Vox Dei

Predicaba en las sinagogas de Judea

2017-09-06

Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al...

Evangelio, Lucas 4,38-44

«También a los otros pueblos tengo que anunciarles
el reino de Dios, para eso me han enviado».

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando.

De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.»

Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.

Pero él les dijo: «También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.»

Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Palabra del Señor

Reflexión

En la salud y en la enfermedad…

Seguimos en Cafarnaún, en la casa de Pedro, que probablemente fue también la casa de Jesús en esos años. Él sigue atendiendo a todos los necesitados de curación, uno a uno. Desde la puesta del sol hasta el amanecer. Jesús busca la soledad pero no por ello deja de atender a quienes le andan buscando. No se ata a nada ni a nadie. No deja que nada ni nade le retenga. Sabe que la misión recibida es más grande y no es suya. No le pertenece. Tampoco a nosotros, pero ¡qué difícil a veces!

Un detalle más: la suegra de Pedro, alguien de “la casa”, de la familia. Es bonito ver cómo su fiebre es motivo de preocupación para los demás, hasta el punto de ser ellos quienes piden a Jesús que haga algo por ella. Ojalá tengamos nosotros esa misma sensibilidad con los más cercanos, con el mal que sufren “los de casa”. Ojalá el dolor de toda persona sea preocupación de la comunidad, de la Iglesia y nos sea tan importante que no dudemos en suplicar la acción sanadora de Cristo.  Quizá sólo entonces, la sanación de los demás revierta en mayor servicio a la comunidad, como de inmediato hace la suegra de Pedro. Si hacemos nuestros los dolores de los demás, ¿cómo no haremos también comunes nuestros talentos, nuestra disponibilidad, nuestro deseo de servicio?

Que la exigencia de la misión, de tener que predicar por todos los lugares y atender todas las necesidades de nuestro mundo, no sea nunca excusa para desentendernos de los dolores de los de casa y dejar de ponernos también a su servicio.



JMRS
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