Reportajes

Brexit: balance provisional de sus consecuencias

2016-07-11

La decisión de David Cameron de convocar un referéndum para que los británicos...

JOAQUÍN ALMUNIA, Política Exterior

El futuro de Reino Unido está en riesgo por una decisión de sus ciudadanos. Ello no puede significar que la UE esté también en riesgo. Reforzar la integración es algo que debemos a las generaciones que la pusieron en marcha y a los jóvenes que la necesitan para su futuro.

La decisión de David Cameron de convocar un referéndum para que los británicos pudiesen optar entre quedarse en la Unión Europea o abandonarla ha provocado un cataclismo político, además de fuertes turbulencias económicas. Tras conocer el resultado a favor del Brexit, el desconcierto y las incertidumbres sobre el futuro de Reino Unido y de la propia UE se mezclan con fuertes críticas a la frivolidad del todavía primer ministro británico y con análisis de urgencia sobre lo que pueda suceder de aquí hasta el final del proceso de “desconexión” de Londres respecto de Bruselas, en función de las distintas alternativas posibles.

El referéndum del 23 de junio, inoportuno y planteado sin convicción, ha ofrecido en bandeja a los populistas euroescépticos una plataforma desde la que han podido utilizar todo tipo de falacias y tergiversaciones, llevando el debate al terreno que más les interesaba: el del miedo a los flujos migratorios y la mitificación del ejercicio de la soberanía nacional sin cortapisas, ignorando que para la obtención de resultados en el siglo de la globalización es mucho más eficaz compartir decisiones con quienes, más allá de la frontera, afrontan problemas similares y sostienen los mismos valores.

El triunfo del Brexit pone en cuestión algunos de los rasgos que siempre hemos admirado en la forma de ser de los británicos. Y más en particular de los ingleses, que son quienes más han apoyado el “Leave”: su visión positiva de la economía y las sociedades abiertas, su cosmopolitismo, su pragmatismo a la hora de preferir soluciones eficaces sin dejarse llevar por la retórica y, mucho menos, por la palabrería.

Los únicos que celebran sin reservas el final de la pertenencia de Gran Bretaña a la UE son las diferentes variantes de populismo que cobran fuerza dentro y fuera de las fronteras de la Unión. Desde Nigel Farage a Donald Trump, pasando por Marine Le Pen, Gert Wilders o Vladimir Putin están contentos con el Brexit. ¿Es ese el futuro que nos espera? ¿Será la versión populista de la política capaz de seguir apuntándose triunfos como el logrado el 23 de junio? Confío en que no. Su triunfo supondría, además del final de la integración europea, una seria amenaza para nuestras democracias liberales. Aún estamos a tiempo de evitar el deslizamiento por la pendiente que ese tipo de líderes ofrecen a los electores. Pero no cabe ignorar los riesgos de contagio. Ninguna de las familias políticas tradicionales debe considerarse inmune ante ellos.

En el debate político actual, la división entre soberanistas y europeístas divide a muchos partidos de centro-derecha, pero también a la socialdemocracia y demás fuerzas de la izquierda. Lo mismo sucede respecto de la apertura de la economía y la actitud ante la globalización, los compromisos en materia de seguridad y defensa, la política macroeconómica o las respuestas ante la inmigración. Esas divisiones no se producen de la misma manera en los diferentes países, en razón de sus diferentes experiencias históricas, ubicación geográfica o prioridades socio-económicas. Pero son muy pocos los ejemplos de partidos del “mainstream” –los partidos “de gobierno”– que no se vean afectados por algunas de esas tensiones internas. Y ese es el escenario en el que surgen voces y movimientos populistas que, con mensajes simplistas que buscan la polarización sin aportar verdaderas salidas a los problemas, tratan de llegar a ser mayoritarios.

