Turismo

El turismo afronta su responsabilidad social

2017-05-08

Casi tan importante es recordar que un destino que no gestiona bien sus recursos tiende a...

Thiago Ferrer Morini, El País

La urgencia se redobla cuando la presión del turismo sobre los recursos empieza a generar un descontento de la ciudadanía con el sector. En Barcelona, por ejemplo, la encuesta municipal de percepción del turismo indicó el año pasado que, por primera vez, el porcentaje de ciudadanos que cree que se ha llegado al límite de turistas es superior al que considera que es necesario atraer más.

Casi tan importante es recordar que un destino que no gestiona bien sus recursos tiende a deteriorarse más deprisa. Cuatro de cada diez visitantes a Barcelona afirman que la ciudad tiene demasiados turistas. "El primer paso es medir y darse cuenta de las propias capacidades", apunta Alex Dichter, de la consultora McKenzie. "¿Es Barcelona consciente de lo que hace cuando construye una nueva terminal de cruceros?".

"La gestión de la sostenibilidad del turismo es un proceso de gobernanza puro en el que tienen que estar todas las partes, incluida la población local (que, muchas veces, es la gran olvidada) y, por supuesto, el turista", explica Juan Ignacio Pulido, de la Universidad de Jaén. "Hasta ahora, la población no hablaba porque la situación no le concernía directamente. Pero cuando se ve que el turismo afecta a la propia convivencia de la sociedad local, se le pide a la Administración que asuma el liderazgo, porque es la que tiene los instrumentos. Sin embargo, esta siempre ha sido muy reacia a intervenir".

Ya hay países y destinos que han empezado a cerrar las puertas en aras de la sostenibilidad. El Gobierno de Bután, en el Himalaya, se ha puesto como objetivo que el turismo sea "de alto valor y bajo impacto", al contrario que el del vecino Nepal. Para ello, exige que los visitantes lleven ya pagados, y en dólares, un hotel (mínimo de tres estrellas), el transporte, las comidas y un guía local autorizado, aparte de un "impuesto al desarrollo" de 65 dólares al día. El gasto total mínimo ronda los 200 euros al día, y los turistas que viajen solos o en pareja tienen que pagar una sobretasa.

Sin recetas únicas

Pero no todos pueden hacer lo mismo. "Hay modelos de negocio e incluso destinos que son directamente insostenibles y difíciles de modificar", considera Pulido. "Pero no hay una receta única: Venecia no es Barcelona, ni Barcelona es la Costa del Sol, ni Ámsterdam, ni Machu Picchu. La respuesta es muy distinta dependiendo de cada caso. En Machu Picchu es muy fácil controlar quién entra o no; en la Costa del Sol, eso no es posible".

Martha Honey, cofundadora del Centro del Turismo Sostenible (CREST), pone ejemplos de modelos turísticos difíciles de rectificar. "El impacto de los cruceros en un destino es tremendo", considera. "Y los grandes complejos hoteleros con todo incluido tienen un gran impacto sobre la región". Una cosa está clara: convertir un destino en sostenible está lejos de ser fácil. Y pone un ejemplo: "Costa Rica es un ejemplo de éxito, pero hay que recordar que no salió de la nada", sostiene Honey. "El país tuvo una suerte excepcional de tener una clase media poderosa, estabilidad política, una red ya definida de parques nacionales y la proximidad del mercado estadounidense. Y a pesar de todo eso, costó décadas que el concepto ganara cuerpo, se incorporase al sistema educativo y se convirtiese en lo que es hoy".

En la reciente cumbre global de la patronal del sector, el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC, en sus siglas en inglés) —a la que acudió EL PAÍS invitado por la organización—, la industria turística presumió, un año más, de cifras: en 2016, 46 millones de personas más pernoctaron fuera de sus fronteras, un ascenso del 3,9% para superar los 1,300 millones de turistas (uno de cada seis seres humanos), una contribución directa de 2,3 billones de dólares (2,08 billones de euros) a la economía global (casi el doble del PIB español), una cifra que se triplica teniendo en cuenta los efectos indirectos. Además, el sector turístico también afirma ser responsable de casi 300 millones de puestos de trabajo, directos e indirectos.

