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Los iraquíes temen que el derramamiento de sangre continúe después de la liberación de Mosul

2016-11-08

Ni siquiera una victoria militar absoluta sobre los extremistas sunitas en Mosul cambiará el...

Tim Arango, The New Yprk Times

ERBIL, Irak — Mientras el país se acerca más a la expulsión del Estado Islámico de su bastión más importante (Mosul), la pregunta ya no es si puede lograrse; sino si algún día tendrán que volver a pasar por esto.

Ni siquiera una victoria militar absoluta sobre los extremistas sunitas en Mosul cambiará el hecho de que todavía no existe un acuerdo político —o la confianza mínima— para reconciliar a la minoría árabe sunita de Irak con el gobierno nacional, dominado por los chiitas.

No solo existe el miedo de que otra insurgencia sunita se levante después de que el Estado Islámico sea derrotado, sino que no es fácil conciliar estas facciones con profundas diferencias, que por ahora se han unido en la pelea contra las milicias: fuerzas del gobierno, miembros del grupo sunita, kurdos, yazidíes y cristianos, así como las guerrillas que Irán respalda. Cada uno tiene en mente un final diferente para esta historia.

Mientras la lucha se intensifica cerca de Mosul, diplomáticos, analistas y jeques tribales opositores al Estado Islámico se reúnen en salones de hoteles en Erbil, la capital de la región kurda, para iniciar las conversaciones sobre reconciliación y reformas políticas. Al menos están de acuerdo en los pasos críticos para evitar que el Estado Islámico gane nuevos adeptos entre las comunidades sunitas en el futuro.

“Las razones que crearon el Estado Islámico siguen existiendo”, declaró Mohammed Muhsin, jeque tribal de Hawija, un pueblo cerca de Kirkuk controlado por EI. Mientras hablaba en Erbil durante un taller que organizó el Instituto de la Paz de Estados Unidos y una organización iraquí, SANAD, en favor de la Consolidación de la Paz, Muhsin emumeró con molestia estas razones: pobreza, injusticia y marginación.

Después de años de abuso y exclusión por parte del gobierno y los aliados de la milicia chiita, algunos árabes sunitas de Irak acogieron al Estado Islámico en 2014 como un posible protector, en parte, porque muchos de los militantes eran de estas mismas comunidades.

Actualmente, muchos sunitas afirman que están cansados del régimen del Estado Islámico y que están listos para recibir hasta a las fuerzas chiitas como libertadores a corto plazo. Sin embargo, aún temen que haya ataques de venganza y más exclusión por parte del gobierno y sus aliados, ya que las fuerzas que mantienen el orden en Mosul también están conformadas en gran parte por población sunita, entre quienes, se sospecha, hay colaboradores o miembros ocultos del Estado Islámico.

Nadie cree que las armas permanezcan en silencio durante mucho tiempo.

“El problema es que las políticas nos desfavorecen”, aseveró Hassan Nusaif, político sunita de Hawija, quien también participó en este reciente taller de reconciliación en Erbil. “Seré honesto contigo: el derramamiento de sangre va a continuar. Esa es la realidad”.

Esta brecha crucial entre el éxito en el campo de batalla y los pocos avances políticos reflejan un tema constante durante la prolongada participación de Estados Unidos en Irak: cada victoria militar parece desatar más divisiones en Irak, lo que lleva a más desacuerdos políticos y luchas.

Algunos analistas advierten que el gobierno iraquí y el de Estados Unidos quizá corren el riesgo de provocar aún más caos al forzar una campaña sin cuartel en contra del Estado Islámico antes de lograr algún acuerdo que deje satisfechos a los sunitas agraviados.

En un artículo publicado por la Institución Brookings, Ian A. Merritt y Kenneth M. Pollack explicaron que la derrota del Estado Islámico en Mosul “probablemente expondrá las profundas tensiones y agravios entre los distintos grupos que en cierta medida quedaron enmascarados por la lucha común que libraron en su contra”. Ramzy Mardini, del Consejo Atlántico, advirtió sobre “una nueva guerra civil, quizá más mortífera”. Asimismo, Dylan O’Driscoll, del Instituto de Investigación de Medio Oriente, con sede en Erbil, escribió que, dada la profundidad de la marginación sunita, “la liberación de Mosul bajo estas circunstancias solo dará como resultado que el EI u otra entidad radical regrese en el futuro”.

Las autoridades estadounidenses reconocen que las medidas políticas están rezagadas en comparación con los avances militares.

Sin embargo, Brett McGurk, enviado del presidente Barack Obama a la coalición internacional contra el Estado Islámico, declaró recientemente a los medios de comunicación que “la cuestión aquí es que, si intentas resolver todos los problemas, el EI permanecerá en Mosul en el futuro próximo y quizá para siempre”.

