Nacional - Seguridad y Justicia

Colima, en las brasas de la violencia

2016-12-26

Hace sólo cinco años, Colima encabezaba la lista de los lugares con mejor calidad de...

Jacobo García, El País

Frente a la estación de autobús de Colima hay un enorme cartel en el que se lee: “Estamos limpiando Colima”. Con él, el Ayuntamiento presume su moderno programa de reciclaje y becas. Un letrero impensable en otras partes de México.

En la misma dirección, la guía turística más vendida del mundo describe el pequeño estado costero como un lugar tranquilo, con un alto nivel de vida, grandes playas, una temperatura media de 25 grados, uno de los puertos más grandes del Pacífico y un volcán hiperactivo que maravilla a los geólogos de todo el mundo. Sin embargo, los empresarios, las estadísticas, la Embajada de Estados Unidos y el periódico local —el de ayer, sin ir más lejos— opinan lo contrario.

“Balacera en bar termina con un muerto y dos heridos”, dice el titular del Diario de Colima del lunes. “Ultiman a hombre de 30 años en su auto”, se lee más abajo. “Encuentran cadáver en la autopista”, recoge una columna.

Para el cantinero que saca brillo a la barra, a pocas cuadras de donde apareció el último muerto simplemente “ se puso muy cabrona la cosa”, dice sin levantar la vista de la madera.

Desde que comenzó 2016, Colima encabeza la lista de los Estados más violentos de México sumergido en una rutina que no conoce feriados ni huracanes, y deja diariamente en las calles dos muertos de diferente calibre. Ubicado en la costa del Pacífico, es uno de los Estados más pequeños y con menos población del país norteamericano. A 20 horas en coche de la frontera de EE UU por una buena autopista, tiene un tamaño cuatro veces mayor que el de la Ciudad de México, pero sus residentes solo alcanzan las 700,000 personas.

Hace sólo cinco años, Colima encabezaba la lista de los lugares con mejor calidad de vida de México y en las páginas de sucesos sólo aparecían accidentes de tránsito, peleas entre borrachos o episodios de violencia machista.

Muchos recuerdan con nostalgia el tiempo en que la entidad se vendía turísticamente en el extranjero con la frase “Colima, el lugar donde no pasa nada”. Sin embargo, la situación ha cambiado y ahora los periódicos van llenos de encobijados, narcomantas y muertos por los que pocas madres preguntan.

“Tradicionalmente, la entidad había sido una zona de descanso y blanqueo para las organizaciones delictivas. Y recientemente estaba bajo el control del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG)”, explica Vidal Yerenas, diputado nacional de Morena, el partido de izquierdas encabezado por Andrés Manuel López Obrador.

En 2015, una serie de mensajes anunció la irrupción del cártel de Sinaloa, que dirigía Joaquín El Chapo Guzmán, para recuperar la plaza. La estrategia siguió el manual y comenzaron a morir secuestradores, drogadictos, sicarios, halcones y orejas (vigilantes en las calles) del cártel contrario. Sinaloa se hacía llamar “La barredora” y supuso el inicio de una sangría que mantiene en estado de shock a la población.

Desde entonces, y durante 12 meses consecutivos, Colima lidera la lista de Estados más violentos con más de 550 asesinatos en lo que va de año y una tasa de 89 muertes por cada 100,000 habitantes, casi seis veces la media nacional, según el Sistema de Seguridad Pública, dependiente del Gobierno mexicano. “Somos poquitos en el Estado y con esta medición aparecemos siempre arriba”, se lamenta el presidente de la asociación de hoteleros.

Liderar una lista como esta, en el año más sangriento de los cuatro que lleva Enrique Peña Nieto en el poder, es algo así como lograr la medalla de oro en violencia.

La gran mayoría de muertos que aparecen en Colima lo hacen en el pueblo de ‘Lupillo’. Así que el alcalde de Tecomán, tercera ciudad en importancia del estado, se ajusta el sombrero de cowboy, se llena de solemnidad, mira la grabadora y suelta: “Estamos muy preocupados. Quiero aprovechar su prestigioso medio para pedirle al presidente Peña Nieto que intervenga a fondo en Tecomán” pide desesperado Guadalupe García.

Al alcalde lo despertaron este martes con la aparición de un cadáver frente a la comisaría y antes de terminar la entrevista le anunciarán el hallazgo de otro más. El viernes serán siete más.

El desbordado edil, recibe a EL PAÍS en un decadente despacho adornado con una bandera y un retrato junto a su esposa, después de sesionar con su equipo de seguridad, dos orondos policías que despachan con el alcalde con la pistola dentro de los jeans. Ellos son los encargados de pacificar el municipio más violento del país- 116 muertos cada 100,000 habitantes- por encima de Acapulco o Iguala, en Guerrero. “Nos dejaron solos” se lamenta el edil junto al lábaro patrio.

El epicentro del crimen

La localidad, de casas bajas y 150,000 habitantes, está en la frontera con Michoacán y es estratégica para el crimen organizado por su cercanía con el puerto de Manzanillo y por la abundante mano de obra llegada de fuera —fundamentalmente campesinos empobrecidos— que ocupa la zona. Sus condiciones son las ideales para los cárteles.

“Tienen que entrar con ganas a este problema que nos supera. No vale con estar presentes y hacer retenes, es imprescindible un mayor trabajo en inteligencia”, prosigue García Negrete.

—¿Qué cárteles operan en la zona?

—Yo no soy quien para poner etiqueta.

—¿Y qué hay de la corrupción en la policía local, como denuncia el secretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong?

