Divagaciones de Merlín

La Novela Geopolítica en México

2016-04-21

México jugaba un papel importante en la maraña de intereses de las potencias...

Víctor Manuel Peralta Martínez

Primer Capítulo

La invasión a Veracruz en 1914

El dominio sobre las áreas coloniales entre finales del siglo XIX y principios del XX, provocó grandes conflictos entre las potencias europeas que se resolvían a través de acuerdos diplomáticos, o bien de guerras que se mantenían dentro de un marco estrictamente local. 

Los países con gran potencial industrial requerían de materias primas inexistentes en su territorio, la escases de estas obligaba a buscarlos en otros lugares, la forma era a través de expansionarse por medio de la colonización que se daba de la forma militar, otras veces de común acuerdo para proteger la colonia de otras potencias en la medida de las necesidades.

Además, aparecen en el escenario dos nuevos competidores muy agresivos. Estados Unidos y Japón se habían convertido en grandes potencias que se disputaban el dominio del área del Pacífico. Alemania aparecía pujante y poderosa, pero insatisfecha por haber llegado tarde al reparto colonial. Sus intereses expansionistas chocaban con el dominio inglés. Justamente, las posiciones irreconciliables entre Alemania e Inglaterra fueron las que generaron un sistema de alianzas permanentes que puso en peligro la paz mundial.

México jugaba un papel importante en la maraña geopolítica de intereses de las potencias europeas, Estados Unidos y Japón. El petróleo mexicano resultaba vital para los suministros ingleses de combustible. La cuarta parte del petróleo del mundo era extraído de los pozos mexicanos.

En 1901, Alemania estaba decidida a tener su colonia en América Latina, era el núcleo político y económico más codiciable. La industria alemana precisaba de mercados capaces de consumir la creciente producción de sus fábricas. Y ni África ni Asia eran buenos mercados de consumo, dado el bajísimo nivel de desarrollo económico que tenían a principios de siglo. 

Para llevar adelante su objetivo, Alemania necesitaba una base de operaciones militares donde concentrar barcos y tropas que pudiesen disuadir a quien quisiera oponerse a su expansión comercial en el continente: primero miraron hacia las islas de Santa Margarita, frente a las costas de Venezuela. Se llevaron adelante conversaciones de compra con el gobierno venezolano. Todo parecía a su favor hasta que el asunto llegó a conocimiento de Washington. El secretario de Estado norteamericano, John Hay, hizo una rápida gestión en Berlín y los proyectos alemanes se esfumaron ante el empuje de quienes consideraban el Caribe algo así como el mare nostrum.

Entonces los alemanes cambiaron de parecer. México era el país clave del hemisferio norte en el continente americano, no sólo por su proximidad con Estados Unidos y su valor estratégico indiscutible, sino porque era el país de mayor desarrollo económico y humano entre los latinoamericanos al norte del Ecuador. El kaiser fijó su atención en el mapa de México, del que lo atrajo esa larga península que parece desprenderse del tronco del continente como un delgado brazo que cae inerte hacia el sur.” Con la pujanza alemana se convertirá en un musculoso artificio de nuestra penetración en el continente; y se volverá hacia arriba, como el brazo de un luchador, y derribará a los Estados Unidos”, pensaba el Káiser. 

En 1902, un desconocido abogado norteamericano visitó al embajador de su país en Londres, Joseph Choate, a quien narró la visita de un caballero alemán que a título particular le habían comentado que iniciase pláticas con el gobierno de Porfirio Díaz (según él, los tanteos preliminares habían tenido éxito), para comprar la parte principal de la península de Baja California. Disponiendo del dinero que fuese necesario para proseguir con la transacción, “porque el cliente no tiene prácticamente límites económicos”. El abogado insistió en averiguar el destinatario de una operación económica de esa envergadura. “El emperador de Alemania a título personal y privado”, respondió el intermediario del káiser. Entonces, ante el asombro del modesto profesional, le señaló en el mapa de Baja California dos pequeñas muescas: “Son las bahías de Magdalena y de las ballenas; (creo se refería a Guerrero negro) dos excelentes puertos navales”, agregó como única explicación. El abogado asintió en silencio, prometió emprender el viaje al día siguiente pero en vez de hacerlo se dirigió a la legación de su país con objeto de informar al embajador.

Cuando el secretario Hay se enteró de las aspiraciones de Alemania y creyó que la supremacía americana se derrumbaba. Comento: “Parece bien claro que la propiedad está en venta y que los alemanes la codician”. Nunca se supo qué instrumentos utilizó el gobierno norteamericano para evitar la adquisición alemana, pero lo más probable es que haya presionado al gobierno de Díaz.

