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Amenaza yihadista en Europa, ¿qué hacer?

2016-07-24

La amenaza del terrorismo yihadista –cuya práctica se justifica desde una visión...

FERNANDO REINARES, Política Exterior

¿Cuáles son las fuentes y los focos de la amenaza yihadista para Europa Occidental? ¿En qué medida tiene una dimensión interna además de su dimensión externa? ¿Cómo combatir con eficacia la amenaza yihadista y hacer menos vulnerables a las sociedades europeas?

La amenaza del terrorismo yihadista –cuya práctica se justifica desde una visión fundamentalista y belicosa del credo islámico que se conoce como salafismo yihadista– existe en Europa Occidental desde el inicio de la década de los noventa del siglo XX. Pero los procesos de radicalización y reclutamiento asociados con esa amenaza nunca antes han sido tan extensos e intensos en las sociedades europeas como lo son ahora. Cuando el terrorismo yihadista es un fenómeno global en auge desde 2011, año en que se iniciaron las revueltas en algunos países árabes que han extendido los conflictos y la inestabilidad a buena parte del mismo, su amenaza alcanza en Europa Occidental el mayor nivel de la última década.

Fuentes y focos de la amenaza

En la actualidad, las fuentes genéricas de la amenaza yihadista en Europa Occidental son dos: por una parte, el denominado Estado Islámico (EI); por otra, Al Qaeda y sus ramas o entidades afines. Hasta 2013 fue una amenaza directa o indirectamente relacionada con Al Qaeda, organización formada en 1988 y que durante unos 28 años se mantuvo como la única matriz del yihadismo global. Pero desde 2014 la amenaza de terrorismo yihadista en Europa Occidental procede asimismo de EI, constituido a partir de lo que con anterioridad fue la rama iraquí de Al Qaeda, si bien ahora se presenta como matriz alternativa y rival de la misma por la hegemonía del yihadismo global.

El primer atentado con víctimas mortales en Europa Occidental asociado al yihadismo global ocurrió el 25 de julio de 1995 en París, cuando miembros del Grupo Islámico Armado (GIA), de origen argelino y entonces vinculado con Al Qaeda, mataron a ocho personas e hirieron a más de 100 en un céntrico ramal de la Réseau express regional (RER). Trenes de Cercanías fueron asimismo blanco de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, preparados y ejecutados por integrantes de una red terrorista que tuvo tres componentes: el inicial, constituido por integrantes de la célula que Al Qaeda fundó en España en 1994 y que no fueron detenidos cuando se desmanteló en noviembre de 2001; otro introducido por el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM); y, finalmente, el correspondiente a una banda de delincuentes comunes radicalizados. Esta célula en España estuvo vinculada con el mando de operaciones externas de Al Qaeda. Los atentados de Madrid causaron 191 muertos y más de 1,800 heridos.

La implicación de Al Qaeda quedó asimismo de manifiesto en los atentados que, el 7 de julio de 2005, produjeron en Londres 56 muertos y más de 500 heridos. Diez años después, a lo largo de 2015, Ayman al Zawahiri, emir de Al Qaeda desde que Osama bin Laden fue abatido por fuerzas especiales estadounidenses en su escondite pakistaní de Abbottabad en mayo de 2011, apeló en varias ocasiones a “trasladar la batalla al propio hogar del enemigo”, con especial mención los países de Europa Occidental.

Por su parte, fue al poco de configurarse como tal, en el verano de 2014, cuando los dirigentes del denominado EI decidieron articular dentro de Europa Occidental –principalmente, aunque no solo, en Bélgica y Francia– al menos una red operativa para desarrollar atentados en esos y posiblemente también en otros países de la región. Atentados mediante los cuales producir un miedo a través del cual incidir sobre las conductas de los ciudadanos europeos y condicionar las decisiones de sus gobernantes, ahondando al mismo tiempo la fractura existente entre musulmanes y el resto de la población, en beneficio de EI y de sus objetivos.

Terroristas pertenecientes a una red operativa de EI –de la que existía constancia desde al menos el 15 de enero de 2015, cuando en la localidad belga de Verviers se desarrolló una operación antiterrorista en el curso de la cual fueron abatidos dos miembros de la misma y detenido un tercero mientras otros se daban a la fuga– llevaron a cabo en París, el 13 de noviembre de ese mismo año, una serie espectacular de atentados cuyo balance fue de 130 muertos y no menos de 350 heridos. Otros yihadistas pertenecientes al mismo entramado articulado por EI para ejecutar actos de terrorismo en países de Europa Occidental fueron quienes perpetraron el 22 de marzo de 2016 –muy probablemente al verse los terroristas, que tenían planes diferentes, acosados por una nueva operación antiterrorista iniciada en el entorno de Bruselas el 15 de marzo– los atentados de Bruselas, con al menos 32 fallecidos y más de 300 heridos.