Y el crecimiento no se va a detener. Para 2027, el WTTC espera que se llegue a los 2,000 millones de turistas, un incremento alimentado por el auge de los mercados chino e indio. Arne Sorenson, consejero delegado de la cadena hotelera Marriott, opina que el factor que impulsa esta expansión de los viajes es que se han convertido en un símbolo de estatus, especialmente entre las generaciones más jóvenes. "Hace 25 años demostrabas tu éxito a los demás con tu coche. Hoy, colgando en Instagram las fotos de tus vacaciones", considera. "La gente quiere experiencias y las quiere con muchísimas ganas".

Pero estas experiencias tienen un coste en recursos. En 2010, la industria utilizó 62,000 kilómetros cuadrados de tierra (la superficie de Lituania), 39,4 millones de toneladas de comida y 138 kilómetros cúbicos de agua (más que el lago Nicaragua), según un estudio de las universidades de Lund (Suecia) y Delft (Holanda). Y, desde entonces, el número de turistas se ha incrementado casi en un 40%.

Un estudio de la Universidad de Cambridge apunta que una subida de un metro en el nivel del mar dañaría entre un 49% y un 60% de los hoteles del Caribe y afectaría a 21 aeropuertos. Repararlo costaría entre 10,000 y 23,000 millones de dólares hasta 2050. Del otro lado del espectro vacacional, una sucesión de estudios han alertado de que el aumento de las temperaturas hará impracticables muchas de las estaciones de esquí del planeta.

¿Qué se ha hecho para reducir ese impacto ambiental? La patronal WTTC afirma que sus socios han reducido sus emisiones de dióxido de carbono un 20%, "ante el estancamiento general del conjunto de la economía", según un dosier. "Pero si lees los informes de la industria, especialmente en el sector de la aviación, te van a decir lo mucho que han mejorado, no cuál es la situación actual", afirma Stefan Gössling, de la Universidad de Lund (Suecia). El llamado Informe de sostenibilidad 2015 de la patronal internacional del sector de los cruceros (CLIA) no indica en ningún momento cuál es el consumo de combustible, los incidentes de fugas de carburante o la huella de carbono de la industria en 2015.

Pero, desde el principio, la sostenibilidad siempre ha ido mucho más allá del medio ambiente. Uno de los pilares es que el turismo debe contribuir lo más posible a la economía local. "Cada avión y cada barco que llegan a un país traen dinero", señala el ministro de Turismo de Jamaica, Edmund Bartlett. "Pero el 70% de lo que se dejan los turistas en Tailandia acaba fuera del país, en manos de turo­peradores, aerolíneas o simplemente importando artículos [según un estudio de 1990]. En regiones como el Caribe se estima que esa cifra puede llegar a ser del 80%", considera Bartlett. "Si no existe una capacidad de absorción, si no se desarrolla, ese dinero se va, y sin ese dinero no seremos capaces de tener un crecimiento inclusivo".

Nuevas tendencias

El modelo turístico tradicional exige trasplantar en el destino las comodidades que el viajero se esperaría encontrar en su país, de ahí cosas como los pubs copiados de Reino Unido (fish and chips incluidos) en los complejos playeros españoles. Pero esto está cambiando. "Hay un montón de tendencias sociales que apuntan en la dirección correcta", señala Stefan Gössling, de la Universidad de Lund (Suecia). "Un ejemplo es la producción alimentaria. Cada vez más los viajeros quieren probar las recetas locales, hechas con productos de la zona. La gente no quiere McDonald's, quiere mostrar en las redes sociales qué platos típicos ha comido hoy".

"Aún queda mucho que hacer, especialmente en los países emergentes", sostiene Martha Honey, de CREST. "En los lugares en los que trabajamos se ha mostrado mucha preocupación con los turistas que vienen de China, porque representan este modelo tradicional masivo".

La industria ha abrazado el mensaje de la sostenibilidad de cara al público: 2017, por ejemplo, es el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo. Sin embargo, deja claro que la piedra clave de todo el sistema sigue siendo la rentabilidad. "El crecimiento y la sostenibilidad no son un juego de suma cero", apunta Taleb Rifai, secretario general de la OMT. "Es lo que crea la energía que mueve el sector".

Para Pulido, hace falta algo más que la promesa de rentabilidad para sacar al sector de una inercia peligrosa. "El turismo se ha convertido en un gran negocio en la medida en la que los operadores han ido externalizando los costes sociales y ambientales", apunta Pulido. "Si no lo hicieran, no tendría la rentabilidad que tiene. Las empresas no se ven obligadas a actuar de forma respetuosa porque ni hay legislación ni conciencia social".

