Reportajes

Cien años de John Fitzgerald Kennedy: tan lejos, tan cerca... de Donald Trump

2017-05-30

La victoria de ambos fue controvertida. Kennedy ganó por 82,000 votos las elecciones, y la...

PABLO PARDO / El Mundo

Kennedy y Trump comparten más de lo que parece, pero el primero aprendió de sus errores y asumió responsabilidades, algo imposible para el segundo

Kennedy y Jackie son la familia real que los estadounidenses envidian de Europa, mientras que Trump son lo que los estadounidenses sueñan con ser

Tan diferentes y tan parecidos. El 29 de mayo de 1917, el día en el que nació John Fitzgerald Kennedy en Brookline, en Massachusetts, Friedrich Trump (o Trumpf, o Drumpf), abuelo del actual presidente de EU, tenía un próspero negocio inmobiliario en Queens, en Nueva York, creado en buena medida gracias al dinero que había hecho como propietario de un restaurante - hotel - burdel en la fiebre del oro del Klondike, en Alaska y Canadá, la misma que inspiró a otro aventurero que anduvo por allí buscando oro, Jack London, algunos de sus libros más famosos, como "La llamada de la selva" y "Colmillo blanco".

Entretanto, P.J. Kennedy, el abuelo del futuro presidente, era el boss, o sea, el cacique, del distrito segundo de Boston y, también, el dueño de tres bares, con licencia, además, para importar whisky irlandés. Era la época del machine politics, la maquinaria política, en la que diferentes grupos étnicos se disputaban el control político de las ciudades, un arte en el que los católicos descendientes de irlandeses e italianos llegaron a desarrollar una más que notable destreza a la hora de barrer del mapa a los protestantes alemanes, holandeses e ingleses que habían controlado el cotarro en, sobre todo, Nueva York y Boston. Para más detalles, véase la película de Martin Scorsese Gangs of New York.

Ha pasado un siglo desde entonces. Los nietos de Trump y Kennedy son ahora parte de la Historia, con mayúsculas. Donald y John Fitzgerald son para muchos la antítesis de lo que debe ser un presidente de Estados Unidos. Pero también tienen muchas cosas en común. Con pesar por quienes esperen una contraposición de estilos y personalidades, algo así como "lo mejor y lo peor de América", los dos son, al mismo tiempo, y a partes iguales, lo mejor y lo peor de ese país.

Donald y John Fitzgerald son hijos de hombres duros, despiadados en los negocios, indiferentes hacia sus familias, y con poca paciencia con sus hijos. El padre de Trump, Fred, era un simpatizante del Ku Klux Klan - el grupo anti judío, anti negro y anticatólico que ahora respalda a su hijo presidente -, y un constructor de viviendas de protección oficial que medró extraordinariamente gracias a sus contactos políticos con el Tammany Hall, la maquinaria política del Partido Demócrata que controló la política local de Nueva York hasta la década de los cincuenta.

Joseph, el padre de Kennedy, un hombre también de simpatías nazis, fue el primer presidente de la SEC, el regulador de la Bolsa de EU. Los hijos de ambas familias tenían que estar a la altura de lo que sus padres esperaban de ellos. Algunos no lo lograron y lo perdieron todo. Freddy, el hijo mayor de Frederick, cayó en el alcoholismo y murió. Joe, el primogénito, y favorito de Joseph, destinado a ser presidente de EU, murió en una misión cuasi suicida en la Segunda Guerra Mundial.

Outsiders

Y así llegamos a Donald y a JFK. Dos outsiders totales. Es cierto que Kennedy había sido senador. Pero tenía un serio problema: era católico. Buena parte de la opinión pública de EU seguía pensando que el país era y debía ser protestante. La matrona del Partido Demócrata, Eleanor Roosevelt - la viuda del presidente que puso a Joseph al frente de la SEC y también de embajador en Londres, donde se opuso a que EU ayudara a Gran Bretaña contra la Alemania nazi - trató de torpedear a JFK por todos los medios posibles. Sus rivales eran su antítesis. Hillary Clinton, ex primera dama, ex senadora, ex secretaria de Estado, que llevaba preparándose para la Presidencia literalmente 16 años, se enfrentó a Trump. Richard Nixon, vicepresidente con Eisenhower durante 8 años, a JFK.

La victoria de ambos fue controvertida. Kennedy ganó por 82,000 votos las elecciones, y la maquinaria política de los demócratas de Chicago, controlada por la familia Daley - cuyo último miembro, por ahora, fue jefe de gabinete de Barack Obama - entregó el estado clave de Illinois al demócrata. Trump sacó 2,9 millones de votos menos que Clinton, en parte debido a que los republicanos han cambiado las leyes y los distritos electorales para que las minorías -sobre todo negros e hispanos - tengan más difícil votar.

