Entre la Espada y la Pared

Información, guerra, portaaviones, redes sociales

2017-05-03

Quien ha puesto de moda tales formas de interpretar la realidad ha sido la administración de...

Rafael Cuevas Molina / Prensa Latina

¡Qué difícil orientarse hoy en saber cómo va  eso de la guerra! No se puede tener  una noticia real de quién la gana y quién la pierde y, a veces, ni siquiera de quién se pelea con quién. Hay varias dificultades para la orientación. Una es la pos-verdad, es decir, propalar mentiras y falsedades sin ningún rubor pretendiendo que se transformen en realidad alternativa de lo que en verdad sucede.

Quien ha puesto de moda tales formas de interpretar la realidad ha sido la administración de Donald Trump. Lo innovador en ello no es que se digan mentiras e inventen realidades en aras de abonar el peculio propio en política, sino que se haga con tanto desparpajo y cinismo, y que de ellas se deriven acciones que, proviniendo de donde provienen -es decir, de la primera potencia económica y política mundial-, tienen incidencia en todo el orbe.

En otros tiempos a eso se le llamaba error o mentira; o sea, si usted decía algo que no se correspondía con la realidad se consideraba que estaba en un error susceptible de ser corregido en función de las pruebas que se le aportaran. También podía decir una mentira, pero procuraba que no lo descubrieran porque constituía un motivo de vergüenza, algo que las mamás y  papás remarcaban mucho al educarlo durante su infancia.

Ahora no. El portavoz de la Casa Blanca se sube a un estrado flanqueado por banderas y pendones, mira a su audiencia con aire prepotente y prodiga mentiras con todo desparpajo. Igual procede la señora que representa a ese país ante la Organización de Naciones Unidas, quien permanece tan campante como si acabara de recitar los 10 mandamientos.

No se queda atrás el rubio cejijunto que funge como presidente, pero a este se le perdona porque  puede que no sea un mentiroso, sino solamente un ignorante. Lo último que le pasó fue confundir la República Democrática de Corea con Australia al afirmar que un enorme portaviones se dirigía a la primera para disuadirla, cuando en realidad iba a participar en jueguitos de guerra en la segunda (eso muestra también lo mal que está el sistema educativo estadounidense en geografía).

La administración de Ronald Reagan ha puesto de moda la difusión de falsedades con la pretensión de convertirlas en una verdad alternativa a lo que sucede en la realidad. Un fenómeno paralelo ocurre en Internet con las redes sociales.

Es serio el problema, por el solo hecho de que el equipo que gobierna a los Estados Unidos se comporte de esa forma, pero se agrava cuando colocamos bajo nuestro escrutinio a Internet, específicamente a las llamadas redes sociales o Internet 2.0. Lo que prometía ser un espacio democratizador de la información, paradigma y símbolo representativo de la época de globalización que vivimos, se ha transformado en una trampa.

Cunden en él las notas, noticias e imágenes falsas. Pareciera que hoy existe una industria y un ejército encargados de construir una realidad paralela falsa. No se puede confiar en una foto porque puede ser de ayer o de hace dos años; puede ser trucada; puede corresponder a una situación totalmente distinta a la que se reporta o, simplemente, estar fotoshopeada, lo que significa que se utilizó un programa informático que permite modificar a gusto las imágenes.

Véase, por ejemplo, esa guerra de marchas y contramarchas que hay en Venezuela. Cada una de las imágenes muestra una “marea humana” distinta, y adeptos y enemigos se solazan no sólo reproduciéndolas en las redes sociales sino, además, adornándolas con frases de su propio peculio.

Es un signo de la época: lo que prometía ser la sociedad de la información se ha transformado en la sociedad de la desinformación. Bucear y orientarse en ese océano de corrientes encontradas y turbulentas ha devenido una “experiencia límite”, para utilizar el concepto del turismo de moda.

Las pasiones se despiertan, el posicionamiento tras las barricadas, las ofensas, los insultos. Vuelan los  proyectiles verbales, los emoticones… ¿Qué hacer? ¿Bastará con educar, con formar una conciencia crítica? ¿Se podrá resolver o atemperar el problema alfabetizando en medios de comunicación, es decir, dando criterios de análisis?

Se trata de un serio problema de nuestra época que, en vez de resolverse, seguramente cada día se agravará más; en primer lugar porque hay poderosas fuerzas interesadas en que las cosas sigan así.



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