Reportajes

La migración de Europa

2015-09-08

La primera reducción determina otras más. No todas las salidas se reducen a un punto...

JOSÉ RAMÓN COSSÍO DÍAZ, El País

Europa está pasmada. La magnitud de los hechos ha sido demasiada. Lo imprevisto llegó y no termina por saberse qué pasa ni qué sigue. La mala comprensión del problema pasa por la pobre narración que apresuradamente se ha construido. La guerra en Siria ha provocado desplazados, los desplazados han decidido migrar, los migrantes se acumulan y hay que darles cabida porque eso corresponde a la forma de ser europea. La parcialidad del entendimiento asigna todos los males al Estado Islámico. Es su "fanática" guerra la causa de ellos. No lo son, por tanto, la pobreza ni la marginación. Eritrea y Afganistán quedan ocultos. También Guinea, Nigeria, Costa de Marfil, Paquistán o Kosovo. El flujo humano se imagina nacido en un solo punto y de una causa odiosa.

La primera reducción determina otras más. No todas las salidas se reducen a un punto (Turquía), ni todas las llegadas a una costa (Grecia). En realidad el flujo se dispersa en la geografía. Se sale y se entra por donde se puede, por donde los traficantes van haciendo camino. España para unos, Italia para otros; Bulgaria y Rumanía para otros más. Eso es hoy. Las costas de Francia, Macedonia, Serbia y Albania siguen estando ahí, como objetivos a conquistar.

La guerra islámica causa desplazamientos. Ello es indudable, pero no se trata de un movimiento único ya acontecido con efectos materializados de una vez y para siempre. Se está ante un proceso en marcha, vivo y doloroso. De un acontecer que habrá de extenderse en el tiempo y el espacio. Que habrá de expulsar a más personas en la región y de ella a otros países, repitiendo vías ya conocidas.

La narración uniforme del fenómeno migración, guerra en Siria y el Estado Islámico, ha permitido acoger a las personas como refugiados. A quienes vienen de un conflicto militar, sujetándolo a los patrones que determinaron regulaciones intra-europeas por las dos guerras mundiales. En la construcción de la universalidad que tanto debe a la mejor Europa, a todos debe darse el mismo trato porque todos son iguales. La construcción fue hecha para un nosotros dotado ya con un sentido previo, determinado por linajes, guerras, historia común y posibilidades civilizatorias del mundo primitivo habitado por los otros. Hoy son esos otros los que llegan y reclaman un trato igualitario basado en la universalidad que le sirve de fundamento.

Lo que hoy se enfrenta es más complejo: mantener la pretensión diferenciadora entre un nosotros y frente a los otros

El reto europeo es dramático. Es también magnífico. Se trata de saber si más allá de simplificaciones causales, puede sostenerse el discurso y los símbolos con acciones concretas, cotidianas y reiteradas. Para colonizar se hizo universal y para mantenerse como unidad se generalizó, proclamó y juridificó. Lo que hoy se enfrenta es más complejo: mantener la pretensión diferenciadora entre un nosotros y frente a los otros. Para incorporar a los migrantes, repetida y constantemente, como parte del propio nosotros, hasta borrar las diferencias. El volumen del proceso en marcha genera ya tensiones, cuotas, rechazos y violencias. También acogidas, cercanías, incorporaciones y empatías. En unos y otros se verá lo mejor y lo peor de los europeos. A las cálidas muestras de los últimos días deberán sobrevenir los arribos de quienes no vengan expulsados directamente por el Estado Islámico, cuando los números se multipliquen por los años transcurridos. El resultado final determinará lo que Europa sea, no sólo por lo dicho, sino por lo hecho como conjunto. Actualizar los supuestos de no intervención, unirse contra enemigos comunes, atender causas y no sólo efectos. La paradoja de todo esto es que impulsada por elementos ajenos, Europa será distinta de lo que hoy es y la identifica. Europa también migrará.



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