Summum de la Justicia

Momentos de peligro

2015-02-03

A pesar de esos consensos, no logramos escapar del caos injusto y violento que hoy experimentamos y...

Gustavo Esteva, La Jornada

Se ha acentuado, desde Ayotzinapa, la polarización entre mexicanos y mexicanas. Mientras un bando, con su violencia impaciente, crea momentos de peligro y horas aciagas, el otro enfrenta los dolores del parto. Es ya conciencia general que arriba prevalecen la corrupción, la impunidad y la incompetencia. Sin recursos políticos, los gobernantes recurren crecientemente a la violencia y extienden el estilo Atenco de gobernar. La revista conservadora The Economist, que antes los celebraba a rabiar, acaba de señalar que no entienden que no entienden.

También hay consenso sobre la bancarrota de las instituciones. Las creadas en 1917 se habían vuelto obsoletas, pero en vez de actualizarlas y enriquecerlas las clases políticas las destrozaron. Su violenta contrarrevolución alejó aún más los marcos normativos y las prácticas institucionales de las realidades y aspiraciones de la mayoría de los mexicanos y las mexicanas. Es experiencia general que unos y otras son cada vez más inútiles y contraproductivos.

A pesar de esos consensos, no logramos escapar del caos injusto y violento que hoy experimentamos y que a nadie satisface ya, porque no hay acuerdo en el quehacer.

De un lado están quienes no entienden que no entienden y se aferran a sus prebendas y facultades, con sus socios y cómplices del negocio de gobernar, organizados en mafias que a veces incluyen a personas comunes que han colgado de ellos su propia supervivencia. Los acompañan quienes sólo pueden plantearse el cambio dentro del marco existente, aquellos que creen posible transformar desde adentro las instituciones y mecanismos que se han vuelto inservibles. Han logrado convencer a millones de que esa es la única opción; la ven como única alternativa a la "vía armada", aunque es cada vez más violento. Afirman contra toda experiencia que las elecciones de 2015 y 2018 serán la oportunidad de transformar el país, sin ver el carácter ilusorio de esa opción, tanto en las urnas como en las supuestas reformas desde adentro.

Del otro lado están las fuerzas sociales que se han estado formando y articulando desde abajo, tanto desde las resistencias y rebeldías organizadas de tiempo atrás como desde las que apenas ahora empiezan a cristalizar. Están ahí comunidades y movimientos que hace tiempo resisten los despojos y agresiones del capital y el gobierno, junto a los que fueron despertados por Ayotzinapa y se apresuran a organizarse.

Los dos bandos que se han formado son inestables y llenos de contradicciones. Hay algunas muy evidentes. La coyuntura ha puesto del mismo lado a Peña y a López Obrador, con todo lo que simbolizan y con quienes los siguen, pero no es tersa su coexistencia dentro del sistema cuyo liderazgo disputan. Hay también continuos desarreglos entre las corporaciones y sus empleados del gobierno.

En el bando contrario hay también confusión. Si bien se extiende la convicción de que el capital es el mandón del otro bando, como dijo bien el subcomandante Moisés en el primer Festival Mundial de las Resistencias y Rebeldías, no todos comparten esa conciencia. Algunos, a pesar de sus inclinaciones antisistémicas, no están seguros de que sea el momento de enfrentarse al capital y ni siquiera de decirlo.

Los padres y familiares de los 43 han contribuido a despejar confusiones en este bando. En su encuentro con resistencias y rebeldías de todo el país, han contribuido a esclarecer el carácter de esta lucha. Del mismo modo que saben que los hechos de Iguala no se confinan a los mandos locales o estatales, ni a los criminales, saben que gobiernos y partidos bailan el son que tocan los capitalistas. Saben que la verdad y la justicia por las que luchan han sido secuestradas por ellos, no sólo por los gobiernos y los criminales, y que su lucha por la libertad no puede detenerse en sus subordinados.

Mientras los gobernantes se sienten arrinconados, pierden la paciencia y dan peligrosos manotazos sin sentido, el bando de abajo sigue ocupándose de fortalecer su organización y sus alianzas y coaliciones. Concentra cada vez más su empeño en establecer nuevas relaciones sociales, lo que es su más poderosa arma de lucha. Imagina ahora dispositivos eficaces para proteger la transición pacífica y democrática al nuevo orden social que construyen sus prácticas autonómicas. No espera una promesa constitucional, como la de 1917, para concebirlo y hacerlo real. Enriquece cotidianamente su capacidad de transformación, en un cambio moldeado como emancipación de todas las formas de opresión y explotación de la mentalidad patriarcal y capitalista dominante. Estaría así forjando un espejo caleidoscópico que reflejaría ya la plataforma de ideas y principios en que puede expresarse la convivencia armoniosa de los diferentes en la libertad.



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