Cabalístico

El sentido de la Autoridad

2015-07-23

Respeto por la dignidad de la persona humana. Aparece como una línea de exigencia el que los...

Autor: German Sanchez Griese

Sin convertirse en un experto en psicología el superior sabe que debe conservar la unidad en la comunidad, la provincia o la congregación.

Exigencias de la doctrina conciliar y postconciliar para ejercer la autoridad

El capítulo anterior nos ha permitido adentrarnos un poco en lo que es el misterio del binomio autoridad – obediencia. Nadie obedece a sí mismo, sino que obedece a una autoridad, por lo que el capítulo anterior, si bien hablaba de la obediencia en cuanto tal, nos hace referencia a una autoridad. Este tipo de autoridad posee unas características específicas que han quedado ya alineadas también en los renglones del primer capítulo. Bástenos recordar aquí algunas exigencias que después del Concilio Vaticano II el magisterio de la Iglesia ha ido dibujando para la autoridad. Estas exigencias nos darán posteriormente las claves para encontrar algunos principios generales del gobierno religioso1.

Respeto por la dignidad de la persona humana. Aparece como una línea de exigencia el que los superiores gobiernen a sus súbditos dentro del respeto de su dignidad como persona. Es decir, que consideren los que gobiernan, que están gobernando a personas y que como a tales las tienen que tratar. Algo que podría parecer de Perogrullo, pero que sin embargo quien detenta la autoridad, a cualquier nivel ya que no es exclusivo de la vida consagrada, parece olvidarse del sujeto sobre el que está gobernando. Algunas ocasiones las personas que ejercen la autoridad, presionadas por los superiores mayores, por exigencias del gobierno civil en lo que se refiere a la marcha de las obras de apostolado, o alimentados también por su propio ego, buscan afanosamente unos resultados y utilizan las personas a las que gobiernan como meros instrumentos para lograr esos fines. No estamos hablando de fines negativos, pero recordando la máxima de que el fin no justifica los medios, no por dar resultados en la gestión de las obras o en la gestión de las personas, se debe pasar de alto que se está tratando con personas. De nuevo traigo a colación el triste ejemplo de una congregación cuyo superior mayor acostumbraba cada trimestre reunirse con sus superiores de comunidad y con los superiores de las obras de apostolados para revisar la marcha de las obras y de las comunidades, pidiendo resultados en el aspecto económico, en el cultivo de bienhechores, la consecución de vocaciones, entro otras cosas. En ese caso las personas son tratadas como medios y no como un fin en sí mismo. Se instrumentaliza a la persona a la que se gobierna para que cumpla con unos resultados, olvidando que está tratando con una persona y no con un instrumento de producción. Su frase favorita para motivar a sus súbditos era "números, números, números, haciendo referencia a los resultados que tenían que dar.

Por ello, desde Perfectae caritatis, el magisterio de la Iglesia en lo que se refiere a la vida consagrada viene insistiendo que los superiores deben respetar antes que nada la dignidad de las personas a las que gobiernan. Es una constante que se observa desde Perfectae caritatis hasta El servicio de la autoridad y la obediencia. "Gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios y con respeto a la persona humana"2. "Ejerzan los Superiores con espíritu de servicio la potestad que han recibido de Dios por ministerio de la Iglesia. Por tanto, mostrándose dóciles a la voluntad de Dios en el cumplimiento de su función, gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios, fomentando su obediencia voluntaria con respeto a la persona humana"3. "Debe ser ejercida (la autoridad) de acuerdo con las normas del derecho común y propio, con espíritu de servicio, respetando la persona humana de cada religioso como hijo de Dios"4. "La cultura de las sociedades occidentales, centrada fuertemente sobre el sujeto, ha contribuido a difundir el valor del respeto hacia la dignidad de la persona humana, favoreciendo así positivamente el libre desarrollo y la autonomía de ésta. Este reconocimiento constituye uno de los rasgos más significativos de la modernidad y ciertamente es un dato providencial que requiere formas nuevas de concebir la autoridad y de relacionarse con ella"5.

Hago hincapié que este trato que deben dar, debe ser en respeto a lo que son, es decir una forma sustancial en un cuerpo material, por lo que debe respetar las consecuencias de este ser, es decir, respetar su cuerpo, su inteligencia y su voluntad. Aspectos que serán basilares en el ejercicio de la autoridad como veremos a lo largo de este libro. Muchos han pesado que tratar a las personas que se gobiernan respetando su dignidad de personas, equivale a dejar a la persona en una perfecta autonomía, es decir, ingobernable. No hay nada más lejos de la verdad. El superior que trata al súbdito de acuerdo con su dignidad, no renuncia a ejercer su autoridad, sino que la ejerce pero en el más completo respeto de lo que significa ser persona. Es decir, la ejerce respetándose a sí misma como persona y respetando al súbdito como persona. De ahí que cuando tenga algo que mandar, en primer lugar deberá analizar si lo mandado es de acuerdo a la razón humana o ha sido fruto de un capricho o una exigencia de la cultura o de intereses propios. Como se ha visto en el capítulo anterior, la autoridad es sólo transmisor de una obediencia que sol se debe a Dios. El es solo mediador, por ello respetarse a sí mismo como persona por parte del superior significa haber analizado si el mandato es razonable, entendiendo razonable como parte de un acto intelectivo en el que lo mandado se relaciona con la materia propia de la obediencia. También respetarse a sí mismo como persona implica de parte del superior exigir lo mandado como persona, haciendo uso de su humanidad y no de su bestialidad. Hay superiores que utilizan artimañas, engaños, incluso violencia física o verbal para exigir el cumplimiento de lo mandado. Estos superiores no se respetan a sí mismos como personas.

El superior, además de respetarse a sí mismo como persona, debe respetar a los que gobierna como personas, en su inteligencia y en su voluntad. Buscando la forma que el súbdito entienda lo mandado para no conformarse con una obediencia ciega o mecánica. Deberá ser muy honesto para distinguir entre motivación y técnicas de manipulación de forma de buscar que el súbdito entienda lo mandado y este motivado para llevarlo a cabo.

