Panorama Norteamericano

Deriva extremista

2016-08-12

Donald Trump, candidato a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Republicano, ha...

Editorial de "El País"

Donald Trump, candidato a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Republicano, ha iniciado una fase de su campaña que oscila entre la radicalidad extrema y la infamia encubierta. Su discurso pidiendo a los partidarios de la Segunda Enmienda (posesión de armas) que “contengan” a la candidata demócrata Hillary Clinton y su acusación a Obama de ser “el fundador del Estado Islámico” (y a Clinton “cofundadora”) pueden interpretarse como el inicio de una fase política autodestructiva. Trump y su equipo parecen ser conscientes de que su apoyo electoral está cayendo de forma tan significativa que hace muy probable su derrota (a cien días de las elecciones, no obstante, cualquier cosa puede pasar) y, por ello, pretenden captar al votante más radical.

Nada justifica el recurso a la calumnia y la incitación a la violencia, ni siquiera la propensión personal del candidato a los discursos ofensivos ni sus pueriles intentos de calificar las apelaciones violentas como “rasgos de humor”. En su intento por captar el voto extremista, Trump está desviándose hacia una conducta pública criminógena. La mesura y la ecuanimidad nunca han sido las facetas más destacadas de su personalidad, pero sus discursos en Carolina del Norte y Fort Lauderdale han cruzado una línea que un candidato a la presidencia ni siquiera debe rozar. Su incontinencia da la razón a los 50 ex altos cargos republicanos: Trump “no cree en la Constitución”, y si llegara a ser presidente “pondría en peligro la seguridad nacional y el bienestar del país”.

Además, su amago de programa económico ha disparado todas las alarmas entre los agentes sociales, empresariales y financieros del país. Las propuestas de Trump ratifican el retroceso hacia la llamada economía vudú de los lejanos tiempos de Ronald Reagan: recortes fiscales para las empresas (del 35% al 15%), proteccionismo comercial, desregulaciones masivas (sobre todo, las que se refieren a los programas de protección federal) y mucha retórica de baja ley para ocultar detrás del escudo patriótico un plan económico regresivo y, a corto plazo, probablemente tóxico para la incipiente recuperación estadounidense.

Con una política monetaria expansiva en marcha (quantitative easing) que ha sido la principal palanca para la recuperación económica —y que tendría que apoyar el próximo presidente—, los recortes fiscales que propone el candidato republicano serían sencillamente devastadores. La propuesta de suprimir el impuesto sobre sucesiones es sumamente estrambótica. Buena parte de la clase empresarial estadounidense más creativa, apoyada por los cuadros económicos demócratas, defiende la persistencia de ese impuesto como un mensaje político: la solidaridad y la equidad intergeneracionales son posibles.

 Las sugerencias proteccionistas de Trump amenazan a Estados Unidos, pero también al resto de las áreas económicas. Buena parte del bienestar económico acumulado durante los últimos 70 años está fundamentado en la tenaz liberalización del comercio mundial. Para Washington y para Bruselas es crucial que se firme el TTIP (acuerdo comercial entre ambas zonas). Si las propuestas de Trump llegan a concretarse, gran parte de la economía mundial volvería a la época premercantil.



JMRS