Atrocidades

Las víctimas mutiladas de Alepo 

2017-06-27

En la misma estancia, otros mutilados tras seis años de conflicto aprenden a dar sus...

FRANCISCO CARRIÓN / El Mundo

Zeinab tiene ocho años y sueña con ser doctora. "Quiero ayudar a los demás", dice sentada en un banco de madera mientras aguarda la llegada del fisioterapeuta. Hace dos años un bombardeo en los alrededores de Alepo le sajó la pierna derecha. Fue una de las primeras personas en recibir la prótesis que le ha devuelto la magia de caminar. "Me encuentro bien. He regresado a la escuela y puedo jugar con mis amigas", balbucea la benjamina de mirada tímida.

En la misma estancia, otros mutilados tras seis años de conflicto aprenden a dar sus primeros pasos. Temerosos, avanzan despacio sin extraviar las manos de las barras laterales. "Es mi primer día con la ortopedia", se excusa Tarek, víctima de una mina que le cercenó la pierna izquierda mientras recorría una tierra de labranza en las inmediaciones de Tell Aran, un pueblo en el sureste de Alepo célebre por sus viñedos y jardines. El treinteañero, de origen kurdo, era el maestro de Zeinab hasta que una maldita espoleta le trastocó la vida. "No había visto a ningún adulto con prótesis hasta que llegué aquí. Hace dos semanas me encontré con un hombre que tenía el mismo grado de amputación y le vi caminar sin dificultades. Me hizo recuperar la esperanza".

El centro de rehabilitación física que el Comité Internacional de la Cruz Roja abrió hace dos años en el bajo de un edificio residencial en el oeste de Alepo es un hervidero. Una procesión de mutilados por el plomo recorre sus entrañas en busca de remedio. "Recibimos a unas 15 personas al día", admite Eyad Shihan, un joven fisioterapeuta que entrena a los supervivientes y supervisa el funcionamiento de las prótesis. "Llegan al mes de haber sufrido la amputación y les preparamos la ortopedia", explica el profesional. "Las edades de nuestros pacientes oscilan entre los dos y los 75 años. Resulta muy duro verlos cuando acuden por primera vez pero nos hemos terminado acostumbrando".

Es primera hora de la mañana y en la clínica se agolpan los casos. Una decena de técnicos y médicos asiste a los damnificados. No solo el fuego cruzado ha causado estragos entre los civiles. La propagación de enfermedades ha incrementado la cifra de amputaciones. Como Osama, de 27 años, que perdió una de sus extremidades el pasado enero tras una larga dolencia. "Estoy probando la prótesis y me encuentro cada vez más cómodo", murmura en un receso de los ejercicios. Desde 2015 la instalación ha tratado a cerca de 1,500 afectados y ha despachado a contrarreloj decenas de prótesis y órtesis con materiales llegados de Alemania. "Nuestro reto ahora es precisamente fabricar todos los componentes aquí", comenta Edward Wafula, el doctor keniano que dirige el centro, mientras merodea por las salas donde se moldean y manufacturan los aparatos.

Explosivos camuflados entre los escombros

"Disponemos de la tecnología necesaria y el objetivo es establecer un taller con el que podamos ser autosuficientes y atender a todos sin distinción alguna", arguye este médico curtido en las trincheras de Yemen y Pakistán. "Las amputaciones -agrega- salvan personas y las prótesis demuestran que hay vida después". La toma gubernamental de los barrios orientales y el alejamiento de las escaramuzas hacia las zonas rurales no ha detenido la sangría. "Solo en marzo murieron veinte niños por artefactos explosivos que permanecían escondidos. Al capturar esos distritos, se hizo una limpieza muy rápida y muchos edificios siguen minados", relata el polaco Radoslaw Rzehak, jefe de Unicef en la urbe.

Desde entonces, los carteles advirtiendo del peligro camuflado bajo montañas de escombros han aparecido desperdigados por el que fuera antaño el callejero de las refriegas. "Hemos invertido mucho dinero en este asunto. Además de colocar los letreros, hemos enviado equipos especiales que se han pateado los barrios explicando a la población cómo protegerse de los artefactos explosivos y sensibilizando a los menores con la idea de que no se puede tocar ni jugar con todo".

Para las personas que resistieron las detonaciones, en cambio, el centro de Cruz Roja se ha convertido en su salvación. "No hay clínicas como ésta en todas las zonas de Siria, por lo que recibimos también discapacitados de otras provincias. Es un proceso lento", confiesa Eyad. "A los menores en edad de crecimiento hay que ir cambiándoles las prótesis y al resto hay que revisarlos cada cierto tiempo para pulir las posibles molestias". Un proceso que Tarek, el profesor de Zeinab, acaba de inaugurar. "Hace unos días nació mi primer hijo y quiero recuperar mi vida cuanto antes. Lo haré cuando tenga estas nuevas piernas", desliza el joven. A Edward, que persigue formar a médicos locales para que puedan integrarse en los hospitales alepinos o abrir sus propios centros, le reconforta el camino que enfilan pacientes como Tarek. "Acabo de estar con un universitario que ha perdido las dos extremidades inferiores. Le he garantizado que volverá a caminar. Cuando después de tanto dolor, pueden sentirse vivos y volver a andar, sonríen. Y esa felicidad es nuestro mayor regalo".



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