonos, y exultemos por su salvación"».



EEM