Cultura

México es una sociedad fallida: Emiliano Monge

2015-12-01

Estudié ciencia política, la dejé pronto por la escritura, pero ya entonces el...

PAULA CHOUZA, El País

Antes de publicar su última novela, Las tierras arrasadas, Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978) vivió durante cinco años en Barcelona, de donde sus abuelos se exiliaron tras la Guerra Civil española. Reconocido como uno de los autores más importantes de América Latina, el escritor llega a esta edición de la Feria del Libro de Guadalajara con una historia sobre el drama de la migración en México y el amor entre dos miembros de una organización criminal dedicada al tráfico de personas. Debido a su experiencia en los años de la crisis española y al principio de que los libros deben servir para "hacer visible lo invisible", la conversación con él empieza lejos de la literatura y de su obra.

Pregunta. ¿Cómo ve la situación actual en Cataluña?

Respuesta. Absurda. Me cuesta mucho entender cómo cuando yo llegué no era un tema tan importante y cómo se volvió importante, en buena medida porque el mejor de los independentistas catalanes es Rajoy. Estoy en contra de los nacionalismos siempre, porque son de derechas, parten del principio de que yo soy diferente a otros. Ahora, si la mayoría de los catalanes quieren ser independientes, están en todo su derecho.

P. ¿Qué le llevó a escribir una historia como la de Las tierras arrasadas, donde la violencia, como en El cielo árido, vuelve a ser uno de los ejes centrales del libro?

R. Estudié ciencia política, la dejé pronto por la escritura, pero ya entonces el tema de los migrantes era muy importante para mi, me obsesionaba. La migración es una de las grandes muestras de las contradicciones del capitalismo. Hoy no hay una sola frontera de primer y tercer mundo que no tenga un conflicto migratorio y una crisis humanitaria brutal. México es un país de migrantes que ha enviado 30 millones de personas a otro país, pero aún así somos incapaces de ver la tragedia migratoria centroamericana cruzando por nuestro país. Y esa indiferencia me lleva a hacer esta novela, que en un principio traté de convertir en una tragedia clásica para el teatro y después heredó parte de su estructura. Por eso tiene una suerte de coros, testimonios textuales de los migrantes que entrecortan a la ficción.

P. ¿Replica México con Centroamérica el modelo de Estados Unidos con la migración mexicana?

R. Completamente. Que un oaxaqueño, jalisciense o defeño vea llegar a un guatemalteco, que es igual que él, y se despierte un sentimiento racista, va mucho más allá. Habla también de la sociedad. Se ha discutido si México es un estado fallido, y lo que es, antes que nada, es una sociedad fallida que no sabe reconocer al otro. No sé si mi novela va a hacer algo ante eso, pero sí quería que fuera un vehículo para mostrar eso que estaba oculto. La literatura puede tener mil objetivos, yo creo que a veces hay que usarla para hacer visible lo invisible o para sacar a la luz las cosas que están escondidas, lo que la sociedad o el gobierno no queremos ver.

P. ¿Los autores son un motor de cambio social?

R. No, los lectores son el motor del cambio social. Si la literatura pudiera cambiar el mundo, ya lo habría hecho muchas veces. Yo quería hacer una novela muy dura, la literatura no solo tiene que endulzar, a veces tiene que contar el mundo tal y como es.

P. ¿Se ha convertido en una obsesión para los autores contemporáneos retratar el México más violento?

R. Mi libro anterior (El cielo árido) fue una respuesta a la idea de que la violencia había empezado con el narco, que no es cierto. Se pueden rastrear las cifras de violencia en México desde la independencia y no ha parado. La literatura mexicana y la latinoamericana nace de la violencia. Los primeros textos en español en este continente los hacen soldados conquistadores o sacerdotes que vinieron a evangelizar a punta de madrazos y sacaron a los dioses de los indios a golpes para imponer otros. Todas esas crónicas son literatura de la violencia y ha sido muy difícil para América Latina emanciparse de aquello. No sé si es una obsesión tanto como una realidad. Lo que sí me parece enriquecedor es que lo estamos viendo desde puntos de vista tan diferentes. Y Las tierras arrasadas, que parece tan evidentemente una novela de violencia, tampoco me queda claro que sea una novela de violencia. Hay también amor y mucha realidad.

P. ¿Está México hoy mejor que en otros momentos históricos?

R. Estamos mejor. Es cierto que la violencia desatada por la guerra de narco es terrible y que no se sabe cuándo va a parar. Es cierto que con el Gobierno del PRI no cambió nada. Pero es cierto que a pesar de la crudeza que se ha alcanzado, de la esquizofrenia del mal, de la violencia política como en Ayotzinapa, también hay menos gente violenta en México.

P. ¿Cuál es el mayor problema que afronta el país?

R. La impunidad es una tragedia gigantesca, pero es consecuencia de la desigualdad. Un país sin desigualdad tiene menor impunidad, porque puede exigir. Este país es el único del mundo donde todos los hijos de todos los diputados van a escuelas privadas y se curan en hospitales privados. Pero más allá de ellos, los hijos de los líderes sindicales. Esa es la gente que se tiene que preocupar por la educación pública. La impunidad tiene que ver con la desigualdad, y de la desigualdad se puede salir. Corea del Sur hace 30 años estaba igual y ocupaba más del puesto cien en educación y ahora de los primeros. Prohibió la educación privada.

P. ¿Esa sería la solución, prohibir la educación privada en México?

R. No estaría mal

P. ¿La reforma educativa va a servir para mejorar la calidad de la educación?

R. De nada. La reforma educativa es una idea, con un par de lineas buenas y después una imposición para tratar de deshacer un sindicato que efectivamente no funciona, pero no es por ahí por donde se reforma la educación. La reforma educativa tendrá que empezar por reformar educativamente a los maestros, y no con pruebas, sino con enseñanza. La universidad pedagógica nacional no fue consultada y esa es la gente que conoce las aulas de este país, no los que estudiaron en Boston, Berkeley o Havard.

P. Sus libros abordan problemas reales, ¿tienen mucho de ficción?

R. Nunca había hecho algo como en esta novela de meter fragmentos de los testimonios. Creo que al final lo hice porque una parte de mi sentía que era demasiada ficción, me dio vergüenza que no estuvieran las voces de la realidad, pero nunca trato de hacer nada real.

P. ¿Qué significa haber sido nombrado uno de los escritores más importantes de América Latina?

R. No me lo creo. Me cuesta mucho decir que soy escritor. Prefiero decir que soy politólogo. Me gusta escribir y hablar del libro, pero hablar de mí no. Lo de las listas es obsceno.

P. ¿Qué le parece la propuesta de que el Conaculta se transforme en una Secretaría?

R. Sigo sin tenerlo claro. México es el único país en el mundo en el que haber creado Conaculta fue un triunfo de la ciudadanía y ahora crear una Secretaría va a ser también un triunfo de la ciudadanía. Ahora hay departamentos que funcionan: el Instituto Nacional de Bellas Artes, las escuelas de cine... Creo que la clave está en darle más independencia al Conaculta de la Secretaría de Educación [de la que hoy depende] en vez de convertirlo en Secretaría.



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