Internacional - Política

Los brasileños resisten con memes la agonía de su democracia

2017-05-31

La turbulencia se ha vuelto a apoderar de Brasil debido a que el presidente Michel Temer se...

Simon Romero, The New York Times

RÍO DE JANEIRO – Las caricaturas del presidente de Brasil son tan populares, que su oficina busca limitar el acceso a sus fotos para que no sean satirizadas en las redes sociales.

Algunos brasileños bromean diciendo que Tite, el entrenador que está mejorando el desempeño de la selección nacional de fútbol, debería ser quien dirija el país. Afirman que tal vez su jugador estrella, Neymar, podría ser el ministro de Finanzas.

La turbulencia se ha vuelto a apoderar de Brasil debido a que el presidente Michel Temer se encuentra involucrado en un escándalo de corrupción que pone en riesgo su presidencia. En medio del enojo y la exasperación, la crisis está reafirmando la tradición del humor negro en Brasil, que se caracteriza por una mezcla de sátira y resignación existencial.

Hace apenas un año, Temer asumió la presidencia después de una encarnizada pelea por el poder que culminó con la destitución de su predecesora, Dilma Rousseff. Sin embargo, este mes, todo el país escuchó una grabación secreta en la que Temer parecía aprobar sobornos para un político encarcelado. De inmediato, los brasileños de todos los partidos exigieron a gritos la renuncia del presidente.

Y el país se pregunta quién debería remplazarlo. Los legisladores que sucederían a Temer en caso de que caiga también se ven eclipsados por investigaciones de corrupción, dejando a muchos brasileños sumidos en el asombro ante el estado de su nación.

“Ha llegado el momento de que un payaso tome las riendas de Brasil”, dijo Everton de Souza, de 36 años, trabajador de limpieza en Río de Janeiro, quien acto seguido mencionó el nombre del candidato idóneo: Tiririca, un payaso cuyo nombre artístico quiere decir “gruñón”.

Convenientemente, ese payaso ya es miembro del congreso. Su nombre real es Francisco Everardo Oliveira Silva y tiene 52 años. A diferencia de muchos de sus compañeros parlamentarios, Tiririca se ha forjado una buena reputación por trabajar arduamente desde que ganó la elección con un triunfo aplastante en 2010.

“Por lo menos él va a gobernar con una sonrisa en el rostro”, dijo De Souza. “La situación en Brasil es tan sombría que hay que reírse para no llorar”, añadió.

En el sentido del humor brasileño se proyecta una tendencia nacional que muestra la poca fe de los ciudadanos en la democracia del país. Según informaciones del Latinobarómetro, el apoyo a la democracia en Brasil cayó al 32 por ciento en 2016, en comparación con el 52 por ciento que tenían el año anterior. Solo Guatemala —donde el presidente Otto Pérez Molina fue obligado a renunciar debido a un escándalo de fraude— obtuvo un porcentaje menor, con solo un 30 por ciento de apoyo a la democracia.

Temer, de 76 años, promete mantenerse en el poder mientras arremete contra sus críticos pero se va quedando cada vez más solo en la capital, Brasilia. Si se produce su renuncia, la Constitución establece que Rodrigo Maia, el vocero conservador de la Cámara Baja de Brasil, debe ocupar la presidencia temporalmente.

Sin embargo, Maia también está siendo investigado por corrupción por lo que los tribunales podrían obstaculizar esa posibilidad. Lo mismo sucede con quien le sigue en la línea de sucesión, Eunício Oliveira, el jefe del Senado, que también enfrenta una investigación por sobornos.

Otros que podrían ocupar la presidencia tienen sus propias complicaciones como el ministro de finanzas, Henrique Meirelles, quien fue presidente del consejo de una sociedad que controlaba a JBS, el gigantesco productor de carne de res, que se encuentra en el ojo del escándalo que afecta a Temer.

Algunos de los políticos más importantes del país —asolados por sus propios escándalos— argumentan que Brasil necesita una elección. Luiz Inácio “Lula” da Silva, de 71 años, el expresidente de izquierda, dice que permanecerá en la contienda a pesar de enfrentar varias investigaciones por corrupción. Da Silva insiste en su inocencia.