Participación en la toma de decisiones. La autoridad en la vida consagrada como se ha visto en el capítulo anterior, es delegada, esto es, no depende de la persona sino de quien la delegue. El superior, como representante de un proyecto evangélico es el encargado de buscar por todos los medios necesarios que este proyecto pueda llevarse a cabo. En este caso el magisterio de la Iglesia, basado en la revalorización de la dignidad de la persona, ha querido que la toma de decisiones y la obediencia no fuera simplemente la acción del superior sobre los súbditos. Conciente de que la voluntad de Dios se manifiesta de manera diferente y que cada persona con su carisma específico aporta un don particular mediante el cual se manifiesta dicha voluntad de Dios, pide encarecidamente que la obediencia sea motivada y que la toma de decisiones sea coral. Es un aspecto en el que aún queda mucho que trabajar. Se trata de que el superior deba que escuchar primero, antes de tomar una decisión sobre lo mandado. Es una acción connatural al discernimiento comunitario que se debe hacer para descubrir la voluntad de Dios en los individuos y en la comunidad. Y una vez tomada esa decisión se trata de que el superior busque por todos los medios posibles que las personas en comunidad lo lleven a cabo como personas, es decir con su inteligencia y con su voluntad. Es triste el espectáculo de aquellas congregaciones en las que la participación de los miembros en los proyectos de apostolados, en el proyecto comunitario o en el proyecto evangélico de la congregación queda reducido a poco o nada. Las faltas de entusiasmo son evidentes en muchas congregaciones en dónde parece que se vive la psicología de la tumba dibujada por el Papa Francisco. "Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como "el más preciado de los elixires del demonio". Llamados a iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo apostólico"6.

De nuevo, leamos algunos incisos del magisterio de la Iglesia resaltando el punto de la toma coral de decisiones y su puesta en práctica en forma gozosa y motivada. "Logren de los súbditos, que en el desempeño de sus cargos y en la aceptación de las iniciativas cooperen éstos con obediencia activa y responsable"7. "La doctrina conciliar y posconciliar (…) Subrayó además la necesidad de consultar la base, de comprometer apropiadamente a todos los miembros en el gobierno del instituto, de compartir la responsabilidad y de fomentar la subsidiariedad"8. ""Las nuevas estructuras de gobierno, que emergen de las Constituciones renovadas, requieren mucha mayor participación de los religiosos y de las religiosas. De donde surge un modo diverso de afrontar los problemas, mediante el diálogo comunitario, la corresponsabilidad y la subsidiariedad. Son todos los miembros de la comunidad los que quedan implicados en sus propios problemas. Esto cambia considerablemente las relaciones interpersonales e influye en el modo de ver la autoridad"9. "A cada uno de sus miembros se le pide una participación convencida y personal en la vida y en la misión de la propia comunidad. Aun cuando en última instancia, y según el derecho propio, corresponde a la autoridad tomar las decisiones y hacer las opciones, el diario camino de la vida fraterna en comunidad pide una participación que permite el ejercicio del diálogo y del discernimiento"10.


Principios generales de gobierno

La participación activa en la obediencia es la nota más característica que el Concilio ha querido sugerir para una adecuada vivencia de la autoridad y la obediencia. Dicha participación no mengua en nada el ejercicio de la autoridad a quien toca siempre decidir lo que se debe hacer. Es una constante del doctrina conciliar y postconciliar para la autoridad. "(…) quedando sin embargo siempre a salvo su autoridad de decidir y de mandar lo que deba hacerse"11. ""Si bien es cierto que la autoridad debe ser ante todo fraterna y espiritual, y que quien la detenta debe consecuentemente saber involucrar mediante el diálogo a los hermanos y hermanas en el proceso de decisión, conviene recordar, sin embargo, que la última palabra corresponde a la autoridad,a la cual compete también hacer respetar las decisiones tomadas"12.

Esta participación activa en la obediencia no es un ceder a las presiones de los miembros, sino un estar disponible a escuchar a los miembros, tomar sus opiniones, llevarlas a la oración y ahí hacer discernimiento para conocer la voluntad de Dios y luego poner en práctica la decisión que se ha tomado. Esta forma de llevar a cabo la obediencia a veces queda reducida en muchas congregaciones a una aplicación fría y despiadada de las Constituciones, o pero aún de las costumbres y normas no escritas que se han ido acumulando a lo largo de los años. Los superiores se convierten entonces en funcionarios de un sistema y de lo que llamamos la ideología del carisma, contrario al espíritu del carisma, pues el espíritu anima y la ideología mata. Buscar la participación no es renunciar a la función de ejercer la autoridad. Al contrario, pues el superior que escucha a las personas que acompaña escucha no solo a una persona sino a quien es portador de un carisma personal y de la forma de encarnar el proyecto evangélico común a toda la congregación religiosa. Escuchando a las personas se respeta la dignidad humana de cada una de ellas, puesto que se le da el valor por lo que cada una representa y además se busca su participación en l mandado, sea desde el punto de vista antropológico y desde el punto de vista espiritual.

Desde el punto de vista antropológico porque el superior buscará con la participación en la obediencia, que lo mandado sea participado por todos. Primero, porque cada uno lo debe comprender con su razón es decir, debe conocer lo que se está mandando, los alcances que tiene para cada uno de los individuos, para la comunidad, para el desarrollo del proyecto evangélico que es la encarnación del carisma, para las personas externas a la congregación, si es que lo mandado tiene que ver con ellas. Y respeta también su voluntad no porque exige lo mandado "por santa obediencia" como anteriormente se acostumbraba, sino porque apela al amor. Quien obedece debe amar lo mandado, pues en esa manera pone en práctica con gran altura la facultad de la voluntad que en amor encuentra su más alta expresión. Cumplir lo mandado por la fuerza es propio de los animales o de aquellas personas que tienen poco uso de la razón. Cumplirlas por un beneficio personal es propio de personas dobles o con intenciones equívocas. Cumplir lo mandado por amor y buscando solo el bien del que manda, que en el caso de la obediencia consagrada el que manda es Dios mismo, es producto del amor. Por ello al buscar la cooperación en lo mandado, el superior busca que las personas actúen como personas.

Además, en esta responsabilidad y participación común de la obediencia, el superior busca que las personas obedezcan como Cristo obedeció a su Padre. El superior debe tener siempre presente que la obediencia, como los otros dos votos, no es más que un medio para imitar y seguir más de cerca de Cristo pobre, casto y obediente. "Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente " visibilidad " en medio del mundo y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente " visibilidad " en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo"13. La participación en lo mandado es un proceso que espiritualiza la obediencia humana ya que la toma de decisiones no se hace a nivel individual, sino a nivel colectivo, en dónde esta colectividad no es sólo la suma de un conglomerado social sino el resultado de un proceso espiritual en el que todas las personas son tomadas en cuenta como tales, es decir como sujetos con un cuerpo y un espíritu.

