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Tras la tragedia, vendedores de fuegos artificiales en México temen perder su trabajo

2016-12-22

En algunos aspectos, la falta de indignación entre los más afectados refleja la falta...

Paulina Villegas y Azam Ahmed, The New York Times

“Hay una gran consternación, pero también hay esperanza de que el gobierno federal y estatal los apoye en esta actividad que, desde luego, es peligrosa”

“Esto es México… aunque tengamos muchas reglas, muchas personas no las siguen”.

TULTEPEC, México – Mientras los expertos forenses escombraban entre las ruinas calcinadas del mercado San Pablito el miércoles por la mañana, María Centeno permanecía afuera de la zona acordonada, reviviendo los momentos que la explosión marcó en su memoria.

Su hijo la llevó del brazo mientras concreto y roca caían desde el cielo. Una vecina se encontró frente a una decisión trágica, obligada a dejar a uno de sus hijos atrás para poder salvar a los otros.

“No podía cargar a los tres”, cuenta Centeno entre sollozos, recargada en un poste de madera mientras relata su experiencia de la explosión que cobró las vidas de 33 personas en el emporio de fuegos artificiales más grande de México. “Después, simplemente no pudo regresar a salvar al último”.

Sin embargo, a Centeno, de 67 años, la acechaba un temor incluso más grande, uno que expresan decenas de vendedores, víctimas y funcionarios a menos de un día después de la tragedia: que el gobierno podría clausurar el mercado para siempre.

Centeno tiene 30 años vendiendo fuegos artificiales hechos a mano y dice que acepta el riesgo como el precio del negocio. Para que sus dos hijos vayan a la universidad y tengan trabajos y una vida decente, dice, con cierto aire de fatalismo.

Lo que ni ella ni sus compañeros vendedores pueden permitirse es la pérdida de su sustento.

“No es que quiera vender fuegos artificiales, es que se trata de nuestra única fuente de empleo en este pueblo”, dice secándose las lágrimas.

El miércoles, conforme familias se congregaban en hospitales para visitar a sus seres queridos o buscar a los desaparecidos, apenas hubo palabras de crítica porque no se supiera con certeza qué provocó el incendio.

Jorge Cervantes, un vendedor cuya familia entera trabaja en la industria, no vio motivo para culpar a nadie por el desastre.

“Este fue un accidente, como muchos otros, una falta de cuidado”, dijo Cervantes, un veterano de la industria de 44 años, que escapó a un lugar seguro con doce de sus familiares cuando las explosiones comenzaron el martes. “Esto es igual que los aviones que se caen aunque sean perfectamente seguros”.

Mientras tanto, funcionarios del gobierno ordenaron una investigación de la causa de la explosión, pero evitaron señalar responsables o preguntarse por qué, después de tantos años de accidentes precisamente en ese mercado, se seguía repitiendo la misma historia. Tampoco nadie abordó las declaraciones públicas en semanas previas al incendio mediante las que se decía que San Pablito era seguro, incluyendo la de un funcionario que lo calificó como el mercado de fuegos artificiales más seguro de toda América Latina.

En algunos aspectos, la falta de indignación entre los más afectados refleja la falta de oportunidad en México: una realidad perversa que viven muchos pobres y miembros de la clase trabajadora en la que luchar por el sustento puede superar la necesidad de rendir cuentas.

Los vendedores del mercado de San Pablito optaron por apegarse a la tradición en la que han establecido sus vidas. Incluso quienes no obtenían ganancias del mercado, como los vecinos que soportan las explosiones periódicas, se mostraron solidarios.

“Nadie tiene la culpa en realidad”, dijo Fabiola Lozano, una ama de casa que vive en frente del mercado pero no forma parte de la industria. “Me opongo tajantemente a clausurar el mercado porque muchas personas dependen de esto”.

Tultepec, en las afueras de Ciudad de México, se conoce en todo el país como el destino principal para adquirir suministros pirotécnicos.

Durante la temporada alta —de agosto hasta que termina el año—, los vendedores de San Pablito venden cerca de cien toneladas de fuegos artificiales. En esos cinco meses pueden ganar hasta 150,000 pesos (cerca de 8000 dólares).

En una entrevista en la radio el miércoles, el secretario general de Gobierno del Estado de México, José Manzur, dijo que lo primero que le preguntaron los vendedores el martes fue cuándo se reconstruiría el mercado. Se estima que 30,000 personas de este pueblo de 150,000 habitantes se ganan la vida vendiendo fuegos artificiales.

