Una Luz en Mi Ventana

Jesucristo, Rey del Universo

2016-11-22

Cristo Rey. Rey del Universo. Rey de cada ser humano. Rey en la sencillez, en lo corriente, para...

Guadalupe García

Este domingo terminó el año litúrgico con la festividad de Cristo Rey

¿Dónde y cómo reina Cristo? Porque desde el principio se mantuvo oculto, sin destacarse de entre los demás niños de su pueblo. Sólo se armó algo de revuelo cuando empezó a hacer milagros y a llamar al pan pan y al vino vino, y molestaba a las autoridades religiosas de su país.

Ésa es la gran lección que todavía no hemos aprendido: vivir sin espectáculo, sin llamar la atención, sin esperar ni desear cosas extraordinarias.

Jesucristo reinó casi toda su vida siendo uno más entre los demás. ¿No te das cuenta? Nos dio ejemplo porque es muy difícil que nos pasen cosas especiales, lo nuestro es lo común y corriente. Y es ahí donde quiere que reinemos con Él: en nuestra casa, con nuestra familia y nuestros amigos, en el Metro, en el mercado, en la oficina o en la tienda, en la universidad o en el colegio...

Ya ves cuáles han sido sus tronos de rey: el seno purísimo de su Madre, su mamá, que también es la tuya; un pesebre; una cruz. Y ahora también cada sagrario del mundo y, si tú quieres, tu corazón. ¡Él lo desea tanto! Déjale, déjale reinar en tu corazón, en tu familia, en tu vida...

¿Por qué, piense lo que piense o hable de lo que hable, siempre termino contemplando el Calvario? ¿Por qué la Cruz de mi Rey es como un imán del que no logro apartarme aunque a veces lo intente con todas mis fuerzas?

No debería extrañarme porque el mismo Jesús lo dijo: “cuando sea levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí. (Juan 12,20-33).” Y es que en esa cruz redentora venció al pecado y a la muerte. Es lo más importante en Su vida: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. (Juan 18, 37).”

Y es una verdad universal la experiencia de la cruz, que recibe diversos nombres: dolor, sufrimiento, penalidades, desgracia, catástrofe, calamidad... y tiene diversas formas: guerra, enfermedad, terrorismo, hambre, pobreza, violencia, injusticia...

Sin embargo yo sólo conozco tres actitudes frente a ella: resignación, rebelión y aceptación, más o menos amorosa. El que se resigna sufre, y puede que mucho, pero de forma pasiva: le pasa lo que le pasa y no encuentra más salida que aguantar como mejor pueda mientras dure.

Quien se rebela al menos reacciona: no se conforma y quiere cambiar su situación, pero la vive con amargura y resentimiento, se convierte en esclavo de su sufrimiento, pierde la libertad que nos ganó Cristo doliente porque ese dolor ha podido con él y le ha enfrentado con Dios; es más que probable que le culpe a Él de su desgracia.

Pero el hombre que acepta la cruz como venida de la mano paternal de Dios se convierte en rey porque ese sufrimiento le libera de ¡tantas ataduras! que le prometían felicidad sin colmar las ansias de su corazón.

Es difícil aceptar la cruz cuando llega, y no digamos aceptarla con amor y alegría -que no es ausencia de dolor, sino paz profunda del alma-, abrazarla como lo hizo Jesús. Y no sólo es difícil el sufrimiento propio sino el de ese familiar o ese amigo, pues no queremos que sufran aquellos a quienes amamos. Ni tampoco los niños desconocidos que pasan hambre en países lejanos, ni los enfermos abandonados, ni los desplazados por la guerra o los terremotos, no las víctimas inocentes del terrorismo... ¡y eso que no los conocemos! Pero el corazón del hombre está hecho a semejanza de Dios, para amar el bien, y cuando hay ausencia de bien, sufrimos.

El caso es que es más difícil aceptar el dolor ajeno porque cada uno tiene la gracia necesaria para llevar su cruz, no la de los demás. Por eso nos sentimos impotentes, frustrados o inútiles cuando queremos ayudar al amigo que sufre. ¿No te pasa a veces que quieres que no esté enfermo, o que tenga todo el dinero que necesita, o que encuentre trabajo de una vez? ¡Y no poder hacer nada es frustrante!

Pero sí puedes hacer algo: rezar por él. Dios escuchará tu petición generosa.

Nos olvidamos de la Providencia, de que Dios se vale de la cruz para purificarnos, de que Jesús nos abrió el Cielo pero tenemos que ganárnoslo, pagar nuestra entrada. Y nos olvidamos de que la lógica de Dios no cabe en nuestra cabecita y a veces confía en unas personas para purificar a otras; por eso sufren los inocentes, los buenos, los que hacen tanto bien alrededor, aquellas personas a quienes conocemos y que “no se merecen esto”.

Cristo Rey. Rey del Universo. Rey de cada ser humano. Rey en la sencillez, en lo corriente, para que tú y yo aprendamos lo importante que es nuestra vida de uno más entre los demás.

¿No te parece maravilloso poder convertirte en rey cuando sufres? Él te dio la clave, nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. (Juan 18, 37).”

Y es una verdad universal la experiencia de la cruz, que recibe diversos nombres: dolor, sufrimiento, penalidades, desgracia, catástrofe, calamidad... y tiene diversas formas: guerra, enfermedad, terrorismo, hambre, pobreza, violencia, injusticia...

Sin embargo yo sólo conozco tres actitudes frente a ella: resignación, rebelión y aceptación, más o menos amorosa. El que se resigna sufre, y puede que mucho, pero de forma pasiva: le pasa lo que le pasa y no encuentra más salida que aguantar como mejor pueda mientras dure.