El principio por tanto de la autoridad que ha venido impulsando el espíritu del concilio es el de buscar la participación activa de todos en la obediencia. "Quien ejerce el servicio de la autoridad se guardará de ceder a la tentación de la autosuficiencia personal, o sea de creer que todo depende de él o de ella, y que no es tan importante o útil favorecer la participación coral comunitaria; porque es mejor dar un paso juntos que dos (o incluso más) solos"14. Para llevar a cabo esta participación comunitaria ejerciendo la autoridad, ésta deberá tomar en cuenta los siguientes principios generales en el gobierno de la vida consagrada: información comunión, participación, subsidiariedad y corresponsabilidad.

Principio de información. Si es tarea propia y principal del superior suscitar una obediencia activa y participativa por parte de las personas a las cuales brinda el servicio de su autoridad, se requiere que la autoridad brinda una información lo más completa posible sobre todo aquello que involucre su obediencia. Si obedecer es un acto humano, necesariamente debe hacer uso de su razón y de su voluntad. La razón es la que exige un conocimiento de todos aquellos elementos que sean necesarios para hacer un juicio y así tomar una decisión en la que actúa la voluntad. Jesucristo obedece a su Padre porque su Padre le da a conocer todo lo referente a su voluntad. Desde el inicio de su misión entre los hombres Jesucristo conoce lo que el Padre le pide. "Por eso, Cristo, al entrar en el mundo, dijo: "Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios. Entonces dije: Aquí estoy, yo vengo –como está escrito de mí en el libro de la Ley– para hacer, Dios, tu voluntad". El comienza diciendo: "Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios", a pesar de que están prescritos por la Ley. Y luego añade: "Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad". Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo" (Hb 10, 5 – 9). Jesucristo conoce lo que el Padre quiere de él. No quiere sacrificios ni holocaustos, quiere el sacrificio de su propia vida, además de que anuncie la llegada del Reino. Su vida es hacer la voluntad del Padre, porque conoce precisamente lo que el Padre le pide. "Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro". Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen". Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?". Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 31 – 34). Bien podemos decir entonces que el Padre ha dado una información completa al Hijo de lo necesario que el pueda tomar una decisión.

De la misma manera el superior debe brindar todo aquello que es necesario para que el súbdito tenga conocimiento de lo que se manda. Y debe dar esta información con exactitud, en el tiempo adecuado y libremente. Una persona que no posee una información adecuada, es una persona fácil de manipular. Desgraciadamente lo vemos en muchos de nuestros pueblos latinoamericanos en dónde mecánicamente el gobierno esconde información que pudiera servir de mucho para la toma de decisiones de las personas. Esto mismo también se aplica muchas veces en la vida consagrada. Pensemos por ejemplo en el caso de la economía y de las finanzas. Con los votos perpetuos una persona entra a formar parte de una familia religiosa y tiene pleno derecho a conocer la parte de economía y finanzas del proyecto evangélico del que forma parte. No se trata de que tenga el mismo conocimiento que tiene el ecónomo general, provincial o local, pero al menos debe conocer el estado económico de la obra apostólica en la que participa y de la comunidad en la que vive. No poseer esta información es sinónimo de poca transparencia de parte de los superiores que pudieran ocultar manejos fraudulentos de las finanzas o al menos, operaciones no tan claras. Muchas congregaciones están pasando una fuerte crisis económica, resultado de la crisis financiera europea. Los miembros de la congregación tienen derecho a recibir una información de las causas por las que se han llegado a esas situaciones y las formas en que la provincia o la congregación han ideado para salir adelante. No poseer esta información expone a los miembros a ser utilizados para fines personales por parte de la autoridad. Hemos visto que aquí no cabe la postura del superior que piensa por sí mismo, porque los otros no saben de materia económica. Es deber del superior informa lo más completamente posible del estado financiero de la localidad para que las decisiones que se tomen que afectan a todos, sean por lo menos entendibles y corresponsabilizadas por parte de todos. Negar una información económica general es signo de algo que se quiere ocultar o de que se considera ineptas a las personas para entender un simple estado financiero, motivando con ello al infantilismo a la obediencia y dejando el campo abierto para la manipulación de las personas.

Si esto decimos de las finanzas, también lo podemos extender a otros campos en los que es necesaria una información para la adecuada toma de decisiones. Es deber del superior mantener constantemente informado a los súbditos de las decisiones que atañen a todos. Lo que es de todos debe ser participado por todos. Es loable la forma en que muchas congregaciones religiosas mantienen informados a los miembros de la congregación. Hay quien por ejemplo pone a disposición de la comunidad las decisiones tomadas en el consejo general o provincial. Los hay también que mediante un boletín periódico mantienen informados a las personas de la marcha del sector que les corresponde. Una información que no se concentra solo en las actividades, pues podría caerse en la vanagloria o el triunfalismo, sino que informa sobretodo de las decisiones más importantes que se han tomado y las motivaciones que han estado a la base de las decisiones. Triste es el espectáculo de aquella congregación que conocí en la que los miembros de dicha congregación se informaban de lo más importante que sucedía en ella por medio de la prensa o del telediario.

La información pronta, ágil y adecuada en materia pertinente a la toma de decisiones genera un clima de confianza mutua entre superior y súbdito que de alguna manera favorece y facilita la obediencia. Por ello, el superior esté atento a los canales que utiliza para la comunicación, evitando sobretodo el no comunicar nada importante o trascendente para la vida de las personas que viven en la comunidad, la provincia o la congregación o la forma en que comunica. El silencio no es más que un preludio de la ruptura o un signo de manipulación por parte de la autoridad. "La autoridad deberá preocuparse de crear un ambiente de confianza, promoviendo el reconocimiento de las capacidades y sensibilidades de cada uno. Y fomentará, además, de palabra y obra, la convicción de que la fraternidad exige participación y por tanto información"15.

