Ecología y Contaminación

El cambio climático en el patio trasero de la Tierra

2017-07-23

Lucia Magi, El País

La bandera de la microscópica República de Palau es un estandarte azul con un círculo amarillo en el medio. “El azul representa el océano, la mayoría de nuestro territorio; el amarillo la luna, que influencia las mareas”. El presidente Tommy Remengesau usa un tono afable y solemne a la vez. Mar y luna, azul y amarillo, administran la vida en la pequeña nación del Pacífico que él gobierna: un archipiélago de 300 islitas y 21,000 habitantes. Un gajo de tierra donde agua y cielo han perdido su ancestral equilibrio convirtiendo un paraíso lejano en la primera línea del calentamiento global.

Remengesau lo vio llegar a su puerta. Debido al aumento de los niveles del mar, el jardín que su esposa cuidaba detrás del hogar se inunda de agua salada cada vez que sube la marea. “Ya no tenemos flores en el terreno —cuenta en una entrevista en la sede de la Organización por la Alimentación y la Agricultura de la ONU (FAO) en Roma— tuvimos que ponerlas en unas macetas y las movemos a un lugar más alto cuando el agua crece".

El cambio climático no es algo teórico, lento y alejado para Remengesau, su mujer y los otros vecinos de Palau: “Afecta nuestra vida de forma rápida y concreta. Fue una mañana de hace cuatro años —detalla preocupado— cuando notamos por primera vez algas marinas y escombros dejados por el océano en el jardín. En la actualidad, la marea es más de un pie (30 centímetros) más alta que cuando construimos la casa en 1989”.

Este hombre de 61 años voló durante 24 horas para acudir a la conferencia bienal de la FAO, celebrada recientemente en Roma, y llenó la agenda de entrevistas y charlas para explicar a todo el mundo que sus preocupaciones por la jardinería no son frivolidades, sino pruebas dramáticas de la vulnerabilidad del planeta frente a las mutaciones del clima. Palau y sus iguales, desperdigados en el Pacífico y Caribe, observan cada día cómo el nivel del mar no para de subir y amenaza con tragárselos. Se trata de 39 pequeños Estados insulares en desarrollo que comparten miedos y dificultades y que se han organizado en una plataforma (PEID) sostenida por las Naciones Unidas. Salpican el océano como dados tirados al azar por un dios caprichoso: aisladas, alejadas, con una superficie muy angosta y muy baja sobre el nivel del mar, amenazadas por una subida del agua de 26 a 82 centímetros prevista por las Naciones Unidas para finales del siglo XXI.
 
A diferencia de otros Estados insulares, Palau tiene algún terreno de “montaña”: su punto más alto supera los 200 metros sobre el nivel del mar. “Es una suerte —explica Remengesau —porque podemos abandonar las áreas más llanas y subir un poco. No nos queda otra opción que mover a la gente y las granjas a un terreno más alto”. Cuenta el presidente del archipiélago que no hay que insistir para convencer a las personas: “Cuando ves cómo tu cosecha se pierde porque el mar la inunda y la quema con su sal, no esperas a que ocurra una segunda vez. Te vas, te mueves, te buscas un futuro”.

Pero es más fácil decirlo que hacerlo, ya que “no todo el interior de la isla es fértil”. Un nuevo programa de acción mundial firmado con la FAO en Roma ayuda al Gobierno a identificar lugares aptos para la agricultura y para enriquecer el suelo.

Pero no solo de hortalizas y fruta vive Palau. “Todo el mundo allí se considera campesino y pescador”, sonríe Remengesau. Los mariscos son la principal fuente de proteínas para los habitantes de este paraíso vulnerado. Sin embargo, la subida de la temperatura global hace que el océano se esté volviendo más ácido, amenazando a los corales y a las reservas de peces, ya comprometidas por la pesca ilegal. Para proteger la vida marina, el Gobierno ha reservado cerca del 80% de su territorio marítimo —igual a aproximadamente el tamaño de Francia— como santuario, y está animando a los lugareños a aprender a cultivar cangrejos, por ejemplo. La FAO está proporcionando al minúsculo país los recursos tecnológicos para detectar a los barcos extranjeros que barren sus aguas de forma ilícita.

“Ya no quedan bastantes recursos en la tierra y en el mar para abastecernos. Estamos obligados a importar comida”, frunce el ceño el presidente. No inmuta su tono pausado y serio: “El cambio climático es un problema global que nuestra nación no puede abordar sola”, aprieta el puño y parece un David concentrado en la batalla contra Goliat. En este caso, David tiene aliados: “Tenemos que estar unidos. Lo que pasa en mi jardín es la punta de un fenómeno global que no afecta a mis 21,000 vecinos, sino al planeta entero. Ya vivas en África, en Europa, en el Caribe o en el Pacífico, todos estamos conectados, todos estamos en el mismo barco... Si alguien quiere saltar fuera es su opción, pero este es un viaje para la vida".

    Ya vivas en África, en Europa, en el Caribe o en el Pacífico, todos estamos conectados, todos estamos en el mismo barco

Del barco saltó Donald Trump, quien se rajó del acuerdo de París para limitar el aumento de la temperatura global "muy por debajo" de dos grados. En diciembre de 2016, Palau fue el segundo país del mundo en ratificar el pacto después de Fiji. Por eso, Remengesau tiene algo que decirle al nuevo inquilino de la Casa Blanca. “Estoy sumamente decepcionado con la decisión de Estados Unidos. El presidente Trump también dijo que dejaría de contribuir al Fondo Verde para el Clima para ayudar a los países vulnerables, incluidos los países del Pacífico, a adaptarse a un clima cambiante. Es una oportunidad perdida realmente para que los Estados Unidos lideren", dijo, agregando que, al menos, otras naciones llenan el vacío dejado por Washington. Sobre todo China, con la que Palau no tiene relaciones diplomáticas formales debido a su “amistad” con Taiwán. Pero la política no tiene nada que ver: “El calentamiento global no es un asunto partidista, no es algo diplomático, es un tema de supervivencia", dijo Remengesau.

Los cambios están siendo “tan duros y tan evidentes en mi espacio de vida —comenta el hombre— que me cuesta imaginar qué país dejaremos a nuestros hijos y nietos. Me cuesta imaginar Palau dentro de 50 años. Lo único que podemos hacer es seguir luchando, levantando la voz, todos unidos en la misma tripulación”.



JMRS
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