Disparates y Desfiguros

Rajoy se equivoca

2017-02-08

No parece muy prudente asumir —y menos mediante una charla de unos pocos minutos al...

Editorial, El País

La toma de posición de Mariano Rajoy en su conversación telefónica con Donald Trump, ofreciendo a España como interlocutora de la nueva Administración estadounidense en Europa y América Latina, no solo constituye un grave error sino un desaire hacia nuestros socios en la Unión Europea y los países de Latinoamérica.

No parece muy prudente asumir —y menos mediante una charla de unos pocos minutos al teléfono y con intérpretes de por medio— una posición tan relevante de política exterior sin previa discusión en el marco político español y europeo.

Rajoy parece haber olvidado que España es miembro de pleno derecho de la Unión Europea y no un lejano país que se puede permitir observar con distante curiosidad las amenazas y medidas perjudiciales hacia la UE del nuevo presidente de EE UU, como si estas no le afectaran. Por ende, la UE dispone de instituciones, personas y procedimientos específicamente encargados de elaborar y coordinar una política exterior y de seguridad común que ahora se prueba más necesaria que nunca y que Rajoy debería contribuir a reforzar y no a debilitar.

De igual modo, Latinoamérica es un área de interés estratégico vital tanto en términos políticos como económicos para España, que es el primer o segundo inversor extranjero en casi todos los países de Latinoamérica y que, por tanto, puede verse seriamente afectada por la agresiva política de Trump hacia México.

Como hemos reiterado, Rajoy debería haber optado por seguir la senda de otros mandatarios europeos como la conservadora Angela Merkel o el socialista François Hollande —por citar ejemplos de ambas orillas ideológicas— que no han dudado en expresar con claridad y firmeza al presidente estadounidense los principios democráticos, de solidaridad y de apertura al mundo sobre los que se basa el proyecto europeo.

Es extraño que Rajoy, muy reacio a liderar cualquier tipo de iniciativa y a correr riesgo alguno, se haya arrogado una interlocución que ninguna de las tres partes (América Latina, Europa o Washington) parece haberle solicitado. Una iniciativa de tal calado, si se tomara en serio, requeriría una sustancial inversión de tiempo y medios diplomáticos. Además, sus posibilidades de éxito serían escasas, pues España, aunque tenga influencia a ambos lados del Atlántico, carece del peso propio para llevar a ninguna de estas partes, especialmente a Washington, a una mesa de negociación.

Suponiendo la mejor de las voluntades y la intención más sincera, dudamos mucho de que tal iniciativa fuera viable. Pero más grave sería que, como parece, estuviéramos ante una oferta frívola y no suficientemente meditada, fruto de un deseo de congraciarse fácilmente y sin coste alguno con el presidente Trump.

Lo que debe preocupar, y mucho, al gobierno, es que sus socios y amigos europeos y latinoamericanos perciban esta oferta no como lo que podría o debería constituir, sino como lo que tiene visos de ser: un intento de quedar bien con todo el mundo que al final, por burdo y evidente, en lugar de mejorar la reputación de España, contribuya a dañarla.



JMRS
Utilidades Para Usted de El Periódico de México