Ante las dificultades que el fantasma de Monroe interponía a cada designio imperial, los estrategas alemanes decidieron cambiar de táctica y se olvidaron de México. Buscarían en el camino diplomático, la formación de pactos y la ayuda financiera para conseguir un aliado y no un vendedor. A los políticos alemanes del momento les costó mucho vencer el racismo inminente a la Kulter germana y negociar en un plano de igualdad con los latinoamericanos. Alemania advirtió que el enemigo de su expansión en el nuevo mundo era el gobierno de los Estados Unidos, excesivamente empeñado en garantizar su propia expansión como para permitir la competencia de otros. Así que en realidad el verdadero blanco debía concentrarse en los Estados Unidos.

Durante los últimos años del gobierno de Porfirio Díaz, la injerencia alemana en México no fue muy notoria, tal vez porque entonces su preocupación se orientó hacia Japón, como bien podemos notar en la siguiente anécdota que la prensa recordaba de los distintos contactos –reales o inventados– que habían establecido México y Japón. En 1911 unos agentes alemanes en París habían hallado en el portafolio del ministro de hacienda mexicano, José Yves Limantour. Según aquel documento -que nunca tuvo la verosimilitud suficiente- México y Japón firmaron un “tratado Secreto”, consistente en una alianza militar en donde el país asiático se comprometía a proveer al ejército de Porfirio Díaz de armamento moderno y de una fábrica de municiones.

Con Victoriano Huerta en el poder, los alemanes advirtieron que su gobierno estaba siendo aislado por los norteamericanos y que los ingleses mantenían relaciones bastante frías y cortantes con él, comprendieron que era hora de regresar a México y hacerse un sitio junto al solitario dictador. Los Estados Unidos se negaban a reconocer el asesinato de Francisco I. Madero, acostumbrados como estaban a manejar la política exterior en Latinoamérica como si fuese el patio interior de su casa. No se trataba de que fuese o no reprobable el gobierno de Huerta; es muy probable que en las motivaciones norteamericanas para desconocer su presencia en el palacio nacional de la Ciudad de México estos argumentos sólo sirviesen para ocultar otros, mucho más coherentes con la diplomacia del dólar, que esa especie de puritanismo político que esgrimía Wilson.

Wilson había proclamado solemnemente que iba a enseñar a los latinoamericanos a elegirse gobiernos dignos y beneficios. ¿Pero beneficiosos para quién?: ¿para los latinoamericanos o para los Estados Unidos? Lo cierto es que el general Huerta había impuesto en México un gobierno militar y asimismo militarizaba al país. Hacia octubre de 1913 elevó a 150,000 el número de soldados federales. Cuatro meses después el número aumentó. El reclutamiento obligatorio se hacía en las calles y en todos los lugares públicos <1>. México se estaba convirtiendo en un inmenso cuartel. ¿Para qué? Es probable que Wilson supiese cuál era el objetivo de esa vertiginosa escalada militar. Ese mismo año Huerta recibió importantes envíos de armamento de los japoneses, que ingresaron por el aeropuerto de Acapulco. 

Los Estados Unidos no estaban dispuestos a tener por vecino a un gobierno militar, al menos en el alcance que entonces tenía ese tipo de gobiernos. En 1913 el ejército no era una policía y sí en cambio, una poderosa fuerza ofensiva capaz de lanzarse a recuperar el territorio perdido. Y Estados Unidos había hecho perder a México casi 2 millones de kilómetros cuadrados. 150,000 soldados federales representaron una fuerza superior a la de los Estados Unidos. Un ataque por sorpresa, podía infligir una muy seria derrota en el invicto ejército de aquel país. Todo dependía del armamento que pudiera tener el enemigo.

Woodrow Wilson, impuso un embargo de venta de armas al gobierno de México, Huerta, con el fin de contrarrestar este bloqueo nombró a un intermediario extranjero, para que éste lograra la compra de armas en la frontera con los Estados Unidos. León Rast, quién era vicecónsul ruso, compró una gran cantidad de armas y municiones, pero con el objetivo de que el envío no fuese notado, estas fueron enviadas al puerto ruso de Odesa y de ahí a Hamburgo, de donde serían transportadas en el Ipiranga, buque alemán (de la naviera Hamburgo-América) que transporto a Porfirio Díaz en su viaje a Europa después de su renuncia. 

Por su parte los bancos franceses e ingleses habían decidido apoyar al gobierno huertista, porque su situación se hacía más difícil cada día en cuestiones económicas y pertrechos de guerra. Pero en esos momentos era casi imposible un préstamo oficial similar al que ya habían concedido en enero de 1914. Inglaterra, inició un repliegue en México a finales de 1913, y Francia evitaba comenzar un conflicto de cualquier tipo con los Estado Unidos. Finalmente, los dos países se manifestaron en contra de los préstamos al gobierno huertista, por las constantes presiones estadounidenses. 