David Cameron se dejó atrapar por una determinada versión del populismo, representada con trazo grueso y muchas veces xenófobo por Farage y su Partido por la Independencia de Reino Unido (UKIP, en inglés) y, de manera más sofisticada, pero también con concesiones a la demagogia más burda, por el ala euroescéptica de su partido, encarnada en Boris Johnson. Desde el pistoletazo de salida hacia la consulta, los portavoces de este sector de colegas y de votantes de Cameron han manejado los argumentos habituales del euroescepticismo –rechazo a la primacía de la legislación europea, críticas acerbas a la burocracia de Bruselas…– y se han unido con armas y bagajes a los mensajes antiinmigración lanzados por UKIP. Mensajes que, a su vez, han hecho mella en una parte del electorado laborista, desorientado ante el escaso entusiasmo con el que su líder, Jeremy Corbyn, ha actuado a lo largo de la campaña.

Consecuencias dentro y fuera

Las consecuencias del Brexit serán profundas, aunque hará falta una cierta perspectiva temporal para evaluarlas con rigor. Pero ya desde ahora, pocos días después del 23 de junio, se pueden avanzar algunas conclusiones provisionales. La primera es que las pérdidas pueden ser cuantiosas. Pérdidas económicas y también políticas, que no se van a distribuir por partes iguales entre británicos y el resto de europeos. Los británicos serán las principales víctimas de su propia decisión, por muy democrática que ésta haya sido. No sé si son ciertas las informaciones publicadas a pocas horas de conocerse el resultado del referéndum en el sentido de que muchos votantes del “Leave” se echaban las manos a la cabeza al empezar a calibrar algunos de los efectos directos de su voto. Pero no me extrañaría que eso estuviese ocurriendo.

De momento, ya se observan algunas reacciones que no por ser esperables dejan de ser menos problemáticas. La líder de los nacionalistas escoceses, Nicola Sturgeon, se ha manifestado dispuesta a la celebración de un nuevo referéndum de independencia. ¿Cuál será la reacción del nuevo gobierno y del Parlamento británico, dado que el asunto parecía zanjado “al menos hasta la próxima generación” con la consulta de septiembre de 2014? Caso de celebrarse, y de arrojar esta vez un resultado favorable a la independencia, ¿cuál sería la actitud de los 27 ante una previsible solicitud de adhesión? Y en caso de ser favorable, ¿pondría España obstáculos a admitirles como miembros de la UE, dado que ahora la similitud con posibles demandas de quienes quieren desgajarse de un Estado miembro ya no se plantearía en los mismos términos?

David Cameron optó desde su llegada a Downing Street 
por no aparecer como un europeísta 
convencido ante los británicos

Otra importante consecuencia para la estructura interna de Reino Unido se refiere a Irlanda del Norte. El restablecimiento de su frontera interior con la República de Irlanda planteará tensiones. Aunque es pronto para emitir un pronóstico sobre cómo pueda evolucionar la situación, el Sinn Fein ya ha salido a la palestra mencionando la hipótesis de un referéndum de reunificación de la isla. Y también hay coincidencia en prácticamente todos los análisis disponibles en que los perjuicios del Brexit para la economía de la República serán muy significativos.

El balance de urgencia del Brexit, desde el punto de vista británico, no parece muy alentador: pérdidas económicas y riesgos serios de desintegración de Reino Unido. De todos modos, la magnitud de los aspectos negativos a medio y largo plazo del abandono de la UE dependerá mucho del resultado final de la negociación entre el nuevo gobierno británico que se forme el próximo mes de octubre, tras la dimisión de Cameron, y el Consejo europeo. No es evidente que antes de esa fecha Londres envíe a Bruselas la petición basada en el artículo 50 del Tratado de la UE, con la que se abrirá la discusión sobre la relación de Reino Unido con la Unión desde su nueva condición de “país tercero”.