Principio de comunión. Antes del Concilio Vaticano II, la vida fraterna en comunidad se caracterizaba por la uniformidad. Decir que se vivía en comunidad significaba poco más o menos que todos hacían las mismas cosas, de la misma manera, en el mismo momento y en el mismo lugar. Si se rezaba, rezaban todos de la misma manera, en el mismo momento y en el mismo lugar. El acento se ponía en la vida en común y no en la comunión de vida, es decir a vivir a vida en comunión con los demás. Una comunión que va más allá de los límites del espacio físico. Es una "comunión de personas consagradas que hacen profesión de buscar y poner en práctica juntas la voluntad de Dios. Una comunidad de hermanos o hermanas con papeles diversos, pero con un mismo objetivo y una misma pasión"16. Por ello el superior más que buscar la uniformidad, que quizás fue un objetivo del pasado, ahora debe buscar la comunión en la diversidad.

A los superiores – monarcas espanta la posibilidad de que exista la diversidad. Se trata, la de ellos, de psicologías débiles y enfermizas, un poco narcisistas, que necesitan de la uniformidad de la comunidad para poder tener en ella seguridad. Un superior – monarca quiere controlarlo todo y la mejor manera de hacerlo es formar a todos en la uniformidad, de manera que ninguno pueda escapar a su control. En la uniformidad en dónde todos hacen las mismas cosas, al mismo tiempo y de la misma manera, el superior – monarca proyecta su proyecto personal y no deja a nadie expresarse libremente según su propio carisma y según las inspiraciones del espíritu. En cuanto alguien desentona, ahí está el superior – monarca para llamar la atención y llamar nuevamente a la uniformidad. En cambio, el superior – servidor no tiene miedo de la diversidad pues sabe que quien construye la unidad no es el espíritu humano o la planeación meticulosa de programas y proyectos, sino que es el espíritu de Dios, a través del carisma de la congregación que se encarna en el proyecto evangélico de la congregación, de la provincia o de cada una de las comunidades. La comunión no es la unidad monolítica que no permite fisuras ni quebrantos. Esas son imágenes que utilizan los superiores – megalómanos que se autoerigen como ídolos de la unidad. La comunión es la unidad en la diversidad, es el saberse unidos por un espíritu y no por un hombre. Y ese mismo espíritu es que puede provocar formas diversas de llevar a cabo un único proyecto evangelizador. La labor del superior – creado de la comunión es impulsar nuevas formas de actuación del proyecto evangelizador manteniendo siempre el mismo carisma. La unidad y la comunión se encuentran en el espíritu, no en las formas que el espíritu inspire para llevara cabo el proyecto carismático.

Podríamos señalar un programa de trabajo para los superiores en lo que se refiere a la comunión a través de lo que ha hablado el Papa Francisco en la Evangelio gauidum, cuando habla de la comunión de los diversos carismas evangelizadores. El Papa se refiere a diversos carismas de congregaciones religiosas, pero nosotros podemos hacer la aplicación a los carismas individuales dentro del único carisma congregacional. "Las diferencias entre las personas y comunidades a veces son incómodas, pero el Espíritu Santo, que suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción. La diversidad tiene que ser siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo; sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división y, por otra parte, cuando somos nosotros quienes queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Esto no ayuda a la misión de la Iglesia"17.

Principio de participación. Anterior al Concilio la toma de decisiones se hacía unilateralmente por parte de los superiores. Ahora se ha visto que lo que es de todos, necesita la participación de todos. Por ello el superior debe buscar la forma de hacer partícipe a todos en las decisiones que tocan a todos. La sabiduría del superior consiste en distinguir precisamente aquellas cosas que son de todos, de aquellas que se refieren únicamente a la autoridad o a algunos pocos que ejercen ese servicio. En este aspecto nuevamente vemos dos clases de superiores netamente distintos. Aquellos que piensan que todo lo que tiene que ver con la obediencia y el ejercicio de la autoridad se relaciona únicamente con los superiores, sus consejos y lo extienden a todas las instancias de gobierno, dejando a un lado la participación de los miembros de la comunidad, provincia o congregación. Piensan que la autoridad es un carisma que se ejerce en el ámbito privado y creen que mengua si lo comparten con los demás, aunque sea para hacer una consulta. Por otro lado están aquellos superiores que saben que el carisma de la autoridad no significa poseer el don de la inafectividad ni la infalibilidad. No están tratando temas de moral y costumbres, sino simplemente la aplicación práctica del proyecto evangelizador que Dios les ha encomendado a través de un carisma y que se circunscribe a la aplicación práctica de unas constituciones y una serie de normas prácticas que se encuentran en lo que se llama el patrimonio espiritual de la congregación. Por eso son conscientes que salvo en rarísimas ocasiones y en casos que conviene guardar el debido respeto por la intimidad de las personas o de las obras de las que se trata, la gran mayoría de los casos se relacionan con cosas comunes y lo que es de todos, requiere la participación de todos.

Para hacer partícipes a todos de las cosas que se refieren a todos, el superior debe en primer lugar distinguir cuáles son esas cosas que se refieren a todos. Está por ejemplo uno de los aspectos más importantes en una congregación que es la regla de vida o constituciones. Cualquier modificación a ellas debe hacerse siempre consultando a todos los miembros. Es lógico que dicha consulta no podrá hacerse siempre en forma directa, especialmente cuando las congregaciones o las provincias son muy numerosas, pero deberá preverse las formas necesarias para que la participación sea de la manera más completa posible. Se debe recordar por ejemplo que así como en el caso de los Capítulos generales se busca la mayor representatividad de todos los miembros de la congregación para incluir a todas las zonas geográficas y culturas en donde está expandida la congregación, todas las edades, todos los distintos apostolados y proyectos evangélicos, así las consultas para un cambio en las constituciones debe tomar en cuenta a todos los miembros de la congregación. Muy distinto al caso de aquella congregación que el superior general con la ayuda de unos pocos se dedicó a trazar las constituciones y sus modificaciones a lo largo del tiempo. Es una forma de exclusión contraria a la participación que debe fomentar un superior.

