Mensajería

Buscar la verdad o el consenso

2016-03-17

O los partidos que aún no son aún claramente totalitarios vuelven a una ética...

Enrique Santayana

 Hace muchos años, en sus orígenes, esta democracia para ordenar su economía, su sanidad, su administración territorial, su educación, etc., se vio en la disyuntiva de elegir entre la búsqueda conjunta de la verdad de las cosas —las que tenían que ver con el hombre, la familia y la convivencia social— o con la búsqueda del simple consenso, un acuerdo que se fundamenta en el equilibrio de las voluntades y del poder.

Eligió la búsqueda del consenso. Ya era un camino complicado, pero infinitamente más fácil y rápido que la otra alternativa. Al principio parecía que así se podía establecer un marco común, basado en un equilibrio entre las diferentes opciones. Pero este equilibrio de voluntades, sin la búsqueda de la verdad, se ha convertido al presente, como estamos viendo, en una violencia cada vez mayor. Es la violencia del poder.

Nuestra democracia está gravemente herida por este relativismo con que tanto se celebró su inicio: el consenso. No sólo se eligió esta opción, sino que se tachó de fanatismo toda apelación a la búsqueda de la verdad.

Ahora, sin poder recurrir a verdad alguna —tan solo a los sentimientos y a las pasiones— toman protagonismo ideas políticas claramente totalitarias. Si definitivamente se hacen con el poder, tenderán a la destrucción de la democracia.

O los partidos que aún no son aún claramente totalitarios vuelven a una ética del poder que se base en la búsqueda y en el reconocimiento de la verdad y del bien de las cosas, o serán llevados también ellos a la espiral del nuevo totalitarismo, como vemos que está sucediendo cada vez más con el PSOE, que se aleja progresivamente de los principios socialdemócratas para retroceder a sus terribles orígenes. Pero el mal ya afecta a todos.

La verdad y el bien propios de cada cosa no se inventa, ni se imagina a deseo; se reconoce. A veces no es fácil, quizá no siempre unos u otros puedan actuar con la luz necesaria para este reconocimiento. Pero si se abdica de su búsqueda, antes o después, nuestra democracia se autodestruirá por la violencia misma de un poder que no tiene más límite que su propia fuerza.



LAL