¿Los Estados Unidos estaban al tanto de algún acuerdo secreto entre Huerta y los alemanes? Las armas que llegaban en el Ipiranga bien podían ser sólo una partida dentro de un programa de aprovisionamiento mucho mayor. Los alemanes no cesaban de manifestar su buena disposición hacia el gobierno de Huerta, y la confianza que depositaron después en él, prueba la existencia de un trato bastante anterior al momento de su exilio, y de tanto compromiso como el que entonces llevaron adelante.

Las disputas entre los gobiernos mexicano-estadounidenses iniciaron el 9 de abril de 1914, una lancha del buque estadunidense Dolphin fue capturada en Tampico por tropas federales. Cuando los tripulantes se identificaron y declararon que iban a cargar gasolina fueron puestos en libertad, pese a ello la cancillería de Estados Unidos exigía un desagravio por parte de las autoridades mexicanas, consistente en la aplicación de un castigo severo a los responsables del arresto y el izamiento de su bandera en algún lugar público, acompañado de un saludo con el disparo de 21 cañonazos. Un vulgar pretexto para provocar un conflicto mayúsculo. 

El gobierno mexicano se resistía a doblegarse ante los prepotentes reclamos, en esas circunstancias, Wilson dio por hecho que no quedaba más que arreglar el asunto por vía de las armas y declaraba, "No quiero guerra con México". Si un conflicto armado desgraciadamente ocurriera como consecuencia de su resentimiento personal hacia este gobierno, estaremos combatiendo sólo el general Huerta y aquellos que se le adhieren y le den su apoyo, y nuestro objetivo sería solamente restaurar al pueblo de esta extraviada República, la oportunidad de erigir de nuevo sus propias leyes y su propio gobierno.

Llegaron a Veracruz 44 barcos estadounidenses de guerra de la flota atlántica bajo órdenes del Contralmirante Frank F. Fletcher. La población de Veracruz se inquietaba al observar las labores de exploración que las fuerzas norteamericanas realizaban en el muelle. La mañana del 21 de abril, sin ningún comunicado ni declaración de guerra, iniciaron el bombardeo a Veracruz. A las 11:30 las tropas estadounidenses iniciaron operaciones terrestres, los “marines” desembarcaron en Veracruz con un pretexto nimio, pero con la clarísima intención de propiciar la caída de Huerta. ¿Se trató, nada más, de salvaguardar el honor norteamericano? La coincidencia entre la supuesta afrenta y la presencia del barco alemán Ipiranga cargado de armas en las proximidades de la costa mexicana no puede ser un simple azar. Por el contrario da la verdadera medida de la respuesta norteamericana ante un incidente que se quiso desdibujar con un pretexto de poca importancia.

El 21 de abril, al iniciarse el desembarco empezó una lucha desigual, en cierto grado sorpresivo, y en un contexto nacional dividido por la lucha que libraban los constitucionalistas contra el gobierno de Victoriano Huerta. 

La defensa la inició el Comodoro Manuel Azueta en la Escuela Naval Militar, al grito de “¡Viva México!, ¡Viva México!, ¡A las armas muchachos, que la patria está en peligro!”. El mismo comentó posteriormente, “No quiero pasar por alto el estupor, sorpresa e indignación que en aquellos momento se apoderó del pueblo veracruzano, que a mi paso me pedían armas para repeler aquel atropello inaudito, que se consumó ante los ojos de aquella población heroica”.

Ese mismo día, en un discurso del presidente Wilson ante la sesión conjunta del Congreso para dar pronta respuesta en apoyo a su política sobre el presidente provisional de México. La Cámara de representantes aprobó la Resolución Conjunta N° 251 en una votación de 337 a favor y 37 en contra, estableciendo que el mandatario se encuentra "justificado en el empleo de fuerzas armadas de los Estados Unidos para hacer cumplir las demandas hechas a victoriano Huerta".

En busca de una solución al conflicto, los gobiernos de México y Estados Unidos aceptaron la mediación diplomática de Argentina, Brasil y Chile, conocida como ABC. Los delegados, reunidos en Niagara Falls, firmaron el protocolo final el 1 de julio de 1914, el cual satisfacía los deseos de Wilson de que Huerta dejara el poder. Estados Unidos no solicitó indemnización, con lo que demostraba que, efectivamente, nunca hubo una razón que justificara la invasión.

Cuando Huerta se vio obligado a abandonar el gobierno por la presión de los marines en Veracruz, el Presidente Wilson exhaló un suspiro de alivio y el dictador partió para Europa prometiendo que regresaría. Wilson pudo asegurar que se alegraba por el camino que se abría para la democracia mexicana, pero en su fuero interno le era imposible engañarse: aquel impenetrable mestizo, vestido con uniforme prusiano, despertaba más su intranquilidad y su miedo que su despecho por la democracia ultrajada.

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<1> Ver Yo, Victoriano Huerta, la supuesta autobiografía del dictador publicada por libros de contenido, mayo de 1975.

 



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