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Sectarismo y yihad en el conflicto sirio

2017-03-24

La contienda no solo se libra en el terreno de batalla, sino también en el de las...

IGNACIO ÁLVAREZ-OSSORIO, Política Exterior

Si el objetivo de Bachar el Asad era radicalizar la revolución de 2011 en Siria, el de los salafistas era convertirla en una yihad. El resultado de ambas estrategias, respaldadas cada una por Irán y Arabia Saudí, ha sido la expansión del sectarismo en Oriente Próximo.

Seis años después del inicio de la revolución, Siria se encuentra al borde del abismo. La devastación del país desde 2011 ha provocado la mayor catástrofe humanitaria que se recuerda en Oriente Próximo desde el final de la Segunda Guerra mundial. Las cifras hablan por sí solas: cerca de 500,000 muertos, más de cinco millones de refugiados y otros siete millones de desplazados internos es el trágico balance de una guerra multidimensional en la que la intervención de las potencias regionales e internacionales ha contribuido decisivamente al agravamiento de un conflicto cuyo final no se vislumbra en el corto plazo.

La contienda no solo se libra en el terreno de batalla, sino también en el de las narrativas. Mientras que los cientos de miles de personas que tomaron las calles en demanda de reformas y libertades a partir de marzo de 2011 la definieron como una “revolución popular”, el presidente Bachar el Asad no dudó en catalogarlas como parte de una “conspiración internacional” destinada a provocar una “guerra sectaria”. Por su parte, los grupos de orientación salafista, que gradualmente fueron ganando terreno hasta acabar secuestrando en buena medida la revuelta, la consideraron una yihad para liberar la tierra del islam de las manos de un gobierno apóstata, en referencia a la adscripción alauí del presidente sirio.

Irán y Arabia Saudí, las dos principales potencias regionales, no son ajenas a la dramática evolución de la crisis siria, puesto que ambos han intervenido activamente apoyando y armando a los bandos en liza, un respaldo que les hace corresponsables de la destrucción sistemática que ha sufrido el país en los últimos seis años. Estos dos países contemplan Siria como un escenario más de su enfrentamiento por la hegemonía regional y no han dudado en instrumentalizar la heterogeneidad de su sociedad siguiendo la lógica del “divide y vencerás”, lo que ha acentuado la brecha sectaria. Como ha advertido acertadamente Raymond Hinnebusch, profesor de la Universidad de St. Andrews, “el sectarismo ha sido un vehículo de la contrarrevolución que ha bloqueado la transformación de la región promovida por quienes lanzaron la Primavera Árabe en 2010”.

En este sentido, debe recordarse que la sociedad siria, como la de buena parte de los países de la región, es un mosaico étnico-confesional. Cerca de un 90% de la población es árabe, mientras que el resto son kurdos y, en menor medida, armenios, asirios, circasianos y turcomanos. En el terreno confesional, los musulmanes representaban en 2010 cerca del 90% de la población: la mayor parte de ellos suníes, pero con presencia también de diferentes ramas más o menos emparentadas con el chiísmo como los alauíes, los drusos o los ismaelíes, que suman el 15% de la población. Los cristianos, sobre todo greco-ortodoxos y en menor medida católicos (armenio-católicos, melquitas, siríaco-católicos, maronitas, caldeos y latinos) representaban algo menos del 10%, aunque su número ha descendido de manera sensible en los últimos años.

¿Una revancha suní?

Desde algunos sectores próximos al campo islamista, el levantamiento popular contra El Asad fue interpretado como un ajuste de cuentas de la mayoría suní tras décadas de dominación por parte de un régimen controlado por la minoría alauí. En realidad, la utilización del sectarismo en el ámbito político sirio no es del todo novedosa. Entre 1976 y 1982 un grupo vinculado a los Hermanos Musulmanes, denominado la Vanguardia Combatiente, tomó las armas contra el régimen de Hafez el Asad y llamó a la población a la yihad para derrocar un gobierno al que tachaban de “apóstata”. Said Hawwa, uno de sus ideólogos, consideró necesaria “una yihad para purificar la tierra del islam que elimine del territorio musulmán, sin compasión ni piedad, las incrédulas sectas ocultistas como los alauíes”.

Con la llegada a la presidencia de Bachar el Asad en 2000, el influyente ulema salafista Abu Basir al Tartusi se mostró a favor de emplear la yihad para derrocar el régimen “sectario nusairí [alauí] baazista” que “en sus 40 años de dominio y gobierno no ha ofrecido nada de valor a la patria o sus ciudadanos, más que destrucción, ruina, atraso, pobreza y humillación”. Tras el estallido de la guerra civil, Tartusi ejercería una gran influencia sobre diversas milicias de orientación salafista, como el Movimiento de los Libres del Levante (Harakat Ahrar al Sham) y el Ejército del Islam (Yaish al Islam). Zahran Allush, emir de este último grupo, mantuvo en vida un discurso claramente antichií (a los que tachaba de rafidun o renegados del islam) y antialauí (a los que tachó de mayus o zoroastras) e, incluso, se mostró a favor de “limpiar Damasco de nusairíes [alauíes]”. Adnan al Arur, un clérigo sirio afincado en Arabia Saudí con predicamento entre las milicias armadas islamistas, señaló en referencia a los alauíes: “Aquellos que mancillen los asuntos sagrados deberían ser triturados y arrojar su carne a los perros”, aunque más tarde se pronunció a favor de respetar la pluralidad confesional de la población siria…



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