Comodí­n al Centro

Macron y la bomba 

2017-06-02

En este periodo de campaña legislativa, el escándalo provocado por el nombramiento de...

Sami Nair, El País

Ha empezado bien, sin falta, dando la imagen de un joven presidente limpio, decidido a acabar con los usos sucios de la vida política, las prácticas inconfesables de algunos altos cargos impunes por su posición institucional, la opacidad de los profesionales de la política, maestros de todos los privilegios que confiere el poder y, a veces, depredadores del dinero público.

¿O solo lo ha hecho creer aprovechando los escándalos de François Fillon, Bruno Le Roux (ministro del Interior de Hollande) y de muchos otros durante la campaña de las presidenciales?

En este periodo de campaña legislativa, el escándalo provocado por el nombramiento de Richard Ferrand —hombre de confianza de Emmanuel Macron— como ministro de la Cohesión Territorial, amenaza con destruir todo el edificio montado por el presidente en torno a su supuesta renovación de la vida política. François Bayrou, nuevo ministro de Justicia, presenta una ley que propone medidas para limpiar y moralizar la vida política francesa. Ello implica, en sus propias palabras, no solo una propuesta referida a los parlamentarios, sino también una ley orgánica que ataña al poder ejecutivo, obligando a una reforma constitucional. Muchas medidas, unas eficaces y otras probablemente más difíciles de poner en marcha pero, sin duda, un intento serio de definir nuevas reglas de juego, transparentes y rigurosas.

Si Macron no está totalmente seguro de la inocencia de su ministro, le queda sacar rápidamente la espada y, sin gesticulaciones deshacerse de la bomba Ferrand

Ahora bien, esta ley está predestinada a sufrir los más férreos ataques mientras no se solucione el caso de Richard Ferrand, investigado oficialmente por el fiscal de la República en Brest (Bretaña). Obviamente, Ferrand seguirá siendo inocente hasta que se demuestre en juicio o por confesión su culpabilidad. Pero el dosier es extenso: se le reprocha haberse enriquecido personalmente con dinero público a través de sus dos exesposas, contratar a su hijo para desempeñar un empleo ficticio en el Parlamento y defender, al menos, una causa en la misma Asamblea en la cual tenía intereses privados.

Para Macron el dilema es duro. Por un lado, no puede prescindir de un hombre que sabe casi todo sobre él, pues ha sido uno de sus torpedos y agentes de manipulación tanto en el Parlamento como en el Partido Socialista. Le ha ayudado muchísimo para atraer a sus redes a diputados y responsables locales. Por otro lado, si bien como ministro está agotado, echarlo del Gobierno sería reconocer un primer y grave fallo. Un fracaso que podría convertirse en un mal augurio dada la fragilidad de su victoria. La clase política se está mostrando, en general, poco participativa en este caso, pues bien sabe que muchos podrían caer mañana en el ojo del huracán… de te fabula narratur (¡Se trata también de ti!). Pero sería un grave error confiar en esta complicidad pasiva; los tiempos han cambiado: la prensa hará su trabajo, la justicia también. Si Macron no está totalmente seguro de la inocencia de su ministro, le queda sacar rápidamente la espada y, sin gesticulaciones (su marca de fábrica), deshacerse de la bomba Ferrand.



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