Aludiendo a los mayores atentados que miembros de EI han conseguido ya perpetrar en capitales europeas, esta organización yihadista difundió en abril de 2016 un nuevo número de Dabiq, su órgano de propaganda en lengua inglesa, en cuyo prefacio pueden leerse unas palabras que denotan el persistente señalamiento de Europa Occidental como blanco: “París fue una advertencia. Bruselas ha sido un recordatorio. Lo que está por venir será más devastador y más amargo, con el permiso de Alá.”

Los focos de la amenaza que el terrorismo yihadista supone actualmente para Europa Occidental –es decir, las zonas de conflicto donde se encuentran asentadas las organizaciones que han venido practicando esa violencia en el territorio europeo y tienen voluntad de seguir haciéndolo– se encuentran fuera de dicho ámbito. Esta dimensión externa de la amenaza yihadista para Europa Occidental se localiza sobre todo en regiones del mundo como el sur de Asia, Oriente Próximo y el Magreb, sin que ello suponga ignorar otras demarcaciones como el espacio que discurre entre la franja occidental del Sahel y el golfo de Guinea o el este de África. Esas son las demarcaciones donde asimismo se encuentran los escenarios en los cuales el terrorismo yihadista registra las mayores tasas de frecuencia y letalidad, siendo musulmanes de una u otra confesión la inmensa mayoría de sus víctimas.

En el caso de la amenaza relacionada con Al Qaeda o las cinco extensiones territoriales que en estos momentos existen dentro de su estructura global descentralizada y las diversas entidades afiliadas con la misma, sus principales bases están ubicadas en Afganistán, Pakistán, Siria, Yemen, Argelia y Malí. Incluso Somalia podría añadirse a este listado. En el caso de la amenaza relacionada con EI, los focos fundamentales de amenaza, en lo que atañe a Europa Occidental, se sitúan principalmente en los dominios con que dicha organización yihadista cuenta en Siria e Irak, pero existe potencial para que a estos dos países haya que sumar el caso de Libia.

Dimensión interna de la amenaza

Pero la amenaza del terrorismo yihadista en Europa Occidental tiene actualmente, junto a la dimensión externa de sus focos en otras regiones del mundo, una inusitada dimensión interna. A partir de 2012, la insurgencia de un destacado repertorio terrorista desarrollada en Siria e Irak por las organizaciones ahora conocidas como Frente al Nusra –es decir, la rama siria de Al Qaeda— y Estado Islámico ha estimulado una movilización yihadista de alcance mundial y sin precedentes, al menos durante el cuarto de siglo transcurrido desde que existe el fenómeno del yihadismo global propiamente dicho. Movilización yihadista en la que destaca un notable contingente europeo.

Procedentes de Europa Occidental es, de hecho, aproximadamente una quinta parte del total de los entre 25,000 y 30,000 individuos que se habrían desplazado como combatientes extranjeros a Siria e Irak en los últimos cuatro o cinco años. Principalmente –aunque no solo– con el propósito de unirse a las filas de EI o de instalarse en los amplios territorios contiguos de esos dos países donde esta organización ha conseguido imponer su dominio efectivo, que implica una brutal aplicación de la sharia como base del ordenamiento social y sobre los cuales ha proclamado un pretendido nuevo Califato. Sea como fuere, los yihadistas procedentes de la Unión Europea están entre 15 y 20 veces sobrerrepresentados entre los combatientes extranjeros respecto a los que se han desplazado desde cualquier otra región del mundo.

Nunca antes, desde que el yihadismo global se extendió al ámbito europeo, habían sido de tal magnitud e intensidad los procesos de radicalización y reclutamiento relacionados con dicho fenómeno como lo son ahora. Ni las conflagraciones en Bosnia o Chechenia, ni los conflictos en Afganistán después del 11-S o en Irak tras la invasión del país en 2003, ocasionaron en los países de la UE una movilización yihadista como la actual. No puede afirmarse que este flujo esté remitiendo, sino más bien que a día de hoy continúa. Más aún, los combatientes terroristas extranjeros procedentes de países de la UE son una parte del conjunto de la movilización yihadista que está afectando a nuestras sociedades, como queda asimismo de manifiesto con el inusualmente elevado número de detenciones efectuadas por los servicios policiales de las mismas a lo largo de los últimos tres años.

