Internacional - Política

Trump aprueba una orden para que las iglesias puedan apoyar a candidatos electorales

2017-05-04

Una barrera trascendental ha caído en Estados Unidos. Donald Trump ha dado vía libre...

Jan Martínez Ahrens, El País


Una barrera trascendental ha caído en Estados Unidos. Donald Trump ha dado vía libre al activismo electoral de las iglesias. En un gesto hacia los grupos religiosos conservadores que le apoyaron masivamente durante la campaña, el presidente ha dejado sin efecto la norma que impedía a las iglesias apoyar u oponerse a un candidato político sin querían mantener su exención fiscal. La neutralización de la denominada Enmienda Johnson, vigente desde 1954, cambia las reglas del juego y permite convertir los púlpitos en altavoces de la propaganda política. "He puesto fin a la amenaza. Ya pueden decir lo que quieran. La libertad de expresión no acaba a las escaleras de una iglesia", afirmó.

Trump tuvo durante años como única catedral a la discoteca Studio 54. En su juventud y madurez fue un playboy, un tiburón inmobiliario, un adorador del becerro de oro, pero nunca se le identificó por sus creencias religiosas. Dios, en su vida, apenas existía. O por lo menos no aparecía en sus escritos ni en sus obras. Él mismo se jactaba de no arrepentirse de nada y de apurar sus días al minuto.

Ese Trump vitalista y desmesurado fue virando al entrar en política. “Trump es un ser transaccional con las personas, y no iba a ser diferente con Dios: todo depende de lo que pueda obtener”, ha escrito la biógrafa Gwenda Blair.

En la búsqueda del voto conservador, Trump sacó su etiqueta de presbiteriano y jugó fuerte la baza religiosa. No en sus discursos ni en su retórica general, donde evitaba mencionar a Dios, sino en el contacto directo. En la campaña, dio nueve entrevistas a una de las influyentes emisoras cristianas, escribió cartas de apoyo a la conferencia episcopal, estrechó la mano a religiosos de todo signo y reunió a cerca de un millar de líderes católicos y evangélicos en Nueva York. Sin hacer demasiado ruido se apoderó de un territorio que su rival Hillary Clinton descuidó. Y obtuvo sus frutos.

Su éxito fue arrollador entre católicos blancos (60%), mormones (61%) y evangelistas blancos (81%), superando en este último segmento, que representa un 25% del voto, los resultados de anteriores candidatos republicanos. Sólo los judíos y los católicos hispanos resistieron su poder de atracción y apoyaron mayoritariamente a Clinton.

Ya en la Casa Blanca, Trump ha decidido mantener este caladero activo. Para ello ha empezado a mencionar a Dios más que nunca. Lo puede hacer al bombardear a Siria o designar al nuevo juez del Supremo. “Nuestra república fue creada sobre la base de que la libertad no es un regalo del Gobierno, sino de Dios”, ha llegado a decir.

En esta nueva narrativa le acompaña su vicepresidente, el ultraconservador Mike Pence. Juntos estimulan la confianza de las iglesias más conservadoras y les entregan ofrendas altamente deseadas. Entre ellas destaca el nombramiento del episcopaliano Neil Gorsuch para el Supremo y, ahora, la posibilidad de apoyar u oponerse a los candidatos electorales.

La orden ejecutiva, una promesa electoral de Trump, ha sido presentada con exquisito cuidado. Para su promulgación se ha elegido el Día Nacional de la Oración y se ha organizado una reunión con cardenales católicos y líderes de otras confesiones. Dado que eliminar la enmienda requeriría de una complicada mayoría parlamentaria, el camino elegido para desactivarla ha sido ordenar al organismo encargado de su cumplimiento que haga caso omiso en el caso de las iglesias. Una fórmula que previsiblemente será recurrida por los grupos contrarios.

La Enmienda Johnson fue aprobada en 1954 durante el mandato del republicano Dwight Eisenhower. Su promotor fue el entonces senador por Texas y futuro presidente, Lyndon B. Johnson. La norma establece que las organizaciones libres de impuestos, como las iglesias y las organizaciones caritativas, no pueden participar, directa o indirectamente, en ninguna campaña política a favor o en contra de un candidato. En caso de hacerlo, pierden la exención. Este fue el caso de una iglesia de Nueva York que en 1992 publicó una doble página de publicidad en los diarios locales pedían a sus votantes no votar a Bill Clinton por su defensa del aborto y los homosexuales.

Durante décadas, republicanos y demócratas, convivieron con este cláusula sin demasiados sobresaltos. Y muchas iglesias la aceptaron porque alejaba el fantasma de la politización de sus púlpitos. Pero la conversión de la lucha contra el aborto y los derechos homosexuales en banderas eclesiales puso la Enmienda en la diana. Las organizaciones religiosas más conservadoras alegan que les impide defender sus principios morales y el presidente les ha dado la razón.



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