Panorama Norteamericano

Lo que Hillary Clinton representa

2016-07-29

Hillary Clinton pertenece a la generación de mujeres que inició la vida adulta en los...

Soledad Loaeza, La Jornada

¿El triunfo de Hillary Clinton en la competencia por la candidatura del Partido Demócrata representa el punto culminante de la transformación de la posición de las mujeres en el mundo político? Si no es el punto culminante es desde luego una cima importante ¿Es a lo que aspiramos? No todas, pero cada vez más. ¿Se puede esperar más? Mucho más. Basta mirar alrededor a las mujeres que hacen política en los partidos, en el periodismo, en la administración pública, para saber que quieren más y que seguramente lo van a obtener. A mí me es suficiente constatar que las actitudes sociales hacia la participación activa de las mujeres en la vida política se han modificado de manera radical. En el pasado su participación era tolerada; ahora es buscada, apreciada y hasta demandada.

Este cambio sugiere que se ha atenuado un desbalance que registré hace años: antes tenían más aceptación las mujeres que hacían política que las mujeres que hablaban de política, a quienes no se les daba palabra o si la tomaban las escuchaban como quien oye llover. Pero esa actitud también va a desaparecer, porque si algo han mostrado las mujeres en el mundo en las décadas recientes es su capacidad para hacerse escuchar, para imaginar el cambio y promoverlo, para transformar la realidad. Simplemente su presencia política es en sí misma el indicador de novedades profundas, de una discontinuidad discreta que ha derribado la creencia de siglos de que las mujeres somos por naturaleza –y por función social– esencialmente una fuerza conservadora. Cambio es lo que acarrea la breve intervención de Michelle Obama en la Convención Demócrata, en la que como esposa del primer presidente afroamericano hizo un llamado a pensar que no se trata de elegir entre un candidato republicano y una demócrata, sino de votar por quien será responsable del país en el que van a crecer sus hijas.

La virtud de Hillary que Bill Clinton subrayó en el discurso que pronunció en la Convención Demócrata para presentarla fue precisamente su disposición y su capacidad para lograr cambios. Habló de la joven estudiante que conoció a principios de los 70, de la novia, de la madre; cierto, habló menos de la esposa. Me parece que la expresión más precisa que utilizó para describir su relación fue que era su mejor amiga (una descripción más generosa que la del rey Juan Carlos, que cuando se le preguntó por la reina Sofía respondió: Ella es una [reina] profesional). Bill Clinton buscó humanizar a su amiga y destruir la caricatura que, según él, ha sustituido a la verdadera Hillary. Así respondió a los republicanos que han recurrido a las más groseras distorsiones para caricaturizarla. La imagen como de espejo convexo que buscan proyectar ha servido a Donald Trump para enardecer los ánimos de sus seguidores que en la Convención Republicana de la semana pasada exigían a gritos que la metieran a la cárcel o incluso que la ejecutaran.

Hillary Clinton pertenece a la generación de mujeres que inició la vida adulta en los años 70. La que llegó todavía adolescente a los restos de la rebelión de la década anterior y temía que lo peor estaba por venir, pero se sobrepuso y tomó las oportunidades que generaba la incertidumbre. En México como en Estados Unidos, la proporción de mujeres de ese grupo de edad que ingresó a la universidad indicaba que el mundo había cambiado; parecía que había dejado de ser cierto aquello de que Mujer que sabe latín no encuentra marido ni tiene buen fin, como lo recordaba Rosario Castellanos. La ignorancia y la tontería –auténticas o simuladas, pues no eran pocas las mujeres que pretendían no entender por miedo a ahuyentar a los jóvenes enamorados y a la soltería– dejaron de ser vistas como un enternecedor rasgo de femineidad. Creo que también han perdido eficacia como estrategia de seducción, aunque más de uno habrá que prefiera una mujer ajena al conocimiento y atenta sólo a sus palabras y a sus opiniones. Ya se sabe, no hay nada más atractivo que el halago personal. Raros son los hombres que resisten las alabanzas y las expresiones de boba admiración que les dirigen algunas mujeres. Sin embargo, en el siglo XXI el saber y la inteligencia dejaron de ser atributos exclusivos de los hombres, excepto para los recalcitrantes.

Bill Clinton, probablemente sin quererlo, al evocar la experiencia de la Hillary Rodham que conoció en la universidad convocó también a toda su generación. A quienes recién llegadas a la universidad recibimos los coletazos de las protestas antiautoritarias, pero igual inhalamos los humos de las ilusiones frustradas, y pese a los temores y las advertencias empujamos las puertas que por descuido habían quedado entreabiertas. Empezamos poco a poco, como para que no se dieran cuenta, pero en poco tiempo aquella entrada se volvió casi un torrente y hoy son excepcionales los espacios que nos están vedados.

De ser elegida Hillary Clinton, no sería la primera jefa del Poder Ejecutivo en un país democrático. La precedieron ilustres personajes como Golda Meir, Indira Gandhi, desde luego Margaret Thatcher, Angela Merkel, Theresa May; sin embargo, en el caso de Clinton las dimensiones del poderío estadunidense introducen una diferencia cualitativa nada despreciable. Por ejemplo, a partir de enero de 2017, el botón rojo del armamento nuclear estadunidense estaría a merced de un dedo manicurado. En el pasado esta posibilidad era inexistente porque era impensable que el mundo estuviera a merced de la inestabilidad de las emociones femeninas. Ahora, en cambio, sería una irresponsabilidad dejar ese botón rojo a merced de la inestabilidad emocional de Donald Trump.



JMRS