Otro caso importante de participación son todos los cambios o reformas que puedan hacerse en los distintos proyectos de evangelización y apostolado que tiene la congregación. Cada vez serán más frecuentes estos cambios. La postmodernidad en la que vivimos exige de las obras que llevan a cabo las congregaciones religiosas su adecuada puesta al día en lo que se refiere a la modernización de la tecnología o al cumplimiento de las normas civiles que se refieren a la estructura en cuestión. Si bien es cierto que en muchos casos hay que hacer uso del consejo de expertos en el mundo laico, esto no quita que dichos consejos o sugerencias sean revisados y aprobados por quienes precisamente son los más interesados en esas obras, es decir, por los miembros que colaboran en ellas. Pasar por alto su punto de vista, su opinión o simplemente su anuencia en la propuesta y ejecución de cambios en dicha obra, es una falta de respeto a ellos y una no inclusión en el proyecto evangélico. Nuevamente traigo a colación el caso de una congregación que no solamente no tomaba en cuenta el parecer de sus miembros en los cambios que se hacían en los colegios sino que incluso se permitía nombrar a seglares superiores de los mismos religiosos. Además de ir en contra del derecho canónico, es una falta de respeto a las personas que dando su vida por los colegios son consideradas tan solo como empleados sin derecho a voz ni voto. Nuevamente la sombra de superiores megalómanos y autosuficiente se yergue detrás de estas propuestas de exclusión. ¡Qué contrario a un verdadero servicio de la autoridad donde escucha y promueve la participación! "Dentro de este cuadro, la autoridad promueve el crecimiento de la vida fraterna a través de: el servicio de la escucha y del diálogo; la creación de un clima favorable a la condivisión y la corresponsabilidad; la participación de todos en las cosas de todos; el servicio equilibrado a los individuos y a la comunidad; el discernimiento y la promoción, en fin, de la obediencia fraterna"18.

Principio de subsidareidad. Este principio proviene de la Doctrina social de la Iglesia, y encontramos su inicio en la encíclica de Pío XI Quadregiso anno. "Conviene, por tanto, que la suprema autoridad del Estado permita resolver a las asociaciones inferiores aquellos asuntos y cuidados de menor importancia, en los cuales, por lo demás perdería mucho tiempo, con lo cual logrará realizar más libre, más firme y más eficazmente todo aquello que es de su exclusiva competencia, en cuanto que sólo él puede realizar, dirigiendo, vigilando, urgiendo y castigando, según el caso requiera y la necesidad exija. Por lo tanto, tengan muy presente los gobernantes que, mientras más vigorosamente reine, salvado este principio de función "subsidiaria", el orden jerárquico entre las diversas asociaciones, tanto más firme será no sólo la autoridad, sino también la eficiencia social, y tanto más feliz y próspero el estado de la nación"19. En ella establece la diferencia entre los distintos grados de autoridad indicando que aquellas asociaciones inferiores al Estado les es permitido resolver asuntos propios sin la constante intervención del Estado.

Este mismo principio se puede aplicar al ejercicio de la autoridad en la vida consagrada. Hay ámbitos propios para cada estamento de la autoridad, ya que como en un cuerpo, cada miembro debe cumplir con una función distinta. Ya lo dijo San Pablo: " El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos. Si el pie dijera: "Como no soy mano, no formo parte del cuerpo", ¿acaso por eso no seguiría siendo parte de él? Y si el oído dijera: "Ya que no soy ojo, no formo parte del cuerpo", ¿acaso dejaría de ser parte de él? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato? Pero Dios ha dispuesto a cada uno de los miembros en el cuerpo, según un plan establecido. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito", ni la cabeza, a los pies: "No tengo necesidad de ustedes". Más aún, los miembros del cuerpo que consideramos más débiles también son necesarios, y los que consideramos menos decorosos son los que tratamos más decorosamente. Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor respeto, ya que los otros no necesitan ser tratados de esa manera. Pero Dios dispuso el cuerpo, dando mayor honor a los miembros que más lo necesitan, a fin de que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios" (1Cor 12, 14 – 25). Cada miembro por tanto debe ser tratado según su propia dignidad y dejarlo en completa autonomía, aunque ayudarle en caso necesario.

El principio de subsidiariedad viene explicitado por el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia de la siguiente manera: " Como no se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos ". Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda (" subsidium ") —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo— respecto a las menores. De este modo, los cuerpos sociales intermedios pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas injustamente a otras agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por ser absorbidos y sustituidos y por ver negada, en definitiva, su dignidad propia y su espacio vital. A la subsidiaridad entendida en sentido positivo, como ayuda económica, institucional, legislativa, ofrecida a las entidades sociales más pequeñas, corresponde una serie de implicaciones en negativo, que imponen al Estado abstenerse de cuanto restringiría, de hecho, el espacio vital de las células menores y esenciales de la sociedad. Su iniciativa, libertad y responsabilidad, no deben ser suplantadas"20.

Tenemos que recordar que el sentido de la autoridad en la vida consagrada es ayudar a que se realice en forma coral y al mismo tiempo individual la voluntad de Dios para cada uno de los miembros que componen la agregación eclesial en la que han querido embarcarse para llevar a cabo la aventura carismática a la que Dios les ha invitado. Estos individuos se reúnen en forma asociativa prevista por el derecho común y el derecho propio de cada entidad. Así existen las provincias, las delegaciones, las comunidades, las obras de apostolado o proyectos evangélicos y otras entidades que cada asociación ha ido consolidando a lo largo del tiempo. Cada uno de estas entidades posee a su vez un cierto grado de autoridad que ejerce en un cierto ámbito y con unas prescripciones bien definidas por las constituciones o aquellas figuras jurídicas establecidas por la asociación. Cada una de estas entidades se esfuerza por realizar en el ámbito prescrito, aquel proyecto evangélico común por el que se han unido todos los miembros. Forma parte del principio de subsidiariedad el respetar la sana autonomía de cada uno de estos niveles absteniéndose de suplantarlos en su iniciativa y su libertad que deben estar contempladas en las propias constituciones o estatutos. La autoridad superior no debe absorber dichas competencias. Al contrario deben apoyarlas y ayudarlas a que desarrollen la tarea que les compete dentro del cuerpo. Cada una de ellas cumple una tarea específica y no es conveniente que la autoridad superior intervenga sino solo para apoyarla a que desarrolle con más libertad su propia autonomía.

