Vidas Ejemplares

Dorothy Day

2016-06-27

Nunca lamenté, ni por un instante, el paso que di al hacerme católica, pero repito...


Por: P. Ángel Peña

Lucho durante más de 50 años en primera línea a favor de la justicia social

DOROTHY DAY nos cuenta en su libro La larga soledad, su Autobiografía, que desde joven se dedicó a luchar en contra de las injusticias y a favor de los más pobres. Por eso, se metió primero en el partido socialista, alejándose de su fe episcopaliana en la que había sido bautizada de niña. Organizaba mítines, estando en varias oportunidades en la cárcel por defender los derechos de los trabajadores.

Pero, poco a poco, fue encontrando amigos católicos, que le hablaron de su fe. Especialmente, fue importante la lectura de algunos autores como Huysmans (católico convertido). Y empezó a asistir a una iglesia católica, aunque sin estar convencida plenamente. A veces, se decía a sí misma la frase que había oído tantas veces:

La religión es el opio del pueblo, para no dejarse convencer. Además, hacerse católica significaría afrontar la vida en solitario y yo me aferraba a mi vida familiar. Resultaba duro pensar en renunciar a un marido para que mi hija y yo pudiéramos convertirnos en miembros de la Iglesia. Si yo abrazaba la religión católica, Forster no tendría nada que ver con ella ni conmigo. Por ese motivo esperé.

Pero decidí prepararme y la hermana Aloysia venía tres veces a la semana a darme lecciones de catecismo, que yo procuraba aprender obedientemente.

Hasta que un día se decidió y se bautizó bajo condición, hizo su confesión y su primera comunión. Dice: No experimenté un gozo especial al recibir estos tres sacramentos: bautismo, confesión y santa eucaristía... Yo amaba a la Iglesia, no por ella misma; pues, a menudo, era para mí motivo de escándalo, sino porque hacía visible a Cristo. Decía Romano Guardini que la Iglesia es la cruz en la que Cristo fue crucificado; y como no se puede separar a Cristo de su cruz, hay que vivir en un estado de permanente insatisfacción con la Iglesia.

Nunca lamenté, ni por un instante, el paso que di al hacerme católica, pero repito que, durante un año, me proporcionó muy pocas alegrías, pues la lucha continuó. Conocí a un buen sacerdote, que me ayudó a seguir mi camino.

Con el tiempo fundó el periódico The Catholic Worker (trabajador católico) para defender los derechos de los trabajadores y así nació el movimiento Catholic Worker. Dice: En los comienzos del The Catholic Worker, mi jornada comenzaba con la misa de madrugada y concluía, muchas veces, a medianoche.

La vida de Dorothy Day fue una continua búsqueda de Dios, amando a los demás, especialmente, a los más pobres y explotados. Ella nos dice en las últimas palabras de su libro: La palabra final es amor. No podemos amar a Dios, si no nos amamos unos a otros, y para amar tenemos que conocernos unos a otros. A él lo conocemos en el acto de partir el pan (misa) y unos a otros nos conocemos en el acto de partir nuestro pan. El cielo es un banquete y la vida es también un banquete, incluso con un mendrugo de pan, allí donde hay comunidad... Todos hemos conocido que la única solución es el amor y que el amor llega con la comunidad.

Cuando falleció en 1980, el New York Times la calificó como una militante de la no-violencia, radical en lo social, de una luminosa personalidad, que luchó en primera línea durante más de 50 años a favor de la justicia social.



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