En cuanto a los temores que se expresan sobre lo que ocurrirá después de la campaña militar en Mosul, vienen a la mente los tropiezos y el caos que siguió a la invasión estadounidense de Irak en 2003.

Sobre todo, se presenta el problema de qué hacer con los muchos colaboradores del Estado Islámico que podrían estar entre el más de millón de personas que queda en Mosul. Junto con las polémicas políticas de desbasificación impuestas por los estadounidenses después de la invasión, se ha empezado un debate sobre un proceso que algunos comienzan a llamar “desEIficación”.

A muchos les preocupa que una campaña para eliminar a todos los que podrían haber colaborado con el Estado Islámico iría demasiado lejos y afectaría a inocentes o a los familiares de los militantes, lo que sembraría las semillas de una disidencia futura. Para poner orden a este proceso, se habla de que el gobierno iraquí establezca un tribunal especial en Mosul para atender estos casos y que el colegio de abogados proporcione defensa legal sin costo a los detenidos.

En el terreno, uno de los objetivos principales del gobierno central es poner sunitas locales a cargo de la seguridad de Mosul después de que la ciudad sea liberada. Eso quizá ayude a evitar abusos por parte de las fuerzas de seguridad dominadas por los chiitas, cuyos maltratos a la población local durante el mandato del exministro Nuri Kamal al-Maliki contribuyeron a que el Estado Islámico tomara Mosul en 2014.

Sin embargo, incluso así, no hay garantías de seguridad debido a los conflictos al interior de la comunidad sunita entre aquellos que apoyaron al Estado Islámico y aquellos que se opusieron, lo cual podría desatar olas de asesinatos por venganza.

El panorama de la guerra en Qaraqosh, en el límite de Mosul, es desolador y al mismo tiempo resulta muy familiar: edificios colapsados, vitrinas quemadas, cruces de iglesias caídas, el chasis carbonizado de un carro bomba. Un eslogan pintado en rojo sobre una pared que se cae a pedazos llama a la unidad en un país que se desmorona: “Todos somos Irak”.

Por el momento, Qaraqosh es el hogar del miembro del Estado Mayor Wathiq al-Hamdani, un árabe sunita comandante de la policía de Mosul, mientras espera que se restablezca la seguridad en su ciudad natal después de la liberación. Es una misión muy personal. Sonríe y saca su celular para mostrar una fotografía de su hijo, un estudiante de derecho de 22 años con una camisa de cuadros color rojo, quien fue asesinado por extremistas sunitas del Estado Islámico hace tres años. “Era muy buen muchacho, educado, valiente”, afirmó.

Ahora se encuentra en la puerta de entrada de Mosul, y la justicia (o por lo menos la venganza) se encuentra al alcance de su mano.

“Sabemos quiénes son todos. Tenemos una lista. Sé exactamente quién asesinó a mi hijo. Lo voy a atrapar”, aseguró.

Explicó que su intención es entregar a los colaboradores del Estado Islámico a los tribunales, aunque añadió inmediatamente que no tenía confianza en el sistema judicial de Irak, y señaló que es fácil para los prisioneros ofrecer sobornos a cambio de que los saquen de prisión. Además, piensa que ningún combatiente del Estado Islámico se rendirá: “Creo que se resistirán y los mataremos”, aseveró.

Sin un marco más amplio para la reconciliación, Osama Gharizi, el director del programa regional en el Instituto de Paz de Estados Unidos, ha estado trabajando con las bases en todo Irak.

Ha estado reuniendo jeques tribales para que se pongan de acuerdo sobre las maneras de evitar más violencia. Entre las propuestas que se han generado está la negociación de pagos de compensación para evitar asesinatos por venganza; ponerle fin los castigos colectivos y proteger a los familiares inocentes de los militantes del Estado Islámico, así como establecer tiempos para que los residentes desplazados vuelvan a sus hogares.

Gharizi explicó que los talleres han dado resultado en sitios como Tikrit, donde en gran medida se evitó un ajuste de cuentas sangriento después de la masacre de casi 1700 militares chiitas reclutados por el Estado Islámico.

Explicó que Mosul será más complicado por su diversidad. El área ha sido el hogar de varias minorías —cristianos, yazidíes, chabaquíes, kurdos— que han sufrido la violencia.

Otros conservan la esperanza de una solución típicamente iraquí: el surgimiento de un personaje poderoso que unifique el país. Algunas versiones de este anhelo, por lo menos, retratan más a un unificador benigno que al tipo fuerte y autoritario que ha surgido en Irak en el pasado.

“Hasta ahora, no hay un Mandela en Irak”, sostuvo Muhsin, el líder local de Hawji. “Necesitamos un Mandela en Irak. Necesitamos hacer que los iraquíes sean como Sudáfrica y necesitamos crear un Mandela”.

“Cómo lo haremos? No lo sé”, añadió.



JMRS

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