Una autoridad superior no puede hacer todo y no puede pretender hacer todo. Nuevamente nos encontraríamos con el síndrome megalónico del superior – monarca que sintiéndose padre de todos no puede dejar de tener una mirada paternalista –muy diferente a una mirada paternal-, que percibiendo a todos inferiores o ineptos para el desarrollo del cargo o por afán de un control desmedido producto de una enfermedad mental de querer controlar todo, se lanza a una sustitución interminable y a una intervención total en las instancias medias e inferiores. El superior – servidor, contrario al superior – monarca, debe buscar el potenciar a cada nivel de autoridad para que cumpla su cometido buscando el justo equilibrio, evitando de esta manera la independencia absoluta o la asimilación total, llegando a la comunión y la subsidiariedad en el gobierno. El sentido último de la subsidiariedad es el hecho innegable que todo ente y toda persona posee unos dones y unos carismas que son necesarios para el todo. Suplantarlos equivale a eliminar su contribución al proyecto carismático común. "Alma del Cuerpo de la Iglesia es llamado el Espíritu Santo; ningún miembro del Pueblo de Dios, sea cual sea el ministerio a que se dedica, posee aisladamente todos los dones, oficios y ministerios, sino que debe estar en comunión con los demás. Los diversos dones y funciones en el Pueblo de Dios convergen y se complementan recíprocamente en una única comunión y misión"21.

Principio de corresponsabilidad. Este es el último principio que debe tener en cuanta la autoridad en la vida consagrada y que es un poco el resumen de los anteriores. Nuevamente, la doctrina conciliar y posconciliar lo apoyan desde un inicio. Ve su nacimiento en el fuerte impulso que hay en la vida consagrada por lograr la adecuada adaptación a los tiempos y lugares, por lo que contempla la responsabilidad de todos como factor necesario para la adecuada renovación. "No puede lograrse una eficaz renovación ni una recta adaptación si no cooperan todos los miembros del Instituto"22. Más adelante, con la evolución que va teniendo el ejercicio de la autoridad después del Concilio, la corresponsabiliad se extiende a todo el ámbito de la vida consagrada y no sólo como un medio para lograr la renovación auspiciada por el Concilio. "La obediencia, practicada a imitación de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34), manifiesta la belleza liberadora de una dependencia filial y no servil, rica de sentido de responsabilidad y animada por la confianza recíproca, que es reflejo en la historia de la amorosas correspondencia propia de las tres Personas divinas"23. Al vivirse la obediencia como una responsabilidad, exige de parte de la autoridad una animación a dicha responsabilidad. Es necesario superar por tanto la indiferencia servil en los proyectos y encomiendas que se contentan con obedecer lo mandado, pero sin hacerse responsables de ello.

Debemos por tanto pedir que la autoridad involucre a todos en lo mandado… es un arte, puesto que incluye los cuatro principios anteriores. Se trata de buscar que lo mandado forme parte del proyecto carismático común y que cada uno colabore poniendo sus dones. La corresponsabilidad es saberse parte de un proyecto y no esperar de la autoridad más que una guía y unas directrices propias de quien ve mejor por el lugar en el que se encuentra. Esperarlo todo de la autoridad genera personalidades infantiles y hacerlo todo en lugar de la autoridad no lleva a la comunión ni a la participación común del proyecto carismático. La autoridad debe saber proponer un proyecto buscando el aporte de cada uno, fomentando que cada individuo pueda donar lo mejor de sí mismo en el proyecto, respetando sus dones y las mociones del espíritu en cada persona. Solo así logrará que la responsabilidad en los proyectos y por tanto su autoridad sea verdaderamente compartida y así lograr la corresponsabilidad. Por ello, como escribe Severino Alonso, podemos decir que "la autoridad es memoria activa que recuerda a todos lo que libremente han decidido ser, en fidelidad a una vocación y a un proyecto común y es impulso para vivir esta vocación y para cumplir este proyecto"24.


El verdadero sentido de la obediencia y el ejercicio de la autoridad

Después de haber revisado algunos conceptos importantes de la obediencia en la vida consagrada que vimos en el capítulo pasado, resulta casi contradictorio hablar de la manipulación en la vida consagrada. Si la obediencia es un acto libre del hombre, en donde se respeta la dignidad de la persona humana porque todo acto de obediencia debe contar con la inteligencia del hombre y con su voluntad, introducir la manipulación de la obediencia resultaría una contradicción en sí misma. Quien obedece ejerce su libertad y su juicio en aquello que él ha elegido libremente como materia de obediencia. Y por contraposición, quien ejerce el servicio de la autoridad él mismo también lo hace en función de aquello que ha discernido con su inteligencia y con su voluntad. La manipulación no tiene sentido alguno. Vamos a explicar mejor que quiero decir con manipulación en la obediencia y porque considero este tema el punto central del presente libro.

Debemos aclarar antes que nada lo que se debe entender por manipulación. Aunque ahondaremos este concepto más adelante, vale la pena mencionar aquí lo que creemos que es la manipulación, para después aplicarla a la obediencia y a dos contextos en los que se puede dar: la manipulación de quien ejerce la autoridad y la manipulación de quien obedece a la autoridad. Una definición sencilla de manipulación la encontramos en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española. Leemos: "Acción y efecto de manipular". Vamos entonces a la voz manipular y ahí anotamos la etimología y la tercera definición que es la que nos interesa. "(Del lat. manipulus manojo, unidad militar y en b. lat. el ornamento sagrado). 3 tr. Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares"25. Dicha definición se aplica al pequeño estudio que me he propuesto brindar a la vida consagrada.