El insólito nivel de la actual movilización yihadista en la UE nos remite, desde luego, a antagonismos religiosos y pugnas por el poder en el mundo árabe, pero tanto o más nos remite a graves desajustes en el propio tejido de las sociedades europeas. Especialmente al acomodo en su seno de jóvenes descendientes de inmigrantes originarios de países con poblaciones mayoritariamente musulmanas. No en vano, estos jóvenes, que corresponden a lo que se conoce como segunda generación, destacan sobremanera entre los combatientes terroristas extranjeros nacionales o residentes en la UE. Poco puede extrañar que los países de la Unión más afectados por dicha movilización yihadista sean aquellos –como Francia, Bélgica, Reino Unido, Alemania, Holanda, Austria, Suecia o Dinamarca– con poblaciones musulmanas en cuya composición sobresalen las segundas generaciones. España o Italia, por el contrario, son países que tienen importantes poblaciones musulmanas, pero todavía ampliamente compuestas por una primera generación de inmigrantes y registran niveles muy inferiores de movilización yihadista.

Por otra parte, los combatientes terroristas extranjeros procedentes de Europa Occidental denotan una notable diversidad en su caracterización social. Todo ello concede verosimilitud a la hipótesis según la cual lo que subyace a la movilización yihadista en la región es, ante todo –aunque no exclusivamente– una generalizada crisis de identidad entre los musulmanes jóvenes. Muchos no muestran afecto hacia la nación en que han nacido o donde han crecido, pero tampoco hacia la nación de la que son originarios sus padres. Expuestos con facilidad a la propaganda yihadista a través de Internet o de redes sociales y mediante el contacto cara a cara con agentes de radicalización activos en ámbitos locales, en no pocos casos terminan por mostrarse receptivos a la idea de que la única nación a la que en realidad pertenecen es la “nación del islam”, tal y como la promueven EI y su pretendido Califato al igual que, en menor medida, Al Qaeda. Así se conectan identidad y terrorismo.

La “Estrategia de la Unión Europea para combatir la radicalización y el reclutamiento terrorista” que se aprobó en noviembre de 2005, y cuyo cumplimiento correspondía a los gobiernos nacionales, solos o conjuntamente, ha fracasado en su aplicación a esas segundas generaciones que, se diga lo que se diga, eran su destinatario fundamental. Una reciente resolución del Parlamento Europeo, de 25 de noviembre de 2015, sobre “Prevención de la radicalización y el reclutamiento de ciudadanos europeos por organizaciones terroristas”, constata este fracaso al subrayar tanto las grandes variaciones entre los distintos Estados miembros a la hora de asumir la responsabilidad de contrarrestar la radicalización y el reclutamiento terrorista, como la urgencia de emprender una acción europea concertada para contener y prevenir con eficacia esos procesos.

Lo peor es que en las instituciones europeas, al igual que en los países de la UE, la confusión acerca de cuál es la auténtica naturaleza del problema y lo que debe hacerse al respecto está generalizada. Apremia repensar el concepto mismo de radicalización, para aclarar si las medidas que hay que adoptar ante dicho proceso se refieren únicamente a evitar que haya individuos implicados en actividades terroristas o supone también hacer frente a visiones rigoristas y extremistas del credo islámico, como las salafistas u otras similares, cuyas actuaciones provocan la segregación de colectividades enteras de musulmanes en el interior de las sociedades europeas, así como fracturas entre musulmanes y no musulmanes que explotan los terroristas.

Combatir la amenaza yihadista

Siendo como son los focos y fuentes de la amenaza que el terrorismo yihadista supone para Europa Occidental –aun considerando que la intensidad de la procedente de EI se estima comparativamente más elevada en la actualidad que la relacionada directa o indirectamente con Al Qaeda–, el rango de sus posibles expresiones es amplio. Oscila, por una parte, entre los atentados planificados de manera centralizada desde el exterior, preparados por responsables de células operativas locales con atención a las circunstancias específicas del lugar en que van a ser llevados a cabo y ejecutados con una letalidad elevada; y, por otra, los cometidos por individuos que se desenvuelven aislados y están únicamente inspirados por la propaganda que difunden las organizaciones yihadistas. Entre uno y otro polo caben distintas manifestaciones intermedias. Además, no deben descartarse atentados no convencionales en los que se utilicen, por ejemplo, elementos radiactivos o sustancias químicas.

