Trascendental

"Mi Hijo amado, escuchadle"

2017-03-12

Toda la vida cristiana es una Cuaresma. Atravesar el desierto de las dificultades y tentaciones...

Padre José Medina

Toda la vida cristiana es una Cuaresma. Atravesar el desierto de las dificultades y tentaciones no es sencillo. La semana pasada veíamos, en las tentaciones de Jesús, las pruebas a las que están sometidas nuestra fe y nuestras convicciones. En este 2° domingo de Cuaresma, la liturgia nos presenta la meta gloriosa que espera a todos los que lo escuchan.
 
Hoy se lee el evangelio de la Transfiguración (Mt 17, 1-9), síntesis del misterio de la muerte y de la resurrección del Señor y expresión característica de la vocación del cristiano. El hecho sucedió “seis días después” de la profesión de fe de Pedro en Cesárea, la cual había seguido inmediatamente al primer anuncio de la Pasión, y se presenta como una confirmación del testimonio: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16, 16); la visión del Tabor será al mismo tiempo un fortalecimiento de los apóstoles que no han de abatirse ante los sufrimientos que Jesús ha de padecer.
 
Es necesario que comprendan cómo la Pasión en lugar de ser aniquilamiento de la gloria del Hijo de Dios es el paso obligado que conduce a ella. “Y se transfiguró delante de ellos; su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos blancos como la luz” (Mt 17, 2). Ante este espectáculo Pedro salta: él que había reaccionado con violencia contra el discurso sobre la Pasión, ahora ofuscado por la gloria del Maestro exclama entusiasta: “Señor, es bueno estarnos aquí” (ib 4).
 
La cruz le había horrorizado; la gloria por el contrario lo exalta y querría estar allí olvidando todo lo demás. Pero la visión beatificante del Tabor no es más que un anticipo de la gloria de la Resurrección y un viático para seguir con mayores fuerzas a Jesús en el camino del Calvario. Es esto lo que dijo claramente la voz que vino del cielo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” (ib 5).
 
El Padre se complace en el Hijo porque compartiendo con él la naturaleza divina no obstante aceptó ocultar los resplandores bajo el velo de la carne humana. Los discípulos tienen  que escucharle siempre y aún más atentamente cuando habla de cruz e indica el camino. La vocación del cristiano es conformarse a Cristo Crucificado para poder ser un día revestidos de su gloria.
 
Les propongo una oración con este hermoso texto de san León Magno:
 
“Escuchad a mi Hijo, en quien me complazco, cuya predicación me manifiesta y cuya humildad me glorifica. Él es la verdad y la vida. Escuchadle: a él, preanunciado por los misterios de la ley, celebrado por el lenguaje de los profetas. Escuchadle: a él que redime al mundo con su sangre… Escuchadle, a él, que abre el camino del cielo, y por medio del suplicio de la cruz va disponiendo para vosotros los peldaños que suben al Reino. Haz, Señor, que se caliente mi fe, según la enseñanza de tu Evangelio, y que no se avergüence de tu cruz, por la que fue redimido el mundo. Que no tema padecer por la justicia ni desconfíe del premio prometido: a través de la fatiga se llega al descanso, y a través de la muerte se pasa a la vida.



JMRS
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