La obediencia, creo que ha quedado claro en el capítulo anterior, es una actitud continua de la persona para obedecer las mociones del espíritu dentro de un determinado proyecto evangélico guiado por el carisma, utilizando para ello la razón y la propia voluntad. Nuevamente por contraposición podemos establecer que quien ejerce la autoridad, la ejerce después de que ha visto con claridad cuáles son las mociones del espíritu para la persona que está a su cargo. Más que obedecer a una persona o mandar a una persona, hemos visto que la obediencia es obedecer a la Persona, esto es, obedecer a Cristo y la autoridad es obedecer también a esa Persona que quiere algo de quien debe obedecer. Los superiores, las normas y todas aquellas instituciones que acompañan a la vida consagrada no deben servir sino para ayudar a la persona a que obedezca mejor las inspiraciones del espíritu. Así lo ha consignado el documento El servicio de la autoridad y la obediencia, "La vida consagrada, llamada a hacer visibles en la Iglesia y en el mundo los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente, florece en esta búsqueda del rostro del Señor y del camino que a Él conduce (cf. Jn 14,4-6). Una búsqueda que lleva a experimentar la paz — "en su voluntad está nuestra paz"  — y que constituye la fatiga de cada día, porque Dios es Dios y no siempre sus caminos y pensamientos son nuestros caminos y nuestros pensamientos (cf. Is 55, 8). De manera que la persona consagrada es testimonio del compromiso, gozoso al tiempo que laborioso, de la búsqueda asidua de la voluntad divina, y por ello elige utilizar todos los medios disponibles que le ayuden a conocerla y la sostengan en llevarla a cabo. Aquí encuentra también su significado la comunidad religiosa, comunión de personas consagradas que hacen profesión de buscar y poner en práctica juntas la voluntad de Dios. Una comunidad de hermanos o hermanas con papeles diversos, pero con un mismo objetivo y una misma pasión. Por esto, mientras en la comunidad todos están llamados a buscar lo que agrada a Dios así como a obedecerle a Él, algunos en concreto son llamados a ejercer, generalmente de forma temporal, el oficio particular de ser signo de unidad y guía en la búsqueda coral y en la realización personal y comunitaria de la voluntad de Dios. Éste es el servicio de la autoridad"26.

De una forma y clara y sin lugar a dudas, este primer número de la Instrucción establece que la obediencia no es otra cosa que buscar la voluntad de Dios y que todos los medios a su alcance sirven para conocer y sostener dicha voluntad de Dios. Se establece por tanto que la obediencia no puede reducirse sencillamente a seguir las indicaciones del superior o de las instancias supremas de la congregación, ya que ello sería desvirtuar la obediencia consagrada o reducirla a una caricatura infantil de la obediencia, como la del niño que obedece a sus padres porque aún no tiene uso de razón y no sabe lo que le conviene en la vida.

La persona consagrada, precisamente porque tiene uso de razón y la utiliza, está llamada por el voto de obediencia a buscar y a ser ella la voluntad de Dios. No se trata simplemente de seguir los mandatos de una persona que más o menos está capacitada para mandar en la vida consagrada. La verdadera obediencia en la vida consagrada es una búsqueda no sólo para hacer la voluntad de Dios, sino para encarnarla en la propia vida, de forma tal que pueda decirse como San Pablo, "Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí" (Gal 2, 19 – 20). Encarnar la voluntad de Dios y no sólo hacerla, es el objetivo de la obediencia en la vida consagrada. Si por muchos años, quizás siglos, se entendió la obediencia en la vida consagrada como un cumplimiento de las constituciones, normas, indicaciones y deseos de los superiores, si bien estos eran medios para conocer la voluntad de Dios y por ello poderla encarnar en la vida propia, la reducción simplista de la voluntad de Dios a unas normas o a una persona, recordaba más el cumplimiento de la Ley antigua que por sí solo santificaba y justificaba a la persona o, más recientemente a un pelagianismo en dónde la persona por su propia fuerza de voluntad podía alcanzar la salvación, olvidándose de la ayuda de la gracia27. La verdadera obediencia es una constante escucha de lo que Dios quiere de la persona, un discernir continuo para descubrir entre las distintas voces interiores, la voz del buen espíritu que puede mezclarse con las del mal espíritu y con las del espíritu del hombre. Es un camino de aprendizaje por parte de quien obedece y por parte de quien ejerce la autoridad en la vida consagrada.

Porque quien ordena en la vida consagrada, quien realiza el servicio de la autoridad debe ponerse también en discernimiento para mandar aquello que pudiera ser la voluntad de Dios para la persona a la que se le pide obedecer. Su punto de vista no es absoluto. Ejercer la autoridad en la vida consagrada es un servicio porque el superior se pone precisamente al servicio de Dios para indagara primero, transmitir después y por último sostener a quien se le ha encargado por un tiempo determinado. Esta concepción del servicio de la autoridad rompe con el esquema preconciliar en el que la autoridad recaía casi absolutamente en la persona del superior que podía casi libremente y guiado sólo por su arbitrio, disponer de la persona a su antojo, teniendo como único parámetro sus intereses personales y los de la congregación, manejados casi siempre a su antojo. Se daban los famosos casos de pruebas de obediencia como plantar árboles al revés, es decir con las hojas enterradas y la raíz vuelta hacia el cielo; o el barrer una escalera de abajo hacia arriba. Mas que prueba de obediencia eran pruebas que querían someter el buen uso de la razón forzándola hasta llegar a aniquilarla o a hacerla depender enteramente del superior, con funestas consecuencias en la psicología de la persona que supuestamente obedecía y que de alguna manera su visión de la realidad quedaba trastocada y se creaba una dependencia enfermiza de parte del superior.

El ejercicio de la autoridad es ante todo una búsqueda de la voluntad de Dios, primero para la persona del mismo superior y después para las personas a cargo del superior. Se ha de notar que no estamos hablando del superior a nivel de congregación, provincia o localidad. Se habla del superior en general. Quien realiza este servicio, lo lleva a cabo sin importar el ámbito o la localidad en la que se le ha encomendado. Por ello es muy conveniente que se fijen los parámetros de dicha autoridad para evitar caer en los errores del pasado.

La Instrucción "El servicio de la autoridad y la obediencia", es muy clara al respecto cuando dice: "San Agustín recuerda que el que obedece cumple siempre la voluntad de Dios, no porque la orden de la autoridad sea siempre conforme con la voluntad de Dios, sino porque es voluntad de Dios que se obedezca a quien preside.26 Ahora bien, la autoridad, por su parte, ha de buscar asiduamente y con ayuda de la oración y la reflexión, junto con el consejo de otros, lo que Dios quiere de verdad. En caso contrario, el superior o la superiora, más que representar a Dios, se arriesga temerariamente a ponerse en lugar de Él"28. Comentaremos cada una de estas frases, ya que es de gran utilidad para el objetivo que queremos esclarecer sobre el verdadero servicio de la autoridad en la vida consagrada.