Quien se rebela al menos reacciona: no se conforma y quiere cambiar su situación, pero la vive con amargura y resentimiento, se convierte en esclavo de su sufrimiento, pierde la libertad que nos ganó Cristo doliente porque ese dolor ha podido con él y le ha enfrentado con Dios; es más que probable que le culpe a Él de su desgracia.

Pero el hombre que acepta la cruz como venida de la mano paternal de Dios se convierte en rey porque ese sufrimiento le libera de ¡tantas ataduras! que le prometían felicidad sin colmar las ansias de su corazón.

Es difícil aceptar la cruz cuando llega, y no digamos aceptarla con amor y alegría -que no es ausencia de dolor, sino paz profunda del alma-, abrazarla como lo hizo Jesús. Y no sólo es difícil el sufrimiento propio sino el de ese familiar o ese amigo, pues no queremos que sufran aquellos a quienes amamos. Ni tampoco los niños desconocidos que pasan hambre en países lejanos, ni los enfermos abandonados, ni los desplazados por la guerra o los terremotos, no las víctimas inocentes del terrorismo... ¡y eso que no los conocemos! Pero el corazón del hombre está hecho a semejanza de Dios, para amar el bien, y cuando hay ausencia de bien, sufrimos.

El caso es que es más difícil aceptar el dolor ajeno porque cada uno tiene la gracia necesaria para llevar su cruz, no la de los demás. Por eso nos sentimos impotentes, frustrados o inútiles cuando queremos ayudar al amigo que sufre. ¿No te pasa a veces que quieres que no esté enfermo, o que tenga todo el dinero que necesita, o que encuentre trabajo de una vez? ¡Y no poder hacer nada es frustrante!

Pero sí puedes hacer algo: rezar por él. Dios escuchará tu petición generosa.

Nos olvidamos de la Providencia, de que Dios se vale de la cruz para purificarnos, de que Jesús nos abrió el Cielo pero tenemos que ganárnoslo, pagar nuestra entrada. Y nos olvidamos de que la lógica de Dios no cabe en nuestra cabecita y a veces confía en unas personas para purificar a otras; por eso sufren los inocentes, los buenos, los que hacen tanto bien alrededor, aquellas personas a quienes conocemos y que “no se merecen esto”.

Cristo Rey. Rey del Universo. Rey de cada ser humano. Rey en la sencillez, en lo corriente, para que tú y yo aprendamos lo importante que es nuestra vida de uno más entre los demás.

¿No te parece maravilloso poder convertirte en rey cuando sufres? Él te dio la clave, nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. (Juan 18, 37).”

Y es una verdad universal la experiencia de la cruz, que recibe diversos nombres: dolor, sufrimiento, penalidades, desgracia, catástrofe, calamidad... y tiene diversas formas: guerra, enfermedad, terrorismo, hambre, pobreza, violencia, injusticia...

Sin embargo yo sólo conozco tres actitudes frente a ella: resignación, rebelión y aceptación, más o menos amorosa. El que se resigna sufre, y puede que mucho, pero de forma pasiva: le pasa lo que le pasa y no encuentra más salida que aguantar como mejor pueda mientras dure.

Quien se rebela al menos reacciona: no se conforma y quiere cambiar su situación, pero la vive con amargura y resentimiento, se convierte en esclavo de su sufrimiento, pierde la libertad que nos ganó Cristo doliente porque ese dolor ha podido con él y le ha enfrentado con Dios; es más que probable que le culpe a Él de su desgracia.

Pero el hombre que acepta la cruz como venida de la mano paternal de Dios se convierte en rey porque ese sufrimiento le libera de ¡tantas ataduras! que le prometían felicidad sin colmar las ansias de su corazón.

Es difícil aceptar la cruz cuando llega, y no digamos aceptarla con amor y alegría -que no es ausencia de dolor, sino paz profunda del alma-, abrazarla como lo hizo Jesús. Y no sólo es difícil el sufrimiento propio sino el de ese familiar o ese amigo, pues no queremos que sufran aquellos a quienes amamos. Ni tampoco los niños desconocidos que pasan hambre en países lejanos, ni los enfermos abandonados, ni los desplazados por la guerra o los terremotos, no las víctimas inocentes del terrorismo... ¡y eso que no los conocemos! Pero el corazón del hombre está hecho a semejanza de Dios, para amar el bien, y cuando hay ausencia de bien, sufrimos.

El caso es que es más difícil aceptar el dolor ajeno porque cada uno tiene la gracia necesaria para llevar su cruz, no la de los demás. Por eso nos sentimos impotentes, frustrados o inútiles cuando queremos ayudar al amigo que sufre. ¿No te pasa a veces que quieres que no esté enfermo, o que tenga todo el dinero que necesita, o que encuentre trabajo de una vez? ¡Y no poder hacer nada es frustrante!

Pero sí puedes hacer algo: rezar por él. Dios escuchará tu petición generosa.

Nos olvidamos de la Providencia, de que Dios se vale de la cruz para purificarnos, de que Jesús nos abrió el Cielo pero tenemos que ganárnoslo, pagar nuestra entrada. Y nos olvidamos de que la lógica de Dios no cabe en nuestra cabecita y a veces confía en unas personas para purificar a otras; por eso sufren los inocentes, los buenos, los que hacen tanto bien alrededor, aquellas personas a quienes conocemos y que “no se merecen esto”.

Cristo Rey. Rey del Universo. Rey de cada ser humano. Rey en la sencillez, en lo corriente, para que tú y yo aprendamos lo importante que es nuestra vida de uno más entre los demás.

¿No te parece maravilloso poder convertirte en rey cuando sufres? Él te dio la clave, sólo tienes que leer los Evangelios e imitarle. Tienes toda su gracia.



JMRS