Cabalístico

Tolerancia, en busca de la verdad

2017-06-30

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, tolerancia es el...

Luz del Carmen Abascal Olascoaga


La tolerancia no es el valor supremo. El límite de la tolerancia es la realidad y el bien común

“Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, 
también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar 
el secreto que me permita ponerles remedio”. 
Mahatma Gandhi

La verdadera tolerancia

Mucho se ha hablado de la tolerancia, una de las palabras del diccionario más desgastadas y manoseadas. En un mundo en el que impera el relativismo –mi opinión, mi verdad; tu opinión y tu verdad–, la “tolerancia” se ha erigido en bandera y se ha convertido en el “valor supremo”.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, tolerancia es el “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Pero tal pareciera que para muchos, tolerancia no es otra cosa que “aceptación”, es decir, hacer propias las ideas de aquellos con los que no estamos de acuerdo, so pena de ser acusados de intolerantes.

De esta manera, con el enfoque actual, ser tolerantes con un ateo, por ejemplo, implica aceptar y escuchar las ofensas que hace contra la religión y los principios que muchos practicamos. En cambio, si aplicáramos estrictamente la definición que nos proporciona la Real Academia, ser tolerantes con un ateo implicaría respetarlo (por que es persona y tiene dignidad), pero no necesariamente estar de acuerdo con sus ideas, y al mismo tiempo denunciar sus agresiones y mentiras.

Pero la tolerancia no se queda ahí, no puede detenerse en ese ámbito un tanto indiferente. No debe ser vista, de ninguna manera, como el camino fácil, una forma de desentenderse del bien común so pretexto de que cada quien puede hacer, pensar y decir, lo que le venga en gana.

Decía Gandhi: “Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio”. ¡Cuánta razón tenía!, es rigurosamente verdadero: si yo tengo que tolerar, seguramente otros tendrán que tolerarme a mí… Sin embargo, y aquí está el meollo, no se queda en la dimensión de observador, sino que profundiza más: “hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio”.

Es decir, se involucra, implica un trabajo, implica respeto, claro, para las personas, las creencias y las acciones de los demás, pero no se limita a una fría relación de “convivencia” en donde si tú no te metes conmigo, yo no me meto contigo.

Es algo más, es ayudar al otro a mejorar… y es que el otro me ayude a mejorar, porque al final, todos somos perfectibles.

De esta manera, la tolerancia permite el diálogo. No es un intercambio indiferente de ideas en el que yo digo lo que pienso, tú dices lo que piensas, nos damos la mano y cada uno se va por su lado, sino que es justamente ese proceso que nos permite plantear diferentes puntos de vista, aparentemente contrarios, y a veces completamente contradictorios, con el objetivo de conjugarlos, matizarlos, y alcanzar la verdad.

La tolerancia nos enriquece a todos cuando se enfoca, no como un “sufrir, llevar con paciencia” (en el mejor de los casos), o como un darse por bien servido porque yo ya respeté al otro (en el peor de los casos), sino como el cimiento sobre el cuál se construirá el diálogo.

En otras palabras, la defensa de la tolerancia por la tolerancia misma, es inútil y vacía. La tolerancia debe estar ordenada a un fin más alto: la búsqueda y el conocimiento de la verdad.

“Yo te respeto, y porque te respeto, te escucho, y te escucho porque lo que dices tiene valor, independientemente de que yo esté de acuerdo o no contigo; y tiene valor porque lo dices tú, persona. Tú, por tu parte, haces lo mismo conmigo, y como los dos somos inmensamente dignos, en tanto seres humanos, vale la pena entablar un diálogo”. Yo diría que esta es la verdadera tolerancia, que parte del respeto y culmina en el diálogo.

El valor supremo

La tolerancia no es el valor supremo. Es más, hay momentos en los que no cabe, porque también para ella hay límites. El límite de la tolerancia es la realidad y el bien común. Es decir, existen circunstancias en la vida en las que no podemos darnos el lujo de ser tolerantes, puesto que hay un bien mayor que defender. Pongo por caso un ejemplo extremo, pero que puede servir muy bien para ilustrar esta idea: Hitler y el exterminio judío. ¿Podemos ser tolerantes con el asesinato? ¿Podemos simplemente “respetar” las ideas y las acciones de una persona que está haciendo daño, objetivamente, a otras personas, sean pocas o muchas –la cantidad es lo de menos puesto que cada persona tiene un valor infinito–, de la raza que sean? ¿Es eso tolerancia? Y si no es tolerancia, ¿entonces qué es? La respuesta nos la da Ana Teresa López de Llergo en su artículo “La tolerancia y el permisivismo”: el exceso de “tolerancia”, o la tolerancia mal entendida, es permisivismo.

En un ámbito más personal, la tolerancia –entendida sólo como respeto y no como diálogo– no cabe, o no debería tener lugar, entre esposos, por ejemplo. Qué triste que un esposo tenga que “sufrir, llevar con paciencia” (así define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra “tolerar”) la relación con su esposa –o viceversa–, porque tienen puntos de vista tan disímbolos, que es imposible ponerse de acuerdo, y entonces, lo único que se puede hacer es “tolerar” al otro porque, ni modo, resulta que es tu cónyuge para toda la vida. ¡Qué triste situación! ¿Y por qué no “dialogar” con el otro?

Es entonces cuando podemos darle un sentido mucho más alto a la tolerancia: es un medio para alcanzar algo superior, como la verdad, el bien común, quizá hasta sea el fundamento del amor. De esta manera, observamos que existen valores mucho más importantes que la tolerancia, la cuál debe estar ordenada hacia estos últimos.

La intolerancia de los intolerantes

En el momento en el que alguien exige tolerancia, ha dejado de ser tolerante, porque la tolerancia no se exige, no se puede obligar a nadie a practicarla. Simplemente se da o no se da.

Es así cómo las personas que más exigen tolerancia… ¡son las que menos la dan! Cuántas veces nos hemos topado con personas que exigen ser escuchadas en sus opiniones, pero al momento en que tienen que escuchar ideas que no concuerdan con su forma de vida o su pensamiento, se sienten atacadas y no sólo se niegan a escuchar esas posturas diferentes a las propias, sino que acusan al otro de ser –¡válgame Dios!– intolerante. ¿Por qué? ¿Porque no piensa como ellas?

Sin generalizar, podemos identificar a varios grupos feministas radicales, a muchos grupos de izquierda, y de derecha en ocasiones, a muchas minorías que exigen ser escuchadas y ser tomadas en cuenta. Pero si a alguien se le ocurre expresar públicamente que no está de acuerdo con tal o cual postura, inmediatamente se le echan a la yugular, acusándolo de “intolerante”… ¿Acaso puede existir mayor intolerancia que esa?



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