Mensajería

Damos lo que hemos recibido

2017-04-04

Esta semana, este día, Dios me mantiene en el milagro de la existencia. Tengo nuevas...

Por: P.Fernando Pascual, L.C.

Para dar necesitamos antes recibir

Esta semana tengo nuevas oportunidades para servir, para amar, para dar lo que he recibido

Dar produce una alegría íntima. Porque así ayudamos a otros. Porque nos sentimos útiles. Porque invertimos la existencia en actos de servicio.

Para dar necesitamos antes recibir. “Nadie da lo que no tiene”: lo hemos escuchado tantas veces, y también lo hemos experimentado con pena.

Por eso, en los momentos en los que tenemos y podemos dar, necesitamos recordar lo mucho que hemos recibido.

Los primeros en darnos tanto fueron nuestros padres. Paciencia, sueño, comida, vestidos, sonrisas, abrazos, acogida. Nunca podremos darles gracias como se merecen.

Después, recibimos tantos bienes gracias a maestros y amigos, porteros y médicos, entrenadores y músicos, técnicos y payasos, escritores y guionistas, sacerdotes y religiosas.

La lista de aquellos que nos dieron es larga, casi inabarcable. Al elaborarla, por desgracia, muchos quedarán en el olvido, porque fueron simplemente rostros anónimos, o porque ya están escondidos en la memoria.

Pero en esa lista no puede faltar quien nos lo dio todo: Dios. Porque venimos de Él. Porque nos ama como Padre. Porque nos ofreció la salvación en su Hijo. Porque nos anima y consuela con el Espíritu Santo.

Por eso, mientras sentimos una alegría inmensa al dar tiempo, ropa, sonrisa y ayuda concreta a los cercanos o a los lejanos, recordamos que todo, todo, nos viene del Padre de los cielos.

“¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte como si no lo hubieras recibido?” (1Co 4,7). “Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación” (St 1,17).

Esta semana, este día, Dios me mantiene en el milagro de la existencia. Tengo nuevas oportunidades para servir, para amar, para dar lo que he recibido. Me sumerjo en el gran movimiento de la ternura de Dios cada vez que comparto, como hijo del mismo Padre, lo mejor de mí mismo con mis hermanos.



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