Nacional - Población

Mexicanos responden con fe y caridad mientras disminuye esperanza de hallar sobrevivientes a terremoto

2017-09-22

Muchos eran policías y personal militar, pero otros eran ciudadanos normales que llegaron...

Por Daniel Trotta

CIUDAD DE MÉXICO (Reuters) - Las lágrimas se desbordaron en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y San José en la noche del jueves, mientras eran enterradas las cenizas de dos niños que murieron cuando un potente terremoto destruyó su escuela, a unas pocas cuadras de distancia.

Las víctimas, Eduardo Díaz, de 7 años, y Francisco Quintero, de 8, son dos de las 286 personas reportadas muertas por el sismo, el más mortal que sufre México en 32 años. En total, 17 de los fallecidos pertenecen a la congregación de Nuestra Señora del Carmen, una parroquia católica cercana al colegio Enrique Rébsamen.

Un total de 19 niños y seis adultos murieron en el devastado colegio, una de las tragedias más emblemáticas del sismo. Familiares y amigos se apoyaban unos a otros durante y después de la misa.

Asimismo, miles -si no millones- de mexicanos hallaron otra forma de combatir la pena: acudiendo en ayuda de extraños y ofreciéndoles su tiempo para colaborar en la recuperación tras el terremoto.

Los voluntarios llegaron a los más de 50 edificios destruidos en Ciudad de México, muchos de ellos llevando alimentos y agua y otros ofreciendo un par de manos y la voluntad de ayudar.

Las buenas acciones han ayudado a mejorar el ánimo de las familias de luto, según Genaro Chávez, el sacerdote de Nuestra Señora del Carmen.

“Primero, con su fe. Y segundo, con la gran solidaridad de la gente que les están apoyando. Todo el acopio de México está enfocándose en este lugar ahora”, comentó Chávez en los escalones de su iglesia, que estaban llenos de botellas de agua y alimentos.

A unas pocas cuadras, en el colegio, cientos de rescatistas trabajaban contra el tiempo para intentar hallar sobrevivientes más de 48 horas después del sismo.

Muchos eran policías y personal militar, pero otros eran ciudadanos normales que llegaron con cascos. Las cadenas humanas sacaban escombros de los lugares en ruinas y equipos de hombres usaban pesadas vigas y láminas de acero para sostener las debilitadas estructuras.

Entre los voluntarios había médicos y psicólogos, barrenderos y personas que llevaban emparedados. Un hombre regalaba chocolates a todo aquél con el que se cruzaba. Y todos expresaban un deseo de ayudar a México cuando más lo necesita.

En un puesto médico improvisado en una calle cerrada, médicos y fisioterapeutas atendían a los socorristas que resultaron heridos en sus labores, sanándoles y enviándoles de vuelta al trabajo.

El fisioterapeuta José Juan Galván aplicó tratamiento de ultrasonido en la espalda a un médico que se lesionó el día anterior moviendo a un paciente. Junto a ellos, un doctor con una bata blanca vendaba la rodilla de un hombre con un casco.

“Estamos tratándolos para que vuelvan a acción”, señaló Galván.

Las psicólogas Fabiola Jiménez y Paulina Bustos acudieron para ayudar a los padres, profesores y rescatistas afectados por traumas emocionales. Consolaron a tres padres que llegaron el jueves, uno de los cuales perdió a su hija y otro cuyo hijo fue rescatado.

Bustos dijo que es normal que los padres regresen al lugar, a la espera de hallar alguna pertenencia de sus hijos o recrear sus momentos finales antes de la tragedia.

“Están confundidos, están en shock, están de duelo”, comentó Bustos. “Es parte del proceso”.

Los barrenderos también regalaron su tiempo. Un grupo de seis estaba sentado en un bordillo comiendo emparedados y tomándose un respiro tras limpiar mucha basura.

“Hay mucha basura”, comentó Ana Ramírez, quien dijo que su grupo convenció a su jefe para que les permitiera presentarse en los lugares de rescate en vez de acudir a su trabajo habitual. “México nos necesita aquí”, afirmó. 



yoselin
Utilidades Para Usted de El Periódico de México