—Que se demuestre. También en el Gobierno y entre los militares hay corruptos.

El intenso calor de Tecomán parece un horno crematorio parado frente a la taquería. Si hay un puesto de trabajo de alto riesgo en la ciudad es el del taquero que trabaja en los bajos de la comisaría central. En el último mes ha tenido que atrincherarse tres veces en el local, mientras esperaban la llegada de los sicarios. “Se reciben muchas amenazas y cuando creen que va a llegar, la policía pone francotiradores en las azoteas y corta la calle para no herir a la población civil”, explica. “Están muy nerviosos. En los últimos 15 días han matado a tres policías a sangre fría. Antes, Colima era el lugar donde no pasa nada. Ahora es el lugar donde no pasa nada… bueno”, añade con humor negro mientras pica cilantro.

Manzanillo, la segunda ciudad en importancia después de la capital —Colima—, es como un galán de cine al que le han salido arrugas. La ciudad costera luce hechuras de un pasado hermoso, pero a las calles les falta pintura o la tapa de las coladeras (alcantarillas).

La irrupción del cartel de Sinaloa supuso el inicio de una sangría que mantiene en estado de shock a la población

Con la decrepitud llegaron los muertos y una alerta de la Embajada de EE UU pidiendo a sus ciudadanos no viajar a Manzanillo, lo que ha mermado el turismo que llegaba en vuelo chárter desde la costa oeste. Así lo reconoce Carlos Arellano, presidente de la asociación de hoteleros: “El estadounidense escucha violencia y México y no distingue una zona de otra. Todo le parece lo mismo. No así el de Canadá y Europa, que sigue llegando con normalidad”, explica. Esta Navidad, la ocupación rondará el 85%.

Manzanillo es la joya de la corona de Colima. La ciudad proporciona el 75% de los ingresos del Estado gracias al Puerto y el turismo. El resto viene de la exportación a EE UU de limones, aguacates o papayas. Sus instalaciones portuarias son las más importantes del Pacífico mexicano, una auténtica puerta de entrada (y de salida) con China, y el segundo con más movimiento del país tras Veracruz. Una miniciudad que crea la mitad de los empleos del estado y que mueve anualmente 2,5 millones de contenedores. A cualquier hora y desde cualquier punto de la urbe, enormes grúas mueven sin descanso las cajas de hierro.

“Desde que el puerto de Lázaro Cárdenas de Michoacán quedó bajo control militar, en 2013, el movimiento de sustancias ilegales se trasladó a Manzanillo”, dice Guillermo Valdés, ex director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional durante el Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012). El puerto es estratégico para la llegada de precursores químicos necesarios para la producción de metanfetamina. “Los precursores llegan principalmente de China, y para poder moverlos sólo puede hacerse con barco y contenedores. No es como la cocaína, que puedes moverla en lanchas rápidas y lanzarla en cualquier playa”, añade.

Al norte del Estado, en la frontera con Jalisco y al pie del imponente volcán, está Comala. El pueblo de Juan Rulfo, levantado “sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno” es hoy la metáfora de una felicidad que se esfumó.

Rodeada por Jalisco y Michoacán, Colima ha vivido hasta ahora al margen de la violencia que golpeaba a sus vecinos. Con la llegada de las primeras víctimas, la respuesta fue que se estaban “matando entre ellos” y que una limpieza quirúrgica trataba de revertir el control de la plaza. Como si la sutileza fuera una característica de la salvaje guerra que se libra.

En los últimos meses, sin embargo, parejas besándose en la calle, universitarios o policías han muerto con la misma facilidad que los halcones-vigilantes o vendedores de droga. Paralelamente, se han disparado los robos a domicilios, los secuestros y los robos de automóviles. “De tanto decir que aquí no pasaba nada los cárteles también se dieron cuenta y ahora es un rico botín para ellos. Al final nos alcanzó la lumbre”, resume Arellano, el jefe de la agrupación hotelera.

Ante la desesperanza muchos colimenses, paradójicamente, miran ahora a Michoacán, de donde antes venían todos los problemas. En la frontera entre ambos Estados, en el municipio de Coahuayana, resiste un grupo armado de 120 hombres y mujeres que se ha alzado contra los cárteles. “A Colima llegó la basura que expulsamos de Michoacán”, dice el comandante Teto. “Lo que quedó de los cárteles de la Familia y los Templarios, cuando nosotros nos levantamos, se unió después al CJNG” explica. Está al frente de un mini ejército que vigila el municipio a cara de perro las 24 horas del día. A pesar de que los grupos de autodefensas fueron disueltos y sus líderes cooptados o encarcelados después de poner el país patas arriba con su cruzada liberadora de municipios tomados por el narco, Teto y los suyos se han declarado en rebeldía.

En consecuencia, en Coahuayana —18,000 habitantes— la delincuencia se ha reducido a cero y el grupo recibe periódicamente llamadas de empresarios interesados en financiar grupos de autodefensa en Colima. “Antes nos daba miedo ir a Michoacán y ahora nos da miedo vivir en Colima”, dice un empresario agrario que no quiere dar su nombre. Él ha decidido cultivar sus papayas en el exilio por la seguridad que le proporcionan las autodefensas.

Durante la última semana la estadística se cumplió puntualmente y dos nuevos cadáveres fueron arrojados diariamente en algún terreno baldío. La sensación es que el anuncio de la estación de autobús, “Estamos limpiando Colima” era la macabra bienvenida del narco y no un ilusionante proyecto educativo



JMRS