Comencemos diciendo que existe una diferencia entre lo mandado y lo que es la voluntad de Dios, ya que algunas veces, no coinciden. Antiguamente se hacía mucho hincapié en el famoso dicho el que obedece, no se equivoca. Y esto es cierto, no porque cumpliendo con lo mandado cumple automáticamente con la voluntad de Dios, sino porque es voluntad de Dios que se obedezca a la autoridad como bien decía San Agustín comentando los salmos y citado en la Instrucción que estamos estudiando. Dios quiere que se obedezca al superior, pero no siempre lo mandado por el superior concuerda con lo que Dios quiere. Lejos de ser un juego de palabras o una mala jugada que nos hace Dios en nuestra vida de consagrados, estamos en este caso pisando suelo sagrado en el que el misterio de Dios muchas veces se presenta a través de mediaciones humanas. Son raros los casos en que Dios mismo se presenta al hombre tal y como es. Casi siempre lo hace a través de sus mediadores o de mediaciones o mociones y toca al hombre hacer discernimiento para comprobar si dichas mediaciones o mediadores son del buen espíritu o del mal espíritu. Toca pues a la persona que obedece hacer este discernimiento, aunque también a la autoridad, para ver si lo mandado viene del buen espíritu, del mal espíritu o del propio espíritu. Sucederá algunas veces que lo mandado no concuerda con lo que podría ser la voluntad de Dios y sin embargo Dios quiere que se obedezca. Aquí es en dónde se da el misterio, pero aquí es dónde también quien ejerce el servicio de la autoridad y por saber que está pisando suelo sagrado debería ser muy cauto a la hora de mandar, para que en la manera de lo posible, lo mandado coincida con ser la voluntad de Dios para la persona que obedece.

Por eso, como dice la Instrucción, el superior debe buscar asiduamente lo que Dios quiere de verdad. Resulta asombroso como un documento de la Santa sede, en el que las palabras están bien medidas, sea tan vehemente en explicitar que para determinar la voluntad de Dios se busque constantemente dicha voluntad de Dios. Lo que quiere decir que no se da en automático, como muchas veces podría pensarse. La palabra del superior no es verbum Domini, es decir, no es palabra de Dios, para que el obedece tenga siempre que decir, amen aleluia, hágase. En pocos casos, como hemos ya dicho, la voluntad de Dios se presenta en forma tan explícita de manera que el súbdito pueda decir a semejanza de María, he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra. Y aún cuando esta voluntad se presente en el superior en forma explícita, deberá tomarse en cuenta que el amen aleluya se le dice a Dios y no al superior. Por ello, el superior que no indaga constantemente la voluntad de Dios para el súbdito, se convierte en poco menos un capitán de ejército o un administrador de una multinacional, cuyo único interés que debe defender es el de la institución que representa o el interés propio. Aquí se da la raíz de la manipulación que abordaremos más adelante. Pero bien podemos anticipar diciendo que el buscar la voluntad de Dios con claridad y objetividad es una de las competencias más importantes de la autoridad y que, cuando "interviene con medios hábiles y, a veces, arteros, (…) con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares", no está sirviendo a la autoridad que representa sino a sus propios intereses que bien puede ser los de la congregación, provincia o localidad que representa. Ya veremos más adelante las técnicas de manipulación que los superiores pueden llevar a cabo para presentar como voluntad de Dios, lo que es solamente su interés personal o el de la congregación. Este disfraz que han colocado muchas personas a la voluntad de Dios ha causado muchos estragos en la misma congregación pero sobretodo en las personas que han aprendido a obedecer no a Dios sino a intereses particulares, muchas veces por encima de no sólo de la vida cristiana, sino de todo respeto a la dignidad de los hombres.

Discernir lo que es la voluntad de Dios. Si bien es cierto que no es fácil discernir la voluntad de Dios, labor que el superior debe hacer continuamente, tampoco se le deja a un juego de fuerzas ciegas o de magia. Ello sería caer en adoración de una persona que por medio de artilugios y fórmulas mágicas se pone en contacto con Dios y de esa manera sólo él determina que es lo que puede ser o lo que no puede ser voluntad de Dios. Se parecen un poco o un mucho a los sacerdotes incas, buenos observadores de las estrellas que mediante la experiencia sabían predecir el estado del tiempo, pero lo hacían aparecer siempre como designio de los dioses. El pueblo se ha portado bien, por ello este año habrá buenas lluvias y se dará una buena cosecha. El pueblo se ha portado mal y los dioses lo castigarán con sequías y terremotos. Algo semejante puede darse en la vida consagrada cuando la persona del superior se hace dueña de la vida de las personas por el manejo que hace de cierta información desconocida para quien obedece.

Por ello la misma Instrucción da algunas pautas para que la autoridad se ponga en escucha y pueda discernir lo que es la voluntad de Dios para quien está a su cargo. Antes que nada el superior debe ser un experto en el arte del discernimiento, es decir en saber distinguir las mociones del bueno y del mal espíritu. De esa manera podrá ir comprobando junto con la persona que sostiene, cuál es la voluntad de Dios para ella. No hay cosa más dañina para la vida consagrada que pensar que Dios habla sólo al individuo una vez en la vida, cuando le da la vocación y la persona la descubre, y después calla para siempre, revelándose solamente en la persona del superior. Dios es Dios y puede actuar de la manera que más le convenga. Puede revelar su plan a la persona consagrada en un momento en la vida, o lo puede llevar en forma paulatina, que es lo más común en la pedagogía divina. La fe en esta revelación paulatina de Dios es toda una aventura en la vida. Requiere de calma, de fuerza, porque las pruebas pueden ser arduas. Es más fácil sujetarse a la voluntad de una persona, aunque ésta sea el superior, que sujetarse a la voluntad de Dios. Resulta interesante leer lo que dice el Papa Francisco sobre la manera en que Dios se presenta al hombre y las tentaciones del hombre para no seguir a Dios: "la historia de Israel también nos permite ver cómo el pueblo ha caído tantas veces en la tentación de la incredulidad. Aquí, lo contrario de la fe se manifiesta como idolatría. Mientras Moisés habla con Dios en el Sinaí, el pueblo no soporta el misterio del rostro oculto de Dios, no aguanta el tiempo de espera. La fe, por su propia naturaleza, requiere renunciar a la posesión inmediata que parece ofrecer la visión, es una invitación a abrirse a la fuente de la luz, respetando el misterio propio de un Rostro, que quiere revelarse personalmente y en el momento oportuno. Martin Buber citaba esta definición de idolatría del rabino de Kock: se da idolatría cuando " un rostro se dirige reverentemente a un rostro que no es un rostro ". En lugar de tener fe en Dios, se prefiere adorar al ídolo, cuyo rostro se puede mirar, cuyo origen es conocido.

 



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