Es sabido que dentro del campo del Brexit se han manejado hipótesis muy diferentes y contradictorias entre sí, reflejando las tensiones entre neoliberales y ultraconservadores. Los estudios publicados sobre el coste económico de la salida de la UE coinciden en cuales de ellas serían más o menos costosas, aunque no en la cifra absoluta de las pérdidas. La opción menos gravosa es la Noruega, consistente en mantenerse dentro del Espacio Económico Europeo y, por tanto, en el mercado interior, asumiendo todas las obligaciones inherentes a esa posición pero sin poder participar en las decisiones. Supondría, por tanto, aceptar un trade-off entre la minimización de los costes de la separación y el abandono de la ilusión de recuperar la soberanía en esos temas, incluida la posibilidad de poner fin a la libre circulación de trabajadores. Racionalmente, parece la mejor manera de limitar los daños pero, a mi juicio, sería políticamente imposible de aceptar por los ganadores del referéndum.

La alternativa opuesta –saltando por encima de las otras opciones intermedias– sería la regulación de las relaciones comerciales y financieras entre Reino Unido y la UE con base exclusivamente en las normas vigentes en el plano internacional. Lo que llevaría a Reino Unido a tener que negociar acuerdos comerciales o de libre cambio con decenas de países, los operadores financieros en la City no tendrían acceso al desarrollo de determinadas actividades con sus colegas del continente, centenares de miles de inmigrantes se replantearían inmediatamente su futuro  buscando alternativas en países más acogedores, muchas empresas analizarían su deslocalización para no perder acceso al mercado interior europeo, etcétera.

Al parecer, los británicos no desean activar la negociación con sus antiguos socios inmediatamente. Pero estos sí exigen hacerlo, para evitar que los niveles de incertidumbre aumenten todavía más las consabidas consecuencias negativas , tanto económicas como políticas. En todo caso, es verosímil que la negociación sea larga, quizá superando los dos años previstos en el Tratado si no se concede una prórroga que deberá ser acordada por la UE. Las dificultades de la transición serán inevitables. Pero hay que conseguir acortar la etapa que hemos empezado a recorrer desde que se conocieron los resultados del referéndum. Hasta que no se entable la negociación formal, Reino Unido sigue siendo un miembro de pleno derecho, participa en todas las decisiones, no se limitan sus derechos… De no llegarse a un modus vivendi que facilite las relaciones entre ambas partes, pueden crearse problemas serios y agriarse el clima de la futura negociación, lo que no interesa a nadie.

La UE nunca será la misma, quizá para bien

Por supuesto, para la Unión Europea el Brexit ha supuesto un auténtico mazazo. La convivencia con los británicos desde su adhesión en 1973 no ha sido precisamente un camino de rosas, ni tampoco ha sido fácil aceptar algunas de las condiciones exigidas por Cameron para ponerse a la cabeza de la campaña a favor del Remain. Pero la salida de Reino Unido llega en un momento muy delicado para la UE. Además de lo dicho respecto de Irlanda, se han producido turbulencias en los mercados que, de prolongarse, pueden recortar aún más las ya de por sí débiles tasas de crecimiento del PIB.

Las mayores preocupaciones surgen, en todo caso, del terreno estrictamente político. La peculiaridades de la posición de Reino Unido en el seno de la UE no han dejado de aumentar con el tiempo. No pertenecen al euro ni a Schengen, han conseguido mantener el “cheque británico” y están fuera del campo de aplicación de la Carta de Derechos Fundamentales y de la mayoría de las políticas en materia de Interior y Justicia. Su relevancia ha sufrido por ello, en particular desde la llegada de Cameron a Downing Street, al haber optado voluntariamente por no aparecer ante su opinión pública como un europeísta convencido. Su activismo en la reciente campaña ha chocado a sus votantes y no ha movilizado suficientemente a los partidarios del Remain. Pero a pesar de todo ello, la UE echará de menos a los británicos. Siempre han apoyado el mercado interior, que necesita de un fuerte impulso político para avanzar hacia el mercado único digital, la unión por la energía, el mercado único de capitales y el desarrollo completo de la Directiva de Servicios. También habrá que suplir el activismo británico en favor de la competencia, de la better regulation, y de la reducción de la burocracia ineficaz, de la eliminación de trabas y barreras a la inversión productiva. Y por supuesto, la diplomacia británica y su sentido estratégico serían muy útiles para una UE cuyos retos para los próximos años y décadas no solo se sitúan dentro de nuestras fronteras.

