Calamidades

Trágicos fogonazos de julio

2016-08-08

El Congreso levantó la clasificación como secreto oficial de 28 páginas de la...

LLUÍS BASSETS, El País

Entre las noches consecutivas del atentado de Niza y del golpe de Estado contra Erdogan, los días 14 y 15 de julio de este año de 2016, quedó agazapada una noticia que en otras circunstancias habría creado una enorme conmoción y hubiera podido abrir una crisis entre Estados Unidos y Arabia Saudí. El Congreso levantó la clasificación como secreto oficial de 28 páginas de la investigación realizada hace 13 años sobre las relaciones entre el gobierno de Riad y los atentados de 2011 en Nueva York y Washington, poniendo fin así a una polémica de años y a abundantes especulaciones sobre la implicación de la monarquía saudí.

Aunque 14 de los 19 terroristas del 11S eran de nacionalidad saudí, cuando en 2003 se publicó el grueso del informe no aparecieron evidencias de la implicación de Riad en aquellos atentados. Y tampoco han aparecido ahora tras su desclasificación, permitiendo a los gobiernos saudí y estadounidense la reversión en forma de exculpación de las sospechas sembradas hasta ahora.

A pesar de la aparente insignificancia de las páginas desclasificadas desde el punto de vista de la responsabilidad judicial, su publicación ha ido acompañada de unas explicaciones atenuantes por parte de ambos gobiernos con el objetivo de evitar que una decisión programada desde hacía tiempo y cuidadosamente evaluada y preparada por las dos capitales se convirtiera en motivo de una crisis. Razones no faltaban.

Ante todo, porque la falta de pruebas de valor judicial no significa que las páginas desclasificadas no contengan indicios sobre la implicación saudí en la organización de Al Qaeda e incluso en la asistencia a algunos de los terroristas del 11S. La mayor preocupación de Riad tiene que ver con las responsabilidades judiciales, sobre todo por la reclamación al Estado de saudí de indemnizaciones por parte de familiares de víctimas de los atentados, que han sido objeto de apoyo legislativo por parte del Senado de Estados Unidos. Las 28 páginas contienen informaciones que refuerzan las sospechas sobre la involucración saudí, al menos de sus servicios secretos y de personalidades de su extensa familia principesca, en el encubrimiento de Al Qaeda antes del 11S y en el suministro de auxilio sobre todo financiero a implicados en los atentados.

Según la interpretación de las páginas desclasificadas que ha hecho Simon Hendersen, del Washington Institute for Near East Policy, y que ha publicado la revista Foreign Policy, algunos de los terroristas pudieron estar en contacto con dos agentes secretos saudíes; uno de los individuos que proporcionó financiación a los terroristas recibió el dinero de un miembro de la familia real saudí; un líder de Al Qaeda estaba en posesión del número de teléfono reservado de la compañía de seguridad que se ocupaba de la residencia del embajador saudí en Colorado; la esposa de uno de los implicados en la financiación del 11S recibió dinero de la esposa del embajador saudí; y hubo contactos entre la fundación saudí Al Haramain con los grupos terroristas y sospechas respecto al ministro del Interior saudí de la época. Con pruebas mucho más débiles, o incluso inexistentes, la administración de George W. Bush pudo justificar la guerra de Irak, lo cual da idea del resultado que hubiera tenido el conocimiento público de la investigación antes de la invención de las evidencias sobre las armas de destrucción masiva de Sadam, que no existían, pero que necesitaban los neocons para derrocarle.

Las relaciones entre Washington y Riad no van a empeorar por unas páginas desclasificadas que estaban descontadas por ambos gobiernos. Los saudíes se sienten despechados por el acercamiento de Obama a Irán, mientras que los estadounidenses se fijan en el papel de los saudíes en la propagación de las doctrinas religiosas radicales que sustentan el yihadismo. No hay buen clima ni confianza mutua entre dos países que han sido aliados y amigos desde hace 70 años pero se hallan ahora en trayectorias divergentes e intentan gestionar con prudencia sus diferencias.

Este parece ser el sino de los mejores aliados que tuvo Estados Unidos en la región desde la Segunda Guerra Mundial. Arabia Saudí empezó a alejarse en 2001, aunque solo ahora se ha hecho tan evidente. Turquía lo hace en estos días a marchas forzadas. Se aleja de Estados Unidos y también se aleja de una Europa atacada por el terrorismo y ensimismada en sus miedos y debilidades. Como en un fogonazo, estas tres nuevas realidades geopolíticas se juntaron dramáticamente entre dos noches trágicas de julio y nos hicieron ver las imágenes inquietantes del nuevo paisaje que se abre ante nuestros ojos.



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