Tras Bambalinas

El hilo de Robert Mueller

2017-10-31

Ambos se enfrentan a doce cargos que incluyen conspirar contra los Estados Unidos, intento de...

GINA MONTANER / El Mundo

Todo lo que rodea al presidente Donald Trump genera una suerte de convulsión continua que distrae de asuntos que siguen su curso muy a su pesar.

Así ha sucedido con la investigación en torno a la presunta colusión entre su campaña electoral y el gobierno ruso a lo largo de 2016. Mientras el presidente libraba batallas verbales con la viuda de un soldado caído en combate o volvía a arremeter en las redes sociales contra su ex rival Hillary Clinton, Robert Mueller, el fiscal especial a cargo de la trama rusa, continuaba indagando como parte de una pesquisa criminal que se centra en una serie de personajes que rodearon al presidente durante su campaña sin que, al menos hasta ahora, implique de forma directa a Trump.

Durante el pasado fin de semana circuló que el primer imputado sería su ex jefe de campaña Paul Manafort. Este lunes Manafort se entregó en las dependencias del FBI al igual que su socio, Rick Gates, también estrecho colaborador de Trump que estuvo a cargo de planificar la ceremonia inaugural. Ambos se enfrentan a doce cargos que incluyen conspirar contra los Estados Unidos, intento de lavado de dinero y no registrarse como agentes de gobiernos extranjeros. Poco después otro asesor del presidente, George Papadopoulos, se declaró culpable de mentirles a investigadores del FBI.

Bajo la sospecha de que el núcleo del entonces candidato presidencial tenía estrechos vínculos con Rusia, el primero en caer fue Manafort cuando salió a la luz pública que había recibido millones de dólares en pagos que no reveló por parte del ex presidente de Ucrania Victor Yanukovich, un hombre muy cercano a los intereses del Kremlin.

En el transcurso de la campaña las filas demócratas denunciaron (y encargaron investigaciones como el ya famoso "dossier ruso") que Rusia estaba detrás de la interferencia en las elecciones con el fin de dinamitar a Clinton y favorecer a Trump, quien en julio de 2016 llegó a conminar públicamente a Putin a "hackear" los correos electrónicos de su oponente.

Manafort desapareció discretamente aunque este verano un operativo del FBI se llevó de su domicilio cajas llenas de documentos. El cerco se iba cerrando y salpicaba al yerno de Trump, Jared Kushner, a uno de sus hijos, Donald Jr, a su ex asesor de seguridad nacional Michael Flynn y hasta al Fiscal General Jeff Sessions, quien tuvo que apartarse de la investigación encabezada por el Departamento de Justicia. En algún momento de la campaña todos ellos tuvieron contactos con los rusos. En el centro de la intriga se sitúa el hoy ex embajador de Rusia en Washington Sergey Kislyak, señalado por la Inteligencia de Estado Unidos como espía. Por su despacho desfiló la plana mayor del círculo más próximo al presidente.

Una investigación del calibre de la que conduce Mueller marcha despacio y su principal objetivo - más allá de las implicaciones políticas por los lazos con el Kremlin - es probar si se cometieron crímenes federales en el entorno de la campaña electoral de Trump. Sin duda, este escenario debilita a una administración lastrada desde el comienzo y con un presidente cuyos índices de popularidad dejan mucho que desear en su primer año de gestión. Además, lo que más preocupa al mandatario son las posibles consecuencias penales para su hijo y su yerno, a la vez que su equipo legal asegura que el presidente está fuera de toda sospecha en esta investigación.

Como la mitológica Ariadna, Mueller se concentra en tirar del hilo de este enredado ovillo. Lo que está por ver es si alguna vez se despejará del todo el laberinto de la trama rusa.



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