La UE necesita dar un decidido paso adelante en el proceso de integración. No es posible hacer frente a esta nueva crisis, que viene a sumarse a las que ya estaban sobre la mesa, actuando como se ha venido haciendo en los últimos años, con medidas a corto plazo no suficientemente meditadas ni insertas en una visión a largo plazo. Lo que los anglosajones denominan “muddling-through”, o los castizos “salir del paso”. Por el contrario, lo que la UE necesita es que sus líderes decidan comprometerse con una estrategia que proporcione orientación e impulso político al proceso de integración. Si es verdad que la integración europea avanza a golpe de crisis, hoy tenemos razones poderosísimas para marchar hacia delante. Y si hay quien no puede o no quiere seguir el ritmo, habrá que permitírselo sin que ello suponga frenar a los demás.

Si es verdad que la integración europea 
avanza a golpe de crisis, hoy tenemos razones 
poderosísimas para marchar hacia delante

La Unión Económica y Monetaria necesita que los pasos sugeridos por el “Informe de los cinco presidentes”, u otros alternativos, permitan confiar en su sostenibilidad, en vez de generar desconfianzas acerca de la irreversibilidad del proceso iniciado en 1992 con la aprobación del Tratado de Maastricht y, años después, con la creación y puesta en marcha del euro. El mercado único debe ser adaptado a las necesidades de las economías avanzadas del siglo XXI. La política exterior y de seguridad de la Unión, teniendo en cuenta los riesgos que generan los conflictos abiertos cerca de nuestras fronteras exteriores, no puede limitarse a la puesta en marcha de algunas acciones comunes dispersas, en la confianza de que Estados Unidos va a seguir aceptando sine die hacerse cargo de la defensa colectiva de Europa.

Y, por supuesto, para aceptar compartir nuevas parcelas de soberanía a escala comunitaria hay que potenciar la legitimad democrática de las instituciones de la UE. Los ciudadanos, sean británicos o de cualquier otra nacionalidad europea, exigen más transparencia, participación efectiva y rendición de cuentas en el ámbito de la Unión. Los euroescépticos británicos han estado siempre a la cabeza de las críticas hacia la forma en que se toman las decisiones “en Bruselas” por parte –según ellos– de funcionarios alejados de los ciudadanos y responsables no elegidos por vías democráticas. Muchas de esas críticas, por injustas que sean, son ahora compartidas por millones de europeos del resto de países de la UE, que piensan que la austeridad y los recortes se les imponen sin control democrático alguno. Los populismos de todo signo encuentran ahí un entorno favorable para hacer valer sus falsas soluciones y sus promesas inviables.

De no producirse una reacción política a la altura de los problemas que enfrentamos, es el propio proyecto de integración europea el que puede entrar en una deriva peligrosa. Las tentaciones de imitar el ejemplo de los partidarios del Brexit en futuros referéndums existen de manera muy clara en algunos de los países que se unieron a la UE en 2004, pero también en sectores no desdeñables de la opinión pública de países fundadores de la antigua Comunidad Europea, como Francia, Holanda o Italia.

Aún estamos a tiempo de reaccionar. El futuro de Reino Unido está en riesgo debido a la decisión que sus propios ciudadanos han adoptado. Pero ello no puede significar que también se ponga en riesgo a la UE. Reforzar y proyectar hacia el futuro el proceso de integración iniciado hace siete décadas es algo que debemos a las generaciones anteriores que lo pusieron en marcha, y a los jóvenes que necesitan el espacio europeo para construir sobre él su propio futuro. Incluido el de los jóvenes británicos que el día 23 de junio quedaron relegados a una posición minoritaria.



JMRS

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