El presidente Trump en un mitin en Harrington en abril, cuando cumplió 100 días en el cargo. CARLOS BARRIA

Y si Trump contó con el presunto apoyo de Rusia, Kennedy lo hizo con el de la mafia, con nada menos que su hermano Robert - al que nombraría, en un alarde de hipocresía, máximo responsable del Departamento de Justicia - como contacto con el crimen organizado. Y un vicepresidente, Lyndon B. Johnson, de Texas, autor de la frase "en otros sitios votan y cuentan los votos; aquí [en Texas], los contamos primero y luego votamos". Claro que si queremos conspiraciones, ninguna mejor que el asesinato de Kennedy, nunca solucionado, y que ha sido atribuido a la CIA, a Fidel Castro, a la mafia, a supremacistas blancos... y hasta a un asesino solitario llamado Lee Harvey Oswald.

Tanto Kennedy como Trump ganaron las elecciones con una campaña basada en el miedo y en mentiras y la pasividad de sus predecesores en la Casa Blanca. Trump uso el miedo -o, más bien, xenofobia- a la inmigración, y mentiras como que los musulmanes de EU habían celebrado los atentados del 11-S. Kennedy, con la teoría de que EU estaba quedándose detrás de la Unión Soviética en número de bombas atómicas, algo que Eisenhower sabía que era mentira, pero que no hizo nada por aclarar. El resultado es que una vez que Kennedy ganó, ordenó la construcción de los misiles intercontinentales Minuteman, que todavía hoy siguen en silos nucleares en estados como Montana y cuya efectividad ha sido siempre cuestionada. Kennedy, impulsivo como Trump, puso misiles con bombas atómicas en Turquía, en las puertas de la URSS. Cuando Nikita Kruschev reaccionó haciendo lo propio en Cuba, el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear.

La chapucera invasión de Cuba de Bahía Cochinos planeada por Eisenhower y llevada a cabo por Kennedy en los primeros meses de su Presidencia es una muestra de que Donald Trump no tiene monopolio de la improvisación estratégica. Y aunque Oliver Stone nos haya hecho creer lo contrario, la intervención de Estados Unidos en Vietnam empezó con Kennedy, que tenía propensión a darle al gatillo.

Dos caras de una misma moneda

Mujeriegos, extravertidos, y populares entre sus seguidores. Kennedy y Trump comparten más cosas de las que parece. Ambos eran partidarios de bajar los impuestos. Ambos colocaron a familiares en puestos de responsabilidad, aunque ahí Trump ha alcanzado unas cotas sin precedentes en la Historia de EU. Ambos han sido maestros en el uso de las nuevas tecnologías de comunicación. JFK destruyó a Nixon en el primer debate televisado de la Historia, en buena medida porque era más guapo y daba mejor en televisión. Lo que dijera era lo de menos. Trump ha empleado Twitter para agitar a sus seguidores.

Aunque eso no los hace iguales. Kennedy era un imperialista, lo que, a día de hoy, lo convierte en uno de los ídolos de los neoconservadores republicanos que defendieron la invasión de Irak. Trump es un aislacionista más en la línea de Joseph Kennedy. La política racial y social también es muy diferente. Kennedy fue el político que puso en marcha los programas de eliminación del racismo y de lucha contra la pobreza extrema en áreas como Virginia Occidental. Y lo hizo con la ayuda de su hermano Robert, poniendo en peligro su legado político y, según algunos, incluso su vida.

Es la misma Virginia Occidental que medio siglo más tarde sigue siendo paupérrima, sólo que ahora vota en masa por Trump. Un Trump que se ha propuesto reducir a escombros el Estado de Bienestar que Kennedy reforzó y que beneficia, fundamentalmente, a sus votantes. Y Kennedy era dueño de una retórica formidable, mientras que Trump es un maestro en el arte del insulto, 'online', televisado, y en directo. Eso, más su carisma personal y la trayectoria de su familia, le permitió vencer rápidamente las dudas que el poder económico y político de EU abrigaba hacia él. Trump ha sido totalmente incapaz de eso.

JFK también fue capaz de aprender. Su mandato estuvo marcado por los peores momentos de la Guerra Fría: la crisis de los misiles, la construcción por la URSS del Muro de Berlín... Sin embargo, Kennedy fue capaz de mostrar contención, visión estratégica, y, sobre todo, capacidad de aprendizaje. Johnson, que le sucedería tras su asesinato, fue decisivo para imponer en el Senado una política de promoción de las minorías raciales y de lucha contra la pobreza a la que se oponía el propio Partido Demócrata. Trump no ha sido capaz de aprender, de cambiar, y de admitir responsabilidad. Kennedy asumió toda la responsabilidad por el fracaso de Bahía Cochinos; es inconcebible que Trump acepte responsabilidad por nada.

Y está el estilo, claro. Kennedy y Jackie son la familia real que los estadounidenses envidian de Europa. Trump son lo que los estadounidenses sueñan con ser si algún día cumplen el Sueño Americano. Dos caras de una misma moneda.



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