“Dijeron que es una actividad con más de 200 años de antigüedad y pidieron la ayuda del gobierno estatal y federal para reconstruir el mercado muy pronto”, dijo Manzur en la entrevista. “Hay una gran consternación, pero también hay esperanza de que el gobierno federal y estatal los apoye en esta actividad que, desde luego, es peligrosa”.

Una pregunta básica que no se hizo fue cómo, después de tantas explosiones, el mercado seguía siendo tan peligroso. Después del último gran incidente, en 2006, se mejoró la seguridad del mercado, dijeron funcionarios: incluso se instalaron nuevas tiendas hechas de material no inflamable y separadas por grandes franjas de tierra.

Antes de que arrancara la época más ocupada del año para los cueteros, funcionarios locales buscaron asegurar a los mexicanos que el mercado era seguro. El 12 de diciembre el municipio de Tultepec emitió una declaración en la que los funcionarios elogiaban el mercado por sus altos estándares de seguridad.

El documento ahora parece un trágico error de cálculo, en el mejor de los casos; en el peor, parece querer estimular el negocio con promesas falsas, algo por lo que más de 30 personas, entre ellas niños, pagaron con sus vidas.

Juan Ignacio Rodarte Cordero, el dirigente del Instituto Mexiquense de la Pirotecnia en el Estado de México, había dicho que el mercado era el más seguro de América Latina. Señaló que los puestos estaban “perfectamente diseñados con el espacio suficiente para prevenir una cadena de explosiones si llegaba a encenderse una chispa”. El miércoles, Rodarte no respondió a peticiones para que hiciera comentarios.

El presidente del mercado de San Pablito, Germán Galicia Cortés, enumeró todas las medidas que se toman para asegurar a los compradores la mejor y más segura experiencia en San Pablito: extinguidores, agua, arena, palos y palas, así como personal entrenado para actuar en cualquier emergencia. Los vendedores, dijo, estaban certificados por el secretario de Defensa para vender sus productos comercialmente.

Las ruinas del mercado de San Pablito, el miércoles, un día después de la explosión que mató a más de 30 personas Christian Palma/Associated Press

Muchos vendedores del mercado dijeron que las precauciones, al igual que la vigilancia, eran estrictas. Funcionarios supervisaban a los vendedores de manera regular para asegurar que cumplieran con el reglamento y la mayoría tenía cuidado de mantener los estándares de seguridad porque todos entendían lo peligroso que era el trabajo.

Pero no todos lo hacían.

Algunos vendedores cuentan que sus competidores tenían exceso de productos en sus estantes, que ocultaban de los inspectores, para mejorar sus ganancias. Otros dijeron que se usa un compuesto más potente, de manera ilegal, para crear explosiones más ruidosas. A veces, eran los clientes quienes ignoraban las precauciones de seguridad y pedían que los fuegos artificiales se encendieran para asegurarse de que funcionaban, algo que está prohibido.

“Esto es México… aunque tengamos muchas reglas, muchas personas no las siguen”, dijo Víctor Ávalos, un artesano que ha trabajado toda su vida con fuegos artificiales.

Ávalos fue al hospital de Zumpango el miércoles para buscar a su madre, Gloria Miranda, de 67 años, que desapareció después del incendio. Funcionarios dijeron que había por lo menos diez cuerpos que no se habían registrado; algunos estaban tan calcinados que se necesitaría una prueba de ADN para identificarlos.

Ávalos, quien proviene de una familia de artesanos de la pirotecnia, entre ellos su padre y su abuelo, dijo que su oficio seguía siendo su pasión, a pesar de todo el daño que ha causado.

Al preguntarle si seguiría fabricando y vendiendo sus productos, hace una pausa. “Es muy difícil responder eso a causa del dolor que estoy sintiendo”, dijo. “Pero no puedo ser egoísta; debemos seguir haciéndolo porque nos mantiene a muchos de nosotros”.

El miércoles, mientras la gente se reunía alrededor de la zona acordonada para averiguar sobre los daños ocasionados al mercado, Galicia, su director, trataba de tranquilizar a los grupos de vendedores inquietos que enfrentaban una posible ruina financiera. El gobierno prometió pagar las facturas médicas y ayudar a que los propietarios de los negocios recuperaran lo que perdieron.

Reconstruirían el mercado también, prometió.

“Pronto el negocio seguirá como siempre”, dijo.



JMRS

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