Turismo

Viajeros esperan varios días en Barajas que haya sitio en avión de Aeroméxico

2016-08-05

Pocos son los afortunados. A los demás no les queda otro remedio que quedarse en el...

JOSÉ ANDRÉS ROJO, El País

Decenas de viajeros esperan en Barajas que haya sitio en algún avión de Aeroméxico para volver a casa

¿Qué sucede cuando lo ocasional se vuelve permanente? ¿Y qué les pasa a quienes el azar obliga a pasar un periodo dilatado en ninguna parte? Los aeropuertos son eso: sitios vacíos, sin referencias, lugares de paso, pausas previsibles en las que se puede apagar un rato el flujo de las urgencias y los deberes e, incluso, de las emociones.

Pero hay veces en que lo que tenía que ser nada más que estación de tránsito se convierte en domicilio inevitable. Les está pasando eso ahora en el aeropuerto de Madrid a decenas de viajeros de Aeroméxico. Compraron billetes más baratos, pero que no les garantizaban sitio en el viaje de regreso. Sabían que quedaban al albur de la suerte: si hay un hueco, vuelas; si no lo hay, búscate la vida. Hay ya algunos que llevan alrededor de dos semanas en tierra —y el número va creciendo día a día—, y sin muchas perspectivas de que la vida les sonría y puedan volver a casa.

Así que pasean de un lado a otro, van tejiendo conversaciones, procuran mantener el ánimo, se entretienen con sus móviles o sus tabletas. Nada saben de su futuro más cercano, cuenta Cristian Gallegos en la edicion digital de este diario. No tienen más remedio que presentarse cada vez que hay previsto un vuelo de regreso, y preguntar. Al otro lado de la mesa, un empleado de la compañía mueve un dedo: sí o no.

Pocos son los afortunados. A los demás no les queda otro remedio que quedarse en el purgatorio. Cometieron el pecado de perseguir una ganga, y el severísimo dios del consumo los ha castigado.

Habitar de manera permanente en un sitio de paso puede convertirse en una auténtica pesadilla. Es bastante probable que no se tenga ya mucho dinero para la mera supervivencia, no digamos para permitirse un capricho. A los dos días, además, suelen terminarse los asuntos de largo recorrido que mantienen viva una conversación. Las baterías de los aparatos electrónicos se consumen y puede haber complicaciones para recargarlas, las bromas llegan a su fin, crece el aburrimiento, se disparan las más variadas ansiedades, se acaba cualquier minúsculo interés por el prójimo. En las alturas, impertérrito, un dios maligno se frota las manos: ¡para que aprendan!



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