Internacional - Política

El ascenso de Trump despierta un debate sobre cómo impulsar a más mujeres al poder

2017-01-24

El año pasado impactó a muchos no solo con la derrota de Hillary Clinton, sino sobre...

Alison Smale, The New York Times

BERLÍN – Casi cinco décadas después de la ola del feminismo moderno, era poco probable que la mayoría de las mujeres pudieran haber anticipado el actual clima político, en el que la igualdad de género sigue siendo tan elusiva y los derechos ganados hace tiempo están sitiados.

Peor aún: un hombre criticado por muchos debido a su trato hacia las mujeres tomó protesta como presidente de Estados Unidos el viernes. En 2016, aún no fue posible que una mujer fuera electa para ese cargo.

El año pasado impactó a muchos no solo con la derrota de Hillary Clinton, sino sobre todo con el triunfo de Donald Trump —a pesar de ser acusado de misoginia— y con el asesinato de Jo Cox, una legisladora del Partido del Trabajo, que fue acuchillada por un hombre que gritaba “Primero el Reino Unido” días antes de que el país votara para separarse de la Unión Europea, a lo que Cox se oponía.

Las mujeres entonces de nuevo enfrentan grandes preguntas que desde hace tiempo han envuelto a la lucha feminista. Planteándolas burdamente: ¿es el sexismo o es el sistema lo que hasta ahora ha evitado que una mujer se convierta en presidenta de Estados Unidos? ¿Qué lecciones podrían aprenderse de Europa u otros lugares?

Si la lucha por los derechos de las mujeres les ha enseñado algo a las activistas, es que las preguntas sencillas tienen respuestas complejas.

“Me parece que a la gente le gustaría pensar que debe haber una buena explicación”, dijo Shauna Lani Shames, profesora adjunta de Ciencias Políticas en la Universidad Rutgers en Nueva Jersey, a propósito de la derrota de Clinton. “Pero no la hay. Son muchas respuestas”. Lo que llama el “profundamente arraigado sexismo” de un país que adora los mitos de los vaqueros y las historias sobre el salvaje oeste es una. Hay más.

Para empezar, hay que considerar la manera en que se elige a los candidatos.

Los gastos y el tiempo lejos de la familia hacen que muchas mujeres no participen, reduciendo así las opciones. Incluso el acto básico de pedir dinero (fundamental en cualquier contienda política en Estados Unidos) daña más a las mujeres, sostiene Shames. “Las mujeres lo odian más que los hombres. Los hombres tienden a pertenecer a círculos sociales donde pueden conseguir más dinero”.

En Europa, las mujeres pueden ascender por la jerarquía de su partido, con lo cual se les vincula a una identidad ideológica dada. Además, el partido usualmente está subsidiado con fondos gubernamentales de los que pueden beneficiarse todos los participantes legítimos.

Además, señala Shames, las investigaciones han mostrado que la representación proporcional, que es piedra angular de muchos sistemas políticos europeos, hace mucho más probable que las mujeres sean elegidas para las legislaturas nacionales.

Los europeos también han estado más abiertos a adoptar cuotas para impulsar la participación de las mujeres en la política.

Por supuesto, no siempre han mostrado ser capaces de usar estas cuotas de manera completamente favorable para las mujeres. En Francia, por ejemplo, donde la ley exige que el 40 por ciento de los candidatos sean mujeres, los partidos (en especial, los conservadores) con frecuencia han preferido pagar multas.

“Las mujeres están buscando la forma de tener voz”, dice Debbie Walsh, directora del (Center for American Women and Politics), en Rutgers, Estados Unidos. “Estas elecciones han hecho que los ciudadanos (tanto hombres como mujeres) vean las cosas a través del cristal del género”. Añade que las mujeres “pueden tener un impacto enorme en sus vidas, familias, identidad”, y que “no pueden mantenerse al margen; tienen que encontrar la manera de involucrarse”.

En la Europa moderna, el camino hacia la cúspide fue allanado por Margaret Thatcher, quien fue la primera mujer electa como primera ministra en el Reino Unido en 1979. Theresa May ahora es la segunda y tiene la dura tarea de negociar la salida del país de la Unión Europea.

Thatcher no tenía una agenda feminista como tal y se le acusó de fomentar la miseria social con sus políticas conservadoras y su voluntad de hierro para, por ejemplo, acabar con los sindicatos en el Reino Unido.

Casi 40 años después, políticas de austeridad similares se asocian con la canciller de Alemania, Angela Merkel, a quien a menudo se señala como la mujer más poderosa del mundo después de haber estado once años en el poder.

“La obsesión con la austeridad en toda Europa ha sido realmente mala”, dice Joanna Maycock, secretaria general del Lobby Europeo de Mujeres, pues recorta la cantidad de empleos de servicio público que frecuentemente realizan las mujeres y las deja sin la infraestructura —cuidado de niños y ancianos, por ejemplo— que les permite trabajar.

Un índice de desigualdad de género recopilado por el Lobby muestra que hace diez años el progreso hacia la igualdad completa registraba un avance del 51,5 por ciento; pero hoy suma apenas 52,5 por ciento.

En general, dijo Maycock, las cuotas de género en países europeos tienden a surtir efecto a partir de que el número de legisladoras sobrepasa un tercio. En toda Europa, las mujeres conforman cerca de un cuarto de las legislaturas, dijo Maycock.

Aun así, hay divergencias. En Polonia, la primera ministra Beata Szydlo está entre el 27 por ciento de las legisladoras en la cámara baja, después de que en las elecciones de 2015 se introdujo el sistema de cuotas. Sin embargo, en la cámara alta, que carece de ese mecanismo, solo el 13 por ciento son mujeres.

Maycock se refirió a las alcaldesas elegidas recientemente de París, Barcelona, Madrid y Roma como más ejemplos de mujeres que han adquirido poder en puestos importantes.

En ambos lados del Atlántico las mujeres todavía tienen mucho terreno que ganar. Mientras que en Alemania hay una ministra de Defensa (Ursula von der Leyen, casada y madre de siete hijos) desde 2013, ni el Reino Unido ni Francia han confiado la Defensa a una mujer. Estados Unidos tampoco lo ha hecho. Las finanzas también han permanecido firmemente en manos masculinas.

Además, en democracias desde Australia hasta Europa, pasando por Estados Unidos, la cantidad reducida de mujeres listas para ascender a la cima de la política (y los negocios) es una causa más de preocupación.

En Estados Unidos, actualmente solo hay cinco gobernadoras y 21 mujeres en el senado, dice Walsh. “Hay muy pocas en la banca, y la reserva potencial de candidatas es de verdad muy pequeña”, dijo, y señaló que la mayoría de los presidentes modernos (con excepción de Trump) primero han sido senadores o gobernadores.



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