Del Dicho al Hecho

El desfile del horror

2016-09-18

Como se sabe, se ha repetido hasta la saciedad, Trump no ha rectificado y menos aún se ha...

Jorge Durand, La Jornada

Donald Trump cometió un error grave al inicio de su campaña. Acusó a México de enviar a su peor gente y a los mexicanos de ser asesinos, violadores y traficantes de drogas. El error radica en el nombre y el apellido: se refiere a todo un pueblo, a sus vecinos y socios comerciales.

Un error que, en cierto modo, reconoció su hija Ivanka al argumentar en un juicio que se entabló contra dos chefs españoles que se negaron a poner su restaurante en un edificio de Trump porque había ofendido a los hispanos. En su intervención dijo que escribió una aclaratoria, pero no una rectificación, sobre lo que dijo su padre. Al respecto indicó que sus declaraciones fueron malinterpretadas como un ataque categórico contra los hispanos. Yo sentía que era importante que él aclarara el hecho de que ese no era el caso. El no ha dicho eso. El no ha atacado a los hispanos. Pero esa fue la narrativa que se generó inmediatamente.

Pero en realidad Trump ni siquiera se refirió a los hispanos, lo que podría haberle mermado un caudal de votos, se refirió a los mexicanos, de los cuales, la mayoría no podrán votar, por no estar naturalizados o ser irregulares.

Como se sabe, se ha repetido hasta la saciedad, Trump no ha rectificado y menos aún se ha disculpado. Pero hay un ligero cambio de matiz en el discurso cuando presentó su propuesta de política migratoria, en Fénix, Arizona (Phoenix en inglés), justo el mismo día que regresaba de México por invitación presidencial.

En su discurso ya no se refirió a México y los mexicanos, sino que habló de migrantes ilegales. Pero con toda mala leche lo que hizo fue demostrar, con datos verídicos y fehacientes, que hay migrantes irregulares que son asesinos, violadores, pederastas y criminales. Fue una respuesta directa y categórica a todos aquellos que decían que no tenía razón, que debía disculparse, que debía rectificar.

Y en un verdadero desfile del horror fue presentando, una a una, a las familias de las víctimas: “Me he reunido con muchos de los padres que perdieron a sus hijos a causa de las políticas de ciudades santuario y fronteras abiertas. En unos momentos, ellos se me unirán en el escenario…”

Y empezó el desfile con los familiares de Sarah Root, de 21 años: El hombre que la mató llegó a la frontera, fue puesto en custodia federal y luego fue puesto en libertad en una comunidad estadunidense en el contexto de las políticas de la Casa Blanca. Fue puesto en libertad nuevamente después del crimen y ahora está libre.

También entre las víctimas de las políticas de fronteras abiertas de Obama-Clinton está Grant Ronnebeck, de 21 años de edad y empleado de una tienda de conveniencia en Mesa, Arizona. Fue asesinado por un inmigrante ilegal integrante de una pandilla, quien previamente había sido condenado por robo y que también había sido liberado de la custodia federal.

Otra víctima es Kate Steinle, ultimada a balazos en la Ciudad Santuario de San Francisco por un inmigrante ilegal que ya había sido deportado cinco veces previas.

Luego está el caso de Earl Olander, de 90 años, quien fue brutalmente golpeado y abandonado hasta que murió desangrado en su casa. Los autores del crimen fueron inmigrantes ilegales con antecedentes penales que no cumplían con las prioridades de la administración Obama para su deportación.

Y concluye con el caso de una veterana de 64 años de la Fuerza Aérea, Marilyn Pharis, quien fue agredida sexualmente y asesinada a martillazos. Su homicida había sido detenido en varias ocasiones, pero nunca fue deportado.

Ciertamente hizo su tarea y lo casos son verídicos, pero la interpretación es totalmente sesgada. Hay cientos, miles de casos de asesinos, criminales y pederastas en cualquier sociedad, raza o etnia. La condición de migrante irregular no los hace criminales.

Es más, los estudios de Rubén Rumbaut y su equipo sobre encarcelamiento en Estados Unidos confirman que el índice de criminalidad entre los inmigrantes mexicanos es ocho veces más bajo que el de la segunda generación: 0.7 por ciento para el caso de los inmigrantes mexicanos nacidos en México y 5.9 por ciento para los hijos de mexicanos nacidos en Estados Unidos.

Según el estudio, el caso de los mexicanos es excepcional, por el bajo índice de encarcelamiento de los migrantes de primera generación. En el caso de los cubanos la relación es 2.22 por ciento para los nacidos en la isla y 4.2 por ciento para los nacidos en Estados Unidos. Para los puertorriqueños, que todos son técnicamente estadunidenses, la relación es de 4.55 a 5.37 por ciento, un fracción menor en favor de los nacidos en la Isla del Encanto.

En las condiciones en que viven los hijos de migrantes (viviendas hacinadas, barrios pobres, calles inseguras y escuelas marginadas) la segunda generación tiene que vivir el sueño americano. Se trata de familias donde generalmente trabajan los dos padres y los niños tienen que sobrevivir en la calle, el barrio y la escuela.

El supuesto gran beneficio de ser ciudadanos no significa una gran ventaja cuando tienes que sobrevivir en medio de lo que muchos consideran un gueto, cuando terminar la preparatoria en esas condiciones sólo significa que los mejores y más estudiosos sólo pueden acceder a un Community College y no propiamente a la universidad. Cuando la supuesta movilidad social de la cual están orgullosos sus padres, sólo significa para ellos ser parte de la clase obrera y tener acceso a trabajos mal pagados.

Pero los datos duros, las estadísticas, los estudios no significan nada en esta elección. Y ese es el problema de Hillary Clinton, que quiere argumentar con datos cuando Donald Trump dice lo que le da la gana, lo que se le ocurre y muchos le creen y lo festejan.

También tenemos que ser honestos sobre el hecho de que no todo el que intenta ingresar a nuestro país podrá adaptarse exitosamente. Es nuestro derecho de nación soberana elegir los inmigrantes que creemos son los más propensos a prosperar y florecer aquí.



JMRS
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