La excomisaria Damanaki da en un punto clave: el éxito o el fracaso de los esfuerzos por mejorar la sostenibilidad de la industria lo deciden, por encima de todo, los viajeros. "Es muy fácil culpar al Gobierno y a los políticos", señala. "Pero los ciudadanos tenemos que pensar en el valor de la naturaleza e incorporarlo a nuestros planes vacacionales".

La medida en la que los turistas españoles están dispuestos a incorporar el factor sostenible a sus vacaciones la dan dos estudios. En uno de ellos, elaborado por el Centro de Investigaciones Sociológicas en 2007, el 87% de los españoles se mostraba dispuesto a modificar sus hábitos de consumo ante los retos del cambio climático. "Ha habido un crecimiento en la demanda y en el reconocimiento del turismo ecológico por parte de la industria", señala Honey. "Creo que el factor fundamental ha sido el cambio climático: el reconocimiento de que el actuar de forma más sostenible ya no es una opción, sino una obligación".

Zonas exclusivas

Pero en el otro estudio, conducido por dos investigadores de la Universidad de Jaén (uno de ellos, Juan Ignacio Pulido) en 2013 entre más de 600 turistas en la Costa del Sol, tres de cada cuatro afirmaron no estar dispuestos a pagar más por ir a un destino sostenible. Incluso entre los más preocupados por la sostenibilidad, un 85% limitó esa disposición a gastar más a un 10% de lo que abonaba antes.

"El precio, la accesibilidad y la seguridad siguen siendo conceptos fundamentales para el turista", explica Martha Honey. "Una vez resueltos esos problemas, la sostenibilidad pasa a ser un factor mucho más importante". "La sensación que tengo al ver los estudios de los últimos años es que sí, que hay una creciente consciencia del turista hacia la sostenibilidad", comenta Pulido. "Pero es una consciencia de boquilla, que dura hasta cuando me toca el bolsillo".

Para Brian Tuffley, consejero delegado de la organización B-Team (cuyo objetivo es incentivar el compromiso empresarial a favor de la lucha contra el cambio climático), "es una gran oportunidad de reconocer dónde se puede hacer realmente impacto", considera. "Cuando yo empecé a volar, los vídeos de seguridad en el vuelo eran aburridísimos, hoy son mucho más creativos y divertidos. Si las aerolíneas han podido hacer eso con la seguridad aérea, ¿por qué no iban a poder hacer lo mismo con la sostenibilidad?".

La paradoja está en que, según el Informe sobre la economía verde de 2011 de la Organización de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), "una inversión equivalente al 0,2% del PIB que incluya reducir emisiones, gestionar mejor los residuos y mejorar la eficiencia del consumo de agua en el sector podría mejorar el PIB turístico en un 7% adicional hasta 2050, a la vez que reduce un 18% el consumo de agua, un 44% el de energía y un 52% las emisiones de dióxido de carbono", afirma el documento. "Se tenía asumido que la sostenibilidad era cara", explica Juan Ignacio Pulido, profesor de la Universidad de Jaén. "Pero cada vez hay más estudios internacionales que vienen a demostrar que una apuesta por la sostenibilidad es rentable, y las empresas que lo hacen terminan reduciendo sus costes de producción y gastando menos".

Empieza la batalla de las estadísticas

Han pasado 30 años de la publicación de Nuestro futuro común, el informe de la ONU que popularizó el concepto de "desarrollo sostenible", pero, en muchos casos, no se ha avanzado en llevar sus conclusiones a la práctica. Una de las principales batallas es la de incluir los datos de impacto ambiental y social en las cuentas nacionales.

Lo mismo sucede en el sector turístico. Una de las decisiones más importantes de la conferencia de Montego Bay, prevista para este otoño en la ciudad jamaicana, es la de crear por primera vez bajo el amparo de la OMT estadísticas oficiales acerca de la sostenibilidad del turismo.

La patronal, reunida en el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC, en sus siglas en inglés), es consciente de la influencia en la opinión pública que tienen las estadísticas adecuadas, por lo que quiere ganar la mano a través del Tablero de Turismo Sostenible Global, elaborado por el Instituto Griffith de Turismo de Queensland (Australia) y la Universidad de Surrey (Reino Unido). "¿Cómo medimos el impacto social, medioambiental, cultural del turismo?", se pregunta Graham Miller, de la Universidad de Surrey. "Hasta ahora no se hacía. Y nosotros queremos hacerlo desde los datos, de forma creíble, compartida y holística".



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