Mujeres

Tetazo contra el sexismo

2017-02-11

El reclamo por la libertad del cuerpo de la mujer plantea que los estrictos controles impuestos por...

Jordana Timerman, The New YorkTimes

BUENOS AIRES — Pudo haber sido un evento inocuo: unas mujeres en un balneario de la costa Argentina decidieron relajarse en la playa sin la parte superior de sus bikinis. Ante la denuncia de un turista, un operativo policial masivo con una veintena de oficiales y seis patrulleros acudió al lugar para arrestarlas si no se cubrían los senos.

El debate mismo parece provincial y la reacción que generó, desmesurada. Este martes, grupos de mujeres alrededor del país se manifestaron a favor del toples, con los senos al aire y también cubiertos. Unas 600 en la ciudad de Buenos Aires y casi un millar en Rosario. En otras ciudades fueron decenas. Una protesta justificada, pero cuya relevancia no es tan obvia si se contrasta con los problemas económicos, de seguridad o hasta de tránsito que enfrentamos los argentinos. A los ojos de la población, un grupo de manifestantes con pezones pintados con brillantina quizás no tiene la dignidad y trascendencia de una Rosa Parks desafiando en silencio la segregación racial en Estados Unidos al rehusarse a ceder su asiento a un blanco en un bus, en la Alabama segregada.

Pero las mujeres que se juntaron en la plazoleta al sur del Obelisco de Buenos Aires reclamaban mucho más que la libertad de hacer toples en la playa. Mostraron sus senos para subrayar el papel que juega la represión social del cuerpo de la mujer en la violencia de género. Una lucha simbólica y también real si tomamos en cuenta las miradas de los hombres que desbordaban el espacio, acechando al puñado de valientes que se expusieron al comienzo del evento.

Se estima que en Argentina una mujer es asesinada cada 30 horas solo por ser mujer. El mismo día que las manifestantes protestaron con sus senos al aire, estalló la noticia de una masacre feminicida: un quíntuple asesinato cometido por un hombre que ya había recibido denuncias por violencia contra las mujeres. Los feminicidios son una creciente preocupación regional; se estima que cada día mueren en promedio 12 latinoamericanas y caribeñas.

El reclamo por la libertad del cuerpo de la mujer plantea que los estrictos controles impuestos por la sociedad terminan por vulnerar a la población. Los feminicidios tradicionalmente se consideraban crímenes pasionales. En América Latina es común que los autores de este tipo de atrocidades atribuyan sus conductas a ataques de ira o celos, infidelidad (o sospecha de) e intentos de escapar del control del hombre. El mito de que a la mujer le gusta el piropo, aun cuando sea vulgar, es ampliamente aceptado, y nunca se ha terminado de refutar la excusa de que una minifalda demasiado corta es causa suficiente para una violación.

Pero el martes las manifestantes en Buenos Aires pudieron adueñarse del espacio público y echaron a los hombres cuyas miradas lascivas las perturbaban. Y por unas horas, en el caótico centro porteño, lograron mostrar la normalidad del cuerpo femenino.

“La única teta que molesta es la que no se puede comprar”, decía la convocatoria de la marcha.

Los lemas escritos en los cuerpos mismos de las mujeres y los hombres que las acompañaron con torsos desnudos —o llevando sostenes para tapar sus tetillas en solidaridad— reclamaban desde la misma libertad de los hombres para mostrar el cuerpo hasta la legalización del aborto. Otros mensajes subrayaban la hipocresía de unos medios que bombardean a la sociedad con imágenes femeninas al borde de la desnudez y explotan comercialmente esas imágenes, pero que no permiten que las mujeres muestren sus cuerpos a voluntad.

En el Obelisco se congregaron mujeres mayores con canas, otras cargando a sus hijos y algunas adolescentes con pelos pintados con colores del arcoíris. Un padre cuidaba seis nenes mientras su pareja se manifestaba. Mabel Silva, una abuela que llegó sola, me dijo que quería dar el ejemplo a su nieta e hijas. Me aseguró, en medio de la muchedumbre, que busca cambiar una cultura patriarcal. Había grupos de amigas que se animaron a destaparse gracias a la protección de las otras mujeres y de abundante pintura utilizada para disimular los últimos pudores. Se reían; primero nerviosas, después con alegría.

Entre tantos torsos femeninos descubiertos me di cuenta de que uno se olvida (si alguna vez lo supo) que el cuerpo femenino poco se parece a las imágenes publicitarias de las revistas y de los programas de televisión argentinos que presentan coreografías hipersexualizadas.

“Hay una naturalización de violencia contra el cuerpo de las mujeres”, dice Lola Jufra, una militante de la agrupación feminista Nosotras Humanistas. “Si no pueden tolerar esto, no pueden tolerar nada”, añade, con los senos desnudos.

Entre los amargados espectadores se escuchó que las mujeres que se habían juntado no eran lindas. Quizás esperaban un despliegue de Playboy, en vez del desfile de los cuerpos de las mujeres reales, quienes tienen tetas de todas las formas y tamaños. Me fui de la protesta maravillada por la bella imperfección de esos cuerpos cuyas pieles mostraban batallas físicas y vitalidad.

Claro que no es lo mismo un grupo de mujeres combativas que son abucheadas en un balneario argentino para que tapen sus senos, que la tortura y asesinato de una adolescente en la misma provincia, hecho que impulsó las multitudinarias marchas de #NiUnaMenos en toda la región en octubre pasado. Que estén en un mismo plano no implica que una sociedad que prohíbe los senos al aire esté condenada a masacrar a sus ciudadanas.

Sin embargo, hay una conexión entre la violencia de género y una sociedad que vive obsesionada con las tetas pero se escandaliza cuando se escapan del control de la pantalla, el photoshop o el juego del escote cuidadosamente exagerado para amamantar en un lugar público o pasar un día de playa.

Es dudoso que se imponga la moda del toples en nuestras calles, pero la súbita libertad que protagonizaron las mujeres de El Tetazo fue un suspiro que permite vislumbrar cómo podría ser una sociedad que rechaza el sexismo y el machismo. Ojalá fueran más frecuentes semejantes momentos de frescura.



JMRS
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