Reportajes

El muro mexicano que separa el golf de la miseria 

2017-05-24

Un interminable manto de casas grises de cemento y techo de lámina, cables que salen de las...

David Marcial Pérez, El País

Es el mejor de los barrios y es el peor de los barrios.

A un lado, un interminable manto de casas grises de cemento y techo de lámina, cables que salen de las viviendas como tentáculos agarrados a los postes de la luz y calles con el asfalto agujereado que bajan retorciéndose en eses imposibles hasta un río de excrementos: una cloaca a cielo abierto decorada en las orillas con cruces negras que recuerdan a las mujeres asesinadas.

Al otro lado, señores con pantalones a cuadros, viseras y zapatos blancos pasean ligeros por la pradera verde y brillante de un campo de golf, al fondo se ve un pequeño lago, dunas de arena cristalina, dos torres de diseño minimalista y una casa de campo.

Separando los dos universos, un muro de tres metros de alto. Una frontera de ladrillo entre la exclusividad blindada como un búnker de la urbanización de lujo Bosque Real Country Club y la barriada popular La Mancha. Una foto fija de la desigualdad extrema en el Estado de México, que en dos semanas elegirá nuevo gobernador.

El muro está levantado al final de una calle empinada y es lo suficientemente alto como para que los golfistas no vean al barrio ni el barrio vea a los golfistas.

Dos jóvenes descansan sentados en las escaleras de una tienda de abarrotes, a unos 100 metros de la frontera de ladrillo. “Aquí estamos todas las mañanas”, dice José Bravo. Nariz gruesa y acampanada, todos le conocen como el Trompas.

–¿Alguna vez habéis jugado al golf?

–Yo no, eso es para los riquillos de allí arriba. Yo juego al futbol en una cancha de concreto de aquí abajo– responde Alejandro Rodríguez, el amigo del Trompas.

–¿Para qué crees que sirve ese muro?

–Es para que no entren las personas de aquí.

Para ver a los de allí, Alejandro no ha necesitado saltar el muro. Tiene 14 años, ha abandonado ya la escuela y de vez en cuando entra a limpiar los coches de uno de los vecinos de Bosque Real. Su madre también trabaja allí. Limpiando las casas de allí. De ocho de la mañana a cuatro de la tarde: 400 pesos diarios (unos 20 dólares). Echar unos hoyos en alguno de los dos campos de golf de la urbanización cuesta 30,000 pesos al mes (más de 2,000 dólares).

El Estado de México es el más poblado del país y también uno de los más desiguales

Los terrenos de Bosque Real Country Club, equivalentes a 600 campos de fútbol, separan a su vez a dos ayuntamientos –Huixquilucan y Naucalpan– del cinturón conurbado de la capital, a menos de una hora en coche. Ambos son ejemplos del crecimiento en avalancha del valle de México desde mediados del siglo pasado: una mezcolanza caótica de zonas residenciales de clase media, alguna urbanización de lujo y capas y capas y capas de infravivienda levantadas por los propios habitantes en los cerros. El Estado de México es el más poblado del país –15 millones de habitantes– y también uno de los más desiguales.

Huixquilucan –225,000 habitantes, feudo del PRI y donde fue alcalde el candidato Alfredo del Mazo– y Naucalpan –800,000 habitantes y gobernado la derecha panista– están por debajo de la media de pobreza de la entidad y por encima de la tasa que mide la desigualdad. Según las cifras oficiales, el 49% de la población del Estado de México es pobre, por el 32% de estos dos ayuntamientos. Mientras que el coeficiente GINI –la medida más utilizada para medir la desigualdad– registra una tasa respectivamente del 0.49 y del 0.45, donde el uno tiende a la concentración –es decir, una persona acumularía toda la renta– y el 0 a la distribución equitativa.

El Estado de México también es de los más violentos. El Gobierno estatal activó el año pasado la llamada alerta de género en 11 ayuntamientos por la crecida de feminicidios. Naucalpan está en la lista roja: en noviembre, el cadáver de una niña con la garganta rebanada en una bolsa de plástico. Un mes antes, otras dos jóvenes mutiladas y escondidas en maletas.

Guetos urbanísticos

“Estas comunidades blindadas de hiperricos no son un fenómeno exclusivo del Edomex. Pasa en toda Latinoamérica. Es una manera de descomposición de cualquier idea de urbanidad, en el sentido de vivir juntos. Es entender el mundo a través de guetos. Ricos que viven sitiados en su gueto de ricos y al lado, otro gueto de marginalidad”, explica el arquitecto y urbanista Miquel Adrià, que sintetiza el análisis desde la lógica binaria de “incluidos y excluidos”. Los de aquí y los de allí.

“Son ciudades que nacen muchas veces de la ocupación ilegal de terrenos –continúa Adrià acerca del modelo urbanístico de exclusión en el Edomex– mayoritariamente no urbanizables, pero que al pasar los años se produce una urbanización de facto. Las consecuencias son deficiencias graves de servicios básicos: accesibilidad, drenaje, zonas verdes, electricidad, agua”.

A menos de un kilómetro del río de excrementos, la otra cara del muro. Bosque Real –según la información de su web– ofrece a los vecinos de sus 580 hectáreas y 18,000 viviendas: red de fibra óptica, plantas de tratamiento para suministro de agua potable, un ducto de 15 kilómetros para el mantenimiento de los servicios eléctricos, telefónicos e hidráulicos, 13 kilómetros de carretas privadas construidas con concreto hidráulico, escuelas, cafeterías, bares, parques, salones de belleza y (sic) “la casa club más grande del mundo”.

Consultados por este medio, tanto la empresa responsable de Bosque Real como el ayuntamiento declinaron hacer comentarios. Según la información de varias webs inmobiliarias mexicanas, una casa de 500 metros cuadrados dentro de la urbanización se vende por algo más de un millón de dólares.

Suena salsa en la casa de Víctor Vázquez, pegada al muro y levantada por sus padres con sus propias manos en los años setenta. “Antes era todo campo. Había una vista bien chingona”, dice mientras asoma el hocico de su perro por las rejas de la ventana. Cada mañana lo primero que ve al levantarse es la frontera de ladrillo de sus vecinos golfistas. Lleva menos de un año trabajando como conductor de autobuses en la zona y tres veces le han colocado ya un revolver en la sien para atracar a los pasajeros.

Desde su ventana, cuando termina el muro y empieza una barranca que hace de límite natural, se ve un trozo de las carreteras de concreto hidráulico, sin tráfico y con vigilancia las 24 horas.

La publicidad de la urbanización dice:

Yo vivo en Bosque Real. Y tú, ¿dónde vives?



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