La desaceleración económica de Brasil, que no ha respondido positivamente a las medidas de austeridad propuestas por Temer, tiene mucho que ver con el resentimiento de la población. Sin embargo, la crisis de la democracia también es producto de una cultura de la corrupción tan profundamente enraizada que ha erosionado la legitimidad del sistema político.

Algunos brasileños afirman, entre burlas, que lo que el país necesita es un rey. Otros lo dicen con toda seriedad, clamando por la restauración de la monarquía derrocada en un golpe de Estado en 1889. Ante el asombro de los líderes que lucharon para construir la joven democracia del país, algunos ciudadanos también manifiestan nostalgia por la dictadura militar que controló al país de 1964 a 1985, un periodo marcado por los abusos a los derechos humanos.

“Siento lástima por los historiadores que en el futuro tendrán que lidiar con nuestra época”, dijo Marcelle Alves, de 36 años, abogada de Río de Janeiro que se especializa en cuestiones laborales. “Mis padres hablan de la época de la dictadura, cuando la vida era más tranquila. Por lo menos el Ejército instauró el orden, a diferencia de la insensatez de hoy”.

Los llamados a que el Ejército intervenga permanecen en los márgenes de la política brasileña. Sin embargo, pareciera que siguen presentes los fantasmas de esa época. Los críticos de Temer protestaron esta semana cuando el presidente desplegó tropas para reestablecer el orden después de que las manifestaciones asediaron a la capital. Ante la crítica, ordenó la retirada de los soldados al día siguiente.

Además, cuando la crisis estalló este mes, él sostuvo una reunión con los jefes de las otras tres ramas de las fuerzas armadas de Brasil. Posteriormente, el comandante del Ejército, el general Eduardo Dias da Costa Villas Boas, escribió en Twitter que las fuerzas armadas mantenían su compromiso de hacer respetar la Constitución; en esencia, para descartar la especulación sobre un posible golpe de Estado.

No obstante, los memes del presidente —por lo general fotos del mandatario acompañadas de descripciones ocurrentes— se diseminan rápidamente en las redes sociales. Como reacción ante la explosión de los memes, esta semana el gobierno se propuso evitar que los brasileños utilicen las fotos que se encuentran en las páginas web oficiales para esos fines.

El palacio presidencial envió un correo electrónico a las páginas humorísticas para informarles con frialdad: “Todas las fotografías están disponibles para uso periodístico, así como con el fin de dar a conocer las acciones gubernamentales. Para otros fines, se requiere la aprobación de la oficina de prensa de la presidencia”.

De inmediato, la advertencia generó acusaciones de censura. Uno de los destinatarios, Sandro Sanfelice, de 28 años, analista en una empresa de telecomunicaciones y fundador de una página de Facebook que hace bromas sobre Temer y otros, rápidamente prometió continuar con las burlas, meme a meme.

“La gente hace una comparación con los violinistas del Titanic”, dijo Sanfelice. “Mientras el barco se hunde, ellos siguen tocando. Eso es lo que estamos haciendo. Mientras el país se hunde, nos burlamos”.

Mientras la crisis parece no acabar nunca, y los brasileños mezclan la burla con propuestas de bombardear las instituciones de la nación, algunos observadores se inquietan ante la posibilidad de que las figuras extremistas llenen el vacío de poder.

Mauro Paulino, director de Datafolha, una de las principales empresas encuestadoras de Brasil, hizo notar que el candidato que más rápido se ha elevado en las encuestas de opinión es Jair Bolsonaro, un nacionalista de derecha que manifiesta su odio hacia la homosexualidad y vitupera a los inmigrantes.

En lo que pareció una fuerte crítica, Antonio Delfim Netto, de 89 años, exministro de Finanzas y uno de los economistas más importantes de Brasil, dijo: “Dios se dio por vencido con Brasil”, cambiando drásticamente el proverbio optimista de “Dios es brasileño”, que hasta hace poco se usaba de forma generalizada en el país.



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