¿Qué hacer frente a esta amenaza yihadista? Combatir con eficacia el terrorismo yihadista en Europa Occidental requiere –aunque sea menester recordar que la protección absoluta frente al mismo es imposible– que cada uno de los Estados de la región, de acuerdo con los principios y procedimientos de la democracia liberal que son comunes a todos ellos, disponga de agencias de seguridad con secciones específicamente adaptadas para la lucha contra esa amenaza, de un adecuado tratamiento jurídico de los delitos inherentes a la misma y de unidades de inteligencia especializadas en desbaratar su financiación, entre otras medidas antiterroristas. Es preciso que cuenten también con programas a través de los cuales proporcionar una debida atención a las víctimas del terrorismo y planes a distintos niveles de gobierno mediante los cuales construir resiliencia social y hacer frente a la radicalización violenta.

Sin embargo, la percepción que sobre la amenaza yihadista tienen las élites politicas y las opiniones públicas varía de unos países europeos a otros, lo que se traduce en marcadas diferencias entre sus correspondientes sistemas antiterroristas nacionales. Ahora bien, pese a estas disparidades, es oportuno señalar que los 28 Estados de la UE y los cuatro más, asociados al Acuerdo Schengen, cuentan con un marco comunitario de cooperación sin parangón en el mundo. Este marco es el que ha permitido aproximar legislaciones penales, instrumentos policiales y otro tipo de iniciativas antiterroristas –es decir, el que ha permitido europeizar en buena medida las políticas nacionales antiterroristas en Europa Occidental–, a partir de algo tan fundamental como una avanzada definición común de terrorismo adoptada en 2002 y de una estrategia compartida de lucha contra dicho fenómeno que data de finales de 2005.

Debido sobre todo a los intereses nacionales y a la desconfianza entre sus respectivas agencias estatales de seguridad, los países europeos han preferido hasta ahora privilegiar el intercambio bilateral de información antiterrorista, en detrimento de los mecanismos multilaterales propios –como Europol o el SIS– y de otras instancias internacionales –por ejemplo, Interpol– existentes para compartir a tiempo esa información. Ello implica, hay que reconocerlo sin ambages, deficiencias que inciden muy negativamente sobre la inteligencia tan necesaria para desbaratar células terroristas y prevenir atentados en diferentes estadios de planificación o preparación, lo cual hace al conjunto de los europeos marcadamente más vulnerables de lo que de otro modo podríamos ser frente a una amenaza yihadista que en la última década, si bien no ha dejado de existir, no ha sido tan severa como lo es en la actualidad ni va a remitir a corto plazo. El antiterrorismo europeo debe pasar de la cooperación a la integración.

Reducir los niveles de la amenaza terrorista y contener o hacer que remitan los procesos de movilización yihadista que son inseparables de la misma, dentro del espacio de Europa Occidental o –ampliando el escenario hacia algunos países del Este– de la UE en su conjunto, requiere también actuar selectivamente en y con terceros países concernidos. Países con cuyas autoridades la colaboración supone un dilema, pues los europeos compartimos con ellas unos mismos intereses en contener y erradicar la amenaza del terrorismo yihadista, pero a menudo no los valores que informan una actuación contra dicho fenómeno proporcionada y respetuosa con los derechos humanos. Reducir los actuales niveles de la amenaza terrorista y de la movilización yihadista en el seno de las naciones europeas requiere en cualquier caso debilitar las organizaciones que son fuente de dicha amenaza en los focos geográficos donde están asentadas, tanto para degradar sus capacidades operativas como para erosionar sus estrategias de movilización de recursos humanos y materiales. Por ejemplo, prevenir la radicalización yihadista en Europa Occidental reclama debilitar a EI en Siria e Irak, de modo que no pueda mostrarse como una organización yihadista victoriosa y con expectativas de éxito, capaz de estimular la movilización de jóvenes musulmanes mal acomodados en nuestras sociedades occidentales con el señuelo de una sociedad alternativa en la que dejar atrás insatisfacciones existenciales o crisis de identidad.

Ello implica el uso de medios militares como parte de una acción multifacética y sostenida de la comunidad internacional. Por ejemplo, es preciso que los países de la UE contribuyan a evitar, en acción colectiva con los del Magreb y los de África Occidental, que se fortalezcan la rama de Al Qaeda que opera en ese escenario y sus correspondientes afiliados, que en conjunto son fuente de amenaza para ciudadanos e intereses europeos. Más perentorio aún es debilitar, degradar y derrotar, en el marco de una coalición internacional más decidida, al denominado Estado Islámico en su foco central de Siria e Irak.



JMRS

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