Comodí­n al Centro

Para estos tiempos

2017-01-11

Si lo que se nos viene encima se parecerá a lo pronosticado, la lucha no puede concentrarse...

José Ramón Cossío Díaz, El País


Al finalizar el año tuvimos pocas buenas noticias. Todo fue concentrándose en lo negativo. No como resultado de afanes concretos, sino como cuenta de las realidades actuales y por venir. De lo mucho que se dijo y más allá de los consabidos nombres y tendencias, algunos focos de alarma se encendieron. En la superficie mucho ha sido constatado: Rusia, el Medio Oriente y China, como geografías; las guerras comerciales, los regresos nacionalistas, las acumulaciones y desigualdades, las xenofobias y las intolerancias, como tendencias; la simulación, la incapacidad y el ensimismamiento, como actitudes. En todo se observa la progresiva desinstitucionalización de lo que dábamos por dado y hasta como permanente.

Si lo que se nos viene encima se parecerá a lo pronosticado, la lucha no puede concentrarse en atacar a personas concretas ni a ridiculizar sus ideas, por ridiculizables que sean. Es preciso encontrar las maneras de sostener y renovar las instituciones y prácticas que en los últimos siglos se han ido creando para ordenar a la política, la economía y la convivencia. Conceptos como democracia, derechos humanos, cosa pública, división de poderes y otros semejantes, no pueden desecharse por los ataques que están sufriendo. Lo que ha propiciado la riesgosa e incierta situación actual, no es atribuible a esos conceptos, sino a su falta de expresión y concreción. Abjurar de las ideas de convivencia y de las instituciones creadas para darles materialidad, supone trasladar las decisiones a personas concretas precisamente por serlo. Supone que uno o pocos tienen algún atributo personal (carisma, sapiencia) para sustituirse al conjunto de reglas creadas socialmente para ordenar la vida social. En tiempos de crisis, las frustraciones y desasosiegos propician la traslación de las responsabilidades propias a agentes ajenos. Ante lo que no se sabe cómo ordenar o dirigir, la autonomía se cede para que otro elija y actúe. Se sacrifica libertad por seguridad. Es un ejercicio tal vez comprensible, pero peligroso. La voluntad cedió. Otro definirá qué es lo conveniente.
   
Son pocas las sociedades en las que sus integrantes han realizado ejercicios cotidianos de honesta racionalidad. No sé qué tanto es posible exigir a cada uno que, más allá de su circunstancia, desdoble su psicología, aprecie su libertad, asuma las consecuencias de sus actos y actúe así constantemente. Las instituciones existen para ayudar a soportar las cargas de la cotidiana individualidad. Son medios para imponer prácticas que trasciendan a las conductas de quienes trabajan en ellas o van a ser sometidos por ellas. Hay personas que por su capacidad, valor, devoción, egoísmo o reflexividad, quieren ordenar las conductas propias y ajenas para beneficio de muchos. Ello, sin embargo, no es común. Las personas viven su cotidianeidad como pueden. Tratan de encontrar modos de estar en su mundo lo mejor posible. Hacen un poco de lo que les toca y evaden otro tanto. No pueden conducirse los asuntos de todos mediante apelaciones individualizadas, así tengan como contenido el futuro de hijos y nietos, las glorias y unidades nacionales pasadas o aquello que de decente haya en cada cual.

La manera de tratar de ordenar lo que se viene, dado lo mucho que se han personalizado los ejercicios de poder, es demandando institucionalidad. Organizaciones capaces de identificar fenómenos sobre los que se deba actuar para incidir en el cambio de los usos y las costumbres para transformarlos u orientarlos. Frente a las malas noticias y desazones que todos los días nos inundan, en mucho como modo de generar la necesidad de superhéroes, lo dicho parecerá ilusorio. Aun así, creo que son las instituciones, los modos de hacer generales y ordenados, las que debieran terminar imponiéndose, y no las personas individuales, por mucha que sea la legitimación temporal que tengan o crean tener.



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