Editorial

La autoridad moral

2015-04-09

Estamos ante una nueva era para los intereses españoles en el continente, y no solo. Hace...

ANTONIO NAVALÓN, El País

Mientras Estados Unidos vuelve a mirar hacia América Latina y China le disputa cada día un porcentaje mayor en los negocios, es importante repasar la posición, las razones y la fuerza de España y sus empresas en la nueva Latinoamérica.

Estamos ante una nueva era para los intereses españoles en el continente, y no solo. Hace dos años, la inversión empresarial española en América Latina alcanzó los 125.762 millones de euros. El 70% se concentró en dos países: Brasil, con el 51,9% y, México, con el 18,8%. Las Américas siguen siendo tierra de oportunidad para las compañías españolas, pero la manera de hacer los negocios debe ser distinta y la competencia es cada vez más fuerte.

Durante la Transición, el milagro español se derramó por toda la región y todos los países latinoamericanos siguieron ese modelo. El Rey Juan Carlos se convirtió en un héroe, el sistema democrático de la Madre Patria fue un ejemplo a seguir y la prensa se convirtió en la transmisora del tránsito político bien hecho. Hoy, cuando se observa la implantación de las empresas españolas en la región queda claro que lo que sucede en España sucede en Latinoamérica.

Ha bastado abrir la olla de una pequeña institución de crédito en un pequeño país entre dos países —Andorra— para que el hedor, el sistema, la sífilis del siglo XX y XXI llegue desde América hasta España y desde España hasta América con lavado de dinero por medio.

La región latinoamericana padece muchos problemas materiales, pero todos son superables. Los únicos problemas insuperables son los morales. Durante 300 años quisimos ser democráticos, justos y sobre todo, honestos. Hoy, tenemos sistemas de gobierno formalmente democráticos, pero no hemos sido capaces de acabar con la enfermedad crónica y terrible de los países que hablan español y portugués: la desigualdad social.

Tampoco hemos sido capaces de que los anticuerpos producidos en cada país sean lo suficientemente fuertes y sabios como para aprovechar lo mejor del ejemplo español y rechazar lo peor. Respecto al pasado del continente, poco se puede hacer. Respecto al presente, solo queda intentar rescatarlo solucionando los problemas eternos que han hecho que siempre estemos a punto de conseguirlo, pero nunca lo logremos. Solo terminando con la falta o la debilidad de las de instituciones y acabando con la corrupción y la brecha social podrá existir un futuro.

La región parece condenada a sufrir el desgrano diario de un escándalo por aquí, otro escándalo por allá y las terribles preguntas ligadas, una y otra vez, a las enormes realidades de sus pueblos: ¿Sabían o no sabían? Naturalmente, todos estamos seguros de que sí sabían, pero jugaremos a que somos un sistema legal perfecto en el que solo existe el crimen cuando se puede probar. Sin embargo, hay dos tipos de crímenes en política: el físico y el otro, el que de verdad es difícil del perdonar, el crimen contra el ideal, el referente y la moral.

Vivimos en un mundo en el que qué más da lo que de verdad sabía o no Dilma Rousseff cuando era aún ministra de la Presidencia de Lula da Silva, nadie nos convencerá de que ella sí sabía con la certeza que todos tenemos de que su jefe también sabía. El problema no son los crímenes cometidos por los gobernantes en un mundo sin ejemplos, sino durante cuánto tiempo pueden vivir nuestras sociedades sin nadie a quien respetar.

La corrupción ha terminado por convertirse en un tema tan recurrente que aburre leer o hablar de ella. Sin embargo, es la responsable de que usted, lector, no tenga trabajo, de que su hijo esté pensando que da igual ser recto que retorcido y de que al final ser sicario o asesino sea una —cuando no la única—— alternativa.

No se equivoque. El problema está claro: la pérdida de los valores es la verdadera crisis. Todas las empresas españolas que hoy controlan las finanzas, la energía, las telecomunicaciones deberían ser conscientes de que lo hacen en nombre de un modelo sin vida y sin pulso.

Y sin embargo, el crecimiento medio de las ganancias globales de las siete mayores multinacionales españolas en los últimos años ha sido del 150%, gracias a América Latina. El sector bancario obtuvo un beneficio bruto de entre un 70 y 83%, el de seguros de un 70% y el de las telecomunicaciones de un 49%.

Esas empresas deberían saber que la lectura que se hace ahora desde Latinoamérica es que sus países entregaron el control de la economía a España a cambio de un modelo que podían admirar y copiar. Perdido ese modelo, para ellos, ha perdido todos los derechos.

 



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